viernes, 3 de agosto de 2012

UNA PRISIÓN MEMORABLE


 LA PRISÓN DE QUEVEDO
EN SAN MARCOS, DE LEÓN

Luis MADRIGAL



Don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, abreviadamente Francisco de Quevedo y Villegas, nació en la Real Villa de Madrid, el día 14 de Septiembre de 1580, y murió en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), el día 8 también de un mes de Septiembre, del año 1645. Como bien es sabido, Quevedo es una de las figuras cumbre del Siglo de Oro español, tanto como poeta como por sus obras narrativas y dramáticas, además de la traducción al castellano de Anacreonte, el poeta griego, gracias a la cual hemos podido conocer la estructura lingüística y cadencia métrica de los versos heptasílabos, llamados también “anacreónticos”. Quevedo, poseía orígenes no aristocráticos, pero sí de marcado acento intelectual y acomodada posición económica y elevada alcurnia. Su padre, Don Pedro Gómez de Quevedo, fue Secretario de la Reina Doña Ana, esposa de Felipe II, y anteriormente de la Emperatriz de Alemania y reina de Hungría, Doña María, hija de Carlos V, que dio excelentes informes, de él y de su madre, Doña María de Santibáñez, camarera de la Reina, a Felipe III. Don Francisco, fue bautizado, nueve días después de su nacimiento, en la Parroquia madrileña de San Ginés. Se crió en Palacio y allí abrió sus ojos “entre el oleaje de la malévola ambición y de la emponzoñada envidia en la batahola de los públicos negocios”. Por lo que se ve, ya por entonces, existía la corrupción, y eso que no había “crisis”. Bueno, también la había para los pobres, como siempre. Y contra ella luchó el Caballero de las espuelas de oro”, como llamó a Quevedo Alejandro Casona tantos años después, en la conocida obra de Teatro. Quevedo, ostentó los títulos de Señor de la Torre de Juan Abad y el de Caballero de la Orden de Santiago, cuya cruz roja figura sobre su pecho en tantos retratos que de él se conocen.

Tanto Torre de Juan Abad como Villanueva de los Infantes, según ya he dicho, se encuentran en la Provincia de Ciudad Real. Torre de Juan Abad, actualmente tiene una población, según mis datos de unos 1.200 habitantes y Villanueva de los Infantes, de otros aproximadamente 6.000, pero este último Municipio es además partido judicial y capital de la Comarca del Campo de Montiel, también de marcado signo histórico, por haber dado origen aquel lugar a la dinastía Trastámara, raíz de Juan II y Enrique IV de Castilla y, por tanto de Isabel la Católica, que posiblemente cambió la Historia de España, por primera vez, antes del episodio, también sumamente debatido, de Juana la Beltraneja.

