MUERE LA BESTIA
He
de decir con toda sinceridad que, por lo oído desde lejos, más que por lo
visto desde cerca, siempre me imagine al Dictador cubano expirando entre
fuertes resoplidos, horribles muecas en los estertores de su diabólico fin
existencial, olor a azufre, tridentes entre llamas, patas y cuernos de cabra,
pentagramas con Baphomet, ojos de dragón y cruces satánicas. Y sin embargo,
parece ser, ha muerto dulcemente en su cama, como ya anunciase la Virgen María,
Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, a San Antonio María Claret, entre los
años 1851 y 1857.
Según
la tradición, el Padre Claret, Arzobispo de Cuba, estaba recorriendo las zonas
montañosas de Santiago cuando se le presentó la Virgen de la Caridad para
predecirle el futuro de la Isla, profecía que luego el prelado transmitió a sus
feligreses y miembros de su congregación, la Congregación de los Misioneros
Hijos del Inmaculado Corazón de María, popularmente conocidos como Claretianos.
La revelación de la Virgen “hablaba de un joven muy osado que subiría por
esas mismas montañas con las armas en la mano, y después de unos años bajaría
triunfante con una espesa barba, acompañado de otros hombres también barbudos y
con largos cabellos”. Esos jóvenes, traerían colgadas de sus cuellos, “medallas
de la Caridad del Cobre y crucifijos que en poco tiempo dejarían de usar, para
luego negar con vergüenza sus creencias”.
La
profecía agrega que el joven líder “sería aclamado por todos a causa de
numerosas reformas de beneficio popular, se iría apoderando poco a poco de todo
el poder, sumiendo al pueblo cubano bajo una férrea dictadura que duraría 40
años, en los cuales Cuba sufriría numerosas calamidades y penurias. Finalmente,
ese hombre moriría en la cama”.
Tras
su fallecimiento -continúa la
profecía- “se produciría un corto
período de inestabilidad y enfrentamientos, en los que incluso llegarían a
producirse algunos derramamientos de sangre, aunque luego la nación cubana -la Perla de la Corona de España- volvería a levantarse poco a poco hasta llegar
a ocupar un destacado lugar en el ámbito internacional”.
El
22 febrero de 1857, San Antonio María Claret partió de regreso a España al ser
nombrado confesor de la Reina Isabel II. Fue despedido por una multitud en el
puerto de Santiago de Cuba.
Hasta
aquí la leyenda. Pero no toda leyenda necesariamente ha de ser falsa en lo que
atañe a su contenido, y mucho menos cuando ese contenido puede ser encuadrado
dentro de lo que, entre los géneros bíblicos, representa y significa el género
profético. El profetismo, en primer lugar y antes de ninguna otra anotación,
consiste en hablar en nombre de Dios. Así lo entendió desde el principio
Israel, donde florecen los primeros Profetas de la historia de la humanidad, si
bien, también entre los pueblos vecinos, se refiere el éxtasis profético de
Biblos, en el siglo XI a.C. y, curiosamente, el nombre de “Biblia” con
el que se conoce al libro sagrado cristiano, es atribuido a esta ciudad ya que
la primera biblia se realizó en papiro proveniente de la misma.
La
palabra que les llega a los profetas, es más fuerte que ellos mismos y no la
pueden acallar, porque el profeta es un simple mensajero y un intérprete de la
palabra divina: “Habla el Señor Yahvé, ¿quién no va a profetizar?”,
exclama Amós (3, 8), y Jeremías lucha en vano contra esa fuerza: “Me has
seducido, Yahvé, y me dejé seducir, me has agarrado y me has podido…” (Jr,
20, 7-9) ¡Pobre Jeremías, tiene que profetizar la ruina total de Judá, y ello
le duele en el alma! Pese a ello, profetiza, y esto le hace sufrir vejaciones y
cárcel, que arrancan de él lamentos más amargos que los del mismo Job.
Jeremías, es hombre de corazón tierno, al que Dios elige como profeta de las
naciones y al que dice: “Yo te haré ciudad fuerte, columna de hierro, muro
de bronce”.
El
lenguaje profético, en general, nunca se dirige a un solo individuo, sino a una
más amplia esfera y su mensaje transciende al presente y al futuro, porque es
eterno. Transmite a sus contemporáneos el mensaje de Dios, pero este mensaje es
muy superior a los límites del tiempo, superándolos y transcendiéndolos en todo
el alcance de la doctrina que contiene: El monoteísmo -Yahvé, dueño de toda la tierra, no deja
espacio para otros dioses- y la moralidad,
porque la santidad de Dios no puede ser compatible con la impureza humana y, por fin, la espera
en la promesa de la salvación, porque el castigo no es la última palabra de
Dios, que no quiere la ruina total de su pueblo. Así lo declara Isaías,
triunfalmente, y dentro de un lirismo lleno de fuerza y majestuosa armonía,
pese al peligro de cuarenta años dominados por la amenaza de Asiria sobre
Israel y Judá y lo confirma, de un modo lógico y ordenado, Ezequiel, aun de
forma más gris y monótona, pero abriendo una camino nuevo, porque la antigua
Alianza del Sinaí ha de ser sustituida por una Alianza eterna (Ez, 16: 60).
