TRES SONETOS A
CRISTO CRUCIFICADO
I
CAÍDO EN
TIERRA ESTÁS
¡En tierra estás, Señor, tu rostro al suelo…!
Junto al duro adoquín, tu sien divina
hiere mi corazón, y alguna espina
en mi frente quisiera ser consuelo.
Enjugar tu sudor, con dulce velo,
como aquella mujer, junto a una esquina
sin luces, que tu Luz siempre ilumina
y arrebata a las sombras tierra y cielo.
Quiero seguir tu rastro, y a la tarde,
cuando, caído el sol, la noche apague
mis suspiros de amor, en nuevo alarde
-cual nuevo Cirineo- amor propague,
si entre el frío, al pasar, mi pecho arde
cual moneda de amor, que tu amor pague.
NO ME DEJES, SEÑOR
muriendo siempre,
en esa Cruz clavado;
ni un segundo tan
sólo nunca amado
por el hombre, y
al hombre perdonando.
¡Baja ya de tu
Cruz, Jesús…! Mirando
mi torpe aliento,
tan desesperado,
mi negra
ingratitud, mi gesto airado,
no merezco, Señor,
seguirme amando.
Mas, si Tú me
abandonas, oh Dios mío,
¿quién me amará…?
¿Cómo andar el camino?
¡Perdona, una vez
más, mi desvarío!
Nunca abandones a
quien su destino
un día otorgaste,
con el poderío
de ser hecho a tu
imagen… ¡Tan divino!
III
ESTÁS EN ESA CRUZ CLAVADO
En ella, por mí -exangüe- estás clavado
y a ella te has subido, porque quieres
que yo viva, si muero un día a tu lado.
A Ti, que eres amor, y a nadie hieres,
a cruel agonía han condenado.
Para librar del mal, a tantos seres,
de sangre y de sudor tu Ser bañado.
Mientras tibia la mía se ha dormido,
inunda toda tu alma la tristeza
por el dolor del hombre, tan herido
a causa de mi olvido y mi dureza.
Dale, Señor, amparo, aun abatido
y -a mi debilidad- tu fortaleza.
Luis Madrigal
En la imagen superior "El Camino del Calvario"
(Taller de Frans Francken, 1542)
Abadía de Montserrat (Barcelona)