UN DESTIERRO Y UN CAUTIVERIO

Don Francisco de Quevedo, nace, en 1580, bajo el reinado de Felipe III, y muere, en 1645, bajo el de Felipe IV. En consecuencia, llegó a ser coetáneo del Duque de Lerma (“El mayor ladrón de España, para no morir ahorcado, se vistió de colorado…”), dijeron aquellos versos de él, tras obtener el Capello cardenalicio, a fin de lograr también mediante él la inmunidad), pero Quevedo aún es muy joven y no entra en relación alguna con aquel siniestro personaje, Valido de Felipe III. Sí lo hace en cambio con Don Pedro Téllez-Girón Velasco de  Guzmán y Tovar, Duque de Osuna, de quien fue Secretario y colaborador directo y, al que al ser nombrado Virrey de Nápoles, acompañó a Italia, a bordo de una gran flota que Quevedo describe precisamente en un soneto. La flota era muy potente, pero el soneto que la canta, no es nada bueno, por lo que no lo reproduciré aquí. El Duque de Osuna, se ve implicado en la Conjura de Venecia, lo que le obliga a regresar a España para explicar directamente a Felipe III, su intervención en aquel trance. Antes de poder ser recibido por el Rey, éste muere y Osuna es detenido y encarcelado por los secuaces de la camarilla de Baltasar de Zúñiga y su sobrino el entonces Conde de Olivares, y más tarde Conde-Duque. Caído Osuna, Quevedo es arrastrado también, como uno de sus hombres de confianza, y se le destierra en 1620 a la Torre de Juan Abad (Ciudad Real), cuyo señorío había comprado para él su madre, con todos los ahorros que había podido reunir antes de fallecer. Los vecinos del lugar, paisanos de Emilio, no reconocieron esa compra y Quevedo se vio obligado a litigar contra el Ayuntamiento, sin que el proceso pudiera resolverse a su favor hasta después de muerto, sucediéndole en el derecho su sobrino Pedro Alderete. Hasta aquí llega la relación de Don Francisco con los paisanos de Emilio que, como se habrá visto, no se portaron demasiado bien con él. Bueno, termina de momento, hasta que Don Francisco regrese allí únicamnete para morir, en cuya circunstancia debieron sin duda portarse ya mucho mejor. Pero este primer encontronazo de Quevedo con el poder, no fue en realidad un cautiverio, sino tan sólo un destierro, y tan sólo duró apenas un año. Quevedo regresa a la Corte, ya bajo la privanza del Conde Duque de Olivares, recibiendo también en principio el favor del Valido.

Pero, para mi propia satisfacción, mucho mejor que los de Emilio, se portaron mis antepasados en León, porque la biografía de don Francisco de Quevedo está también íntimamente unida a León, mi ciudad natal y la ciudad en la que él estuvo verdaderamente preso, y no sólo desterrado, durante los últimos y más duros años de su agitada vida. Esta vinculación, no se ha roto actualmente, en pleno siglo XXI, porque la pianista leonesa y Presidente de la Fundación “Euterpe”, Margarita Morais, figura en el árbol genealógico del inmortal escritor entre sus descendientes directos. Ella fue la que hace unos años ofreció a las gentes vinculadas al mundo de la música la posibilidad de conocer este árbol genealógico que, según Morais, fue dibujado por María de la Portilla hacia el año 1721. Se dijo entonces que iba a permanecer expuesto de manera permanente en el hoy Hostal de San Marcos, de León, donde Quevedo estuvo preso, desde luego bastante antes de convertirse en un lujosísimo hotel, que supera con creces en número de estrellas todas las posibles y es superior en casi todo, por lo que objetivamente se dice, al "Reyes Católicos", en Santiago de Compostela, de similar factura y época. Sin embargo, de la referida exposición del árbol genealógico de Quevedo allí, en San Marcos de León, yo no he vuelto a tener ninguna noticia al respecto. Preguntaré a los amigos que, por suerte para ellos, todavía allí viven.

Como supongo bien sabrá también Emilio, otro de los lugares de España que viene acogiendo documentación sobre Quevedo es el pueblo del que fue Señor, Torre de Juan Abad, donde radica la Fundación de Estudios Quevedianos, a la que ha ofrecido su colaboración otro Morais leonés, Ramón, quien está convencido de que aún quedan muchas cosas por descubrir”. Y ya voy  -para Norma, Emilio y todo el que quiera saberlo, y no lo sepa-  con lo del “agua por la cintura. Hasta ahí, hasta su cintura, es donde se dijo le llegaba a Don Francisco de Quevedo el agua del Río Bernesga, que baña la Ciudad de León, y junto al cual se encontraba entonces el monumental edificio que le sirvió de prisión, y naturalmente todavía se encuentra hoy en pie, aunque dedicado desde hace casi cincuenta años, al indicado fin de hotel de lujo. Aunque fuese entonces en las mazmorras de sus sótanos, Quevedo todo lo hizo en su vida a lo grande, y hasta para estar preso, tuvo la “suerte” de poder hacerlo en lo que ya entonces era una de las maravillas de la arquitectura plateresca renacentista. Había sido Hospital de Peregrinos a Compostela (se encuentra a escasos metros y en el eje mismo del Camino), Cenovio, Fortaleza, Convento, Monasterio, Cuartel del Arma de Caballería y por supuesto templo. Lo había sido de la Compañía de Jesús, naturalmente antes de su expulsión de España, y lo es actualmente también, en cuanto al recinto religioso anejo al edificio, la Parroquia regentada por los Jesuitas. De esta Iglesia, antes de la llegada de éstos, conservo yo el entrañable recuerdo de mi Primera Comunión. Aquel luminoso día, en la explanada que ahora puede verse, había jardines y pérgolas, pero el monumento arquitectónico era el mismo. Y este es hoy, de día y de noche, el Edificio en el que estuvo preso Quevedo:





La fachada de este edificio monumental, que con la Catedral de León (gótico XIII) y la Basílica de San Isidoro (románico XII), constituye una de las tres joyas arquitectónicas de la Bimilenaria Ciudad, fundada por la romana Legio VII Gemina, Pía, Félix, comenzó a construirse en el año 1515. Bien, vamos con lo que parece interesar, tanto a Norma como a Emilio. Con mucho gusto. Es un honor y disculpad mi exaltación leonesa.

Habiendo sido Quevedo detenido en Madrid, el día 7 de Diciembre de 1639, llegó procedente de la Villa y Corte al entonces Convento Real de San Marcos, en León, fuertemente custodiado y destinado a ocupar una de las celdas de la prisión del Convento. De nuestro glorioso escritor, había dicho en Lovaina, en 1603, Justo Lipsio, o Joest Lips, el filólogo y humanista flamenco de lo que eran entonces los Países Bajos de dominio de España: “¡Oh, alta gloria de los españoles!” Eso no impidió  -ya diré a quién-  que, a las diez y media de la noche, en el Palacio de los Duques de Alba, residencia entonces de los del Infantado, fuese detenido aquella gloria española, para ser conducido a León y depositado en los sótanos de San Marcos, en una de sus mazmorras. Los alcaldes de Corte don Francisco de Robles y don Enrique de Salinas se apoderaron rigurosamente de Quevedo. Le registraron hasta las faltriqueras, le tomaron las llaves de su hacienda y le despojaron de todo:

            - “Señor don Francisco  -le dijo Robles-  perdone, que ya sabe cómo son estas cosas’’.
            - Sí, Señor  -replicó Quevedo-  que yo ya sé que son como todas las demás.

Se refería, sin duda, al despotismo y opresión del pueblo, entonces reinante, y nunca mejor dicho, propiciada por el Valido,  Conde-Duque de Olivares. Así llegó a León. Hay versiones que hablan de que, al margen de los rigores del clima (León es una latitud especialmente dura en invierno), el poeta fue sometido a la crueldad, pero en ningún casó recibió Quevedo ningún tratamiento cruel, sino al contrario, y sorprende lo bien informado que estaba de todo sin salir de su celda, habiendo llegado a establecer buenas relaciones desde ella, sin duda por haber llegado a tener una buena amistad con el Obispo de León. He consultado a este fin concreto el Episcopologio de la Diócesis Legionense, desde el primero de sus Obispos, que no es San Froilán, pese a darle a aquélla su nombre, sino Basílides, en el año 253 de nuestra era, y por tanto desde dicha fecha hasta nuestros días. Y de ello resulta que, en el año 1639, concretamente desde Diciembre de dicho año, en que llega Quevedo, hasta el año 1643 en el que Quevedo sale de San Marcos, el Obispo de León era Bartolomé Santos Risoba, que había llegado de Almería y fue Obispo de León hasta el año 1649, en el que se trasladó a la Diócesis de Sigüenza y después a la de Alcalá, donde publicó las Sinodales de 1651. Ciertamente, la celda de Quevedo, orientada a poniente, colindaba en su pared con el Río Bernesga, que discurre al lado de San Marcos, se encontraba incluso a nivel inferior que el del lecho fluvial, siendo frecuentes por ello las filtraciones de agua que, según se dijo después, incluso atribuyéndose esta afirmación al poeta, en ocasiones le había llegado a Quevedo “hasta la cintura”. Sin duda, esto no es cierto, como no lo es que, en aquella prisión, por dura fuese, como todas ellas, padeciese el escritor demasiadas privaciones ni calamidades, sino por el contrario gozó de algunos beneficios y favores, sin perjuicio naturalmente de la dureza del clima, el frío y la humedad, de los que derivaron algunas enfermedades. Nos lo dice él mismo, al relatar la rutina de sus tareas diarias, en la famosa carta escrita desde su prisión en San Marcos a su amigo Adán de la Parra:

A las 7 de la mañana, ya estaba vestido. De 8 a 10, un criado le daba el desayuno (¡Quevedo era un preso con criado, dentro de la prisión…! ¡Ni ahora los criminales de ETA, aunque tan sólo les falte eso!). Después, Don Francisco escribía hasta las 10 “en varios asuntos que tengo principiados, y que quisiera antes del fin de mis días verlos concluidos.” Cabe preguntarse qué escritos serían esos. Quevedo, no lo dice, y tampoco teniendo en cuenta las fechas, podría deducirse lo que estaba escribiendo en ese momento.  Ni tan siquiera puede tratarse de las dos únicas obras que en 1639 se desconocían (“La virtud militante” o “La hora de todos y la Fortuna con seso”), dado que la primera, si bien se editó póstumamente, se sabe que fue escrita en 1634, y la segunda también se había escrito anteriormente, en 1632, aunque permaneciese inédita hasta 1650.  Fuera ello lo que fuese, después, entre las 10 y las 11, Quevedo rezaba, en San Marcos, “algunas devociones” y, entre las 11 y las 12, leía “en buenos y malos autores, porque no hay ningún libro por despreciable que sea, que no tenga alguna cosa buena como algún lunar el de mejor nota...”. Y no sólo podemos saber a qué autores leía en San Marcos Quevedo, sino que también él mismo nos dice lo que opinaba de ellos: “Catulo tiene sus errores, Marcus Fabius Quintilianus sus arrogancias, Cicerón algún absurdo, Séneca bastante confusión; y en fin, Homero sus cegueras, y el satírico Juvenal sus desbarros; sin que le falten a Egecias algunos conceptos, a Sidonio medianas sutilezas, a Ennodio acierto en algunas comparaciones, y a Aristarco, con ser tan insulsísimo, propiedad en bastantes ejemplos. De unos y de otros procuro aprovecharme, de los malos para no seguirlos, y de los buenos para procurar imitarlos.”

Otro tanto, con independencia de su proximidad al Río, cabe decir de la celda que ocupaba en prisión, que ni era pequeña, como se ha dicho, ni tan mal dotada. Era amplia y con algún mobiliario, si bien con el grave inconveniente de ser colindante al lecho del río, encontrandose incluyo a inferior nivel. También tenía un cierto peligro para bajar y subir de ella, puesto que tenía "veintisiete escalones, con traza de despeñadero". Sin embargo, poseía la celda una amplia mesa: "La mesa donde escribo es tan grande que admite sobre sí treinta o más libros." Y también hace referencia Quevedo a algunos favores y buenos tratos que recibe por mediación de su amigo el Obispo.

LAS CAUSAS DE LA DETENCIÓN Y PRISIÓN

No existían entonces las garantías constitucionales, ni las procesales del habeas corpus. La detención y desaparición de Quevedo de la Corte y de la vida pública, de la que era protagonista singular, no pasó desapercibida sin embargo. El pueblo, que entonces cultivaba el verso como ahora se hace uso del teléfono móvil, enseguida advirtió su desaparición y el lugar al que había sido llevado. Los comentarios eran múltiples y en alguno de los periódicos de la época apareció esta Décima:

En San Marcos de León,
está el insigne Quevedo,
del Conde con mucho miedo
y corta satisfacción.
La causa de su prisión
dicen se pierde de vista;
pero un colegial, artista
de esos que en comer son parcos
dijo: ¡Quevedo en San Marcos
está por evangelista!

