jueves, 11 de septiembre de 2014

EL “DERECHO A DECIDIR” DE CATALUÑA, NO EXISTE




CATALUÑA, CARECE DE RAZÓN HISTÓRICA,
POLÍTICA Y JURÍDICA, PARA SER UN ESTADO SOBERANO

No quisiera yo herir, ni en lo más superficial de la piel, a ninguno de mis amigos catalanes. Amigos sinceros y leales desde hace ya muchos años. Ni tampoco a los más recientes, que también creo tenerlos. No quiero ofender ni lastimar a nadie, pero tengo que decir mi verdad, la que creo haber llegado a alcanzar tras no pocas reflexiones y algunas experiencias testimoniales y muy concretas.

Y lo que deseo decir, según me parece más o menos exacto, es que eso que viene proclamándose por muchos catalanes profundamente amantes de Cataluña; por algún hipócrita, malicioso más que desorientado, nacido fuera de ella y, finalmente, también por los que no saben lo que dicen (catalanes o no), y que se concreta en la parca y simple expresión de “el derecho a decidir”, carece de todo fundamento. Tal expresión es un puro invento, sin la menor base. ¿Qué derecho es ese? ¿De donde emana? ¿Cuando y cómo nació y fue adquirido y por quién? Los derechos, ya sean individuales y subjetivos -en la esfera del Derecho privado y en cualquiera de sus dimensiones- ya puedan ser colectivos, en el orden del Derecho Internacional (que es el que rige dentro de la comunidad política de este carácter, y de lo que se pretende en el caso), en primer término y “sine qua non”, han de constituirse, o nacer, aunque posteriormente puedan modificarse, transformarse, novarse o derivar en otros y, naturalmente, también puedan extinguirse, morir. Incluso las expectativas de derecho, las situaciones intermedias, de vocación o llamada “hacia” el derecho, en las que un alguien, un sujeto, individual o colectivo, recibe esa llamada, también han de concretarse, plasmarse en convenciones o declaraciones de voluntad, no tanto solemnes y formales, como al menos determinantemente expresas. Y esto, no es demasiado opinable, sino que es así en el mundo civilizado actual, pese a que muchas veces puedan ignorarse, silenciarse o simplemente quebrantarse, saltarse “a la torera”, principios esenciales con el único argumento de la fuerza, que no es otra cosa sino el derecho de las fieras, o casi mejor podría decirse, en el sentido menos peyorativo, de las bestias. Y esto último, en absoluto es propio, mayoritariamente, del pueblo catalán, del que podrá decirse arbitrariamente lo que se quiera, pero nadie podrá decir que no es, muy en general, un pueblo especialmente civilizado y culto.

Ese pretendido derecho, el “derecho a decidir”, por parte en primer término de los catalanes, si Cataluña quiere y puede ser un Estado independiente y soberano, miembro como tal de pleno derecho de la comunidad política internacional, no existe. Radical y tajantemente, no puede existir, por la sencilla razón de que nunca ha nacido. Y no se pueden “inventar” los derechos, dentro de ninguna filosofía jurídica moral y racionalmente aceptable. Cataluña, no sólo es parte de España  -parte fundamental, digna de la mayor admiración y sobre todo, para mí, parte entrañable- sino mucho más. Cataluña es co-fundadora y constituyente de España y, en consecuencia, del Estado español o, dicho con mayor rigor, en el orden internacional, del Reino de España. Y lo que, en su día se constituyó, hace más de cinco siglos, no puede disolverse sin más. Cierto es que, de un modo más o menos similar o analógico, en el ámbito del Derecho privado la mayor parte de los actos, y de los negocios jurídicos de los que nacen situaciones determinadas, con sus consiguientes efectos, son revocables, rescindibles o resolubles, pero es rigurosamente necesaria la concurrencia de una causa de revocación, rescisión o resolución, contenida en una norma jurídica. De la misma manera, en la esfera del Derecho Internacional público, existen también normas e instituciones, nacidas o derivadas de las fuentes de tal ordenamiento, para que pueda producirse la disolución de un Estado, o la desmembración del mismo. Esto, desde luego, tampoco constituye ninguna atadura perpetua. Continuando con el símil, no ya los derechos, sino también las cargas, pueden terminarse, como se resuelven los arrendamientos, se extinguen las servidumbres o se redimen los censos. Por ejemplo, y viene muy a cuento, la rabassa morta, que no es más que un censo enfitéutico, pero para ello han de cumplirse los supuestos de redención que exige el moderno, abierto y secuencial Código Civil de Cataluña, emanado de la potestad legislativa del propio Parlament. Y otro tanto cabría decir de otras figuras o tipos de derechos de larga duración en el tiempo por razón de su propia naturaleza. Nada es ni puede ser eterno, pero todo debe y, en consecuencia, siempre ha de ser justo. La justicia, antes que una institución política y jurídica y un conjunto de órganos para que pueda ser declarada y ejecutada, es una virtud moral, que consiste en “dar a cada uno lo suyo” y el instrumento para que pueda realizarse y hacerse efectiva tal virtud moral es el Derecho. Todo, pues, ha de cruzar el tamiz que éste dispone, y no puede bastar, para alcanzar la posibilidad lícita y legítima de ejercitar ese pretendido y referido derecho, que tal pretensión tenga su base en el sentimiento, por muy acendrado y amplio pudiera ser éste. Los catalanes, cada uno de ellos, podrá sentir lo que sienta, porque en cuanto al sentimiento no es posible establecer norma alguna, pero de lo que carecen todos ellos juntos, si tal unanimidad pudiese ser alcanzada, es de la posibilidad lícita de ejercitar una facultad de la que ninguno dispone. Sería esto algo muy parecido a “el derecho a decidir” que se extinga la acción hipotecaria antes de cumplirse los veinte años para su caducidad, unilateralmente por parte del deudor hipotecario, porque así lo sintiese éste. Rectifico: No sería algo muy parecido. Sería algo mucho más grave.

