miércoles, 29 de octubre de 2014

¿VACÍO EXISTENCIAL?



VACÍO-PLENO

Don Felipe Fernández Ramos, nació en Almanza (León) hace ya algunos años. Tantos han pasado desde entonces que, a través de ellos, no sólo tuvo tiempo de terminar sus estudios eclesiásticos en el Seminario de León y de ordenarse sacerdote, sino de acometer otros específicamente destinados a observar los grandes misterios por medio de sus estudios bíblicos en Salamanca y Roma y más tarde en la Escuela de Teología de Jerusalén. Fruto de todo ello, pudo ser Canónigo Lectoral de la Catedral de León y Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Salamanca. De sus casi treinta libros y más de trescientos artículos escritos y publicados por su parte, uno de ellos, cuya portada editorial ilustra hoy esta entrada, me parece a mí especialmente significativo para subrayar  -por contraste que sirva de contradicción-  la rotunda negación de la idea de “vacío existencial”, a la que se afilian hoy tantos jóvenes, sobre todos los de formación académica científica, y a la que también yo mismo hacía referencia en el texto publicado en este mismo humilde Blog el pasado Miércoles, día 15 de Octubre de este mismo año 2014, con ocasión y en torno a las declaraciones del físico teórico británico, Profesor Stephen Kawking.

Tengo que decir que conozco personalmente a Don Felipe desde hace también ya muchos años. Él fue mi Consiliario en aquellos tiempos lejanos de la Juventud de Acción Católica Española, en la Diócesis de León, y desde entonces he seguido, más o menos, la trayectoria de su pensamiento. Sé muy bien por ello, que, en los últimos tiempos, ha prestado especial interés a los estudios cosmológicos y científicos relativos a la Física cuántica y a la Astrofísica, y en particular, dentro de ellos y entre otros, a los del propio Stephen Hawking y otros astrofísicos y cosmólogos, especialmente los de Carl Sagan. Tal vez por ello, en el largo subtítulo atribuido al libro de referencia  -“Vacío-Pleno”-  ha querido afirmar que la infinitud eterna se manifiesta en la realidad cósmica. Esto es, ese ”vacío” que, según algunos pretenden, inexorablemente apareja la existencia, es al mismo tiempo un vacío “pleno”. Como en su día concluyó Vicente Ferrer  -antes de marcharse a la India a socorrer a los desterrados de la existencia-  sólo es cuestión de posicionarse de uno u otro lado de la luz. Y conste que Ferrer, afiliado en su juventud al Partido de Unificación Marxista (POUM), en 1938, llegó a tal conclusión en plena Batalla del Ebro, dentro de la horrible contienda militar entre españoles, de la que resultó ser un soldado vencido, y por tanto antes de hacerse jesuita y pretender “ver a Dios cara a cara”, de modo inmediato. Esto último sólo lo consiguió al verse, también cara a cara, frente a los “outcast”, los “dalits”, los “descastados”, de Andhra Pradesh.

