Desde luego, resulta comprensible para todo aquel que hace o produce algo -y cada vez más, por el camino que vamos- la presencia común de la publicidad. Humildemente, tan sólo era llamada antes "propaganda", pero las modernas técnicas "científicas", ostentosamente pretenden convertirla en cosa de más altos vuelos. He ahí el "marketing". Otra "necesidad" para poder vender algo, aun cuando se trate de cacerolas o de papel higiénico. No obstante, según tengo entendido, la publicidad es ciencia de distinta rama a la del "marketing", aunque pueda o deba ser encuadrada en el tronco común de todas esas ciencias que no lo son, incluida, por ejemplo, la Sociología positiva, o "método de la encuesta", tantas veces practicada por los vendedores de "kleenex" al lado de un semáforo.
Sin embargo, quienes profesan semejante ciencia -la publicidad- y se llaman a sí mismos "publicistas", como si se tratara del propio Maurice Hauriou (mucho más que los ingeniosos y verdaderos artistas que la ilustran con sus dibujos y pinturas), deberían imponerse también a sí mismos un cierto límite -naturalmente, de orden estricta y rigurosamente cultural- a fin de no lesionar principios o bienes sumamente respetables, como por ejemplo la Música o el Arte. ¿Quién no ha presenciado la sacrílega degradación de Beethoven o de Leonardo Da Vinci, en algunos de esos asquerosos anuncios producidos para vender papel higiénico, u otro producto por el estilo? También deberían ser mucho más respetuosos con la Historia. Por lo tanto, con las figuras, si se quiere no más excelsas, pero sí que han procurado y conseguido en algún momento el bienestar de colectividades enteras. ¿Quién no ha reparado alguna vez -en esa peste de la TV o fuera de ella- en que el "genio" de quienes se hacen llamar "publicistas" sin saber siquiera qué significa eso, profana torpe y alevosamente, con la mayor impunidad, verdaderas obras de arte? Tan repulsivo fenómeno se hace notar quizá más en la Música que en la Pintura, pero también ésta ha sido demasiadas veces objeto de mofa, con el pretexto o la intención de vender algo.
Y algo similar, a mi modesto juicio, según he podido comprobar por mí mismo recientemente, ha sucedido con el título atribuido a un cartel que en estos días anuncia leche de vaca y circula masivamente por Las Navas del Marqués, Provincia de Ávila, y que es el que ilustra esta entrada. Es insultante e ingrato que se llame a una vaca "La Marquesa de Las Navas", después de haberlo sido, además de Duquesa de Medinaceli y de Denia y Tarifa, la Excma. Sra. Doña Ángela Apolonia Pérez de Barradas y Bernuy, una de las personalidades más destacadas de la sociedad madrileña y española en la segunda mitad del siglo XIX. Amiga y protectora del gran poeta José Zorrilla, y de la que el Marqués de Valdeiglesias pudo decir que “tuvo la arrogancia, la finura y la suave modulación del gracejo andaluz que caracteriza a la mujer cordobesa”. La descripción del Conde de Romanones es aún más señera: "He conocido a no pocas damas de gran linaje; pero sin ofenderlas afirmo que la Duquesa Ángela de Medinceli era un ejemplar único: todo lo reunía. En lo físico, de elevada estatura, tan bien proporcionada que no llamaba la atención por su talla, sino por su talle; la tez morena, de ojos garzos, pequeños, con un estrabismo apenas perceptible, pero llenos de gracia; de cejas pobladas; breve y correcta la nariz; de boca bien dibujada, ligeramente sombreada de vello, acentuando su atractivo. A los sesenta años era todavía una hermosa mujer y, aun cumplidos los setenta, a cierta distancia producía buen efecto". Ya en sí mismos, tales rasgos guardan radical lejanía con los de una vaca, por buena y nutritiva pueda ser su leche.
