viernes, 12 de marzo de 2010

MIGUEL DELIBES


Para un leonés, como soy yo, Valladolid es una Ciudad no sólo hostil, sino altamente odiosa, desagradable y tradicionalmente malquerida. Esa es la verdad. Decir lo contrario sería ser un hipócrita, y los leoneses no lo somos. Valladolid, por triste obra y gracia -exclusiva y prácticamente de un leonés, falangista y paniaguado del franquismo, nacido en la meseta parameña- se ha hecho con un pequeño "imperio", que llega hasta los Picos de Europa, cuando, antaño, no era más que una provincia más, cerealista y pobre, del viejo Reino de León. En los años 50, merced también casi exclusivamente al caciquismo de cuatro o cinco leoneses, caciques por naturaleza, ya que tenían unas pocas cabras más que sus vecinos y algunas minas (de entre los que quiero excluir al entonces Obispo de León, Doctor Almarcha, entre otra razones más poderosas, porque no era leonés, sino de Orihuela), se alzó finalmente con el emplazamiento en su árido páramo, del la Empresa Fasa-Renault, y dió comienzo con ello a su pretendido desarrollo industrial, que le condujo a duplicar su población y a otras muchas ventajas. Sin embargo, de ello no tiene ninguna culpa Valladolid, ni la tiene tampoco de que el reloj de la Historia leonesa, se parase en el año 1230; ni la tiene de que , también en el siglo XIX, León fuese crucificado en todos los frentes.

Y dicho todo eso -con lo que vengo a quedarme muy a gusto- debo decir también que, en Valaldolid, nacieron tres figuras excepcionalmente ilustres, para España y para todos los españoles: Felipe II, Don José Zorrilla, y Don Julián Marías, para mí tres grandes glorias, de la Pólitica, la Literatura y la Filosofía modernas. Eso, también debo reconocerlo. Pero, además, hoy mismo, se nos ha ido a todos -a los leoneses también- uno de los mejores escritores del pasado siglo en lengua castellana: Miguel Delibes, que amó entrañablemente a su Ciudad natal. Y eso, me obliga, no sólo a rendir tributo de admiración a la Ciudad castellana, sino hasta casi abrazarme a ella en un sincero homenaje a mi propio sentimiento de tristeza. Miguel Delibes, en mi humilde y desautorizada opinión, ha sido un segundo "Don Miguel", despúes de aquel otro que se apellidaba Cervantes. No quisiera exagerar, y creo aue no lo hago. Aquel hombre, que fue un oscuro Catedrático de Derecho Mercantil (de las entonces llamadas "Escuelas de Comercio") y hasta tuvo que ser algo mucho más oscuro, como periodista, pese a llegar a Director de un periódico, se alzó un día sobre esas mediocridades, para escribir en un sobrio y, al mismo tiempo, aureo castellano, lo mejor de nuestra narrativa, tras -tan sólo en el tiempo- de Galdós, de Baroja, de Clarín, de Gabriel Miró y de cuantos otros novelistas españoles, ha venido a este pícaro mundo, para cultivar el que, para mí, es el género literario rey, la novela. Descanse en paz Don Miguel Delibes, el andador de "El camino", y, con él, descansarán también en paz eternamente, Daniel, el Mochuelo; Roque, el Moñigo; Germán, el Tiñoso; las "Guindillas", la Mayor y la Menor, la Mica y Quino, el Manco. Descansen en paz todos "Los santos inocentes", que han venido a sufir a este mundo de crueldad e injusticia. Descanse también por fin en paz, Cipriano Salcedo, aquel primer protestante, de verdad quemado en la hoguera en el Auto de fe que presidió Felipe II, pero que nos ha abierto a todos la pista para ser cristianos de verdad. Y descansen también todos los personajes de sus inmortales novelas, mucho más aún que "ejemplares", para un español de los siglos XX-XXI, desde aquella que ganó el Premio Nadal, en 1947, y cuya portata tantas veces ví yo en la "Libería Casado", de la Avenida del Padre Isla, de León, en unión de otra que también siempre me ha causado admiración, "La muerte le sienta bien a VIllalobos", del logroñés Francisco José Alcántara, que también ganó el Premio Eugenio Nadal siete años más tarde, en 1954. No te lo otorgaron, pero yo te otorgó hoy, con mucha más autoridad que la Academia sueca, el Premio Nobel de Literatura... A Don Miguel Delibes, se le había aparecido hace ya algún fiempo "la hoja roja", esa que antiguamente aparecía en los librillos de papel de fumar, para indicar que ya quedaban pocas más. Pero ha sido hoy mismo, cuando se ha consumido la última, blanca sin duda, como toda su trayectoria, intelectual, novelística y humana. Descansa en paz, noble hijo de Valladolid. León, te llora. Y, si no lo hace alguno, mezclando para ello al fin y al cabo torpes querellas, lo hago yo por todos los leoneses. Contigo, junto a tí, descansarán también, en las alturas, todos los factores o elementos que (te lo oí decir a ti mismo, querido Don Miguel) habían inspirado siempre y estaban siempre presentes en todas tus novelas: La Naturaleza (porque siempre escribiste esta palabra con mayúsculas); la infancia, ese período inocente y puro; el sentimiento hacia el prójimo, sin el cual nadie puede llamarse cristiano y... la muerte. Descanse en paz también la Muerte, porque en paz tú la has recibido. Luis Madrigal.-


Y... baste ya de marchas fúnebres. En tu honor, Don Miguel, y para ti, música propia de un Emperador.