viernes, 5 de septiembre de 2008

EL LIMBO




Bien sé yo, según creo, que su Santidad el Papa -Juan Pablo II, de entrañable memoria- dijo en su día algo acerca del Limbo, aunque ni lo sé muy bien, ni cuándo lo dijo, ni sobre todo qué es lo que dijo exactamente. Y la ocasión tampoco merece la búsqueda de la declaración o documento pontificio correspondiente al respecto. En síntesis -desde luego muy vulgar e iletrada- lo que el populacho dice que el Papa dijo es que el Limbo ya no existe. El subrayado es mío, porque si no existe ahora es que nunca ha existido, o no existió jamás, y, en esto, prescindo no sólo de la documentación vaticana sino, particularmente de la doctrina de San Agustín y del Concilio de Cartago, asi como de las cuestiones 2 y 89 (Prima secundæ) de la Summa Theologiæ. Lo que sí sé muy bien es que tal “sitio” -y ni siquiera tal posible estado- nunca ha sido admitido como cuestión de fe por la doctrina de la Iglesia, sino tan sólo imaginado y propuesto por los teólogos medievales, muy a pesar por cierto del propio Santo Tomás de Aquino y, tal vez, tan sólo en virtud -lo que es bien triste- de la descripción literaria efectuada por Dante Alighieri en la Divina Comedia. También sé que la cuestión se halla sometida, o lo ha estado, al estudio de una Comisión presidida por el Arzobispo William Joseph Levada, actual Prefecto de la Congregación para la Doctrina de La Fe, en cuya función sustituyó al anterior Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI. Pero, las conclusiones, en ningún caso -supongo- podrán superar u olvidar el hecho de que, en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, en absoluto se menciona la existencia del referido lugar, ni tampoco de tal estado.


Sin embargo, en lo que se refiere a la mundana concepción y tendencia a hallarse alguien en tal sitio, o de suponer que se halla, se habría equivocado totalmente el Papa, Santo Tomás y cuantos otras posibles personas, de cualquier género, especie y condición, pudieran o pudieren afirmar dicha inexistencia. El limbo, verdaderamente, existe, ya lo creo, y es ciertamente un sitio, un lugar, aunque también amenace, en ocasiones, con convertirse en un estado, en lo que al ánimo se refiere. Este lugar, se haya situado en Las Navas del Marqués, provincia de Ávila, particular y muy especialmente en el Barrio de la Estación de esta bella, paisajística y sana localidad, aunque algunos distinguidos miembros de una moribunda asociación cívica, fundamentalmente creada para organizar horribles verbenas de verano, plantearon en cierta ocasión un encendido debate interno a fin de que no se llamara “barrio”, sino “colonia”; Colonia de la Estación, en vez de Barrio se la Estación. Debía parecerles más distinguido, aunque con evidente error a mi juicio, lo de Colonia, que lo de Barrio. Craso error, en efecto -además del gramaticalmente cometido por dicha asociación ciudadana en la imposición de nombre a las calles del lugar, en lo relativo a la inclusión o exclusión previa de la preposición propia “de”, lo que resulta verdaderamente gracioso y digno de observar- porque toda colonia, implica y requiere una metrópoli y, en consecuencia, conduce a la idea de subordinación y dependencia, lo que resulta antitético a lo muy secundariamente pretendido en los fines fundacionales (independizarse del Ayuntamiento competente y legalmente responsable de la prestación de los servicios públicos mínimos, que jamás presta ni ha prestado), porque, como ya he dicho, la principal y prácticamente exclusiva finalidad son, o eran, la de organizar verbenas de verano, ya muy de capa caída, gracias a Dios.