Y algo similar, a mi modesto juicio, según he podido comprobar por mí mismo recientemente, ha sucedido con el título atribuido a un cartel que en estos días anuncia leche de vaca y circula masivamente por Las Navas del Marqués, Provincia de Ávila, y que es el que ilustra esta entrada. Es insultante e ingrato que se llame a una vaca "La Marquesa de Las Navas", después de haberlo sido, además de Duquesa de Medinaceli y de Denia y Tarifa, la Excma. Sra. Doña Ángela Apolonia Pérez de Barradas y Bernuy, una de las personalidades más destacadas de la sociedad madrileña y española en la segunda mitad del siglo XIX. Amiga y protectora del gran poeta José Zorrilla, y de la que el Marqués de Valdeiglesias pudo decir que “tuvo la arrogancia, la finura y la suave modulación del gracejo andaluz que caracteriza a la mujer cordobesa”. La descripción del Conde de Romanones es aún más señera: "He conocido a no pocas damas de gran linaje; pero sin ofenderlas afirmo que la Duquesa Ángela de Medinceli era un ejemplar único: todo lo reunía. En lo físico, de elevada estatura, tan bien proporcionada que no llamaba la atención por su talla, sino por su talle; la tez morena, de ojos garzos, pequeños, con un estrabismo apenas perceptible, pero llenos de gracia; de cejas pobladas; breve y correcta la nariz; de boca bien dibujada, ligeramente sombreada de vello, acentuando su atractivo. A los sesenta años era todavía una hermosa mujer y, aun cumplidos los setenta, a cierta distancia producía buen efecto". Ya en sí mismos, tales rasgos guardan radical lejanía con los de una vaca, por buena y nutritiva pueda ser su leche.
Pero además, sus habituales contertulios eran Alonso Martínez, Castelar,
Romanones, Zorrilla, Nuñez de Arce, Velarde, Echegaray, Manuel del Palacio,
Moya, el marqués de Cerralbo y otros de similares caraterísticas. Y ella, evitaba en lo posible la presencia de
señoras que desvirtuasen la amena conversación de aquellos intelectuales y hombres inteligentes. Colaboró con Concepción Arenal, fue la fundadora de La Cruz Roja Española y, durante la
guerra de Africa, en los salones de su palacio se instaló un taller donde se
hacían prendas para los heridos. Pese a ello, en mi humilde opinión, su mejor obra fue la de la plantación de numerosísimas hectáreas de pinos resineros, precisamente en Las Navas del Marqués, para lo cual trajo a España a resineros franceses, que introdujeron a los lugareños en la técnica, emprendiendo una actividad industrial, resinera y maderera, de notable influencia. Aún hoy, se conservan esos inmensos pinares, aunque ya la resina haya pasado su época, llenos de calma y de sosiego para el espíritu. De todo ello se benefició en notable medida, y aún puede disfrutarlo el pueblo de Las Navas, que en consecuencia debería honrar su memoria de modo más delicado, en lugar de insultarla, como si se tratase de algún "choto" más. No todo lo de allí puede ser capítulo de vacas y de vaqueros. Yo, sinceramente me entiendo republicano, de conciencia y de sentimiento, porque creo que la verdadera "aristocracia" -en su sentido más etimológico- es la de la inteligencia, la de la Ciencia y el Arte, como repetía Cajal, al final de sus días académicos, a sus alumnos de Medicina. Pero también creo, con la misma firmeza y devoción, que a quienes hacen algo verdaderamente provechoso y útil a la comunidad -precisamente por ser verdaderos "aristócratas", al margen por completo, incluso tal vez "a pesar" de sus títulos nobiliarios- ha de guardárseles el debido y necesario reconocimiento.
Solicito humildemente, por ello, del Sr. Alcalde-Presidente del Ayuntamiento de Las Navas -por si el mismo tiene algo que ver en el asunto y está dentro de sus potestades administrativas- la inmediata retirada de tan repugnante cartel de propaganda. Por injusto, por inculto y por ser de pésimo gusto. ¡Claro que donde Doña Ángela plantó aquellos inmensos pinares, no fue en el pueblo de Las Navas...! Lo hizo en los parajes de lo que, también gracias a ella -que cedió al efecto terrenos de su propiedad- terminó siendo "La Estación", la Estación del Ferrocarril, cuya población se encuentra en estado de verdadero abandono por parte de un Ayuntamiento que sistemática y reiteradamente incumple sus obligaciones mínimas, tal vez porque, según he oído decir, a su vez ha dicho el Señor Alcalde, allí no le vota nadie. Aún así. Luis Madrigal.-
A Doña Ángela,
que disfrutará desde la tumba
la deliciosa música, tan española, de Luigi Boccherini,
en reparación de semejante y grosero insulto