lunes, 21 de septiembre de 2009

SILO

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Aún estoy en Pravia, donde, una vez más, como a otras partes, me ha traido el dolor. Pero, éste no es sino nuestro más común destino y hemos de aprender a convivir con él mano a mano, o corazón a corazón, que es el órgano en el que los occidentales depositamos los sentimientos, a diferencia de los antiguos egipcios, que según Mika Waltari, lo hacían en el hígado. El caso es que, antes de irme, quiero rendir homenaje, no sólo a una estatua, para mí nueva en este emplazamiento en el que ahora la he encontrado, sino muy en particular al personaje que representa, el Rey Silo, Sexto de los de Asturias y, por tanto, puede decirse que de España, aunque ésta no existiera todavía como tal, porque para eso hubo después de nacer León, cuando Castilla carecía no sólo de leyes, sino de reyes. Silo, reinó entre los años 744 y 783 y sucedió en el trono a Aurelio, que ha dado nombre, a su vez, a otro emblemático lugar asturiano, en plena cuenca minera, San Martín de Sotrondio, o del Rey Aurelio. Accedió al trono al estar casado con Adosinda, hija del rey Alfonso I el Católico y trasladó la capital del Reino, de Cangas de Onís a Pravia, donde estuvo situada la Corte, siendo por tanto esta hermosa Villa la segunda Capital de España. Después, lo fueron Oviedo y León, cuándo ni existía Valladolid del Páramo, ese gran pueblón mesetario, y seguramente tampoco Magerit, el destartalado lugar que Felipe II, el primer "rey de los papeles", consideró oportuno llenar de Oficinas. Silo, fue contemporáneo de Abd-al-Rahman I, el Emir Omeya de Córdoba, asi como de Carlomagno, el Rey de los francos. Hoy, ahora mismo cuando esto escribo, mientras diviso su estatua casi desde la ventana, Silo no es ya más que eso, puro granito, pero a sus pies, se encuentra la laberíntica piedra, que acoge todo el misterio, y no muy lejos de aquí, en Santianes de Pravia, el lugar donde, más que probablemente, fueron inhumadas sus cenizas. Aunque, desde luego, esto tampoco importa demasiado, porque todas las cenizas vuelan al Cielo, como sin duda alguna, ya están allí las que, entre el dolor, pero también entre la esperanza y la inmensa alegría que ello puede significar, me han traido a Pravia en esta ocasión. Luis Madrigal.-