No voy yo a abundar en la “letanía” en que incurren los políticos, los contrarios al propósito de celebrar la ya casi celebre “Consulta soberanista” patrocinada por el Honorable Sr. Mas. Los “referedums”  -podría y he estado a punto de escribir referenda, pero no quiero ser tan cursi-  son más bien propios de los regímenes dictatoriales y no de los Estados de Derecho. Mucho menos recurriré al indignante asunto que desde finales del mes de Julio pasado ocupa a todos los periódicos, porque, cualquiera pueda ser la verdad, ésta no añade ni quita argumento alguno, en un sentido o en el contrario, en lo que atañe a si Cataluña puede y debe ser un estado soberano. Los delitos cometidos por cualquier persona, a mí personalmente siempre me conducen al aforismo atribuido a Carnelutti, o bien a nuestra Concepción Arenal: “Odia el delito y compadece al delincuente”. Nada más. Porque pienso que los efectos de todo delito deben limitarse al sujeto individualmente responsable del mismo, y que ahí termina todo en lo que concierne a las colectividades a las que pertenecen los delincuentes, cualquiera sea el signo de las mismas. Ni los que negamos el pretendido derecho de Cataluña, ni los que lo afirman,  podemos ver reforzados ni disminuidos, respectivamente, nuestros argumentos básicos por el hecho  -de resultar éste cierto, según parece- y en consecuencia solamente el Sr. Pujol i Soley puede ser responsable  -prescripción aparte, lo que haría miserable y cobarde su autoconfesión-  de su reiterada conducta criminal, tan repugnantemente cínica como exorbitantemente dramática.

Tampoco apelaré yo a la vigente Constitución Española de 1978, que es la que nos rige y rige a Cataluña. No lo haré por muchas razones, algunas de las cuales no habrían de ser muy aceptables para los catalanes, ni lo son para mí, aunque para todos resulten difícilmente discutibles o cuestionables. Mis argumentos, históricos, políticos y jurídicos, alcanzan a varios siglos antes del año 1975, en el que desaparece la Dictadura del General Franco y se promulga, tres años más tarde, la vigente Constitución Española. Por eso, a título de mero recorrido histórico, podríamos partir del día 15  de Febrero de 1412, en que se otorgó la Concordia de Alcañiz, reunidos en esta ciudad los representantes de la Generalidad de Aragón, y en Tortosa los de la de Cataluña. Los de Valencia, se reunieron en otros dos lugares, y Mallorca no estuvo presente. Este Tratado fue el frontispicio y puerta de otro más definitivamente transcendental, el Compromiso de Caspe, celebrado en 25 de Junio del mismo año,  por el que, Aragón, Valencia y la propia Cataluña, con la única ausencia de Mallorca, determinaron libremente, y sin intervención alguna de nadie más, que, muerto sin descendencia el Rey Martí el Humà, el 31 de Mayo de 1410, sería Rey Fernando de Antequera, un Trastámara castellano. “Item, los ditos diputados, sindicos et procuradores del dito parlament de Aragon et los ditos embaxadores, sindicos et procuradores del dito principado de Cathalunia, por ellos e por sus aderentes et aderer querientes firmorum et otorgorum…! Etc. etc.

