¡Qué diferencia...! ¡Cómo suena la música -la buena- "en vivo y en directo". ¡Qué diferencia con la "enlatada", por buena pueda ser la "lata", o el envase. Otra vez, y mil, se puede comprobar que todas las cosas, como los frutos naturales, en su propia entidad substantiva, tal y como nacieron para cumplir su destino, son los que verdaderamente nutren y alimentan, sin ningún aditamento nocivo.
He tenido el placer de asistir, este pasado Jueves, día 5 de Noviembre, al 1er Concierto de los Ciclos musicales de la Comunidad de Madrid 2009-2010, que hasta el próximo 23 de Junio, ya entrado el Verano, ofrecerá en el Auditorio Nacional la Orquesta Sinfónica de Madrid. Caminaba yo ese día, ya a punto de anochecer, hacia el Auditorio con una falsa, o al menos aparente "sospechosa" duda, sin duda todo ello fruto de mi analfabestismo musical, que continúa siendo amplio, tanto en profundidad como en extensión. Ciertamente, la Música es, o me parece a mí, inabarcable y, si me lo permiten, incomprensible. Algo que , en su dimensión y objetivo final, no puede ser obtejo de conocimiento sino de sentimiento. Pero, por una parte, aquel compositor, con el que iba a iniciarse el concierto, para mí en aquellos momentos prácticamente desconocido -G. Gombau, decía el Programa- y aquella obra suya: "Don Quijote velando las armas", me causaba la falsa impresión de ir a escuchar una monserga de ruidos, dodecafónicos o no, o más bien "de cacharrería", como esos con los que nos obsequian los nuevos rectores de Radio Nacional (Radio Clásica), en 96.5 de FM, tras su inicialmente anunciada "revolución musical", que yo tuve tristemente ocasión de escuchar cuando la anunciaron, bajo el "leiv motiv" de que la música clásica era para todos, para el pueblo, lo cual es verdad, y estoy de acuerdo en ello, pero no a base de entender por tal lo que estos señores socialistas, o íntimos amigos de ellos -de los bárbaros que mandan y desgobiernan ahora, y que sin duda extienden a todos los ámbitos sus torpes tentáculos como un pulpo gigante- piensan o creen que es la música clásica. Ejemplo aleccionador: Ni se cómo se llama (porque apago la radio inmediatamante), sin soportar un segundo tal bazofía, esperpéntica y pretendidamente musical, que emiten estos energúmenos antes del Programa "Ars canendi". Menos mal que tampoco han retirado este último Programa, como hicieron con "La Noche Cromática", porque ciertamente será para musicólogos eruditos y especilistas en el bel canto, pero necesariamente ha de tener su lugar. Y hace ya mucho que, en la indicada emisora musical, no he podido volver escuchar a los grandes de verdad, sustituidos por una caterva de segundones, al estilo propio -en la música como en todo- de los peores de cada casa y de cada cosa, que son estos señores que ahoran mandan en España.
