jueves, 31 de diciembre de 2020

SE ME HA IDO OTRO AMIGO ENTRAÑABLE

 

CARLOS SÁNCHEZ QUIRÓS, 

UN ALBAÑIL QUE ERA ARQUITECTO



En árabe, albañil se escribe así: باني Y significa "constructor", o el que construye. Ya sé que, en riguroso castellano, la palabra indica profesión poco elevada, o más bien despreciable, como propia de una de tantas de tal sentido o carácter. La sociedad, como bien es sabido, es muy injusta en cuanto a las expresiones populares que acostumbra utilizar, o más bien en lo que atañe al contenido que suele atribuirlas. Porque la albañilería, es un auténtico arte, el arte de la construcción de todo aquello que no sólo puede servir de cobijo, de morada, sino también de las actividades humanas más excelsas, excepción hecha sin duda de los campos de futbol, ámbito por lo común de la incultura y la barbarie.

Mi amigo Carlos, que acaba de morir, según me indican, fue condenado a ser "albañil", pero en su sensible cerebro se escondía un gran arquitecto, un ordenador del espacio, especialmente dotado de sensibilidad a tal fin. El reformó con exquisito sentido de tal arte, -dentro de la pobreza de los que no tenemos dinero, para adquirir lujosos materiales, sino tan sólo ladrillos y cemento-  la casa que ya hace casi cincuenta años pude adquirir en la "Colonia Vaquero", en La Estación del Ferrocarril, en Las Navas de Marqués. Carlos, se atuvo a lo que se le pedía, pero lo interpretó con arreglo a las reglas propias de tal arte clásico, la albañilería que nos transmitieron los árabes, y con un especial amor a la obra bien hecha, hasta recrearse en ella, "cargando la suerte", como dicen los taurinos, hacia la belleza, tanto o más que a la utilidad y la seguridad.

Carlos, fue albañil desde los días de su juventud más temprana, como indica la fotografía que he podido rescatar de entre los escombros, expresión ésta especialmente adecuada en la ocasión. Allá por los años 50 del siglo pasado, participó muy activamente en la construcción, de la Iglesia  Parroquial de "Nuestra Señora de la Asunción", en el ya dicho Barrio de La Estación, en las Navas. Él mismo me contó cómo preparaba y tendía la dos capas de mortero, sobre la que las jóvenes hermanas Gracia  -creo recordar de nombre Irene y Pilar- entonces en la Facultad de Bellas Artes, depositaron los pigmentos, estando aún húmedas aquéllas, para pintar el gran fresco que adorna el frontispìcio del altar mayor:


Lamento mucho no disponer de otra imagen completa de dicho retablo, aunque me complace sobremanera poder evocar la que yo mismo tomé, ya hace algunos veranos del sacerdote keniata, Padre Jonh Migwi, que nos auxilió aquél, tras la muerte del nonagenario sacerdote Párroco, Don Francisco Martín. Ni tampoco me resigno, como puro homenaje a Carlos, a dejar en la sombra la construcción de la humilde chimenea que en aquella casa me ha traído, en Primavera y Otoño, el calor de sus brasas. Carlos buscó las piedras y las ensambló a mi juicio con notable belleza, dentro de la modestia, con la agilidad de su propio espíritu. No te olvidaré nunca, querido Carlos.


No podré olvidarle nunca, sobre todo, por las conversaciones que me regaló en las encalmadas noches de Las Navas, en la terraza de "Martigón", cuando ya este establecimiento era regentado por su esposa, Chon, y últimamente por su hijo "Carlitos". No he conocido jamás persona a quien las circunstancias vetaran el acceso a toda clase de estudios, con mayor afán de saber; de amor a la cultura, en general, y capaz de hacerse a sí mismo preguntas y respuestas tan verdaderamente llenas de raciocinio filosófico. Por otra parte, Carlos tenía una dulce, serena y amable sonrisa, propia de las almas llenas de ternura y de bondad.

Hoy me llega la noticia de su muerte y, con ella, mi más sincero sentimiento de pesar y de llanto. Pero, en realidad, el azar trató muy duramente a Carlos que, tras una vida de muy duro trabajo, cuando acababa de jubilarse, y al fin podría haber disfrutado de la vida, contrajo una enfermedad neurológica, que le condujo, durante los últimos años, a la muerte en vida. Hundido en un sillón con su antes lúcida cabeza reclinada sobre el pecho, tengo la impresión de que no pudo reconocerme en los últimos veranos que acudí a visitarle. ¡Dios te salve, Carlos! Intercede por mí, tú que sin duda alguna ya estás en el Cielo.

Luis Madrigal




YA NO PREGUNTES MÁS

Ya no preguntes, Carlos, nunca nada.
Sobre ti flota la Verdad de todo.
Pregunta sólamente de qué modo
puedo verme contígo una alborada.

Y dímelo ya, rápido, que dada
ha de estar la subida  -sobre todo
si, en este muladar, salpica el lodo-
pese aquí tan temida, por llorada.

Dímelo tú, que ya vives arriba,
donde buenos espíritus habitan
tras el sueño que deja el alma viva.

Donde las nubes cantan... ¡Nunca gritan!
Acogen con amor la fugitiva
sombra del ser que fue... Y hoy ya palpitan.


Luis Madrigal

Tu viejo amigo, que, con dolor y júbilo, te recuerda