En el Barrio de la Estación, o en la Colonia (muy impropiamente, porque, que yo sepa, allí no hay ningún colono), no siempre se está en el limbo. De ser así, yo jamás hubiese permanecido en tal lugar, que me gusta mucho y al que quiero sinceramente. El efecto “limbático”, se produce tan sólo cada 31 de Agosto, más o menos sobre la siete de la tarde, cuando se apaga el último claxon de los automóviles que, como si se tratase de un efecto meteorológico, “salen pitando” rumbo a Madrid, casi disputándose la carretera para llegar primero, y con la particularidad de no iniciar tampoco nunca la salida antes de la citada hora. Es en este momento cuando mi ilustre amigo don Carlos Suárez, y algunos otros, se sienten plenamente felices. Sin embrago, cuando, además de 31, es Domingo, como este año, se produce automáticamente el mencionado efecto de manera muy singular y hasta estremecedora. Desaparece en unos segundos todo bicho viviente, y nunca mejor empleado lo de “bicho”, porque los asquerosos ladridos de los perros cesan también en ese momento, y ello se produce sin duda porque sus asquerosos amos se los llevan consigo para que, en lo sucesivo y hasta el año próximo, ladren durante toda la noche en Madrid y, así, no dejen dormir a los madrileños de sus respectivos barrios o colonias. También desparecen las motos, los “quards” y todos los demás instrumentos de ruido, para tormento de pacíficos ciudadanos que no se meten con nadie, y con ellos los niñatos maleducados que los utilizan, ricos o pobres, pero casi todos ellos con madera de futuros delincuentes urbanos, que bien merecerían la atención del Juez Calatayud, aunque por mi parte les pondría a picar en la vía del tren, que se encuentra muy cercana.


Pero, al producirse el efecto de referencia, y encontrarse uno verdaderamente en el limbo, se incrementa mucho más el instinto vital de supervivencia y creatividad, según me parece a título de “legítima defensa” para no sumirse en la nada más absoluta, esto es, en el nihilismo . Así lo he experimentado yo mismo, no hace aún muchos días. Visto que me encontraba de pronto en el limbo, traté de emular a Lope de Vega (y desde luego no voy a molestarme ahora en buscar la cita, porque ya dije en otra ocación que me hecho mayor) cuando narra todas las cosas que hizo en pocas horas, entre las que incluye el haber escrito un par de comedias y haber regado el jardín. Yo tuve que limitarme a algo mucho más modesto, vulgar y ruin, aunque muy digno y necesario al mismo tiempo: Limpiar mi casa, de uno a otro confín, poner un par de lavadoras, el lavaplatos, tender la ropa, recogerla y doblara simplemente, porque a lo que me niego rotundamente es a planchar… Pero también, como Lope, regué el Jardín y, aunque no sé escribir comedias, y menos aún hasta dos en poco tiempo, sí escribí un soneto. Este que humildemente les ofrezco a continuación. Y esta vez, no se lo he pedido prestado a mi buen amigo Alphonso Carbajal. Lo he escrito yo mismo. Vean ustedes, queridos amigos, y ya me dirán, aunque, como casi siempre nadie me diga nada. Ahí va el soneto:


SOLEDAD EN EL LIMBO


Los otros, ya no están... Sólo la brisa

de una tarde de estío, sin acento.

Sólo soy yo. Cesó el acogimiento

y no clamo, ni quiero más premisa.


No pregunto, ni busco... No hay pesquisa

que traiga un nuevo canto soñoliento.

Ni un nuevo andar, sereno e incruento

que calme el alma y bese la sonrisa.


Sólo quiero vivir verdad certera

que valga por sí misma, sin conflicto;

que viva por sí sola, dentro y fuera.


Sin que nadie establezca un veredicto,

con atávica ira por bandera.

Y aunque el limbo me acose... siempre invicto.


Luis MADRIGAL

Las Navas (Barrio-Colonia de la Estación), 31 de Agosto de 2008

A las Siete de la Tarde, en un inmenso Limbo de Silencio


Arriba, "Descendent into Limbo", de Andrea Mantegna (1430-1506), subastado en Sotheby´s, de Nueva York, EL 29 de Noviembre de 2005. Abajo andenes de la Estación de Ferrocarril de Las Navas del Marqués, mucho más altos (1.221,1 m. de altitud), por lo que es preciso ascender más que descender, pero mucho más perfecto limbo cada 31 de Agosto. ¡Por favor, veraneantes de reglamento y domingueros en activo, no seais tan crueles!