Decir que algo es el “evangelio” y que, por tanto, quien lo dice es  “evangelista”, siempre ha querido significar, y ahora también, que dice y está diciendo la verdad, dando testimonio de ella. Pero, ¿cuál era esa verdad que decía entonces Quevedo? Sobre esto, se ha divagado mucho y se han formulado muchas hipótesis y hasta afirmaciones, sin prueba y sin fundamento alguno. Exactamente no lo podemos saber. Algunas, o muchas de las teorías sostenidas, sin duda son falsas. Como lo es el atribuir a Quevedo toda clase de “chistes”, “gracias” y hasta expresiones procaces o groseras. Cierto que, parece ser tenía un fuerte y al mismo tiempo desenfadado carácter, con amplio margen de libre expresión, pero no por ello era, en sus expresiones, lo que algunas o muchas veces se ha pretendido. Por encima de todo, Quevedo era un hombre cultísimo, un humanista y un polígrafo sumamente refinado. Por ello, tampoco puede tener demasiado fundamento, los versos aparecidos a los diez meses después en la Corte:

Preso en León el inmortal Quevedo,
de agua enfermedad convalecía;
y el tunante prior le administraba
caldos de transparencia cristalina.
-¡Valiente caldo!… dijo don Francisco.
¡Valiente caldo!… ¡Bravo! –repetía.
-¿Por qué valiente? –le repuso el fraile.
-Porque no tiene nada de gallina.

La indefinición, secretismo e ilegalidad de todo el proceso, ha propiciado que se hayan disparado las leyendas sobre la prisión de Quevedo en León, del mismo modo que se contaron mil anécdotas y chascarrillos sobre toda su biografía. En cuanto a la verdadera causa de la detención y prisión de Quevedo en San Marcos de León, hay que descartar radicalmente dos posibles causas. La primera de ellas, en todo caso “peregrina” y sin el menor fundamento: La de haberse  opuesto a la designación de Santa Teresa de Jesús como Patrona de España y sostenido la mayor procedencia de tal designación a favor del Apóstol Santiago, quebrantando con ello las instrucciones y recomendaciones del Conde-Duque de Olivares. Esto es ridículamente absurdo. Y es cierto, desde luego que el clima de corrupción en el círculo del Conde-Duque de Olivares, y las duras críticas de Quevedo en tal sentido, son una rotunda realidad, lo que puede explicar que el Valido comenzase a desconfiar de Quevedo, a quien inicialmente había otorgado su favor. Pero tampoco puede ser suficiente decir que la detención y prisión de Quevedo se producen en el marco de una conspiración contra Olivares. Aun así, esto no basta, es preciso señalar qué fue exactamente lo que pudo haber hecho Quevedo para desatar contra él, de modo tan inminente, semejante duro castigo, tal y como él mismo también lo cuenta:

‘‘A 7 de diciembre, víspera de la Concepción de Nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin camisa, de sesenta y un años, a este convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, se me han cancerado y por falta de cirujano, no sin piedad me las han visto cauterizar con mis manos; tan pobre que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos”

Pero no nos dice por qué, cual fue la causa de haberse producido tal hecho, o al menos las sospechas que él mismo pudiese albergar acerca de él. No obstante  -por lo que más adelante diré-  también han de considerarse falsas otras afirmaciones. En primer lugar que fue la alusión de Quevedo a Olivares en los tan célebres versos, relativos a un hombre de una prominente nariz, lo que irritó al Valido, determinando la reacción contra el poeta. Esto es un simple disparate, porque ese hombre, no es Olivares, sino Góngora, con el que ya desde la breve estancia de Quevedo en Valladolid, se habían roto las hostilidades de un modo virulento, cruzándose entre ambos infinidad de de mordaces ironías y vituperios. Quevedo, utilizando el pseudónimo de “Miguel de Musa”, zahería a Góngora. El poeta cordobés detectó rápidamente quién era el que se refería a él y atacó a Quevedo con una serie de poemas, en los que ponía de relieve estar aquél ganando fama y dinero gracias al propio Góngora. Quevedo le contestó entonces abiertamente, y ello dio causa a una cerrada enemistad, que no terminó hasta la muerte del cordobés. Estos fueron unos de los primeros versos de Góngora contra Quevedo, posiblemente fue esta quintilla:

