jueves, 15 de mayo de 2008

SAN ISIDRO LABRADOR, PATRÓN DE LA VILLA DE MADRID


¡Quién podría decir o suponer que el Santo Patrón de este Madrid del siglo XXI, industrial, mercatil, bancario y bursatil; sede y foro de congresos y espectáculos, artes y ciencias de toda índole; repleto de infernales vehículos, con sus claxon, de autocares, caminones, autobuses, taxis, notocicletas, motos de gran potencia, turistas de todos los rincones del mundo, emigrantes que han llegado hasta nosotros buscando una vida mejor, iba a ser, y a seguir siendo, un labrador, un hombre cuyo oficio era el de arrancar a la tierra sus frutos, actividad esta de las más nobles, por cierto, aunque también se discuta entre los expertos si ese era o no su veradero oficio. Hay quien afirma que, más bien, se dedicaba a alumbrar el agua, escondida en las entrañas de la tierra, para fertilizarla y poder obtener de ella sus frutos. Es lo mismo, da igual. La finalidad era la misma. Y lo que sí es totalmente cierto es que Isidro, que nació en Madrid, hacia 1080 y murió también en la Villa y Corte, Capital de España desde Felipe II, un 15 de Mayo del año 1130, fue todo un tipo, un santo con toda la barba. Casado con otra santa, Santa María de la Cabeza, y padre de otro santo, San Illán, en quién obró su primer milagro, consistente en hacer subir las aguas de un pozo, al que se había caído el muchacho, para poder ser rescatado. Quizá es ya más legendario que real, en este pícaro mundo de hoy, tan descreído y ateo, el asunto aquel de que, mientras rezaba al Altísimo, los ángeles del cielo araban los campos, aunque, si ha de concederse el debido rigor a las actas de su proceso de canonización, su amo, el noble Iván de Vargas, vió con sus propios ojos cómo dos Ángeles ayudaban a San Isidro a arar más rápido, a fin de recuperar el tiempo dedicado a la oración. Yo, también lo creo, porque la oración todo lo llena y todo lo recupera, cuando brota del más sincero sentimiento del alma, el que obedece a la estricta necesidad de entrar en comunicación con Dios, como sin duda debió hacer Isidro, aquel madrileño del siglo XI, a quién los madrileños del XXI honran y festejan hoy, ahora mismo, en la pradera del Río Manzanares, al olor de las "rosquillas del Santo", que cantó Mesonero Romanos.

Pero, San Isidro no sólo es recordado en su pueblo natal, Madrid, sino en infinidad de pueblos y regiones, tanto de España como de nuestra querida América española, y hasta en las tierras de la Hermana Mayor en la latinidad, Italia, allá en Giarre, provincia de Catania, en Sicilia. En efecto, como no podía ser de otra forma, nada menos que en 9 lugares de la América española se venera con fervor a este madrileño, patrono además de todos los labradores, dada su condición: En la Provincia de Buenos Aires (Argentina), en Vázquez de Coronado, provincia de San José (Costa Rica); en Carampa, distrito de Alcamenca, provincia de Víctor Fajardo Ayacucho (Perú); Las Piedras, departamento de Canelones (Uruguay); en el Municipio de Actopan, Veracruz (Méjico); en los Municipios de Matagalpa y Estelí (Nicaragua) y en Ciudadela San Isidro, comuna de Mérida (Venezuela).

Con el debido respeto y cariño a todas estas tierras, yo recuerdo hoy con emoción provinciana los días de mi infancia en León, en cuya Capital -y concretamente en mi viejo barrio y Parroquia de Renueva- se veneraba y celebraba con esplendor y devoción a San Isidro, por parte de los agricultores de León -en aquellos años aún los había- en las inmediaciones de su alfoz, donde se encontraban las Eras de Renueva. Con la nostalgia del recuerdo, he vuelto a arrancar a mi íntimo amigo Alphonso Carbajal, leonés y coetáneo como yo de aquel acontecimiento de mediados de Mayo, su consentimiento para que vuelva a prestarme otro de sus poemas. Como siempre, ha accedido a regañadientes, pero también con la misma emoción que a mí hoy me embarga:

VERBENA DEL LABARDOR, EN RENUEVA

Un altavoz, vomita los sonidos
en una plaza ayer engalanada.
Y entre sonidos llegan las palabras
que de tragedia y luto son noticia,
pues la voz desgarrada al aire canta:
"¡Que la vió muerta en el río
y el agua se la llevaba!"
Es tarde de aceitunas y claveles
y noche de verbena y de guirnaldas.
La espiga crece. El aire es vaporoso
y una imágen, con bueyes, sobre andas,
sale a la calle. La chiquillería
se agolpa en las aceras y ventanas.
Entre espigas, lucen velas y flores
y en volandas se mecen, de esmeralda,
ramilletes prendidos de su mano,
al compás de los sones de la Banda.
¡Ya hay rosas y ya hay lilas...! Huele a incienso,
que el Labrador, mancera que empuñaba,
inmovil dejó un día en la besana
para labrar los surcos de su alma.
Entre luces y fuego, la cosecha
abundante oro espera. Está cercana.
Los Ángeles del Cielo, presurosos,
ya movieron la esteva con sus alas.
Entre tanto, la luz se asocia al fuego
y el sonido concluye su palabra:
"¡Ay, corazón, corazón, parecía una reina...!
¡Ay, corazón, corazón, una rosa muy blanca!"

Alphonso Carbajal de la Legua

(Del Segundo Libro de Poemas: "La Luz está encendida". Poema 9)