Pero, volviendo a la cuestión de fondo, hay que admitir que, en principio, resulta imposible armonizar los conceptos aparentemente contradictorios y excluyentes de “vaciedad” y “plenitud”. Sin embargo, si se tiende la vista atrás, hacia algo absolutamente anterior al tiempo, esto es, anterior a la existencia; es decir, a la “pre-existencia”, nos encontramos con las palabras del Apóstol San Juan en su primera Carta: “Lo que ha sido desde el principio entre vosotros ya lo era en el principio anterior” (1Jn 1, 1-2). Más o menos por aquí comienza Don Felipe, en su Prologo al libro de referencia. Es decir, la Palabra proclama la esencia de un principio anterior al tiempo, al Big-Bang. De un principio sin causa, o de una causa incausada, que no puede ser comprensible matemática ni filosóficamente. Tampoco por ello “científicamente”. A esto, lo hemos llamado “Dios”, por un arrastre histórico de carácter mitológico. “Dios”, no es sino la traducción de “Theus”, o Zeus, el supremo dios del Olimpo. Lo mismo sucede en lo que atañe a la creencia islámica en “Al-láh”  -hispanizado Alá-  cuya traducción es exactamente la misma. Tal denominación, ciertamente, es bastante infantil y vienen ahora a cuento las palabras del mismo Carl Sagan, hijo de judíos ucranianos emigrados a los Estados Unidos, donde él nació: “La idea de que Dios es un hombre blanco de grandes dimensiones y de larga barba blanca, sentado en el cielo y que lleva la cuenta de la muerte de cada gorrión es ridícula. Pero si por Dios uno entiende el conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo, entonces está claro que Dios existe.” Carl Sagan, se lamenta de que "este Dios es emocionalmente insatisfactorio..."  Porque, “no tiene mucho sentido rezarle a la ley de la gravedad.”  Pienso yo  -¡pobre de mí!-  que sería verdaderamente ridículo rezar a la ley de la gravedad, pero que puede tener todo el sentido rezar al Ser Supremo que, como piensa Don Felipe, salió de Sí desde el vacío más absoluto para producirse, en lo que los propios científicos llaman una Singularidad, o un punto de comprensión infinita, en la que estaba contenida toda la materia y energía que ahora existe en el cosmos: “Fiat lux” (Gn 1, 3.). Esto es lo que ordenó esa Substancia infinita y eterna, incomprensible a la mente humana, anterior a la materia y al tiempo, que llamamos “Dios”.  Ese Ser, para algunos de nosotros, es una Persona, hecha Hombre, pero dice Don Felipe que es un “Vacío-Pleno”. Yo no puedo saber si él puede tener razón o no, entre otras cosas porque, además de mi cortedad de ingenio y baja inteligencia, soy sincero amigo suyo y, de compartir con entusiasmo tal afirmación, parecería que estaba tomando partido por el gran amigo de los viejos tiempos.

Sí me parece en cambio, aunque tenga que ser a ras de suelo, resulta inadmisible escuchar, sin replicar nada, que “la vida carece de sentido”, puesto que la existencia humana es un absoluto vacío. El “vacío existencial”, el de la negra corriente existencialista francesa de Jean Paul Sartre  -no tanto la de Albert Camus-  y sin que en modo alguno quepa calificar de lo mismo la esperanzadora visión de Martin Heidegger. ¿Cómo puede decirse que la vida del hombre sobre la tierra es un absurdo y que vivir carece de todo sentido? ¿Acaso no es también la vida hermosa, llena de plenitud y vigor, e incluso en ocasiones de auténtica felicidad? Aunque Dios no fuese  -porque “existir”, desde luego no existe-  tampoco podría decirse eso. De hecho, muchas personas para quienes Dios no es, o que ni siquiera se han inquietado nunca por ello, sienten que la vida es muy dulce, aunque en ocasiones sea tan amarga y cruel, pero demuestran con su misma conducta que, dentro de la existencia, cabe también la fortaleza frente a la debilidad, la superación de las dificultades y hasta el heroísmo ante a las desgracias. ¿Y Dios? Pienso que no debemos mezclar a Dios en este asunto. Sin Dios, también la “post-existencia” puede tener sentido, un notable sentido, aunque sea en Él donde únicamente podamos encontrar la perfección absoluta  -ontológica y óntica-  en el bien, la verdadera armonía y justicia de todas las cosas y, en consecuencia, la auténtica paz y gozo del espíritu.

En realidad, me parece que si ha llegado a abrirse en la historia de la Humanidad una brecha tan enorme entre la ciencia y la fe en Dios, sin duda ha sido a consecuencia del positivismo.  El positivismo es una corriente o una escuela filosófica según la cual el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico, a través de un método de la misma naturaleza.

Pero el positivismo, dentro de su obsesión por el rigor del método científico, no sólo incurre en un error propiamente epistemológico, sino que, en la trama de sus propios razonamientos, en apariencia muy rigurosos, deja abierta una considerable laguna. La concepción positivista del mundo, paradójicamente, no toma en cuenta la más importante de las nociones positivistas, la de infinito, que de un modo esencial consiste en entender y admitir que la verdad absoluta no puede contener ninguna restricción, lo que supone que es absolutamente incondicionada e indeterminada, ya que toda determinación, cualquiera sea, es forzosamente una limitación, por lo mismo que deja algo fuera de ella. Por otra parte, toda limitación presenta el carácter de una verdadera negación. Poner un límite, es negar  -para lo que está encerrado en él-  todo lo que ese límite excluye. Por lo tanto, la negación de un límite es propiamente “la negación de una negación”. Es decir, en consecuencia constituye, no sólo gramatical sino lógica y hasta quizá matemáticamente, una afirmación, de tal suerte que la negación absoluta de todo límite equivale en realidad también a la afirmación absoluta y total. Y así puede decir el matemático masón y esoterista René Guénon, en su obra “Los estados múltiples del Ser”, que lo que carece de límites es aquello de lo cual nada se puede negar y, por consiguiente, es además no sólo aquello que contiene todo, sino aquello fuera de lo cual no puede haber nada.

