viernes, 24 de octubre de 2008

ERASMO



Podrian suponer algunos de "ustedes-vosostros", como dicen los andaluces, que bajo el título de esta entrada de hoy, no podría caber otra cosa, comentario o referencia alguna a ningún otro personaje sino a aquel genio de Rotterdam, nacido en esta misma ciudad de los Paises Bajos en 1469 y muerto en Basilea en 1536. A aquel eximio filósofo, teólogo y humanista que revolucionó intelectualmente a toda Europa, desde aquella conferencia pronunciada en Oxford, precisamente sobre San Pablo, cuyo 2000 aniversario de su nacimiento este año celebramos, y que posteriormente explicó Teología en Cambridge. A aquel gran hombre, elogiado por Lutero, pero que no se inclinó hacia ninguno de los dos bandos de la Reforma, pese a que el Concilio de Trento prohibió la lectura de sus obras, las tachó y las incluyó en el "Indice". Pero, no. Resultaría excesivamente complicado dedicar una entrada de Blog a un personaje de tal dimensión, porque, no sólo "se saldría" de tan pequeño escenario, sino que hasta dificilmente podría caber en un tratado. Por eso, el Erasmo al que hoy yo quiero recordar, en un homenaje de nostalgia y sentimentalismo biológico, y pese a apartarse diametralmente en tamaño de su gigantesco homónimo -aunque quizá no en afán e inquietud por el saber- es a uno de los más celebrados bedeles de mi Instituto de Enseñanza Media "Padre Isla", de León, que ejerció no tanta y profunda influencia como el de Rotterdam en la actividad académica de los años 40-50, pero sí, sin duda, mucho más grata, porque su misión más importante era la de anunciar a los catedráticos y profesores el fin de la clase, momento éste especialmente feliz. De pronto -aunque ya algunos teníamos relojes de pulsera de los que estábamos pendientes- se abría desde el exterior la puerta del aula y surgía alguno de aquellos uniformados funcionarios (traje azul marino, bordeadas las mangas por galones dorados) y pronunciaba sonoramente las palabras rituales: "¡La hora!" ¡Qué felicidad para todos...! Sin duda alguna, este Erasmo nuestro, tan cálido y tan próximo a nuestros juveniles corazones, nos hacía mucho más felices, y le queríamos mucho más, que al otro, al de Rotterdam, tan frío y lejano y, sobre todo, tan complicado de entender. A nuestro Erasmo, no. A él, le entendíamos perfectamente, y además nos encantaba escucharle, hasta el punto de alzarse un clamoroso silencio cada vez que teníamos la oportunidad de hacerlo colectivamente. Como hoy se diría, y se dice, aquello "era una gozada". Así era, en verdad.

Por aquellos años, en mi Instituto, había tres bedeles, debidamente jerarquizados. El principal y jefe de los otros dos (porque era Conserje-Portero), se llamaba Esteban, sujeto de especial mala leche, pero que era conocido, por el inmisericorde alumnado, como
"Besugo", aunque el pobre señor, en realidad, no tenía ni mucho menos cara de pez, sino más bien de bóvido. Yo, le hubiera llamado "Horacio", que, creo recordar, era el nombre de aquella vaca tan simpática de Walt Disney, aunque naturalmente antes tendría que haberme empleado a fondo para cambiar el adusto gesto de Esteban por otro más sonriente y festivo. El segundo, aunque, en realidad en categoría administrativa, era el tercero, tenía el extraño nombre de "Bécares". Todos pensábamos que se trataba de su apellido, pero no, era su nombre de pila. ¡Qué cosas, o vaya nombres!. Bécares, tenía una acentuada cara de "hijo del agro", pero, al parecer, había sido minero, más que agricultor, en las minas de la Montaña y, a causa de una explosión de grisú, tenía la cara quemada a corros y la nariz respingona un tanto carcomida. Era un tipo, más bien insulso y sin la menor chispa, al que el régimen franquista había situado de bedel, tras el accidente. No era "de oposición", sino "de dedo". Como supongo lo serán ahora, tantos y tantos, cada vez que el PSOE se hace con el poder político y el resto de los poderes públicos, aunque sin sufrir accidentes en la mina, sino simplemente por pertenecer a la UGT. Y el tercero -en realidad el segundo, no vaya a levantarse, supongo de su tumba, para entablar un recurso contencioso-administrativo sobre reconocimiento de antigüedad- era este, Erasmo. Y, si el de Rotterdam se dedicó fundamentalmente a escribir, este nuestro era por esencia "Orador", con mayúscula, porque era uno de esos oradores que hubiese necesitado la existencia en León de un "Speakers´Corner", similar al del Hyde Park londinense, para poder ejercitar su arte. Pero, como allí no se disponía de eso, a Erasmo, le entusiasmaba, utilizar esos diez minutos, que a veces llegaban al cuarto de hora, o a la hora y cuarto que solía durar una clase, para aprovechar el retraso o la incomparecencia del Catedrático o del Profesor y, con el pretexto de salvaguardar el orden, pronunciar sus discursos en presencia de todos los alumnos de la correspondiente asignatura, fuera la que fuese: Latín o Matemáticas; Literatura, Filosofía o Ciencias Naturales. En aquellos tiempos, a diferencia de los presentes, en los que los alumnos suelen reirse en su cara de los Profesores e incluso darles una buena paliza, el Profesor era un señor déspota -en general- que "perdonaba la vida" a los pobres alumnos y hacía lo que le venía en gana. Problemas de las dictaduras, he de reconocerlo, aunque ahora haya otros radicalmente contrarios. Recuerdo también a un verdadero sinvergüenza, deshonra máxima del profesorado español, quizá de todas las épocas y lugares, que en teoría "explicaba" Geografía e Historia y que jamás se dignó utilizar el tiempo de clase para explicar ni enseñar nada, sino tan sólo para leer, paseando con el abrigo sobre los hombros -hacía un frío del diablo- novelas de Zane Grey. Se llamaba "Arévalo", era andaluz y nos llamaba a todos sin distinción "mala beztia". Este señor, como digo, era un perfecto sinvergüenza, un estafador -aun del escaso sueldo que percibiría- y por supuesto el culpable de que yo haya tenido que estudiar la Historia del siglo XIX español por mi sóla cuenta. En cuanto a ir o no a clase, eran relativamente frecuentes las veces que los Profesores llegaban tarde o no aparecían. Aquéllo era un Instituto estatal, no el Colegio de los Hermanos Maristas, o de los PP. Jesuítas -S.J.- o Agustinos -OSA-. Y estas ocasiones, eran "capitalizadas" por el bueno de Erasmo, entre el regocijo general, para pronunciar sus piezas oratorias. Erasmo, se situaba en la plataforma destinada al Profesor, delante del encerado, llamado también "la pizarra", e iniciaba su discurso con una reconvención paternal y una llamada al orden y al buen comportamiento. Después, podía acometer cualquier tema de alta retórica, a veces a petición de algún espontáneo situado en las filas de atrás, -en unas encantadoras aulas provistas de escaleras, como en las Facultades universitarias- con intención deliberadamente comprometedora o jocosa. Pero Erasmo, no se arredraba por nada, ni había quien le "echase un toro al corral". Hablaba despacio, pendulando a derecha e izquierda, con ambos brazos extendidos a lo ancho de su envergadura, como si fuera un avión. Unas veces, casi giraba sobre su propia cintura; otras, levantaba del suelo, alternativamente, uno y otro pies. Sólo le hubiese faltado "despegar" y darse unas "pasadas" junto a las lámparas de globo que pendían de los altos techos del aula. Estoy convencido de que Erasmo, antes de la ocupación de bedel, sintió la vocación de aviador, debido quizá a la proximidad de la Base aérea "Virgen del Camino", guarnición del casi recien creado Ejercito del Aire.

