sábado, 26 de abril de 2014

SOBRE LA RAZÓN HISTÓRICA



CONTINÚAN
LAS PUGNAS, HERIDAS, CAPTURAS, EXPOLIOS, DESOLACIONES…
  y, por ello, LA REIVINDICACIÓN LEONESA DE LEÓN




No deseo, ni mucho menos, parafrasear ni imitar el título del libro con el que, en el año 1979, la Revista de Occidente, con Nota preliminar de Paulino Garagorri, refundió cinco lecciones de Ortega dictadas en la Universidad de Buenos Aires en 1940, y otro curso sobre el mismo tema, en la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa en 1944. Aquellas lecciones magistrales eran por completo abstractas y lo que humildemente yo mismo me propongo ahora es simplemente invocar una razón histórica muy concreta y si se quiere de orden menor. Pero al mismo tiempo me parece que de rigurosa y estricta justicia. Al menos, para poder estar en paz conmigo mismo. Para Ortega la razón histórica, es una razón narrativa. El hombre es hoy lo que es porque ayer fue otra cosa y, por ello, para poder entender lo que hoy es basta con que nos cuenten lo que ayer fue. Sin embargo, en lo que respecta a León, al viejo Reino y a la Ciudad capital del mismo, me parece a mí que la realidad actual se encuentra dislocada, sacada de su verdadero sitio, si se considera lo que León fue, o mejor dicho ha sido en la Historia de España.

Puedo asegurar que el mapa que precede a este texto, no lo he inventado yo, en una exaltación del ánimo causada por el deseo de dotar de antigüedad, importancia y protagonismo histórico a mi natal y bimilenaria Ciudad de León (por cierto, por la que el propio Ortega fue Diputado en la II República) sino que puede acreditarse el carácter objetiva y genuinamente científicos de las fuentes utilizadas para su elaboración. Como éste simple mapa, al mismo tiempo tan significativo y elocuente, sin duda, pueden encontrarse otros muchos, tanto anteriores, relativos a la geografía y la historia de los pueblos pre-romanos, como coetáneos a la romanización de España y posteriores, ya superada la Hispania romana, en el marco histórico del Reino visigodo. No digamos durante la crucial etapa de Alfonso VI, en el que León tuvo a su merced y constante amenaza a las Taifas musulmanas de todo el Oeste de la península, hasta alcanzar el Sur.

Tampoco me he inventado yo el título que, a su vez, precede al mapa. Esto es, en síntesis, el argumento precedente del precedente, pese a invertirse el proceso lógico entre ambos. Las pugnas, heridas, capturas y expolios sufridos por León, en suma cuantas injusticias y ofensas objetivas le han sido inferidas ya desde siglos, ha conducido a la paradoja de que hayan sido los leoneses los obligados a reivindicar a León -como realmente paradójico resultaría reivindicar “la condición atlante de la Atlántida”-  y todo ello, incluida esta última expresión, se debe al periodista y escritor leonés Juan Pedro Aparicio, batallador infatigable al respecto, quien ya lo introdujo en el ensayo, contenido en un libro de 150 páginas, publicado en el año 1981. Juan Pedro Aparicio, evoca en el frontispicio de aquel texto el “Nimitur in vetitum”, de Friedrich Nietzsche. A mi modesto juicio, debió añadir el resto de la frase (“…semper copimusque negata”), para completar la profundidad de la evocación y, con ello, lo que desde siglos significa para los leoneses, como entonces sucedía y sigue sucediendo hoy. Porque, efectivamente, los leoneses (que no somos eso que el despotismo político actual ha querido llamarnos, de “castellano-leoneses”), trataremos siempre, mientras vivamos, de conseguir lo que se nos ha prohíbido y siempre anhelaremos, en lo más hondo de nuestro ser, lo que se nos ha negado. Ser simplemente lo que somos, sólo leoneses. Nada más. Sin embargo, tengo que discrepar del propio Nietzsche, en cuanto a lo que tan felizmente se promete a sí mismo, al triunfo de su filosofía, con el argumento de que lo único que siempre se ha prohibido es la verdad. Transcurren las décadas, sin que haya sido alterada la doctrina del Tribunal Constitucional, respecto a la apertura permanente del mapa autonómico de España, y no parece sino que la verdad de León continúe prohibida y se reproduzcan con ello incesantemente todas las situaciones que Juan Pedro Aparicio denunció en su ensayo de entonces. El León originario, de más de dos mil años de historia; después pugnaz y defensor del Ordo Gotorum frente a la invasión árabe; el León asaetado y herido en Tamarón, capturado y cobrado más tarde por la “navarrización”, que dará lugar a que el hijo de un leonés  -elevado a los altares-  detenga el reloj de la historia leonesa en 1230; los negociantes de la Mesta y la Guerra de los Comuneros; el León despojado y arruinado desde 1521, crucificado y despreciado en el siglo XIX, continúa hoy, tras esa barbaridad que llaman las “Comunidades Autónomas”, absolutamente ignorado. Tenía entonces mucha razón Juan Pedro Aparicio cuando afirmaba que, más o menos cada cuarenta años, muestra España al mundo su capacidad para negarse a sí misma, suplantando su verdadera historia real por otra que jamás existió. Esa es la lacerante y oprobiosa situación en que se ha situado a León en el contexto actual y vigente de las nada menos que 17 Españas, alguna de ellas sin el menor peso en la Historia. Porque, al propio tiempo, contradictoriamente, todavía persiste en un cuartel entero de su escudo nacional ese León rampante, linguado, uñado y coronado, por el que también Cristóbal Colón, arrodillado en Guanahani, halló América, y que antes había vertido a torrentes su sangre para ofrecer a España triunfos y gloria.

