martes, 3 de noviembre de 2009

¡MALDITAS COLAS!






Una cola -o dos y hasta varias al mismo tiempo- es, o son, generalmente, una larga fila india de personas que discurren pesadamente hacia una ventanilla, o mostrador. Inútil ser riguroso con la definición académica: "Hilera de personas que esperan vez". ¡Eso!. ¿Quién dá la vez? ¡Qué asco!. Yo, desde siempre, me he negado a pronunciar tal adocenado formulario. Como dice un viejo y buen amigo mío, prefiero ser "trece en docena". A veces, la omisión de tales palabras casi sacrales, en una maldita cola, me ha costado muy caro, porque, tras aguantar un buen rato, casi siempre de pie, nadie me había dado "la vez" y he tenido que recurrir a referencias o circunstancias coetáneas al momento de mi llegada respecto a quienes allí padecían el suplicio. Volviendo al academicismo, la expresión "hacer cola", hasta ha sido recogida en el Diccionario RAE y consiste en "esperar, formando hilera con muchas personas, para poder entrar en una parte o acercarse a algún lugar con algún objeto". Debe subrayarse la palabra "muchas" como elemento o requisito esencial de la definición. En cuanto al objeto, la consiguiente ventanilla o mostrador, puede ser la de un Banco -una entidad financiera, quiero decir- para los ciudadanos de segunda que simplemente efectúan operaciones de la misma índole, para lo cual no necesitan, ni merecen ser recibidos por el Director en su despacho, entre cortinas, butacones de piel y suave penumbra. Esto queda reservado a los ciudanos ricos, aunque sean unos patanes de los que se rascan las espalda en los restaurantes con la pala del pescado, porque acaba de tocarles la Lotería, o bien se han hecho millonarios apretando tornillos, rellenando botes de aire o de alguna otra manera similar y mucho menos honorable. Es decir, robando a diestro y siniestro (generalmente a "siniestra", o más bien desde ella). Estos últimos, nunca hacen cola, porque para ello disponen de quien la haga por ellos. Ya sea para sacar las entradas del cine, teatro, futbol o corrida de toros. Incluso, a veces -¡oh milagro!- hasta para visitar un Museo, con ocasión de alguna exposición extraordinaria o especial, aunque nunca jamás -eso es imposible- para entrar en una Biblioteca. Para esto, nadie hace cola. España, cuando yo nací, que era pobre y destartalada, también era ya un país de colas. Entonces, dicen que el fenómeno se debía a Franco y al hambre de la post-Guerra. Recuerdo aquellos establecimientos oficiales de mi niñez, en León, que se habían dispuesto (además de la tristemente famosa Comisaría de Abastecimientos y Transportes, "ABASTOS") para suministrar alimentos básicos a los sufridos españoles... Hasta recuerdo sus nombres, creo. Uno de ellos, se llamaba O.R.A.P.A., según me parece. Otro, S.E.R.P.E. Nadie me pregunte por el significado de las siglas. Jamás me interesé en ello, pero ahora simplemente las recuerdo como a quien asalta una vieja pesadilla nocturna, en las que nos persigue un toro y no podemos correr sin que por ello tan fiero animal nunca nos alcance, lo que quintaesencia y multiplica la fatiga y el sufrimiento. ¡Por fin, uno despierta y recupera la tranquilidad y el sosiego! Pero, esto de las colas, no se acaba nunca, parece ser. Y quién sabe si al fin terminarán algún día, cuando todos los ciudadanos del mundo puedan conectarse a Internet desde su casa, incluso para votar en las elecciones (ya sean legislativas, municipales, autonómicas o europeas) ese ejercicio tan inútil, se haga cómo se haga, o bien se haga o no, ya que consiste en hacer el paripé, Esto es, en elegir a las personas para distintas atenciones en teoría muy importantes y excelsas, y que aquéllas nos conduzcan después al caos, al aburrimiento, al vacío y al desorden más absoluto, cuando no a la pobreza y nuevamente al hambre. En estos últimos días, precisamente, y casi va ya para un mes o más, las colas más repugnantes, injustas, arbitrarias, fruto de un acto de despotismo y prepotencia, son las que ha organizado el Exmo. Ayuntamiento de Madrid, por no decir directamente su Alcalde, don Alberto Ruiz Gallardón, hijo de su difunto padre y persona, en apariencia brillante y ecuánime, pero está visto que mucho menos de lo que parece. Desde luego, la causa de estas colas municipales -que en realidad son postales- no creo que haya sido establecida por Bando, que es el instrumento propio de un Alcalde para disponer una norma jurídica, tanto como cualquier otra, aunque la última y de ínfima categoría en el rago normativo. El Bando ni figura siquiera en la famosa pirámide del profesor Kelsen. Yo no sé cómo habrá sido, porque aunque soy del oficio -triste oficio, cada vez más triste- nunca he sido ni soy especialista en la materia, esa rama tan secundaria, por no decir espúrea del Derecho y, más aún, del llamado Derecho Muncipal. En general no tengo la menor confianza en ninguna de las llamadas Administraciones públicas. No en vano, ya dijo un gran