I
Pese a que pueda parecer un "trabalenguas", o algo enrevesado, la cuestión es muy sencilla: Cuando observamos lo que nos rodea, podemos ver dos cosas: La piedra -que "está ahí"- pero que también puede ser desplazada a otro lugar. Por tanto, no sólo está la piedra, sino también el movimiento. Y ambos, piedra y movimiento, son igualmente reales. Ahora bien, el cambio, el movimiento, es fácil de observar pero muy difícil de pensar. Por tanto -continúa Ortega- si digo: "esto, es", al pensar algo con movimiento, con posibilidad de cambio, me estoy contradiciendo, puesto que tengo que decir que "A", es al mismo tiempo "no A". En consecuencia, tengo que deshacer el primer pensamiento, borrarlo, des-pensarlo, tenerlo como no pensado. Y esto, es sumamente difícil, porque cada cosa, cada situación -cada sentimiento, me permito añadir yo- es variación, pero (vuelvo a Ortega) "su variación no varía". El ejemplo que propone el brillantísimo y gran maestro, sin duda es exacto: "El astro se mueve, pero su movimiento es uniforme". Esta ley invariable de las variaciones; ese ser estable que tiene lo inestable; ese ser idéntico que parece descubrirse detrás de lo contradictorio, ese ser, es la physis, la substancia o naturaleza de una cosa. Pero, la esencia física no es un conocimiento de la propia realidad. La teoría del conocer, la inteligencia, lo que pensamos, no es nunca la realidad, porque lo que pensamos es lógico y la realidad es ilógica. Por otra parte, cuando se trata de realidades que no son corpóreas, el ver será incorpóreo, no sensorial.
Es preciso, pues, conocer utilizando el mecanismo que los viejos lógicos llamaban el "modo ponendo tollens" (o el modo que "quito poniendo"), el modo que, al mismo tiempo que enunciamos algo, retiramos lo enunciado. En aquella ocasión, Ortega se encontraba hablando, como ya he dicho, en Buenos Aires y, literalmente, dijo aquello de que "como homenaje a esta Ciudad", había decidido denominar a su teoría del conocimiento, a su teoría noseológica, como la del "hasta por ahí no más", puesto que esta expresión, este castizo argentinismo, le parecía la manera perfecta de expresar el "modo ponendo tollens", que quito poniendo, que pongo quitando, para conocer la realidad. Pretendía construir así una Ontología no eleática -puesto que lo real es lo no idéntico, esto es, puro acontecer, movilidad, flujo- del mismo modo que Einstein había creado una Física no arquimédica ni euclidiana.
La realidad radical, es la vida, que nos es dada, pero no hecha y que, por tanto, es quehacer y antes programa, toda vez que, previamente a hacer algo, es preciso proyectar, programar, aquello que se va a hacer. Sin embargo, al mismo tiempo, la vida no sólo "es", sino también "des-es"; está pasando y aconteciendo en un flujo continuo. Cada hombre, es hoy lo que es, precisamente porque ayer fue otra cosa. En consecuencia, la vida es pasar y, por tanto, "des-ser". Si Heidegger había dicho que el hombre es "pastor del ser", Ortega rectifica ligeramente la órbita, o la perspectiva, afirmando que es un "peregrino del ser", algo o alguien que va siendo y des-siendo. Eso es vivir, eso es la vida. Y por ello, el ser humano no tiene naturaleza, lo que tiene es historia, que no es otra cosa sino movilidad y cambio. Por lo tanto, la razón pura, eleática, naturalista, jamás podrá entender al hombre. El hombre de hoy, lo es porque ayer fue otra cosa. Y esta razón narrativa, es "la razón histórica".
Entre los meses de Septiembre y Octubre del año 1940, pronunció Don José Ortega y Gasset, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cinco lecciones sobre lo que él llamó "la razón histórica". He releido varias veces esas lecciones y siempre me ha parecido que la quinta de ellas (V), relativa a la cuestión de "qué es lo real", es la que puede explicar con especial profundidad aquello que efectiva y esencialmente lo es. Naturalmente, en lo que al ser humano atañe y se refiere. Y esta explicación, rigurosamente orteguiana y, como tal, inserta coherentemente en su sistema de pensamiento, podría sintetizarse en que, esencialmente, el hombre es el ser del "haber sido".