En
el orden estrictamente humano y temporal, si nos asomamos a las páginas de
estos días, en casi todos los diarios moderados del mundo, podremos ver que, en
general, los comentarios de los lectores se han dividido entre los que
denuncian graves acusaciones y los que se mantienen en un tono conciliador o
hasta toman partido y encuentran justificadas explicaciones a la crueldad del
Dictador. En la página de “ACIPRENSA”, periódico digital católico, los
fundamentos y réplicas, los de los partidarios de la ira y la violencia, me parecen no obstante puras estulticias, incoherentes
y sofísticas, simplemente con el fundamento en el “y otros más”. Así,
por ejemplo, si pese al hecho de haber estudiado en un colegio católico
jesuita, se declaró posteriormente ateo y marxista-leninista, se alega que en
Cuba existe la libertad religiosa, de lo que pueden ser prueba los artículos
sobre la fe cristiana publicados en revistas católicas. Que, si mandó fusilar a
quienes se oponían a su poder, incluso de su mismo grupo, también ha habido
hombres en los países democráticos que han mandado fusilar y eliminar a sus
opositores. Que, si encarceló disidentes, en todo el planeta existen presos
políticos. Que si, miles de cubanos, ciudadanos comunes y pobres, tuvieron que
abandonar el país, jugándose la vida en balsas, lo hicieron gracias a la ley de
los Estados Unidos, donde entraban libremente en cuanto pisaban suelo
norteamericano, en lugar de dirigirse a otro lugar de Suramérica. Que si
financió y protegió a terroristas, guerrilleros y asesinos de Iberoamérica,
también Luis Posada Carriles, terrorista de derechas, voló un avión y colocó
una bomba en un hotel cubano. Que, si envió tropas a Angola para apoyar a la
guerrilla ideológica marxista, Angola fue liberada del racismo que invadía el
país africano. ¡Que, en el año 1962, puso en vilo al mundo -que horror, yo lo viví, y todavía lo
recuerdo ahora con espanto- al permitir
la instalación de misiles nucleares en Cuba por parte de la URSS…! Hay que
recordar que dichos misiles apuntaban directamente a Ciudades de los Estados
Unidos, con el inminente riesgo de una III Guerra Mundial… ¡Maldito canalla!.
Esto, humanamente, no tiene perdón. ¡Gracias, Presidente John Fitzgerald
Kennedy! El insensato comentarista de
turno, no tiene otro fundamento para disculpar el grave riesgo al que aquel
miserable sometió a la Humanidad, que el de alegar que a los Estados Unidos “bien
que les gustaba esa guerra…”
El
resto de los alegatos en favor del trágico Comandante, me parecen simplemente pueriles,
cuando no verdaderamente estúpidos. Uno de ellos, es que Cuba ha obtenido
infinidad de medallas de oro en los Juegos Olímpicos. El otro, es rigurosa y
dramáticamente falso. El de que Cuba tiene los mejores niveles de vida. Lo que
yo veo en la TV y en las fotografías de los periódicos -y bien que me duele- es que la mierda se está comiendo La Habana,
aquella preciosa Ciudad edificada casi como un duplicado de Cádiz, la Tacita de
Plata.
Sin
embargo, pese a todas sus miserables acciones, el difunto Dictador, no dejó
nunca de ser un hijo de Dios, en el que no cabe acepción de persona. Él quiere
a todos sus hijos, y perdona siempre los mayores y más horrendos actos, por
execrables sean a los ojos de los hombres. Siempre hay un segundo, -una décima
de él- para pedir perdón, y ese mínimo
lapso puede ser suficiente para mover el infinitamente misericordioso Corazón de
Dios. Podrá parecer injusto esto, pero, si tal parece, es preciso recordar la
parábola de los que reciben el mismo sueldo
-un denario- vayan a la hora que
vayan a la Viña. Esta parábola, parece injusta cuando damos por sentado que
somos nosotros los primeros en llegar, pero qué agradable y consoladora resulta
si pensamos en que llegamos los últimos.
Porque,
en definitiva, ¿quién es la Bestia que debe morir y quién la que ha
muerto?
Ha
muerto, sin duda alguna, un malvado y cruel dictador sanguinario, torturador y
azote de inocentes conciudadanos, cuyo pecado fue simplemente el de no
pensar lo mismo que él pensaba, ni de
sentir el mismo odio que él sentía -que
ya ha de ser grande para derramar tanta sangre y quebrantar en tantos seres
humanos el don más preciado, el de la libertad-
sin que haya, ni pueda haber, por grande pudiera haber sido, conquista
social, ni bienestar alguno, ni progreso de ningún género o especie, que
justifique el hecho de derramar una sola gota de sangre de ninguno de los hijos
de Dios, sobre todo de los más pobres, como los miles de balseros que huyeron a
Miami, jugándose la vida en el mar.
La
Bestia que debe morir, es una combinación de las cuatro bestias descritas en la
profecía de Daniel 7:2-8: Tiene apariencia de leopardo, patas de oso, fauces de
león y diez cuernos. Las bestias que enumera el profeta Daniel representan
“reyes”, o gobiernos políticos, que forman grandes imperios y se suceden unos a
otros (Daniel 7:17). De modo que la bestia de siete cabezas del capítulo 13 del
Apocalipsis cristiano representa un sistema político compuesto por más de un
gobierno.
Asciende
del “mar”, es decir, de la sociedad humana inestable y turbulenta de la
que surgen los gobiernos del mundo (Apocalipsis, 13:1; Isaías 17:12-13).
La
Biblia cristiana dice que el número, o nombre, de la bestia es el 666 y que
este “es número de hombre” (Apocalipsis, 13:17-18). Esto último indica que
dicha bestia es una entidad humana, no espiritual ni demoníaca. En
consecuencia, cabe pensar si ha de morir urgentemente alguien más. Siempre con el perdón del Misericordioso.
Luis
Madrigal