administrativista, en el prólogo a uno de sus tratados, que el adjetivo pública, cuando se aplica a una mujer cobra automáticamente un sentido manifiestamente peyorativo, pero si se aplica a la Administración, supera las cotas más elevadas del mismo sentido. Tristemente, pese a las sublimes palabras de Alexis Toqueville: "El hombre crea las Repúblicas y los Principados, pero el Municipio parece salir de las manos de Dios", últimamente, tan primaria y singular institución se ha convertido en España, ya sean grandes o pequeños los Municipios y sus correspondientes Ayuntamientos, no sólo en una jaula de grillos, sino en una institución especialmente especializada, sirva la redundancia, en no cumplir los fines y las obligaciones mínimas para cuya realizaciçón existen. Esto último, más bien sucede en los Ayuntamientos pequeños, pese a que ahora ("demasiadas torres para tan poco viento", como diría alguien muy importante, creo que fué Góngora a Lope, o al revés, no recuerdo muy bien), el Ayuntamiento de cualquier pueblucho se haga llamar "Excelentísimo Ayuntamiento de". Uno de los que se caracterizan más acusadamente por el incumplimiento sistemático de lo que la vieja Ley de Régimen Local llamaba "obligaciones mínimas municipales", es el Excelentísimo Ayuntamiento de Las Navas del Marqués (Ávila), fundamentalmente en lo que se refiere al Barrio o "Colonia" de la Estación, cuyos vecinos moradores satisfacen igualmente los impuestos y exacciones correspondientes, pero, según dicen que dice el -supongo también "Excelentísimo"- Sr. Alcalde, él no hace nada de nada bajo el argumento sumamente antijurídico y anticonstitucional, de que en aquel distrito nadie vota, y por tanto nadie puede votarle nunca a él. Y también este pequeño municipio, no sólo el de "Mega-Madrid", ha incrementado ahora, arbitaria e ilegalmente, una tasa, llamada de "Basuras", cobrando pingües cantidades. El de Madrid, ciertamente, sí que los presta, a diferencia del ya citado de Las Navas del Marqués, pero no fundamenta su coste y en las tasas eso es capítulo esencial, el del cálculo y razonamiento del coste del servicio prestado. Pero el caso de Madrid (no voy a penetrar en la ilegalidad de base y de fondo del asunto, que me parece especie menor) es mucho más grave y doliente. El Ayuntamiento de la Capital de España, está enviando, uno a uno, a los propietarios de fincas urbanas, por correo certificado con aviso de recibo, un requerimeinto de pago de tal tasa, arbitrariamente desgajada del I.B.I., en el que se encuadró siendo Alcalde de la Capital don Enrique Tierno Galván, asimismo con muy deficiente técnica jurídica. Y como, normalmente los requeridos no se encuentran en sus casas a la llegada del cartero y el servicio público de Correos (y antes Telégrafos) no funciona desde la nefasta UCD, las colas kilométricas, que discurren además entre peligrosas escaleras, en la Sucursal o Estafeta núm 20, de la Calle Alcalde López Casero, están a punto de causar alguna desgracia humana, en tanto las gentes se estrujan como si se tratase de cucarachas, que es por lo que toman los políticos a los ciudadanos, aparte de paralizar el resto de los servicios postales. Para eso está el Ayuntamiento de Madrid, además de para endeudarse caprichosamente tratando de organizar los JJ.OO. En este caso, además de injusta y arbitraria, la medida municipal es abiertamente cruel. Circulan en Internet diversas muestras de recurso, todas ellas aceptablemente fundadas, pero lo que ninguna de ellas dice es que ningún recurso puede suspender la ejecución de un acto administrativo, ni que, para ello, para que pueda operarse la suspensión, es legalmente preciso prestar caución, es decir garantizar, normalmente mediante aval bancario, el importe de la tasa. Quienes dispongan de dinero, desde luego, pueden permitirse el lujo de que, de momento, tal importe no ingrese en las caprichosamente resecas arcas municipales y si, en este mundo hubiese justicia, no llegaría a ingresar nunca, porque los Tribunales de Justicia, por infinidad de razones, se encargarían de ello. Paciencia, queridos madrileños. Este señor, tan híbrido y "zigzagueante", a mí no me ha gustado demasido nunca, pero cada vez me gusta menos. Espero que de una vez le expulsen del Partido Popular y se vaya con sus amigos y parientes socialistas. Me declaro abiertamente "esperantista", aunque tan sólo pueda ser para poder entendenderme, en ese proyecto de lengua universal con los ciudadanos noruegos, nacionalidad que estoy a punto de solicitar, a fin de que el Sr. Alcalde Madrid, no me convierta en una cucaracha estrujada contra las demás, las cuales, a riesgo de despeñarse por una escalera, sueltan venablos contra su necia Autoridad... Si es que no me acojo antes a la doble que me brinda mi querida Argentina y me voy a vivir a Buenos Aires... Quizá, mejor a Córdoba. Mucho mejor. Luis Madrigal.-


En la imágenes de arriba, diveroso tipos y clases de colas. Junto a una bella canción mejicana