Pese a que pueda parecer un "trabalenguas", o algo enrevesado, la cuestión es muy sencilla: Cuando observamos lo que nos rodea, podemos ver dos cosas: La piedra -que "está ahí"- pero que también puede ser desplazada a otro lugar. Por tanto, no sólo está la piedra, sino también el movimiento. Y ambos, piedra y movimiento, son igualmente reales. Ahora bien, el cambio, el movimiento, es fácil de observar pero muy difícil de pensar. Por tanto -continúa Ortega- si digo: "esto, es", al pensar algo con movimiento, con posibilidad de cambio, me estoy contradiciendo, puesto que tengo que decir que "A", es al mismo tiempo "no A". En consecuencia, tengo que deshacer el primer pensamiento, borrarlo, des-pensarlo, tenerlo como no pensado. Y esto, es sumamente difícil, porque cada cosa, cada situación -cada sentimiento, me permito añadir yo- es variación, pero (vuelvo a Ortega) "su variación no varía". El ejemplo que propone el brillantísimo y gran maestro, sin duda es exacto: "El astro se mueve, pero su movimiento es uniforme". Esta ley invariable de las variaciones; ese ser estable que tiene lo inestable; ese ser idéntico que parece descubrirse detrás de lo contradictorio, ese ser, es la physis, la substancia o naturaleza de una cosa. Pero, la esencia física no es un conocimiento de la propia realidad. La teoría del conocer, la inteligencia, lo que pensamos, no es nunca la realidad, porque lo que pensamos es lógico y la realidad es ilógica. Por otra parte, cuando se trata de realidades que no son corpóreas, el ver será incorpóreo, no sensorial.
Es preciso, pues, conocer utilizando el mecanismo que los viejos lógicos llamaban el "modo ponendo tollens" (o el modo que "quito poniendo"), el modo que, al mismo tiempo que enunciamos algo, retiramos lo enunciado. En aquella ocasión, Ortega se encontraba hablando, como ya he dicho, en Buenos Aires y, literalmente, dijo aquello de que "como homenaje a esta Ciudad", había decidido denominar a su teoría del conocimiento, a su teoría noseológica, como la del "hasta por ahí no más", puesto que esta expresión, este castizo argentinismo, le parecía la manera perfecta de expresar el "modo ponendo tollens", que quito poniendo, que pongo quitando, para conocer la realidad. Pretendía construir así una Ontología no eleática -puesto que lo real es lo no idéntico, esto es, puro acontecer, movilidad, flujo- del mismo modo que Einstein había creado una Física no arquimédica ni euclidiana.
La realidad radical, es la vida, que nos es dada, pero no hecha y que, por tanto, es quehacer y antes programa, toda vez que, previamente a hacer algo, es preciso proyectar, programar, aquello que se va a hacer. Sin embargo, al mismo tiempo, la vida no sólo "es", sino también "des-es"; está pasando y aconteciendo en un flujo continuo. Cada hombre, es hoy lo que es, precisamente porque ayer fue otra cosa. En consecuencia, la vida es pasar y, por tanto, "des-ser". Si Heidegger había dicho que el hombre es "pastor del ser", Ortega rectifica ligeramente la órbita, o la perspectiva, afirmando que es un "peregrino del ser", algo o alguien que va siendo y des-siendo. Eso es vivir, eso es la vida. Y por ello, el ser humano no tiene naturaleza, lo que tiene es historia, que no es otra cosa sino movilidad y cambio. Por lo tanto, la razón pura, eleática, naturalista, jamás podrá entender al hombre. El hombre de hoy, lo es porque ayer fue otra cosa. Y esta razón narrativa, es "la razón histórica".
