PARECEN FLORES
Se ha helado el estanque de mí jardín y,
sobre su pulida y refulgente superficie, han nacido flores blancas, que parecen
rosas de Abril -como las que brillan junto
al seto- surgidas fuera de su tiempo y
de su espacio. El tiempo y el espacio, que según se ha dicho o intuido son una
misma cosa, se configuran siempre, en todo caso, como las coordenadas en las
que todos los seres humanos que existen bajo ellas tienen que fabricar su vida,
hacerla, construirla desde la nada, desde ese cero absoluto, desde esa “tabula rasa in qua nihil est scriptum”. La
vida, dice Ortega, nos es dada, pero no hecha. Y solamente yo, únicamente yo,
tengo y puedo hacer mi vida. Es imposible que la haga otro por mí, ni que yo
pueda hacer la suya. A lo sumo -y ello a
veces resulta muy doloroso y hasta trágico-
otro puede influir poderosamente sobre mí, incluso sin él quererlo, al
acometer esta tarea. O tal vez sea yo quien influya sobre él, pero ninguno de
los dos -aunque sí condicionarlas- podemos recíprocamente determinar nuestras
respectivas vidas. No hay ningún determinismo social, ni tampoco es posible el
darwinismo de ese carácter, como pensaba “el
bueno de Heriberto”, según sostenía también Ortega, refiriéndose en expresión
castiza a Herbert Spencer, el filósofo positivista inglés.
Sin
embargo, pienso yo, lo que sí puede ocurrir es que, en el transcurso de la
existencia, las flores nazcan a destiempo y fuera de lugar en nuestra vida y,
no sólo esto, que puede reducirse a mero o simple casualismo, sino lo
verdaderamente doloroso, que para siempre permanezcan tan lejos de nuestro
anhelo.
Luis Madrigal