Se ha llegado a poder decir  -y clamar-  que “Teruel existe”, pero ni en los informes meteorológicos, en los que se pronostican borrascas o anticiclones sobre la más amplia geografía de la España actual, se tiene para nada en cuenta a León, del que siempre se habla muy de pasada y en un segundo plano, a diferencia de Cáceres o Badajoz, cuya ubicación figura perfectamente resaltada en la franja vertical oeste de los mapas. O a ese invento de La Rioja (Logroño se fundó en el año 1095), o no digamos al referirse a la “Cordillera Cantábrica” , de la que León forma tanta o más parte que Asturias o que la misma Cantabria, porque también León es astur y es cántabro. Los hijos del Esla, el Río Astura, los astures cismontanos, o lancienses, tan astures como los transmontanos, como “los de las Asturias de Oviedo” (según dice literalmente un arbitrario romance popular en torno a un cantar de gesta a los que se pretende dotar de rigurosa realidad histórica), es decir, nosotros, los que nunca gritamos y permanecemos siempre en silencio, con absoluta lealtad a España, hemos sido borrados de un plumazo del mapa de su Historia, a pesar de haberla creado varios siglos antes de que existiese Castilla. En cualquier caso, la fundación de Oviedo es del siglo VIII, y Santander, como podrá observarse, ni figura en el mapa de Hispania que precede, pese a ser, posiblemente, el Portus Victoriae Juliobrigensium, aunque sí figure en el mismo Flaviobriga, que no es Santander, sino Castro Urdiales. Para qué hablar ya siquiera de ese páramo de Valladolid, que pese haber sido cuna de Felipe II, se fundó en el año 1072. O de Burgos, que no sólo es la verdadera Castilla, sino más aún, “Caput Castella”, y que, a su vez, se fundó, en el año 884, casi dos siglos antes que la mesetaria ciudad del Pisuerga, en la que tan arbitraria como despóticamente se ha establecido la capitalidad de esa híbrida “comunidad” político-administrativa.

En todo caso, excepto las cinco ciudades de la costa hispánica mediterránea, por la que llegó y penetró la lengua y la cultura en la península Ibérica (Emporion, Barcino, Tarraco, Saguntum y Cartago Nova, esta última anteriormente Quart Hadasht), incluidas también Pompaelo, Corduba e Hispalis (y no digamos las fenicias Malacca y Gades), todas ellas más antiguas, no sólo que León, sino también que las situadas al Occidente, es decir, un total de ocho Ciudades, todas las demás, incluso Augusta Emerita y Cesaraugusta, son más modernas, o menos antiguas, que León, re-fundada por Roma en el año 29 a.C. y que, en consecuencia, cuenta en este momento con dos mil cuarenta y dos años que, computando su pre-romanidad  -Legio, antes de Roma, fue Lancia- camina hacia los tres mil años y es actualmente, como mínimo, la décimo-primera Ciudad más antigua de España, en términos absolutos. Si a esto se añaden otras singulares circunstancias, tales como la placa que figura en la Carrera de San Jerónimo, de Madrid, dentro del propio Palacio sede del Congreso de los Diputados  -el Parlamento español-  pienso yo que bien podrían, al menos, los periodistas radiofónicos y los hombres y las mujeres “del tiempo”, cuando pronuncian sus informes, abstenerse, de decir “Castilla-León”, como tan irrespetuosamente en ocasiones hacen. Porque, si no basta con la Placa que en el Parlamento de la España democrática recuerda el día 26 de Abril del año 1188 (hoy, exactamente se cumplen 826 años desde que, en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, se constituyese el primer Parlamento democrático de la Historia en el mundo) podrían invocarse también los nombres gloriosos de Alhandega, Simancas, Talavera u otros lugares donde los leoneses lucharon y vertieron su sangre para reconstruir España. Podría citarse, por ejemplo también, otra fecha, la del día 25 de Mayo del año 1085, en el que Alfonso VI de León, sin nada tener entonces con Castilla, penetró al fin en Toledo por la Puerta de Santiago del Arrabal, recuperando para España la vieja capital del Reino visigodo. Al menos, por favor, háganlo por la antigüedad, que si bien puede que no sea ya un grado, como en el Ejército, sí al menos debe tratarse con la veneración y el respeto que merecen las piedras más entrañables y gloriosas. Estas, las piedras  -con el corazón-  es ya lo único que nos queda a los leoneses. Pero eso, es mucho. Mucho más de lo que nadie nos pueda prohibir o negar, porque vive diariamente con fervor dentro de nosotros mismos.

Luis Madrigal