EL SAGRADO MINISTERIO DE ENSEÑAR
Hay dedicaciones habituales que constituyen un oficio o una profesión. Y todas ellas, en tanto observen una dimensión
estrictamente ética, son respetables y por ello han de ser respetadas. Sin
embargo, otras, exceden y desbordan con creces tal dimensión y, por ello,
constituyen un ministerio. Tal es el
caso del sacerdotal, como debería ser siempre también -aunque resulte con frecuencia en la práctica
todo lo contrario- el de los políticos. Esto
es, algunos oficios deberían ser siempre un ministerio, aunque la mayor parte
de las veces no lo sean. Otros, en cambio y en su inmensa mayoría, lo son
siempre, pese a que también puedan encontrarse testimonios escandalosamente
contrarios y por ello profanadores de su sagrado deber. La Enseñanza, mayoritariamente,
es uno de ellos. Estoy seguro.
Gabriela
Mistral, es decir, Lucía
Godoy Alcayaga, fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1945, año
altamente significativo, por constituir el fin de la II Guerra Mundial, tan
sólo doce años antes de su muerte en Nueva York, Ciudad a la que le había
llevado la actividad diplomática, al servicio de su patria, Chile.
Pero, además de tan transcendental y brillante
actividad y del puro lirismo de poetisa triunfadora universal, Lucía, que nació
un 7 de Abril de 1889, en Vicuña, Chile, en el seno de una familia de modestos
recursos económicos, ante todo, fue Maestra. Maestra de Escuela, como se decía
antes en España, y consagró lo mejor de su vida a la Enseñanza de los niños; a
la educación primaria y esencialmente básica para todo ser humano. Por eso se
ha dicho, que si la prensa es el Cuarto
Poder, la Enseñanza es el Quinto,
aunque yo pienso que, más bien, sea preciso alterar el orden. Porque, nunca
jamás, esas mentes inferiores, esos mediocres individuos que, en general son
los políticos, aupados y seguidos de cerca, a muy escasa distancia por otras
mentes aún más mediocres, que se hacen llamar “periodistas”, podrían manejar ni manipular las mentes humanas, si
tales mentes hubiesen sido, en su niñez y juventud, rectamente formadas, en los
valores lógicos y universalmente eternos, por verdaderos Maestros.
Por ello, sería necesario proclamar y rendir universal
homenaje a todos cuantos han sido Maestros, en todos los países y lugares del
mundo. En particular a aquellos abnegados y luminosos maestros españoles, a los
de la Institución Libre de Enseñanza y a todos los demás, que, en tiempos
especialmente difíciles, gastaron y hasta quemaron su vida -porque la Enseñanza, agota y hasta quema al
enseñante- transfiriendo el saber a
otros seres humanos, sobre todo a los niños, a los primeros que han de aprender
lo primero y más radical que en la vida hay que saber. Y casi siempre, desde
los tiempos más remotos, materialmente, ejerciendo una profesión que, en
España, llego a ser la unidad de medida y referencia básica del hambre: “Pasa más hambre que un Maestro Escuela.”
Sin duda por ello, en el caso de Lucía Godoy,
convertida en Gabriela Mistral,
dentro de sus obras poéticas más sublimes, se encuentran las composiciones "para niños", que son el
núcleo de su segundo libro, “Ternura”,
de 1924. En él se advierte la pureza
expresiva propia de una lírica sencilla, pero profunda, que convivió con las
vanguardias tras la liquidación del modernismo. Una lírica inspirada en la
naturaleza, rayana con la llamada poesía
popular, que también aquellos cultivaron en ocasiones. Dedicado a su madre,
está dividido en siete secciones: Canciones
de Cuna, Rondas, Jugarretas, Cuenta-Mundo, Casi Escolares,
Cuento y Anejo. Para el lector adulto, el conjunto viene a expresar la
pérdida de la infancia, que es restituida, en parte, a través del lenguaje.
“Porque duermas, hijo mío, / el ocaso no
arde más: / no hay más brillo que el rocío, / más blancura que mi faz. //
Porque duermas, hijo mío, / el camino enmudeció: / nadie gime sino el río; /
nada existe sino yo”.
Sin duda, en este poema, Gabriela recuerda las canciones que su madre, Petronila Alcayaga,
le cantaba en la cuna, una vez que su padre Juan Jerónimo Godoy abandonara
definitivamente a la familia cuando la pequeña Lucía contaba con tan sólo tres
años, por encontrarse sin trabajo y no poder mantener el hogar.
No me es posible, naturalmente poder saber cómo
trataba y se dirigía a sus alumnos Gabriela Mistral, pero albergo la absoluta
certeza acerca de que, además de la enseñanza propiamente dicha que les
permitiera alcanzar el saber, esto es de las técnicas pedagógicas, fundamentalmente
les trataba con mucho amor. Con mucho amor maternal, como si se tratase de sus
propios hijos. Nos lo dicen sus poemas. Y este aspecto, en la enseñanza de los
niños, más que esencial, es vital. Sin amor no se puede enseñar nada a nadie y
menos aún a un niño. Y por eso se ha dicho también que resulta imposible
separar la enseñanza de los aspectos más espirituales y sensibles del alma
humana. Se puede entender o no un teorema matemático; se puede entender o no
por qué hace frío en el invierno y calor en el verano. ¿Pero qué niño no podrá
entender un acto de amor?
Estudiantes de Magisterio, en la Universidad española:
No hagáis excesivo caso a vuestros Profesores, por muy Catedráticos sean,
cuando os expliquen las técnicas pedagógicas, por modernas y punteras éstas
puedan ser. Ya se trate del tan proclamado, en conferencias y ensayos, “estudio de la infancia” (Verhellen en
1992; Gimeno en 2003; Rodríguez Pascual en 2006; Vergara, Peña y Chávez en
2015). Y demás etcéteras. Mucho menos aún, en lo que atañe a la llamada “visión adultocéntrica de interés superior”
(Cussiánovich y Marquez, 2002). Pensad, más bien, eso sí, en la Convención
sobre Derechos del Niño, de 1989, porque los niños son el sujeto de Derecho más
importante y primario. Más aún, constituyen, en sí mismos, el bien jurídico más
intrínsecamente esencial y digno de protección, antes de cualquier otro. Sobre
todo, queredles mucho, con verdadero amor. Y recordad que vosotros mismos
tenéis que “haceros como niños”, si
de verdad queréis alcanzar vuestra excelsa misión.
Luis
Madrigal
Madrid, 2 de Marzo de 2022,
Miércoles de Ceniza
A mi Nieta mayor, Ángela Madrigal de Rioja,
alumna de la Facultad de Educación, en la Universidad
Complutense, que quiere ser Maestra
casi desde que ella misma era niña.
Con el mismo
cariño que espero
sienta por sus futuros alumnos