Pero, en esta ocasión, era mi propia incultura musical la que me hacía albergar tal sopecha. ¡Que torpe e infundado temor! En primer lugar, aunque de modo precipitado y entre candilejas, pude saber, gracias a las Notas al Programa, que "G. Gombau" no era ningún francés, sino un español nacido en la académica Salamanca en el año 1906. La "G" inicial tampoco era la de "Gastón", Gérard, Gerôme, Gilbert ni Grégoire, no, aquella "G" era la de Gerardo. Gerardo Gombau había nacido en el mismo año y en la misma Ciudad en la que Don Miguel de Unamuno había escrito su "Vida de don Quijote y Sancho", acontecimiento literario que muy probablemente comentó el maestro con el padre de nuestro músico, don Venancio Gombau, fotógrafo salmantino aficionado a la Ópera, con el que parece ser conversaba frecuentemente don Miguel. Naturalmente, esto en nada podía influir a levantar el ánimo de mis sospechas, puesto que, ni todos los españoles son "toreros", o "gallegos" aunque vivan en la Argentina, ni todas las francesas son tan descocadas como sugiere Miguel Miura en "Ninette y un señor de Murcia". Y, por la misma razón, ha habido enormes, excelentes músicos franceses, que no es necesario recordar. Sin embrago, el poema sinfónico "Don Quijote velando las armas", de Gerardo Gombau, no desmerece de ninguno de ellos y sus obras... Es una gran obra orquestal, a mi humilde juicio de las pocas que pueden constituir lo mejor del sinfonismo español, en la que el oyente, hasta el más inculto como yo mismo, siente desde el primer momento un divino fervor especial y ya, por momentos, puede ir "viendo" tanto al Caballero de la triste figura, en la aureola de sus meditaciones más sublimes, como a su amada Dulcinea del Toboso, idealizada por Cervantes, hasta convertir a una humilde y tosca aldeanan en la más hermosa de todas las criaturas terrenales. Dice Andrés Ruiz Tarazona, en sus "Notas al programa" de este concierto, que el poema sinfónico de Gombau parece inspirado en el Capítulo III de la Primera Parte del Quijote, y que Unamuno, en su obra literaria, quiso resaltar "el hecho de que Don Quijote hubiera sido armado caballero por un bellaco y dos rameras... las doncellas Tolosa y Molinera, de Toledo y Antequera, respectivamente, a quienes otorgó se antepusieran el honroso Doña a sus nombres". Sin embargo, mientras escuchaba esta bellísima música, en algún momento particular de sus acordes, como una de esas asociaciones de ideas tan libres y espontáneas que ni un mismo puede explicar ni controlar, "sentía" yo, por mi cuenta, que estaba leyendo a Unamuno cuando dice, tampoco recuerdo la página ni me he molestado en buscarla, que, al morir, es cuando Don Quijote recobra la razón y con ello reniega y se arrepiente de todas sus locuras de caballero andante. Pero entiende Unamuno -y esto es lo significativo para mí- que pese a ello el quijotismo no muere. Y no se acaba, tan sólo, porque allí, junto al lecho de muerte de Don Quijote, está Sancho, el materialista, el que no podía comprender los ensueños de su señor. Y es él, el receloso y desconfiado Sancho, el sensato y pragmático Sancho, el que precisamente hereda la divina locura de su amo, al exclamar: "Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como lo tenemos concertado: quizás tras de alguna mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada, que no haya más que ver." Y dice Unamuno: "Consérvale a Sancho su sueño, su fe, ¡Dios mío!, y que crea en su vida perdurable y que sueñe ser pastor allá en los infinitos campos de Tu Seno, endechando sin fin a la Vida inacabable que eres Tú mismo; consérvasela, ¡Dios de mi España! Mira, Señor, que el día en que tu siervo Sancho cure de su locura se morirá, y al morir él se morirá su España, tu España, Señor". ¡Oh, Don Miguel, maestro tan querido y admirado...! Tú, ya te fuiste también -va a hacer dentro de muy poco exactamente 73 años, desde aquel último día del terrible 1936- pero, si ahora vivieras, albergo la gran duda de si no pensarías también que, acaso, ese fatal día ya ha llegado. A nosotros, los españoles, que somos lo único malo -lo peor- de España, tan sólo nos queda la esperanza de que, en el futuro, en lugar de esta hedionda masa, roma y atrofiada, enferma y moribunda, surja una nueva semilla de seres humanos, tan españoles como tú, aunque a los de tu tierra no les guste que lo fueras, ni ellos quieran serlo... Al menos con un poco, una sola brizna, del mucho talento que animó a Gerardo Gombau. Luis Madrigal.-
Lamentablemente, en esta ocasión, no he podido encontrar ninguna muestra de la obra de Gombau "Don Quijote velando las armas", pero sí el I Tema del "Don Quijote" de Richard Strauss, op. 35, que también fué ofrecida íntegramente, asi como la Octava Sinfonía de Dvorak, todo ello bajo la dirección del laureado maestro Jesús López Cobos.