Si el esencial principio “pacta sunt servanda ”, obliga a cumplir todo contrato, mucho más obligan aún los Tratados, digamos “internacionales”,  de conformidad con el artículo 26 de la Convenciones de Viena de 1969 y 1986. ¿No pretende el Sr. Mas, que Cataluña ingrese en la Unión Europea? ¿Qué es eso de que la Historia y el Derecho no significan nada? Claro que significan. Lo son todo. Lo que no puede significar nada, en orden al fin que se pretende, son las cadenas trenzadas de manos, clamando al cielo, por muy pacíficas y civilizadas sean, como tampoco sería razonable, sino una barbaridad, que la División Acorazada del Ejercito de Tierra, apoyada por el del Aire y por la Armada, se viesen obligadas a intervenir en Cataluña. Por mucho también que al mencionado Honorable señor no le parezca posible, o alguno de mis buenos amigos se le ocurra pensar que hoy el Estado de esta España democrática y autonómica, carece de los efectivos humanos  -dado que, desaparecido el servicio militar obligatorio, la mayoría de sus soldados son “bajitos”-  y los materiales precisos para poder ser eficaz al respecto. Claro está que los recursos militares disuasorios son más que suficientes, por mucho que no lo parezca. Y naturalmente que se usarían, como se usaron cuando, el día 6 de Octubre de 1934, don Lluis Companys proclamó el Estado catalán.

El matrimonio de Ferran II de Aragón  -y de Cataluña-  con Isabel I de Castilla, sin solución de continuidad, y de tradición comúnmente gloriosa hasta aquel Borbón francés llamado Felipe V,  selló y cerró para siempre la posibilidad de desmembrar lo que tantos esfuerzos comunes costó unir y representó para todos, pese a lo que, en 1700 nos deparaba el destino. Pero la Diada, es también de todos, no sólo de Cataluña, porque todos también podríamos sentirnos históricamente agredidos por aquel francés, y maltratados por la preterición  del Archiduque Carlos de Austria, Rey de Hungría y Bohemia, de Cerdeña, Nápoles y Sicilia, para la instauración artificial de la “peste borbónica”. Todos los españoles, no sólo los catalanes. Nadie tiene la culpa de eso. Ni el propio Rey Fernando, el Católico, un Príncipe real, de verdad, cuya conducta política inspiró la famosa obra a Niccolò dei Machiavelli, tan celebrada por todos los filósofos sociales y politólogos, de su época y de todas las demás épocas. Aún hoy mismo, sigue siendo frecuente en muy diferentes autores la creencia de que la figura de Fernando el Católico  -un catalán co-fundador de España-  sirvió de inspiración a Nicolás Maquiavelo para escribir “El Príncipe”. Y esto, tampoco puede tener vuelta de hoja. Lo que pasó, o ha ido pasando, en el transcurso del tiempo, puede tener, en sus errores  -que sinceramente me parecen también recíprocos- la reparación necesaria, sin duda asimismo posible, pero en modo alguno puede inventarse el exorbitante y estrambótico “derecho” a destruir un Estado, porque ello está radicalmente en contra del propio Derecho Internacional, y de las normas jurídicas que éste establece.

