miércoles, 28 de junio de 2023

EL SENTIMIENTO DE LA FE

EN EL TIEMPO DIVINO




A mi buen amigo, el filósofo judeo-cristiano Antonio Escudero Ríos


Dios es eterno y, por tanto, se encuentra fuera del tiempo, ese misterio que nadie puede saber lo que es ni nadie puede explicar racional ni científicamente. Naturalmente, me refiero al tiempo filosófico, no al tiempo físico. Pero, aún así, dentro de ello, y sobre todo en relación con el tiempo humano, con los momentos que cruza cada persona, a lo largo de su vida, también cabe hablar de un tiempo divino. El tiempo, o el momento, en el que Dios parece hacerse presente en el hombre y atender solícita y amorosamente las necesidades más íntimas de su espíritu.

A ello se refiere, sin duda, el Profeta Habacuc, uno de los Doce menores del Antiguo Testamento, en el Texto bíblico 2:3 de su Libro. Pueden coexistir armónicamente, en el orden semántico, varias traducciones de este mismo texto al castellano. Y puede también que la más rigurosa y científica sea la que acoge la "Nueva Biblia de Jerusalén", de reconocido prestigio y rigor entre los especialistas: "Porque tiene su fecha la visión, aspira a la meta y no defrauda; si se atrasa, espérala, pues vendrá ciertamente, sin retraso" (página 1374 de la Biblia de Jerusalén. Desclée De Brouwer. Bilbao 1998). Sin embargo, hoy, elijo  la que ofrece mi buen amigo y maestro, Don Antonio Escudero Ríos en la última entrada de su Blog de Internet: "Las cosas que planeo no ocurrirán tan pronto, pero con toda seguridad ocurrirán. Aunque pienses que se demoran en cumplirse, no te desesperes. ¡Todo acontecerá en el día que he señalado!

En esencia, ambas traducciones coinciden exactamente y viene a proclamar la misma realidad, en una interpretación espiritualmente libre. Dios tiene su propio tiempo para actuar, aunque nosotros de manera inconsciente pretendamos que Él se mueva a nuestro mismo paso y en nuestro mismo tiempo. Y por ello, es esencial tener en cuenta que lo que para nosotros es tarde, para Dios aún es pronto, o no ha llegado el momento.

Aplicada esta interpretación a la petición de la Fe por medio de la oración, la profecía de Habacuc no puede resultar más contundente y esperanzadora. Ya San Juan Pablo II, en la larga entrevista que concedió al periodista italiano Vittorio Messori y que editorialmente éste editó bajo el título "Cruzando el umbral de la Esperanza", respondió luminosamente a la cuestión de la Fe, y de un modo literal: "Jesús quiere despertar en los hombres la fe, desea que respondan a la palabra del Padre, pero lo quiere respetando siempre la dignidad del hombre, porque en la búsqueda misma de la fe está ya presente una forma de fe, una forma implícita, y por eso queda ya cumplida la condición necesaria para la salvación." ¡Que maravilloso consuelo que actúa, a la vez, como clavo ardiente al que aferrarse en los angustiosos momentos de la duda, soberbia y racionalista!

Y si ya el mero hecho de buscar a Dios, constituye una forma de Fe, cuánto más habrá de serlo ponerse humildemente de rodillas suplicando el don de la Fe. Porque la Fe, aunque San Pablo diga que "entra por el oído"  -lo cual es efectivamente cierto-  fundamentalmente es un don de Dios, que Él otorga a quien quiere y cuando quiere, según acostumbra decirse sopla su Espíritu. ¡Y cuánta razón, al efecto, tenía Antonio Machado, cuando escribió aquellos Tres Cantares enviados a Unamuno en 1913!:

I

Señor, me cansa la vida,
tengo la garganta ronca
de gritar sobre los mares,
la voz de la mar me asorda.
Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
solo, con el mar a solas.

II

O tú y yo jugando estamos
al escondite, Señor,
o la voz con que te llamo
es tu voz.

III

Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás,
y en todas partes te encuentro
sólo por irte a buscar.

Antonio Machado


¡Sólamente por el hecho de buscar a Dios, puede encontrársele ya! La oración sincera pidiendo la Fe, sin duda ha de producir el incremento de la ya "implícita", como afirmaba San Juan Pablo II, aunque, pienso yo, más que el incremento de la Fe  -fuera la que fuere la intensidad de la que se tiene, poca o mucha-  lo que el ser humano necesita como el beber  es el sentimiento interior de la Fe, base y fundamento de las otras dos virtudes teologales, la Esperanza e incluso la misma Caridad. ¿Porque cómo podré esperar, e incluso amar, si no siento que creo...?

Ese "sentimiento", llegará a su tiempo, el tiempo de Dios, no en el de nuestro humano tiempo.

Luis Madrigal