Sentía la flor el frío
del Invierno,
mas en su lecho gélido
dormía.
Su blanca tez al hielo
resistía,
cual si fuera su sueño
el sueño eterno.
No añoraba el calor,
aquel infierno
que en Julio la mataba
al mediodía
y, a pesar de la
escarcha, sonreía
recordando que fue
capullo tierno.
Sus pétalos yacían, casi
ajados,
sin declinar por ello la
sonrisa.
Y los ecos del viento,
ya apagados,
vagaban desde el Norte,
con la brisa
que vestía de gris los
días helados,
sin
tener en morir ninguna prisa.
Luis
Madrigal