Erasmo, evidentemente, no era hombre de gran cultura, por eso era bedel y no catedrático de Filosofía -aunque sin duda ahora, en estos tiempos, podría serlo o, casi indudablemente, lo sería- pero sí de mucha inquietud y ganas de aprender y de saber. Con el paso del tiempo, su figura se ha agigantado a mís ojos y ahora pienso que sus razonamientos y consejos eran altamente saludables. Eso sí, como muchas personas que han captado y formado su vocabulario, fundamentalmente, al oído, Erasmo, nos obsequiaba ocasionalmente con verdaderas "perlas" lingüísticas. Así, en las proximidades del verano -en los años 40-50 hacía también en León, en esa época, un calor respetable- Erasmo dormía con la ventana
"herméticamente abierta". En cierta ocasión, nos dejó un poco preocupados porque dijo estaba a punto de "contraérsele" su hijo mayor, lo que algunos interpretamos como un grave y extraño caso de raquitismo galopante y decreciente, en aquellos pobres, pero muy felices, años de la "Cartilla de Racionamiento", en los que la alimentación no era abundante. Por fortuna, después pudimos saber que, simplemente, se había casado su hijo. Esto es, había "contraido" matrimonio, naturalmente canónico, como mandaba y manda la Santa Madre Iglesia. Lo que no estaba nada bien, es que los no creyentes no pudiesen contraer otro, el civil, por ejemplo (no el del "rito zulú"), salvo necesaria y previa declaración formal y expresa de apostasía, como en su día declaró la Fiscalía del Tribunal Supremo. Eso, también debo admitirlo, no estaba nada bien. Las cosas, como son. Finalmente, y recuerdo que aquéllo fue lo que más gracia a mí me hizo, con ocasión de una tormenta cayó un rayo en las inmediaciones el Instituto y, según Erasmo, con tan desgraciada mala suerte para uno de los empleados de una industria cercana (que quedó calcinado), porque aquel rayo "lo dejó... ¡ileso!".

¡Oh, Erasmo...! ¡Qué gran orador hubieses sido!. Y lo fuiste. Pese a estas pequeñas pifias, siempre reparables con un poco de lectura, a tu lado estos señores que ahora infectan el Parlamento -convetido en
"Leemento"- son una zapatilla, una alpargata sucia y maloliente... En tu glorioso tiempo -lleno también por cierto de grandes oradores, académicos, forenses, litúrgicos, castrenses, o simplemente charlistas de café- sólamente te superó quizá, en León, "Castelar", aquel ciego que vendía el cupón, no muy lejos de nuestro querido viejo Instituto, con sede en aquel majestuoso edificio de estilo (del mismo arquitecto que diseñó el antiguo Palacio de Comunicaciones de Madrid, en la Plaza de Cibeles), al que algún salvaje ordenó meter la piqueta. No por nada, el señor Alcalde de la Capital de España, se ha quedado con el que tanto se le parece para convertirlo en sede del Ayuntamiento de Madrid. Descansa en paz, querido Erasmo, porque pienso que eso es lo más probable, y que el buen Dios te tenga para siempre a su lado. Luis Madrigal.-

Arriba, en lo más alto, como objetivamente corresponde, Erasmo de Rotterdam, figura máxima intelectual de la Europa de su tiempo. Más abajo, un orador en el Speakers´Corner de Londres, de lo que lamentablemente carecíamos en León, en tiempos de nuestro Erasmo. De aquel viejo y monumental Instituto, por fuera y por dentro, en el que Erasmo fué Bedel, no me es posible aportar imágen alguna, a causa de la barbarie. Podría traer el edificio que le sustituyó, pero su vulgaridad no lo merece.