II
Así, pues, se es y se des-es. Desde luego, la vida, fundamentalmente, podría decirse primígenamente, consiste -creo yo con toda humildad, por mi propia cuenta- del modo más positivo y edificante, en ser, pero necesariamente también ha de fijar su contenido, por unas razones u otras, en des-ser lo que se ha sido, según ha quedado sentado anteriormente. No es esto lo mismo, por mucho que lo parezca, que "no ser". Esto último, constituye una posición y una actitud nihilista, frustrante y aniquiladora; incapacitante, inhabilitante y radicalmente vacía -la antítesis del ser- que encierra todo lo que dejo de ser, para "ser nada". ¡Nada...! ¿Puede esto caber, y ser comprendido, en cabeza alguna?. En este "no ser", cabe incluir también (como ya otras veces he dicho en este mismo humilde Blog) el olvido, que convierte, o disuelve, en nada lo que se ha sido y, cuando es absoluto, produce el mismo efecto que el no haber sido nunca. Tanto el no-ser como el olvido, son la nada, si capaces fuesemos de encerrar en nuestro entendimiento este horrible concepto, radical y absolutamente vacío de todo ser. Nada. Sería -y por desgracia es, demasiadas veces- como no nacer, como no haber nacido, y equivaldría a arrastrarse por las calles como un "bulto" antropomórfico, que, por haber renunciado a ser, tampoco puede existir. Ni tan siquiera llega a alcanzar la naturaleza y condición de "cosa", porque las cosas ni son ni existen. Simplemente, "están ahí", ocupando la posición y entidad sin vida del "dasein" heideggueriano.
El no-ser, creo yo, se produce casi siempre de un modo "automático" y, por tanto, imperceptible, sin que quien lo abraza, o más bien lo sufre, al ser invadido por tan absoluto vacío, pueda experimentar sensación dolorosa alguna, sino quizá, muy por el contrario, hasta se sienta alegre y contento de arrastrar su vida animal, vegetalizada, opaca, insípida, monótona, monocorde y monocolor. Creo que fue también Ortega, no estoy seguro, quién dijo que "el imbecil es feliz sobre la tierra". Y decía también -esto seguro- una de mis hermanas, a quien recuerdo diariamente, que circulaban sueltos por ahí algunas, o muchas, personas que no podían ser otra cosa sino "madera bautizada". Quizá el dicho podría resultar hasta blasfemo o sacrílego, pero puede que tampoco sea así, puesto que es principio teológico, firme e inconmovible, el de que la gracia de Dios, que se recibe en el sacramento del bautismo, descansa y se apoya sobre la naturaleza, a la que no puede anular, ni sustituir, ni ignorar, ni suplantar y, en consecuencia, desde este punto de vista dogmático, resulta admisible pensar que hasta "la madera" puede recibir la gracia de Dios, del mismo modo que Él puede hacer "hasta de las piedras, hijos de Abrahám". En esta perspectiva, cabe también aceptar que hasta algunos santos, humanamente, han sido "retrasados mentales", como yo mismo oí decir una vez de un tal "San Dositeo", el cual era tan torpe y tan desastroso en todas sus acciones que el Padre Superior del Convento -parece ser se trataba de un religioso mendicante- le prohibió hacer absolutamente nada sin su previo y paternal consentimiento. Enfermó San Dositeo, en ausencioa de su Superior, y enfermó tan grave y rápidamente que los médicos no podían explicarse el por qué no se moría. Cuando regresó el Padre Superior, y fue conducido a la celda del moribundo, éste exclamó: "Reverendo Padre, me da su paternal permiso para morirme?. El Superior movió afirmativamente la cabeza, y San Dositeo expiró. Este "no ser", el de "San Dositeo", no sirve como ejemplo, puesto que es el no-ser más grande y absoluto que un humano puede alcanzar, el de "no ser" para que sea Otro, el único que Es. Es el de San Pablo cuando decía. "Ya no soy yo quién vive, sino Cristo quién vive en mí". Naturalmente, esto no lo dijo Ortega, aunque yo creo que lo pensó, y si no que se lo hubiesen preguntado al Padre agustino Félix García, con el que se confesó aquella gran lumbrera antes de morir.
