lunes, 1 de febrero de 2010

LOS PROFETAS


Cuando yo era un niño de corta edad, creía que los profetas eran unos señores que adivinaban el futuro, así como hoy lo hacen -pero mucho mejor que estos vividores de nuestros días- esos "videntes", que anuncian que el fin del mundo, o una gran catástrofe, o un acontecimiento feliz, todo da igual, sucederá en una determinada fecha. A tal fin, suelen vestirse estrafalariamente de túnicas y rodearse de velas y otros muchos artilugios propios de este rentable oficio de "adivinos". Después, ya en edad más seria, alguien me dijo que no era así, sino que la propia palabra "profeta", derivaba del infinitivo griego "profenomai", que en castellano significa literalmente "dar testimonio", lo cual, en toda sociedad, equivale a ser testigo, como en los juicios, pero mucho más en serio, sin prestar falso testimonio, como en ellos es habitual. ¡Cualquiera testifica en juicio diciendo la verdad, si ésta perjudica, no diré ya a su jefe, sino hasta al vecino de enfrente, al que tan sólo se conoce del saludo matutino o vespertino, al cruzarse en la calle!. Desde luego, en tal caso, mejor no aparecer por el Juzgado, aún a riesgo de ser conducido al mismo por la fuerza pública, pero si no hay más remedio... ¡hala, a decir lo que más convenga a quien más pueda favorecer a quien testifica, o menos le pueda perjudicar. Por eso, la prueba testifical, en la práctica jurisdiccional española, al menos, sea en la clase de juicio que sea, está ya tan sumamente desacreditada. Hasta tal punto lo está, que incluso los propios Jueces, contra lo dispuesto en la Ley, en algunos lugares, por ejemplo aquí en Madrid, bien en Plaza de Castilla bien en Capitán Haya, limitan el número de testigos. ¡Sólo tres! Para legalizar esta medida arbitraria y discrecional, están las Juntas de Jueces, del lugar, que así lo deciden un tanto caprichosamente, pero puede que tengan razón, porque la mentira cuantos menos la digan mejor para la verdad, que desde luego casi nunca resplandece en los Juzgados, tal vez por estar éstos organizados por los hombres y ser éstos también los que han de prestar testimonio, "bajo juramento".

Dar testimonio. Esta es la cuestión. Como queda ya apuntado, su importancia no es la de hacerlo en juicio, civil o penal, ante la Justicia humana, no. La importancia de dar testimonio, tan sólo se produce, o cobra toda su magnificencia, cuando se trata de dar testimonio de la Verdad, más que de "decir verdad", una verdad que casi siempre es mentira. Profeta, pues, es el que da testimonio de la Verdad. Con mayúscula, sí, porque, algunos, ya sabemos -lo creemos firmemente- quien es no sólo la Verdad, sino también el Camino y la Vida. Esta transcendental cuestión, poco propicia en los tiempos que corremos a constituir un paradigma, comenzó allá aproximadamente 600 años antes de Jesuscristo (aprovecho para decir, de paso, que sólo Él es la Verdad, el Camino y la Vida), con uno de los Profetas más desdichados en la historia de la verdad profética: El Profeta Jeremías, que tuvo, nada más y nada menos, que anunciar a su pueblo la ruina total de Israel, cosa que no gustaba nada a los israelitas de entonces, aunque pudiera gustar mucho a los palestinos de hoy. Jeremías, hombre de corazón tierno y sensible, es elegido por Dios. "En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré... Yo te haré ciudad fuerte, columna de hierro, muro de bronce". Jeremías, es un Profeta elegíaco y, por ello, sus lamentaciones resuenan con honda gravedad, patética y conmovedora, pero para ello necesita la ayuda de Dios y ser hecho columna de hierro y muro de bronce, para que aquellos a quiénes va a anunciar la Verdad no le destruyan. Ya se sabe que a todos los verdaderos profetas, que son los que dicen la verdad, casi siempre, suelen cortarles la cabeza. Esto, pertenece al Antiguo Testamento. Pero, como ya he dicho, unos 600 años más tarde, en la Sinagoga de Nazaret, otro judío, hijo del Carpintero de la localidad, se atrevió a decir: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Esto es, lo que dijo Jesús no fue ni más ni menos que esto: ¡Eh, que ese del que habla la profecía, soy Yo...! Ya estoy aquí para curar a los enfermos, redimir a los cautivos, resucitar a los muertos... Yo, soy la Verdad... y Dice el evangelista San Lucas: "Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba".

Hoy, después de más de veinte siglos, Jesús de Nazaret ya no está entre nosotros. No puede ya hacer nada por sí mismo, pese a ser el enviado del Padre... Volverá nuevamente a la tierra, pero, entre tanto, tan sólo quienes libremente decidan tratar de hacer lo que Él hacía, luchar frente al mal y la injusticia, amparar a los más pobres y humildes, a los desdichados, víctimas de la Historia y de la injusticia humana, y acercarse a los pecadores, comer con las prostitutas, acompañar a los abandonados de la suerte y el destino, a quienes sangran en medio del dolor... sólo esos pueden ser y son Profetas. Los Profetas no son, ni pueden ser otra cosa, sino la respuesta de los hombres, ante la ausencia de Dios sobre la tierra. Es decir, ser Profeta, no es más que ser una alternativa de Dios... Y por ello hay ahora algunos, o muchos, en Haití y en otros lugares quizá nunca dichos ni conocidos, que son verdaderos Profetas. En uno de esos archivos ppt, o pps, a los que no soy demasiado aficionado, obervé no obstante una vez, que una niña ciega, de rodillas, en una Estación de Ferrocarril, o en un Aeropuerto de los Estados Unidos, vendía quisicosas para poder ganarse el sustento, y era atropellada materialmente por la prisa de los viajeros, para tomar el tren o el avión, no recuerdo muy bien. Y cuando la niña ciega ya había sido pisoteada y toda su "mercancía" se encontraba dispersa por el suelo, un señor se acercó a ella, secó sus lágrimas, le dió un beso y le ayudó a recoger sus golosinas, dándole además una cantidad de dinero. El señor, perdió el tren, o el avión, pero entonces la niña, mientras se secaba las últimas lagrimas, preguntó a aquel hombre: "¿Señor, es usted Jesús?". Me quedé pensativo aquel día, mientras me preguntaba a mí mismo: ¿Acaso alguien puede llamarse cristiano si no es interrogado del mismo modo en que lo hizo aquella niña? ¡Ánimo, Profetas y Profetisas de todos los países del mundo.! El Señor, está con nosotros y nos hace "columna de hierro" y "muro de bronce". Luis Madrigal.-

Arriba, "El Profeta Jeremías" (Miguel Ángel)