En general, los críticos o analistas literarios, como los musicólogos respecto de la Música, son en lo que atañe a la Literatura, a excepción de “Clarín”, desde luego, y posiblemente de algunos otros, esos personajes que lo saben todo, excepto componer un poema o escribir una novela, cosas que, muy generalmente, no han hecho jamás. Ellos lo que verdaderamente saben hacer es decir cómo debe hacerse, y lo bien o lo mal que componen o escriben otros. Y no sé yo si eso tiene demasiado mérito. En el caso de la Música, lo niego radicalmente si tales críticos, además de serlo, no saben Solfeo, Armonía, Contrapunto y Fuga, además de Orquestación y Dirección de Orquesta, porque en este caso, si han de limitarse a narrar las emociones que en ellos produce la ordenación y medición de los sonidos, cualquier persona dotada de sensibilidad podría ser crítico musical. Eso me parece, sinceramente. Los músicos, y no los musicólogos, me corregirán, en su caso.
Y a eso mismo voy a jugar yo hoy, no a crítico musical, porque eso sería ya el colmo de la desfachatez, pero sí a “crítico literario”, sin el menor deseo de causar el más mínimo mal a una prometedora novelista, según mi modesto parecer. La autora a analizar, se llama Ángeles Hernández Encinas, extremeña, residente en Asturias, de profesión Médico Psiquiatra, por lo que tengo entendido o he podido deducir….Yo, no soy precisamente Psiquiatra, sino antiguo y casi constante paciente de Psiquiatra, a los que por cierto, contra la maldad que tengo entendido era frecuente divulgar en las Facultades de Medicina, entre los estudiantes, tengo personalmente motivos sobrados de gratitud y reconocimiento a su sacerdotal misión. La malvada anécdota, entre los estudiantes de Medicina, que pude conocer, consistía en suponer que los internistas, saben mucho, pero no curan nada; los cirujanos, saben poco, pero curan mucho. Y los psiquiatras… no saben nada y no curan nada. No creo que este sea el caso de Ángeles, quien manifiesta gustarle su profesión, y desde luego no lo es en el caso de los Psiquiatras que a mí tanto me han ayudado, a lo largo de casi toda mi vida, desde que tenía 17 años. Pero, el terreno en el que yo quiero hoy situar a Ángeles Hernández Encinas es el de la Literatura, concretamente el de la narrativa, en el que vengo leyéndola y observando sus modales y estilo. Bien es sabido que todo eso de géneros, formas -que algunos consideran sub-géneros- y estilos literarios, es muy pero que muy teórico. Se cuenta que Pascal, en cierta ocasión, manifestó que el estilo no implica escribir con un lenguaje rebuscado, intentando alcanzar una absoluta originalidad: “Cuando uno se encuentra con un estilo natural, se queda asombrado y encantado, porque esperaba hallarse con un autor y se encuentra con un hombre”. En este caso, yo he podido advertir encontrarme, frente a una mujer, pero igualmente encantado, al igual que Pascal, y no sólo por la naturalidad de su estilo al escribir, sino porque tengo la impresión de que esa naturalidad es el resultado de un trabajo limpio, laboriosa y metódicamente cultivado, del que el propio Pascal podría ser un ejemplo.
Hace unas fechas, Ángeles publicó en el Blog de la también novelista Mercedes Pinto, autora, entre otras obras, de la novela “La última vuelta del scaife” -y cuyo Blog Ángeles ha “heredado”- un relato breve, brevísimo, que, no obstante su brevedad, posee ribetes de innegable imaginación y calidad literaria. Porque, la Literatura, como la Pintura -por metros cuadrados- o la Música -por horas de audición- no puede valorarse por el número de palabras utilizadas, sino por lo que contienen, evocan y sirven para proyectar, y a veces enfrentar, el mundo exterior contenido en lo que se lee sobre lo más profundo del espíritu de quien lee, que de esta forma logra leer “por dentro”, o leer dentro de sí. Eso si, gracias a quien escribe; esto es, si quien escribe de ese modo, a veces misterioso, a veces casi sagrado, y siempre tocado por el dedo de los dioses, logra producir tal efecto. Y, en particular, esto era exacta y literalmente, lo que Ángeles escribió:
"UNA ESPERA TRANQUILA
Hace dos meses, en el blog "La Esfera", Francisco Concepción propuso, bajo el título ¿Qué ves? escribir un texto basado en la foto que ilustra este post. [La misma que me permito reproducir seguidamente] Me atrevo hoy -proseguía- a tenor de algunos acontecimientos que en el mundo han ocurrido en las últimas semanas, a publicar en este espacio mi propuesta literaria de entonces. Asumo que abordo un tema difícil y duro mirado desde un prisma diferente. Solicito benevolencia en sus comentarios. Un saludo a todos de Á.