El no-ser, creo yo, se produce casi siempre de un modo "automático" y, por tanto, imperceptible, sin que quien lo abraza, o más bien lo sufre, al ser invadido por tan absoluto vacío, pueda experimentar sensación dolorosa alguna, sino quizá, muy por el contrario, hasta se sienta alegre y contento de arrastrar su vida animal, vegetalizada, opaca, insípida, monótona, monocorde y monocolor. Creo que fue también Ortega, no estoy seguro, quién dijo que "el imbecil es feliz sobre la tierra". Y decía también -esto seguro- una de mis hermanas, a quien recuerdo diariamente, que circulaban sueltos por ahí algunas, o muchas, personas que no podían ser otra cosa sino "madera bautizada". Quizá el dicho podría resultar hasta blasfemo o sacrílego, pero puede que tampoco sea así, puesto que es principio teológico, firme e inconmovible, el de que la gracia de Dios, que se recibe en el sacramento del bautismo, descansa y se apoya sobre la naturaleza, a la que no puede anular, ni sustituir, ni ignorar, ni suplantar y, en consecuencia, desde este punto de vista dogmático, resulta admisible pensar que hasta "la madera" puede recibir la gracia de Dios, del mismo modo que Él puede hacer "hasta de las piedras, hijos de Abrahám". En esta perspectiva, cabe también aceptar que hasta algunos santos, humanamente, han sido "retrasados mentales", como yo mismo oí decir una vez de un tal "San Dositeo", el cual era tan torpe y tan desastroso en todas sus acciones que el Padre Superior del Convento -parece ser se trataba de un religioso mendicante- le prohibió hacer absolutamente nada sin su previo y paternal consentimiento. Enfermó San Dositeo, en ausencioa de su Superior, y enfermó tan grave y rápidamente que los médicos no podían explicarse el por qué no se moría. Cuando regresó el Padre Superior, y fue conducido a la celda del moribundo, éste exclamó: "Reverendo Padre, me da su paternal permiso para morirme?. El Superior movió afirmativamente la cabeza, y San Dositeo expiró. Este "no ser", el de "San Dositeo", no sirve como ejemplo, puesto que es el no-ser más grande y absoluto que un humano puede alcanzar, el de "no ser" para que sea Otro, el único que Es. Es el de San Pablo cuando decía. "Ya no soy yo quién vive, sino Cristo quién vive en mí". Naturalmente, esto no lo dijo Ortega, aunque yo creo que lo pensó, y si no que se lo hubiesen preguntado al Padre agustino Félix García, con el que se confesó aquella gran lumbrera antes de morir.
Pero, muy en general, este tipo de "anti-esencia" puede comprobarse en la vida, extra muros de todo lugar contemplativo. Y en este especifico sentido, que es el caso mayoritario, sucede lo contrario de lo ocurrido con aquel humilde fraile -que "no moría, vivo"- sino que se "vive muerto" permanentemente. Eso sí, sin permiso de nadie. El des-ser, en cambio, de alguna manera, o de muchas, está vinculado de modo más reflexivo y consciente a la inteligencia y voluntad humanas. Y en este sentido, cabe apreciar un matiz voluntario, o electivo (quiero des-ser lo que he sido) o, por el contrario y lastimosamente, necesario o forzoso (no quiero des-ser nada de lo que he sido, pero me veo obligado, forzado, a hacerlo). Cuando dejo de ser lo que he sido porque quiero, porque ya no encuentro razón o aliciente alguno para ello, apenas tampoco si me doy cuenta de lo que dejo o voy dejando de ser y, por supuesto, tampoco experimento el más mínimo dolor, sino acaso al contrario, un gran alivio. Pero, cuando forzosamente necesito dejar de ser lo que de algún modo fui, por débil o incipiente hubiera sido ello -aun cuando tan sólo pudiera tratarse de un mera ilusión o de un proyecto irrealizable- como también advierte Ortega en otro pasaje de su pensamiento, entonces, "me dilacero, me escindo en dos": El que fui, porque quise ser y el que ya no soy porque no puedo, ni depende de mí seguir siendo, pese a que me colmaría de alegría y de dicha poder hacerlo. Y esto, es sumamente doloroso, y quizá por ello decía Heidegger que la vida (más que programa y quehacer, como piensa Ortega) es "angustia". Ciertamenmte, lo es, pero -replicaba el propio Ortega- además de angustia, es empresa; siempre es tarea, porque, para que yo sufra, es preciso que siga viviendo. Si abandono la vida, la angustia deja de ser. Mas, si continuo viviendo, es porque acepto esa dolorosa tarea, la de dejar de ser lo que he sido, cuando esto se me impone, sin olvidarme por eso de ello, sino contemplando el vacío y el sufrimiento. Si se quiere, me parece a mí, es una forma de ser, des-siendo.