He tenido el placer de asistir, este pasado Jueves, día 5 de Noviembre, al 1er Concierto de los Ciclos musicales de la Comunidad de Madrid 2009-2010, que hasta el próximo 23 de Junio, ya entrado el Verano, ofrecerá en el Auditorio Nacional la Orquesta Sinfónica de Madrid. Caminaba yo ese día, ya a punto de anochecer, hacia el Auditorio con una falsa, o al menos aparente "sospechosa" duda, sin duda todo ello fruto de mi analfabestismo musical, que continúa siendo amplio, tanto en profundidad como en extensión. Ciertamente, la Música es, o me parece a mí, inabarcable y, si me lo permiten, incomprensible. Algo que , en su dimensión y objetivo final, no puede ser obtejo de conocimiento sino de sentimiento. Pero, por una parte, aquel compositor, con el que iba a iniciarse el concierto, para mí en aquellos momentos prácticamente desconocido -G. Gombau, decía el Programa- y aquella obra suya: "Don Quijote velando las armas", me causaba la falsa impresión de ir a escuchar una monserga de ruidos, dodecafónicos o no, o más bien "de cacharrería", como esos con los que nos obsequian los nuevos rectores de Radio Nacional (Radio Clásica), en 96.5 de FM, tras su inicialmente anunciada "revolución musical", que yo tuve tristemente ocasión de escuchar cuando la anunciaron, bajo el "leiv motiv" de que la música clásica era para todos, para el pueblo, lo cual es verdad, y estoy de acuerdo en ello, pero no a base de entender por tal lo que estos señores socialistas, o íntimos amigos de ellos -de los bárbaros que mandan y desgobiernan ahora, y que sin duda extienden a todos los ámbitos sus torpes tentáculos como un pulpo gigante- piensan o creen que es la música clásica. Ejemplo aleccionador: Ni se cómo se llama (porque apago la radio inmediatamante), sin soportar un segundo tal bazofía, esperpéntica y pretendidamente musical, que emiten estos energúmenos antes del Programa "Ars canendi". Menos mal que tampoco han retirado este último Programa, como hicieron con "La Noche Cromática", porque ciertamente será para musicólogos eruditos y especilistas en el bel canto, pero necesariamente ha de tener su lugar. Y hace ya mucho que, en la indicada emisora musical, no he podido volver escuchar a los grandes de verdad, sustituidos por una caterva de segundones, al estilo propio -en la música como en todo- de los peores de cada casa y de cada cosa, que son estos señores que ahoran mandan en España.