Musa que sopla y no inspira
y sabe que es lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira,
no es de Apolo, que es mentira.

Quevedo, no se hizo esperar, nada menos que con un soneto:

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

Tampoco Góngora se quedo atrás, con otro soneto:


 
Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
 
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
 
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
 
Prestádeselos un rato a mi ojo ciego
Porque a la luz saque ciertos versos flojos
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Y ya metidos a ridiculizar defectos físicos o corporales, posiblemente Quevedo replicó con los ya aludidos versos, relativos a la nariz de Góngora:


A UNA NARIZ


Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.

Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mas narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

Falso por último también que la causa de la detención y prisión de Quevedo fuese debida a aquella otra anécdota de los versos depositados bajo la servilleta del Rey, con el enunciado de “Católica, sacra y real majestad:...”

Crecen los palacios, ciento en cada cerro
y al pobre del pueblo, castigo y encierro…
Y así, en mil arbitros, se enriquece al rico
y todo lo pagan el pobre y el chico…

Ninguna de tales explicaciones pueden ser la causa de aquella prisión. No pueden serlo porque, todavía hasta el año 1972, casi ayer mismo, no se produjo al fin el hallazgo de una carta del Conde-Duque de Olivares dirigida al Rey Felipe IV, en la que el Privado decía al Rey que el poeta había sido acusado de ser confidente de los franceses, por su propio amigo el Duque del Infantado, en cuyo Palacio precisamente fue detenido Quevedo aquella noche del día 7 de Diciembre de 1639. A la diez y media, exactamente. Ya no saldría de San Marcos, sino tres años y tres meses después de haber llegado allí. Un estudioso de la obra de Quevedo, James O. Crosby, en su trabajo "Nuevas cartas de la última prisión de Quevedo", nos ha facilitado otras noticias al respecto, con las propias palabras del gran escritor, tras salir de San Marcos, en las que dice haber sufrido "unas calenturas que se repiten al año siguiente y que le dejan tullido de mayo a octubre". También habla de "un abceso supurante que purgó mucha materia". Y que "las condiciones poco salubres de San Marcos hacen que se produzca un recrudecimiento de la enfermedad". De tal modo que, cuando en el mes de Octubre de 1644, ya puesto en libertad, se dirige a su Señorío de la Torre de Juan Abad, "al llegar se hallaba con más señales de difunto que de vivo", hasta el punto de escribir de su propio puño y letra: "Me duele el habla y me pesa la sombra". ¿Acaso se inspiraría en esto Miguel Hernandez, cuando, por doler, le dolía "hasta el aliento"? Hay seres, tan excepcionales cuyo destino no puede ser otro si no el de sufrir. No obstante, aún tuvo fuerzas Don Francisco para escribir a Felipe IV, negando radicalmente la veracidad de la causa de su detención y prisión, y rogándole: "... considere el agravio que se le hace en decir que los papeles que le quitaron no se han visto, no siendo creíble que pretendiéndole por sospechoso de ellos, en tres años y tres meses no se hayan visto y por ellos se me ha destruido en vida, honra y hacienda".

Inmediatamente arriba, Despacho de Quevedo en Villanueva de los Infantes
y celda del Convento de Santo Domingo, donde murió,
y donde, al parecer, últimamente
se han realizado obras. ¿Habrán permitido el descubrimiento de alguna otra cosa?