Quisiera ser la tierra en que el naranjo
tiende sus verdes ramas, soberano
y, cargado de frutos, ofrece el dulce néctar
que engendró la flor inmaculada.
Esa es su verdad... La verdad del naranjo.
¿Acaso la del hombre
es turbar el silencio, pisar la flor,
contaminar el embriagador aroma del cielo
tapizado de azahar...?
No, no es esa su verdad.
Como la del naranjo, su verdad es cargarse de frutos,
llenando el aire del aroma inmortal y divino
heredero de su propia y genuina Naturaleza.
Luis Madrigal
Con el mayor respeto, a
Antoine Marie de Saint-Exupéry