Pero, en esta ocasión, era mi propia incultura musical la que me hacía albergar tal sopecha. ¡Que torpe e infundado temor! En primer lugar, aunque de modo precipitado y entre candilejas, pude saber, gracias a las Notas al Programa, que "G. Gombau" no era ningún francés, sino un español nacido en la académica Salamanca en el año 1906. La "G" inicial tampoco era la de "Gastón", Gérard, Gerôme, Gilbert ni Grégoire, no, aquella "G" era la de Gerardo. Gerardo Gombau había nacido en el mismo año y en la misma Ciudad en la que Don Miguel de Unamuno había escrito su "Vida de don Quijote y Sancho", acontecimiento literario que muy probablemente comentó el maestro con el padre de nuestro músico, don Venancio Gombau, fotógrafo salmantino aficionado a la Ópera, con el que parece ser conversaba frecuentemente don Miguel. Naturalmente, esto en nada podía influir a levantar el ánimo de mis sospechas, puesto que, ni todos los españoles son "toreros", o "gallegos" aunque vivan en la Argentina, ni todas las francesas son tan descocadas como sugiere Miguel Miura en "Ninette y un señor de Murcia". Y, por la misma razón, ha habido enormes, excelentes músicos franceses, que no es necesario recordar. Sin embrago, el poema sinfónico "Don Quijote velando las armas", de Gerardo Gombau, no desmerece de ninguno de ellos y sus obras... Es una gran obra orquestal, a mi humilde juicio de las pocas que pueden constituir lo mejor del sinfonismo español, en la que el oyente, hasta el más inculto como yo mismo, siente desde el primer momento un divino fervor especial y ya, por momentos, puede ir "viendo" tanto al Caballero de la triste figura, en la aureola de sus meditaciones más sublimes, como a su amada Dulcinea del Toboso, idealizada por Cervantes, hasta convertir a una humilde y tosca aldeanan en la más hermosa de todas las criaturas terrenales. Dice Andrés Ruiz Tarazona, en sus "Notas al programa" de este concierto, que el poema sinfónico de Gombau parece inspirado en el Capítulo III de la Primera Parte del Quijote, y que Unamuno, en su obra literaria, quiso resaltar "el hecho de que Don Quijote hubiera sido armado caballero por un bellaco y dos rameras... las doncellas Tolosa y Molinera, de Toledo y Antequera, respectivamente, a quienes otorgó se antepusieran el honroso Doña a sus nombres". Sin embargo, mientras escuchaba esta bellísima música, en algún momento particular de sus acordes, como una de esas asociaciones de ideas tan libres y espontáneas que ni un mismo puede explicar ni controlar, "sentía" yo, por mi cuenta, que estaba leyendo a Unamuno cuando dice, tampoco recuerdo la página ni me he molestado en buscarla, que, al morir, es cuando Don Quijote recobra la razón y con ello reniega y se arrepiente de todas sus locuras de caballero andante. Pero entiende Unamuno -y esto es lo significativo para mí- que pese a ello el quijotismo no muere. Y no se acaba, tan sólo, porque allí, junto al lecho de muerte de Don Quijote, está Sancho, el materialista, el que no podía comprender los ensueños de su señor. Y es él, el receloso y desconfiado Sancho, el sensato y pragmático Sancho, el que precisamente hereda la divina locura de su amo, al exclamar: "Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como lo tenemos concertado: quizás tras de alguna mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada, que no haya más que ver." Y dice Unamuno: "Consérvale a Sancho su sueño, su fe, ¡Dios mío!, y que crea en su vida perdurable y que sueñe ser pastor allá en los infinitos campos de Tu Seno, endechando sin fin a la Vida inacabable que eres Tú mismo; consérvasela, ¡Dios de mi España! Mira, Señor, que el día en que tu siervo Sancho cure de su locura se morirá, y al morir él se morirá su España, tu España, Señor". ¡Oh, Don Miguel, maestro tan querido y admirado...! Tú, ya te fuiste también -va a hacer dentro de muy poco exactamente 73 años, desde aquel último día del terrible 1936- pero, si ahora vivieras, albergo la gran duda de si no pensarías también que, acaso, ese fatal día ya ha llegado. A nosotros, los españoles, que somos lo único malo -lo peor- de España, tan sólo nos queda la esperanza de que, en el futuro, en lugar de esta hedionda masa, roma y atrofiada, enferma y moribunda, surja una nueva semilla de seres humanos, tan españoles como tú, aunque a los de tu tierra no les guste que lo fueras, ni ellos quieran serlo... Al menos con un poco, una sola brizna, del mucho talento que animó a Gerardo Gombau. Luis Madrigal.-
Lamentablemente, en esta ocasión, no he podido encontrar ninguna muestra de la obra de Gombau "Don Quijote velando las armas", pero sí el I Tema del "Don Quijote" de Richard Strauss, op. 35, que también fué ofrecida íntegramente, asi como la Octava Sinfonía de Dvorak, todo ello bajo la dirección del laureado maestro Jesús López Cobos.