Siempre suele citarse a los científicos materialistas y ateos, como paradigma de la verdad. Esto lo hacen los materialistas y los ateos, naturalmente. Pero cabe también proponer muchos ejemplos de científicos, de altísima categoría como tales, que sintieron y encontraron a Dios, en todos los siglos y épocas, incluso ahora mismo también, como a título meramente indicativo sucede en los casos del matemático de Oxford John Lennox, además de ser Profesor de Filosofía de la Ciencia, o del paleontólogo asimismo británico Simon Conway Morris. En el pasado, se haría la lista interminable: Copérnico, Bacon, Kepler, Galileo (pese a su desencuentro con la Iglesia), Descartes, Boyle, Kelvin… y la gigantesca figura de Max PlancK, introductor y conductor de Einstein. Aparte del propio Isaac Newton, que dedicó más tiempo a la Biblia  -casi tanto como Don Felipe-  que a la Ciencia, se podrían proponer muchos más. Personalmente, siempre me ha cautivado la edificante figura de Blaise Pascal, el matemático y naturalista cristiano cuya contribución en ambas materias llevó al diseño y construcción de las calculadoras mecánicas, a la Teoría de la probabilidad o a la investigación sobre los fluidos y a la precisión de los conceptos de presión y vacío. El también francés Louis Pasteur, es otro ejemplo contundente en lo que concierne a la Ciencia. Pasteur, químico de profesión y padre de la microbiología, comenzó estudiando en el vino los cristales que lo enturbian y terminó descubriendo las bacterias, elaborando la teoría de las enfermedades infecciosas  -lo que dio pie a la erradicación de las mismas-  desarrollando las primeras vacunas e inventando el método de la pasteurización. Louis Pasteur era católico, apostólico romano.

Más significativo resulta aún si cabe el caso de Michael Faraday, y de la interpretación ofrecida por sí mismo a su propio testimonio. Se cuenta que el ilustre físico y químico inglés, uno de los más influyentes de la historia, que estudió el electromagnetismo y la electroquímica, y descubrió en profundidad la electrólisis, en las lecciones que impartía en Londres, nunca pronunciaba el nombre de Dios, aun siendo él profundamente religioso. Un día, excepcionalmente, se le escapó este nombre y se produjo de repente un rumor de simpatía entre sus alumnos. Faraday, percibiéndolo, interrumpió su lección con estas palabras: “Acabo de sorprenderos al pronunciar aquí el nombre de Dios. Si nunca me sucedió antes, es porque soy un representante de la ciencia experimental en estas lecciones. Pero la noción y el respeto de Dios llegan a mi mente por vías tan seguras como las que nos conducen a las verdades de orden físico…” Se ha dicho también que Faraday murió con un rosario entre sus manos.

¿Cómo entonces puede decirse que Dios es un “cuento”, inexistente para la Ciencia, que tan sólo cabe en la mente de los niños o de aquellos adultos que no han llegado a alcanzar un estado de madurez y verdadero equilibrio mental? Algo grita muy hondo dentro de mí que la Ciencia no podrá nunca explicarlo todo. Y he de admitir que lo que yo piense o sienta carece de toda importancia, pero sospecho que es lo mismo que anidaba en la mente nada menos que del propio Albert Einstein, no tanto cuando dijo aquello tan citado de que “Dios no juega a los dados”  -de lo que puede inferirse una clara creencia en Dios-  sino cuando repetía su famoso adagio: “Ciencia sin religión es coja; religión sin ciencia, ciega”.

Luis Madrigal