“No me ha resultado fácil ataviarme así, cual zorrita incluida en el regalo de cumpleaños que la tarta y los globos anuncian; he llorado al cortar mi hermosa melena y al ponerme esta ropa negra y minúscula, para atraer miradas e intenciones sobre mi piel joven y deseable. Son francamente incómodos los zapatos que elevan mi talla hasta casi convertirme en gigante, pero con las medias a media pierna consiguen, creo yo, un efecto ridículamente atrevido.
Para atravesar la calle sin que a última hora un intenso pudor me hiciera renunciar al plan, he debido cerrar los ojos y correr; correr torpemente como una zancuda, hasta que a la entrada del metro me han entregado el pastel. Por fin aquí estoy, sentada, esperando que llegue el momento, intentando que nada lo enturbie ni lo trunque.
No hay demasiada gente a estas horas en el vagón, por eso soy muy visible y me observan casi todos: abiertamente o con miradas de soslayo en este país en el que nada resulta escandaloso, al menos no una chica semidesnuda. Delante de mí alguien finge leer el periódico, pero siento su respiración entrecortada. A mi izquierda, Mohamed controla el escenario y establece una barrera, mientras sus ojos entreabiertos parecen dormitar.
Con una mochila o un bolso me habrían impedido el acceso en cualquiera de los controles, pero a nadie se le ha ocurrido sospechar de la putita. Hasta ayer, con chilaba y velada la cabeza, he sido mil veces despreciada por las gentes de esta tierra. Hoy voy a inmolar mi pudor y mi vida, exhibiendo el cuerpo y llevando la tarta bomba que estallará en tres minutos, por la Yihad.
Lo peor ya ha pasado, me relajo en el asiento y espero el martirio. ¡Allah es grande!”
Ángeles Hernández Encinas
En primer término, he de decir que, pese al especial cuidado que siempre pongo al leer lo que Ángeles escribe -con lo que escribe y con su forma de producirse- tratando de no ser sorprendido, siempre me "pilla", no dormido, sino durmiendo. Utilizo deliberadamente el verbo "pillar" para no escandalizar a nuestros hermanos argentinos y otras personas de la fraterna América española. Pero, pese a ello, así ha sido una vez más, en el caso de este breve, aunque no sé aún si espontáneo relato. Tal vez ha sido así, en parte, porque mi atolondramiento -en realidad debería decir embeleso- mientras iba leyendo, ha hecho que hasta me olvidase de que el juego consistía, más que en construir toscamente, como hacen los periodistas, un vulgar "pie de foto", en interpretar una imagen, la que se ofrece en la fotografía de ese coche del Metro. Pero, aun así, llamó poderosamente mi atención el apunte al respecto de un comentarista llamado Flamenco Rojo: “Recuerdo el día que hicimos la foto...tenías un fuerte dolor de cabeza y aun así quisiste seguir con la sesión. Todo el mérito es tuyo, yo sólo tuve que apretar el botoncito…”, en unión de la respuesta de la propia Ángeles: “Flamenco, vosotros, que me dais motivos para no desfallecer…” Tanto la acotación como la respuesta, me hacen sospechar que, tal vez, la fotografía objeto posterior de la interpretación narrativa, tejida de intrigante incertidumbre y de inesperado desenlace -también la foto- fue previamente preparada por la propia autora de la narración, actuando más o menos en equipo con “Flamenco Rojo” y otros. Y, en este caso -tengo que admitirlo gozosamente- mucho más que ante un relato genial, estaríamos asistiendo a la creación de un nuevo sub-género de narrativa. O, como se dice en el Foro, Ángeles habría “sentado jurisprudencia”. Algo así como lo sucedido, cuando la novela se convirtió en “nouvelle”, por no aludir a las “nivolas” unamunianas, neologismo fabricado por Don Miguel para