domingo, 10 de mayo de 2009

UN ÁNGEL OYÓ EN EL CIELO


Hay personas que no creen en los ángeles. Más o menos, son las mismas que no creen en Dios. ¡Claro, si no creen en Él, ¿cómo van a creer en su Cortejo angélico?! Pero, yo sí. Creo en los ángeles del Cielo, desde luego, pero también, y no poco, en los ángeles de la Tierra. Algunos, casi están suspendidos de una nube, entre vendavales y tormentas, soportando cuánto se puede soportar, y siguen caminando -volando- de nube en nube, tratando de ayudar a alguien, de consolar a alguien, de vivir junto a la amagura o el dolor de alguien. Y, esos ángeles, aunque no tengan "alas", tiene algo mucho más glorioso. LLevan dentro de su alma, todo el amor, que Dios depositó en ellas. Yo, creo en ellos, "a todo riesgo". Y lo creo firmemente, porque hace ya algo más de un año, uno de ellos (o "una", ya es bien es sabido que los ángeles no tienen sexo) oyó, allá, desde su Coro, una música que, todavía no acierto a saber por qué, yo mismo, inútil de mí, logré extraer de algún lugar de ensueño. Contra lo que suele decirse, o cabe suponer, este tipo de lugares, siempre se encuentran entre alemanes y en lengua alemana. "Que inventen ellos", dijo Unamuno. ¡Hombre, don Miguel, ¿también el Arte y la Música, además de la Filosofía...?! Me parece excesivo, eso de que "Africa cominece en los Pirineos". Y bien, el caso es que aquella música voló sobre el inmenso Mar -sobre el mismo que España (aquella heróica España) recorrió siguiendo el camino del sol- hasta llegar a los oídos de aquel ser angelical, y se instaló en pleno firmamento. De ello, de este hecho portentoso, quiero dejar patente muestra mediante la imagen con la que pretendo ilustrar esta entrada de hoy, ya día 10 de Mayo de 2009. Ya sé que, en inglés, no debe decirse "entrada", sino "spot" y, si hace falta, yo lo digo, porque sólo quien inventa algo tiene derecho a poner el nombre a lo inventado, o a "nominar". No en el mostrenco sentido en que lo dicen en esos horribles concurso de la TV, porque "nominar", en puro y preciso castellano, es "poner nombre", y lo que ellos hacen, simplemente, es designar al bruto, o analfabeta de turno, para que abandone el hororoso, plúmbeo, procaz y repugnante concurso de que se trate, ya sea de una "casa" (preferible no decir de qué), de una isla, o de un autobús. Pero, hoy, quiero disculpar a esos zafios, obscenos y canallescos personajes que intoxican las pantallas de la TV, animados por los no menos zafios, paletos y abyectos llamados "presentadores". Y, sobre todo, por los miserables que impulsan, a unos y otros, para ganar dinero, sin importarles un pimiento, inmisericordemente, "echar carnaza a las fieras". ¡Qué pena, Dios mío...! ¡Que sociedad tan estúpida y, sobre todo, tan enferma...!. Por eso, yo creo en los ángeles, no tengo más remedio y, hoy, sólo puedo hablar en su lenguaje. El caso fue que aquella música, fue escuchada por uno de ellos (¡tan distinto a los asquerosos personajes de los concursos de la TV!) , que, desde el cielo, bajó a mi mísera morada, para rendir con humildad y arrobo su exultante embeleso ante aquella sublime melodía. "Qué decir. Silencio... y absoluta admiración". Ese fué su único comentario. Que los ángeles admiren a los mortales geniales, en silencio, aunque se trate del mismísimo Mozart, ya es un verdadero milagro, pero mucho más lo es que, al menos durante algún tiempo, dediquen su cariño a los mortales más insignificantes. Y esta es la música, la que inserto a continuación y, después de ella, la que le sigue, en esa maravilla que es la "Serenata Haffner". Desde luego, era la "Serenata" (KV 250) -no la "Sinfonía" del mismo nombre (KV 385)- de seis movimientos, el 4º de los cuales era aquel "Rondó (Allegro)". Después (tal vez esto último ni se conoce en el mismo cielo), yo hubiese deseado que sonase el 6º movimiento, el segundo "Andante", para que la Corte celestial en pleno se asomase, entre los destellos del Arco Iris. Pero, a mí, me bastó sólo con lo primero. Un beso, lleno de cariño, a todo los ángeles de la Tierra y, muy en especial, al que expresó aquel día su admiración por el "Rondó-Allegro" de la Serenata Haffner de Mozart. El insignificante mortal, soy -era- yo mismo. Luis Madrigal.-


Aquí están estos dos movimientos de aquella Serenata. A mí, personal y musicalmente, me gusta más el segundo, el Andante, pero jamás podré olvidar el primero, el Rondó- Allegro. Oíngalos usteles. Oídlos todos, queridos mortales.