lunes, 3 de noviembre de 2008

SEÑORA, YA SOMOS DOS...


No había tenido un republicano abstracto como yo ocasión propicia de dirigirme a S.M. la Reina de España. Y mira por donde, esa oportunidad me viene dada de la mano del revuelo causado por ese libro de reciente publicación en el que Doña Sofía -según parece- manifiesta, para mí, dos cosas absolutamente ciertas y evidentes, de hondo respaldo conceptual. Y, muy brevemente, quiero en este humilde e insignificante Blog, compartir por completo con la Reina de España esas manifestaciones, que estimo rigurosamente acertadas. La primera de ellas- según a mí me han ido llegando- es la de que los homosexuales tendrán todo el derecho que se quiera a proclamar y ejercer su tendencia sexual, pero no ya a demasiadas cosas más. Es más, quizá sean las ya dichas las únicas. En efecto, ante un fenómeno ignorado en sus posibles múltiples causas, resultaría no sólo injusto, sino hasta cruel, que, además de los pasados sufrimientos, angustias o congojas de quienes un día descubrieron tal orientación y tendencia, viniese ahora la sociedad a incrementar esa angustia, condenando lo que en rigor no se conoce. Y, por ello, es necesario, sin duda alguna, no sólo no criticar tales actitudes, sino por el contrario observar una respetuosa postura, de "incomprensible comprensión" y, por ende, de prudente tolerancia. Ahora bien, hasta aquí puede llegarse, pero no más. Nada de presumir, ni adoptar actitudes de ostentación y hasta de "superioridad". Mucho menos aún -lo cual es una absoluta aberración- "contraer matrimonio entre sí", lo que actualmente la ley del Estado permite. Y esto es, precisamente, lo que ha dicho Doña Sofía, que no se puede llamar, ni considerar "matrimonio", a lo que no es tal, por propia y esencial definición. Tan sólo la unión de un hombre y una mujer, o de una mujer y un hombre -con fines procreacionistas o no, esto es ya otra cuestión- puede ser considerada matrimonial, tanto religiosa como civilmente. Si, en el Derecho Romano, tan sólo era "matris munium" (u oficio de madre) la unión de hombre y mujer libres (esto es, ambos ciudadanos romanos) y se llamaba "contubernium", a la unión de libre con esclavo y, aunque lógicamente sea necesario superar tan estrechos e injustos límites, puesto que el ideal supremo, antes que el matrimonio, es el de la libertad de todos, no en cambio resulta superable, sino exorbitante y estrambótico, preteneder el carecer y naturaleza de "matrimonio" de la unión de dos hombres o de dos mujeres. Esto, es así. Y es así porque, en segundo lugar, lo que la Reina de España ha dejado muy claro es que "las leyes civiles no pueden contradecir a las leyes naturales". Y esto sí que es absoluto, sin que quepa objeción alguna en contra que no haya de ser situada en la selva de lo infrahumano. Es más, precisamente en este ámbito, los animales irracionales siguen rigurosamente las leyes de la Naturaleza. Por algo será. Lo que, a su vez, prueba una vez más quizá, el aserto de que el ser humano se pierde por la razón y se salva por el instinto. Por su instinto natural, el que la Naturaleza imprimió en todos los animales. Esto es precisamente, según un ya clásico jurisiconsulto romano la definición misma de lo que se llama Derecho natural. Y ya nos suena a algo muy lejano, la famosa afirmación positivista de Lucien Lévy-Bruhl: "Enterrad de una vez ese cadáver, si se quiere en sudario de púrpura", referida al Derecho natural. Por contra, cada vez hemos de encontrarnos más próximos, para alcanzar la verdadera libertad y el verdadero "progreso", el perfeccionamiento en suma del cuerpo social, a las palabras de aquel insigne agnóstico, y después ferviente creyente, cuyo nombre se hace inolvidable para generaciones enteras de juristas españoles: Don Feredrico de Castro y Bravo, cuando afirmó que no puede haber Derecho positivo alguno que no se apoye y sustente sobre "esa roca inconmovible del Derecho Natural". Y esto, más o menos, es lo que ha venido a decir la Reina de España. Señora: Yo no sé si Vuestra Majestad ha debido o no hacer esas declaraciones y si, con ello, invade o no alguna esfera de competencia ajena, dentro de la estructura de un Estado de Derecho. A tal fin, en todo caso, es, me parece a mí, muy importante considerar que Vuesta Majestad no es el Jefe del Estado, sino tan sólo la Reina consorte (art. 58 de la Constitución), en cuyo sentido es claro que no puede "asumir funciones constitucionales...", de lo que estrictamente se deduce que, precisamente por ello, no está privada del derecho a "expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y oniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción" (art. 20 1. a), como lo tiene cualquier otro español. Sólo faltaba eso. Pero a mí, personalmente, que también gozo del mismo derecho, si vuestra Majestad hizo bien o mal, en último término, me tiene sin el menor cuidado, es decir me importa un pimiento, porque lo que dijo Vuestra Majestad es elemental y absolutamente cierto. Lo es para los monárquicos -que lógicamente han de defender a su Reina, que es la de todos, mientras "la forma política del Estado español sea la Monarquía parlamentaria" (art. 1, 3.), pero lo es también para quienes nos sentimos republicanos, porque, parafraseando a Santo Tomás Moro, Mártir -según hace sólo breves fechas publicamos en este mismo Blog- somos buenos servidores del Estado y de la Constitución que lo rige, pero antes lo somos de la Verdad. Gracias, Señora, por proclamarla. Luis Madrigal.-