La Dictadura, en España entera, del General Franco, fue injusta y realmente oprobiosa para todos, no sólo para los catalanes, aunque inicialmente hubiese sido necesaria, y por tanto, también, en su origen, más que justificable, contra la barbarie y el caos. Desde luego para Cataluña, lo fue de un modo especialmente sangrante, hasta constituir, durante la mayor parte de tan larga etapa, un verdadero genocidio cultural. La prohibición a los catalanes de usar su propia lengua, constituyó un delito execrable y canallesco porque resulta intrínsecamente inmoral y contra natura prohibir a las personas hablar en la lengua que les hablaron sus madres en la cuna. Yo no he sufrido esa sacrílega profanación y, en consecuencia, no puedo saber hasta qué punto pudo ser lacerante, tanto para las madres como para los hijos. Pero, quizá, aún fue más doloroso para los catalanes que los demás españoles, por pura ignorancia  -quiero pensar, en la mayoría de los casos y de las ocasiones-  despreciasen esa noble lengua hermana e insultasen tan gravemente a sus conciudadanos de Cataluña lanzándoles al rostro aquella salvaje expresión, que casi me avergüenza reproducir, de “habla en cristiano”. ¿Acaso no era tan “cristiano” el catalán como el castellano? ¿No será más rica y culta una nación, aunque sean varias, o el Estado en que se organiza, o se organizan, cuantas más lenguas se hablen dentro de sus fronteras? Sin duda jamás se pararon un segundo a pensarlo, tantos energúmenos analfabetos como aún sin duda persisten, quejándose encima de que en Cataluña, o fuera de ella, los catalanes hablasen en catalán. ¿Pues no era lo más natural del mundo? En España, coexistieron siempre diversos pueblos y cada uno de ellos hablaba su propia lengua. Bastaba ya con que, por circunstancias de la Historia, una de esas lenguas hubiese terminado siendo la oficial del Estado, pero no por ello podían dejar de ser, el catalán u otras lenguas peninsulares, las propias de las colectividades que de modo natural las hablaban. Debo confesar también, con total vergüenza, que a mí mismo, a mis oídos castellanos, pese a ser yo leonés, el oír hablar en catalán no me resultase nada eufónico, lo cual es algo naturalmente inevitable, pero sí pido perdón humildemente por haberlo dicho, e incluso por haberlo escrito en alguna ocasión, creo recordar que en este mismo humilde Blog. En todo caso, la lengua, por importante resulta, no un es factor determinante, como tampoco pueden serlo la religión ni las costumbres, para la constitución de un Estado soberano. En Suiza  -en la Confederación Helvética-  se hablan hasta cuatro lenguas y en Bélgica, dos. El caso de Bélgica puede resultar especialmente significativo, en cuanto Estado totalmente “inventado”, cuyo único fin, o el fin esencial, es el de que los balones, que odian a los flamencos, pero mucho menos que a los franceses; y, a su vez, los flamencos, que recíprocamente odian a los balones, pero mucho menos que a los alemanes, pueden convivir juntos en un único Estado. En un Estado, no sólo de Derecho, sino cultural y tecnológicamente muy desarrollado, económicamente muy próspero y feliz, dentro de un gran bienestar social. Solamente por esto, Bélgica, que dicen reúne ahora un gran equipo “nacional” de fútbol, merecería haber ganado esta última Copa del Mundo que recientemente se disputó en Brasil. En todo caso, resultaría no sólo cómico, sino muy trágico, que mientras los que son mucho más desiguales, se unen, los que somos mucho menos distintos nos separásemos.

¡La autodeterminación! La doctrina internacional del Comité de los Veinticuatro de las Naciones Unidas, para la Descolonización. ¿Todavía no da vergüenza hablar de tal cosa? ¿Acaso Cataluña fue colonizada en algún momento, por nadie, como el Congo, Tanzania, Tokelau, Samoa o Islas Caimán? ¡Qué disparate tan mayúsculo! Únicamente propio de ignorantes. Ni hace falta el menor comentario. Menos aún, si cabe, es posible establecer comparación alguna con lo que ahora mismo se pretende en Escocia, porque resultaría aún más disparatado.

Decía Jaime Balmes (Jaume Llucià Antoni Balmes i Urpià),  aquel gigante del intelecto y el espíritu, gran catalán, sin dejar nunca de ser un gran español, inserto en Madrid en la política española, como servicio a España, Catedrático de Matemáticas, y de acendrada y rigurosa formación científica y filosófica, tomista único entre todos, que mereció ser llamado por el Papa Pío XII “Príncipe de la Apologética moderna”, decía Balmes, que Cicerón acertó con la más admirable definición, cuando dijo que la libertad  consiste únicamente en ser esclavo de la ley. “Trastornad ese orden  -sigue diciendo Balmes-  y mataréis la libertad. Suprimid la ley y reinará la fuerza; quitad la verdad y entronizaréis el error; abandonad la virtud y encontraréis el vicio. Sustraed el mundo a la ley eterna, que abarca a todo hombre y a toda Sociedad y no quedará ya nada sino el dominio de la fuerza bruta”. ¡Con qué eco tan profundo suenan hoy en toda España, las palabras de aquel sabio y honesto hombre! Dios quiera que al fin terminen sonando aún con más fuerza en toda Cataluña, su patria, que por ser también España debe ser asimismo patria de todos los españoles.

Luis Madrigal