A LOS HERMANOS HISPÁNICOS MUERTOS
De los Andes lejanos, un quejido
trae hoy el viento, que mi pecho siente.
Es el lamento del silencio hiriente
que grita soledad, tan afligido.
Llega hasta mí, hasta mi pecho herido,
el grito de quietud, manso y doliente,
tan ausente de mí, mudo y silente,
que eternamente grita, enmudecido.
Ayer como mañana, un hoy eterno,
vuestras nieves albergan signo fuerte,
que os hará vivir un largo invierno.
Hasta que -muertos- un clamor despierte,
sin visos de terror, muy suave y tierno...
La eternidad, no existe sin la muerte.
Luis Madrigal
Almas que hoy lloráis a vuestros muertos,
oid lo que ellos ya escuchan en el Paraíso. Es la melodía
que el gran músico alemán, Christoph Willibald Gluck,
escuchó que, en el Cielo, a su son, danzaban los
Espíritus Bienaventurados.
De los Andes lejanos, un quejido
trae hoy el viento, que mi pecho siente.
Es el lamento del silencio hiriente
que grita soledad, tan afligido.
Llega hasta mí, hasta mi pecho herido,
el grito de quietud, manso y doliente,
tan ausente de mí, mudo y silente,
que eternamente grita, enmudecido.
Ayer como mañana, un hoy eterno,
vuestras nieves albergan signo fuerte,
que os hará vivir un largo invierno.
Hasta que -muertos- un clamor despierte,
sin visos de terror, muy suave y tierno...
La eternidad, no existe sin la muerte.
Luis Madrigal
Almas que hoy lloráis a vuestros muertos,
oid lo que ellos ya escuchan en el Paraíso. Es la melodía
que el gran músico alemán, Christoph Willibald Gluck,
escuchó que, en el Cielo, a su son, danzaban los
Espíritus Bienaventurados.