referirse a sus propias creaciones de ficción narrativa, que ponían gran distancia de la novela realista imperante a finales del siglo XIX, y cuyo término -nivola- aparece por primera vez como subtítulo de “Niebla”. Más aún, habría sucedido algo parecido a lo ocurrido con la llamada “roman a clé”, o novela en clave, que se escribe partiendo de una situación o circunstancia real, de una realidad objetiva, cambiando los nombres de los personajes reales por otros ficticios, propuestos por el autor, y modificando o recreando, mediante la ficción pero sin afectar substancialmente a la realidad, las situaciones o episodios, de tal modo que puedan ser perfectamente identificados aquéllos por los lectores, dentro de los que vivieron los acontecimientos narrados y conocieron de cerca a los protagonistas reales de los mismos. Conste que la definición del concepto es exclusivamente mía, no vaya nadie por ahí a apropiárselo. Este género, en determinadas manos, puede ser demoledor y terrorífico. Yo mismo, aquí donde ustedes me ven, modestamente, con mucho atrevimiento y con muchas menos aptitudes que Ángeles, estoy escribiendo una novela de este tipo, en la que todos los personajes existieron, no sus nombres, y en las que al autor es el único que no existe. Pero volviendo sobre la foto y su imaginativa interpretación, se hace patente, una vez más, para mí, que es totalmente falso el pretendido apotegma: “Vale más una imagen que mil palabras”. Lo cierto es justamente lo contrario -y Ángeles lo ha demostrado- que vale mucho más una sola palabra que mil imágenes, porque éstas, la mayor parte de las veces, no hablan, sino que alguien tiene que hacerles hablar. Felicidades, Ángeles. En cualquier caso, tú lo has hecho muy bien, pero para nada hace falta la foto, porque tu relato tiene vida por sí mismo. Prueba a comprobarlo, suprimiéndola, y verás que esto último es cierto.
En cuanto al fondo del relato, tú misma dices que abordas un tema difícil y duro, mirado desde un prisma diferente, por lo que solicitas la benevolencia de los comentaristas. No ha de faltarte tampoco la mía, pero en este sentido, más que “difícil y duro”, el tema en cuestión me parece gravemente peligroso (mucho más que algunas películas de cine, por su presunta “inmoralidad”, durante el nacional-catolicismo franquista), porque ciertamente puede ser muy peligroso “dar ideas”. Dicen algunos musulmanes pacíficos y buenas personas, de entre los que yo conozco, que eso de la “Yihad” es un puro y macabro invento de los terroristas de su propia raza y religión, de quienes se separan radicalmente. Pero el hecho cierto es que hay terrorismo islámico, o pretendidamente islámico, ya tenga o no su base en el sagrado Corán. Lo que sí me parece a mí también cierto es que, Ángeles Hernández Encinas, será, o ya lo es en potencia, una gran novelista. Espero y deseo con toda mi alma, que “la sombra” de Jung, no emerja para herir la suya, cuando, alguna vez, al despertarse de la siesta vespertina, o del descanso nocturno, pueda invadirle la zozobra, sin saber por ello -sin cobrar consciencia- que tal molesto trastorno se debe a que no llegó a ser la gran novelista que yo espero, tan sólo por no haberlo intentado nunca. De esto, sin duda alguna, Ángeles sabe infinitamente más que yo, aunque quizá no en experiencia personal. Por eso precisamente hay que decírselo así, casi al oído, pero hay que decírselo mediante esta hiperbólica figura, tan íntimamente propia de la Ciencia que profesa y ejerce, para que ella lo entienda del modo más hondo y exacto. Yo al menos, no quiero tener sobre mi conciencia el menor remordimiento por no habérselo advertido publicamente. Luis Madrigal.-