lunes, 2 de junio de 2014

¡VIVA LA REPÚBLICA!




¿VIVA LA REPÚBLICA?


Quizá aún, a algunos o a muchos españoles, pueda sucederles lo mismo, o algo muy parecido a lo que le ocurría a aquel muñeco radiofónico de José María Tarrasa, “Maginet Pelacañas”, que conocía perfectamente la música pero no sabía la letra, y necesitaba una orquesta para cantar la tabla de multiplicar, la del número 7, a partir precisamente de este mismo número, según creo recordar. La palabra “República” genera temblores, silbidos de balas y sabor a metralla. Esto es la “música”, una música estremecedora, pero no es la letra, el contendido de la res pública. En las organizaciones, o más bien meras situaciones, en las que el poder político se ejerce sin un título de legitimidad, no puede hablarse propiamente de un Estado, o todo lo más de un Estado dictatorial y despótico, en el que se quebranta y pisotea la libertad, que es el bien ontológico más sagrado del ser humano. Para evitar tal oprobio, las formas de legitimación del poder en un Estado de Derecho, pueden ser dos. La Monarquía, en la que la legitimación del poder se produce mediante la sucesión dinástica, dentro de una determinada familia, y la República, en la que tal mecanismo se opera mediante la elección directa por parte de los ciudadanos. Estas dos notas son, respectivamente, lo que esencialmente caracterizan a una y otra formas políticas, que un Estado de aquel carácter puede adoptar. Y ciertamente, las dos veces que España ha intentado regirse por dicha última forma, han resultado dos sonoros fracasos. La última de ellas, más que sonoro, dado que el estruendo de los cañonazos y de los obuses de aviación es uno de los ruidos más molestos, sobre todo cuando son sangrientos y dejan tras de sí  -aún ni se sabe con exactitud cuántos-  centenares de miles de muertos. Y no desearía yo para España, ni para ninguno de mis compatriotas, semejante canallesca barbarie.

Sin embargo, también creo debe recordarse que, si bien todas las grandes naciones -Roma, por ejemplo- comienzan teniendo una constitución monárquica, un Rex, la gran nación latina, cuna de la cultura y la civilización occidental, no llegó a tener sino hasta siete y, contando con que Rómulo, el primero de ellos, se hunde en la leyenda de Alba Longa, desde Anco Marcio a Tarquino el Soberbio, se quedan en seis. Después surje la República, con esas simbólicas siglas, que aún permanecen en muchos rincones de la Ciudad eterna, S.P.Q.R. El Senado y el Pueblo de Roma. La mayor parte de las naciones, según me parece, terminan adoptando constituciones republicanas, sin privilegios de ninguna familia para asumir la Jefatura del Estado. Ciertamente no se podrá decir que Inglaterra, el Benelux o las tres naciones nórdicas, Dinamarca, Noruega y Suecia, sean países poco cultos o desarrollados políticamente, y sin embargo sus Estados nacionales revisten forma de Monarquía, a diferencia de la contigua y adyacente Finlandia, que es una República. Pero, en aquéllos casos, bien pudiera decirse que se trata de “repúblicas coronadas”. Muy en general, y sin contradicción, también podría decirse que, a la forma republicana del Estado, tan sólo pueden aspirar las naciones especialmente cultas y desde luego económicamente prósperas, y cierto es también que España aparentemente ha avanzado, aunque a veces cause la impresión de hallarse todavía en las más bajas cotas culturales y no digamos, en este momento, económicas.

Así, pues, ¿resulta ya más conveniente, más justo, mejor, para España, seguir manteniendo su forma monárquica del Estado, o tal vez ha llegado el momento, en un breve futuro, de proclamar la III República Española? En general, y en abstracto, ambas formas, la monárquica y la republicana, poseen ventajas e inconvenientes. El punto fuerte y más ventajoso de las Monarquías es el de que el Rey no pertenece, ni puede pertenecer, a ninguno de los partidos políticos que se disputan las funciones de Gobierno y Administración, y en teoría esto es una muy saludable ventaja. Pero, ¿alguien puede imaginarse  -es un mero ejemplo, como tantos otros que se podrían proponer-  a don Alfonso Guerra, o a este jovencito melenudo, tramontano y montaraz, del mismo nombre de aquel linotipista de El Ferrol, ejerciendo las funciones de Presidente de la República? ¡Dios nos libre!

Por ello estoy persuadido, no obstante, de que un día llegará en el que esta función, la de Presidente de la República, pueda recaer en persona, popularmente elegida, pero no entre los miembros de ningún partido político, y menos aún entre ningún personajillo de tres al cuarto, más o menos indocumentado o hasta analfabeto, de cuya especie y condición los hay, por ejemplo en el PSOE, con toda seguridad, a patadas. Y muy probablemente también en cualquier otro partido político. Un Presidente de la República, elegido por un pueblo culto, informado y sensible, entre verdaderas personalidades, asimismo de la ciencia, de la cultura o del arte, sería una forma perfecta, y no sería ya una “república coronada”, sino una república culta, moderna, justa, eficaz y digna de ser querida. Esto que, inevitablemente, se nos viene encima, por mucho que mejore lo anterior, ni ha sido querido expresamente por el pueblo  -en el referéndum para aprobar la Constitución Española de 1978, no se dispuso una pregunta específica, al margen del resto del contenido del Texto constitucional, acerca de la forma del Estado-  ni menos aún, en este caso, puede revestir el menor tinte monárquico un heredero de la Corona que no contrae matrimonio con una princesa real de otra Casa reinante. Si el que pudo ser Alfonso XIV, un jurista más que aceptable, no llegó a serlo porque (además de la canallada de casarlo con una nieta del Dictador), su padre, el hijo mayor de Alfonso XIII, había contraído “matrimonio morganático”, qué podría decirse del contraído por el que hoy se ha postulado como el futuro Felipe VI. Puestos a elegir, dudo si no quedarme con aquella señorita noruega que hacía publicidad de lencería.

En cualquier caso, en estos cruciales y arriesgados momentos, España necesita un Rey. Un Rey de todos, que pueda exhibir e invocar la tradición histórica, tanto por traer causa de Isabel I de Castilla, como de aquel Fernando de Antequera, libremente elegido en 1412 para ser Fernando I de Aragón y, por ende, de Cataluña. Un Rey que, además de haber sido Príncipe de Asturias, también lo haya sido de Gerona.

Pero mucho me temo  -es un decir, ya que su opinión no es nada relevante-  que a los españoles, muy en general, les suceda al respecto lo que ya decía al principio sucedió a aquel Maginet Pelacañas. Vean, vean lo que pasaba entonces en el video que sigue.

Luis Madrigal






En la imagen de arriba,
el escudo de los Reyes Católicos