¿NOS TENDREMOS A NOSOTROS MISMOS?
¿Sorpresa? Hasta los propios argentinos -mis amigos, en los que tengo total confianza- dicen que sí. Que nadie allí esperaba la elección del Cardenal Arzobispo de Buenos Aires para suceder al Apóstol Pedro, 2.013 años más tarde. La misma impresión he podido recoger hasta el momento en España, incluso por parte de quienes se dejan llamar “vaticanistas”, sin rechazar radicalmente tal propiedad o calificativo. ¡No hay vaticanistas! Sobre todo no los hay, no puede haberlos, cuando se trata de predecir a quién va a elegir un Cónclave para ser el conductor de la Iglesia fundada por Jesús de Nazaret. Él mismo Jesús, nos prometió a todos que nos enviaría al Paráclito, al Espíritu de Dios. Y, una vez más, hay que creer de una vez firmemente en eso. Por ello, con todo el respeto a quienes se muestran sorprendidos, para mí la sorpresa ha sido tan sólo muy relativa. Es más, después de haber visto y oído por dos veces al Papa Francisco (sin duda, creo yo, de Asís, más que Javier, pese a ser jesuita) ya no anido la menor sorpresa. Este era el hombre de Dios, que el mismo Espíritu tenía señalado para ser el guía espiritual de casi 2.000 millones de almas en el mundo. Y precisamente, gracias a él, puede que a algunas más, en lo sucesivo. Entre ellos quiero contarme, aun todo lo imperfecto que yo pueda ser. Y para mí, sinceramente, ha supuesto -lejos de los frívolos comentarios de rigor, tanto por parte de los de siempre, los periodistas, como de las propias gentes de la Iglesia- una inmensa alegría. Por muchos motivos que, humanamente sintiendo, trataré de explicar al final.
Yo, insignificante individuo, también, aunque sea con algún retraso, “nuntio vobis magnun gaudium”. ¡Ya tenemos Papa! Parece un Papa ideal, no sólo para este momento sino para todos los momentos. Pero me pregunto y os pregunto: ¿También nos tenemos a nosotros mismos? El Papa, puede indicar dulcemente el camino, pero somos todos, cada uno de nosotros, quienes hemos de andarlo. Naturalmente, sólo podremos con la gracia de Dios, pero no sin nuestro propio esfuerzo, en ningún caso. Acabo de participar, físicamente a través de TV13, la emisora de la Iglesia en España, y sobre todo espiritualmente, en la primera Eucaristía presidida por el nuevo Papa. Y también he escuchado, con mucha atención, su sencilla y preciosa homilía: “Caminar, construir y confesar…” ¡Que esquema racional más simple, pero que exacto y profundo, dicho con especial cariño hacia todos cuantos podríamos escucharle. Caminar, en la Fe. No hay otra solución, ni otro camino. Sin la Fe, jamás podremos explicarnos el mundo, porque su realidad más honda y radical, no es lo visible, lo que se ve, o puede verse a través de la razón y de la Ciencia, sino precisamente lo invisible, lo que únicamente es posible percibir a través del espíritu que habita en el ser humano. Construir. Pero no con arena, como hacen castillos en la playa los niños, sino con dura piedra berroqueña y dolorosos golpes de piqueta, para doblegar nuestro temperamento natural y convertirlo en todo un verdadero carácter. Y, por último, confesar. Confesar a Cristo Jesús, no esconderse ante el mundo de tratar de seguirle. Pero tampoco de seguirle de cualquier manera, sino crucificado, aceptando cada uno nuestra propia cruz, porque solo en ella radica la salvación, la de cada cual y la del mundo. Como puede verse, nada de “alta Teología”, tantas veces ininteligible, sino pura praxis vital, llena de amor a todos y a todo cuanto nos rodea, hasta negarnos a nosotros mismos. Gracias, Santo Padre, por haber sido tan sencillo y tan claro.
Además de sentirme serenamente confortado e instruido, por tan simple catequesis, también me siento humanamente muy alegre y feliz. Estoy contento porque esto me lo ha dicho un Papa argentino, y por lo tanto hispánico, que desde niño habla en mi misma Lengua y, con sus singularidades, participa en mi propia cultura. Y esto, hace que un grito de alegría se escape de mi alma española, desde mi profundo sentimiento de cariño, desde hace muchos años, hacia la gran Nación hispánica, la Argentina, a la que los españoles debemos querer tanto, o al menos tanto quiere este humilde español. A ello se une, de un modo muy significativo, el hecho cierto y real, rigurosamente contrastado, de que según los informes más fidedignos que poseo, y no sólo los de los periódicos, este hombre santo, al que jamás nadie ha llamado ni él considerado un “Príncipe de la Iglesia”, ha vivido, hasta hace unos pocos días, en un sencillo apartamento de Buenos Aires, sin ningún automóvil con chofer para desplazarse, sino viajando en los transportes públicos y en la más austera sobriedad. En la renuncia a poseer nada para sí mismo, porque si algo había, se lo daba a los más pobres, a los más necesitados. Y nada importa que (según también me informa alguien a quien no puedo dejar de creer), el Gobierno argentino se muestre contra él, bajo la acusación de que estuvo a favor de los militares, o de que no se opuso con la fuerza suficiente. ¡Ya estamos otra vez! También de su predecesor, el actual Emérito Obispo de Roma, Joseph Aloisius Ratzinger, se le acusó de haber sido militarmente movilizado por el III Reich de Adolf Hitler, cuanto tenía 20 años de edad. ¡Que le vamos a hacer! Nada importa la denigración de gobiernos más que de dudosa legitimidad, al menos material, como el actual de la República Argentina, cuyos canales de la TV oficial, y los domesticados y sumisos a este nuevo tipo de dictaduras, estuvieron en el día de ayer proclamando tal estúpida acusación, al propio tiempo que dando la impresión de que el espíritu del señor Hugo Chávez, y el de sus futuros milagros, se habían reencarnado ya en la Presidente de la Nación, Doña Cristina Fernández de Kirchner, cuyos pésimos discursos, últimamente, no bajan de cuatro horas, al más puro estilo de este tipo de personajes por desgracia ya tan conocidos. Nada importa esto, porque el pueblo argentino, y vuelvo a insistir en la veracidad del dato, en general se muestra muy feliz, con la única excepción de los reptiles de siempre, que no quieren dejar de creer, cínicamente, en las miserables mentiras que transmite la TV oficial. Yo, para quien este nuevo Papa, además de parecerme un hombre de Dios, es como si fuese español, precisamente porque es argentino, gaucho, porque tiene un nombre de pila tan argentino como Jorge Mario y porque le gusta el mate, también me siento inmensamente feliz.