lunes, 3 de diciembre de 2012

LA FUERZA DEL FUEGO



ASIENTO A LA LUMBRE

Un rayo tibio de sol, temprano y débil, que pugna en dura lucha con la helada, alza su pobre fuerza. Apenas un impulso que se pierde en el aire, como neonato murmullo de unos labios enfermos, ya casi apagados, que lo exhalan. Mis ojos miran a lo lejos y descubren, sin encontrar la hoguera, un penacho de humo que se eleva hasta alcanzar las copas de los árboles desnudos, extendidas al cielo sus sarmentosas manos. Parecen elevar una plegaria y una súplica a lo más alto, en nombre de los hombres que, ateridos de frío, se arrastran por doquier maldiciendo su suerte y culpando siempre a otro de ella. Al fin, vislumbro una zarza ardiendo… Es en ella en la que se ha albergado el fuego, que lanza llamaradas fecundas y, a su alrededor los caminantes van tomando asiento a la lumbre, para calentarse las manos, mientras se olvidan del corazón, que sigue aterido entre la escarcha. Yo voy acercándome lentamente al fuego y, al llegar a él, no los imitó… Más que mis manos, que también necesitan calor, prefiero templar mi alma, sumergiéndola en las llamas, que, en su crepitar, parecen entonar una eterna canción. Mientras, pienso en ello, me olvido de todo formalismo métrico y un nuevo poema va llegando suave y dulcemente a mi corazón:


LUZ Y CALOR DEL CAMINO

Brilla el fuego en la hoguera y, a la lumbre,
se acerca un corazón muerto de frío.
Ayer, se heló en la escarcha. Hoy cobra brío
y late, con fervor, junto a una llama
que expande su calor y que ilumina,
serena y transparente  -Soberana-
las espinas y bordes del camino
que, en la noche, buscando su destino,
ha de andar otra vez, al caer la helada.
Busca calor y luz que, el peregrino
-sombra y hielo, oscura y fría el alma-
desamparado, ansía en la penumbra,
para encauzar el paso y cobrar calma.
Quiere, en la noche, hallar la luz que alumbra,
antes que salga el sol, muy de mañana.


Luis Madrigal