Lo que, en síntesis, al fin sucede es que, entre tanto, es necesario pararse, reposar un cierto tiempo; fortalecer mediante una higiénica gimnasia mental ese músculo inmisericorde que es el cerebro, dentro del cual se encuentra el pensamiento, y la imaginación, "la loca de la casa", que tanto puede hacer sufrir. Pero comienza la modernísima Bioneurología a plantearse la gran noticia de que no así el alma, que sería extra-cerebral. Es una gran noticia, mucho más grande que la conquista de los planetas y las galaxias, no sólo -lo cual ya es eternamente inmenso- por abrir directamente el camino hacia Dios, sino porque, si bien en el cerebro se alojan todos los recuerdos, los cuales pueden ser dolorosos, ante el programa frustrado (de lo que no pudo convertirse en quehacer), en el alma tan sólo reside el amor, y este siempre es benigno, porque nada reclama para sí, sino todo para el ser querido, para aquellos a quienes entregamos un día nuestro amor. Ello, a su vez, es indispensable mientras voy des-siendo lo que fui, con el auxilio instrumental, y hasta tosco si se quiere, de ciertos "trucos" a los que recurro; de algunas pobres "industrias humanas", en las que me ejercito; de habilidades terapeúticas, capaces de permitirme seguir viviendo, mientras voy des-siendo, de forma que, tras la hecatombe de la desilusión y el apasionamiento, muerto y sepultado, pueda quedar en pie algo de mí.
Personalmente -no me estoy refiriendo a ningún juego diletante- yo he permanecido por completo ausente de este humilde Blog -en el que, más que con nadie, trato de hablar conmigo mismo- durante exactamente quince días completos y algunas horas más. Sin duda, no son muchos para des-ser lo que he sido durante casi dos años, cuando aquella celestial melodía, llena de ángelicos matices, se inflamó al cruzar el inmenso Mar y depositó sobre mis cenizas un nuevo aliento de vida. Pero, tal vez, sí son suficientes para encontrar el reposo -el repos- que buscaba Descartes, cuando escribió el "Tratado de las pasiones", porque ese reposo cartesiano es y consiste en el desapasionamiento metódico, que conduce nada menos que a la divina morada en la que todos "nos movemos, vivimos y somos", y que encuentra en la afirmación de San Pablo el más sublime y transoceánico sentido. Luis Madrigal.-
Lo que, en síntesis, al fin sucede es que, entre tanto, es necesario pararse, reposar un cierto tiempo; fortalecer mediante una higiénica gimnasia mental ese músculo inmisericorde que es el cerebro, dentro del cual se encuentra el pensamiento, y la imaginación, "la loca de la casa", que tanto puede hacer sufrir. Pero comienza la modernísima Bioneurología a plantearse la gran noticia de que no así el alma, que sería extra-cerebral. Es una gran noticia, mucho más grande que la conquista de los planetas y las galaxias, no sólo -lo cual ya es eternamente inmenso- por abrir directamente el camino hacia Dios, sino porque, si bien en el cerebro se alojan todos los recuerdos, los cuales pueden ser dolorosos, ante el programa frustrado (de lo que no pudo convertirse en quehacer), en el alma tan sólo reside el amor, y este siempre es benigno, porque nada reclama para sí, sino todo para el ser querido, para aquellos a quienes entregamos un día nuestro amor. Ello, a su vez, es indispensable mientras voy des-siendo lo que fui, con el auxilio instrumental, y hasta tosco si se quiere, de ciertos "trucos" a los que recurro; de algunas pobres "industrias humanas", en las que me ejercito; de habilidades terapeúticas, capaces de permitirme seguir viviendo, mientras voy des-siendo, de forma que, tras la hecatombe de la desilusión y el apasionamiento, muerto y sepultado, pueda quedar en pie algo de mí.
Personalmente -no me estoy refiriendo a ningún juego diletante- yo he permanecido por completo ausente de este humilde Blog -en el que, más que con nadie, trato de hablar conmigo mismo- durante exactamente quince días completos y algunas horas más. Sin duda, no son muchos para des-ser lo que he sido durante casi dos años, cuando aquella celestial melodía, llena de ángelicos matices, se inflamó al cruzar el inmenso Mar y depositó sobre mis cenizas un nuevo aliento de vida. Pero, tal vez, sí son suficientes para encontrar el reposo -el repos- que buscaba Descartes, cuando escribió el "Tratado de las pasiones", porque ese reposo cartesiano es y consiste en el desapasionamiento metódico, que conduce nada menos que a la divina morada en la que todos "nos movemos, vivimos y somos", y que encuentra en la afirmación de San Pablo el más sublime y transoceánico sentido. Luis Madrigal.-