PRUDENCIO
Hace
ya algunos años, retiré de este mismo Blog, como quien cumple con un deber y al
mismo tiempo causa una alegría a otra persona, el texto que hoy vuelvo a
publicar, porque, al releerlo, entre una cierta sonrisa, me ha parecido que a
estas alturas ya no puedo ofender ni maltratar a nadie. Le decía yo mismo
entonces, a una buena amiga, que "Prudencio"
es un nombre magnífico, sobre todo para hacer honor a él. Porque ya se sabe
que, algunas personas, que se apellidan "Calvo", poseen una nutrida
mata de pelo y, otras cuyo apellido es "Izquierdo", en lugar de ser
más rojos que un pimiento, son lo que los propios rojos llaman
"fascista", sin saber exactamente qué quieren decir, porque ya es
casi universalmente sabido, a su vez, que esta gente tuerta del ojo derecho
todo cuanto ve, lo mira con el de su propia siniestra tendencia. El caso es
que, si alguien, además de llamarse "Prudencio", es verdaderamente
prudente, nos hallaremos ante un hombre
-o una mujer- virtuoso, porque
la Prudencia, sin llegar a ser una virtud teologal, sí que es una de la cuatro
virtudes cardinales, en unión de la Justicia, y además de la Fortaleza y la
Templanza. Por eso, es muy importante ser prudente, aun no llamándose
"Prudencio". En el orden estrictamente moral la Prudencia es aquella
virtud en virtud de la cual -cuando se
posee- se ordena todas las acciones al bien, al debido fin, y para ello busca los
medios convenientes de modo que la obra sea buena en vez de mala, y por tanto,
agradable a Dios. En un orden más humano y temporal, aunque en íntima relación
con la Justica -que es la virtud de dar
a cada uno lo suyo- qué no decir también
de los juris-prudentes, y que en la vieja Roma fueron los que cultivaron
la prudentia iuris, el arte de saber elegir, antesala de los
jurisconsultos, a quienes el Emperador Augusto otorgó el ius publice
respondendi, o potestad de responder, ex
autorictatae eius, a determinadas preguntas, precisamente por razón de ese
arte, prudente y virtuoso, basado en la iustitia y en la utilitas,
para dar solución a los problemas prácticos de la vida cotidiana.
Esencialmente, ello ha dado lugar en nuestros días a la llamada Jurisprudencia
moderna, que no es otra cosa sino la manera reiterada y constante de interpretar
y aplicar la Ley, no por cualquier Juez, o "jueza"
de tres al cuarto, como con suma barbarie hoy se dice -y se hace, que eso es lo peor- sino por el Tribunal Supremo, y tampoco por
ese otro "tribunal", nido de malvendidos a las canalladas y a los
canallas de la política más espuria, que en España llaman el Tribunal
Constitucional. De esto último, mucho mejor ni hablar. Y la Jurisprudencia es,
a su vez, nada menos que una fuente del Derecho, en defecto de la Ley. Sin
embargo, pese a todo lo dicho, a mí desde luego no se me ocurriría nominar a nadie, -y nunca mejor
utilizado este término con auténtica precisión-
imponiéndole el nombre indicado. No como se dice en esos bastardos y
depravados concursos de la TV, en los que dicen "nominar" a
cualquiera de las mujeronas, rapazuelas
o rufianes que en ellos concursan. Porque exactamente "nominar" no significa ser candidato a alguno de los
"terribles suplicios" con los que se condena en tales repugnantes
concursos, sino precisamente lo que ya he dicho, imponer nombre a una persona.
No, no se me ocurriría, en nuestros días (y pido perdón por ello a quien haga
falta), llamar "Prudencio"
a ningún ser humano. Mucho menos aún, “Prudencia”,
pese a tratarse de una virtud cardinal, a ninguna mujer, si ese fuese el caso.
Naturalmente, a quienes guste llamarse así, por mí no hay inconveniente, antes
al contrario, mi más cordial felicitación y que disfruten muchos años su
nombre y, sobre todo, que hagan siempre honor a él.
Tampoco
hay que olvidar el hecho de que Aurelius Prudentius Clemens (Calahorra,
348 D.C.), aunque algunos piensan que no nació en Calagurris, sino en Caesaraugusta,
es el poeta hispano-latino tal vez más grande de esta época. Profesor de
Retórica y también jurisconsulto, se dedicó a la Literatura los últimos años de
su vida. Este gran hombre, poseía también una gran erudición tanto en el
conocimiento profundo de la Sagrada Escritura, como en general en el ámbito de
la cultura clásica, hasta el punto de estar considerado como uno de los mejores
poetas cristianos de la Antigüedad.
Pero,
ni éste glorioso poeta latino ni algunos otros, ya sean poetas, médicos o
futbolistas del Real Madrid, como aquel "Pruden", que por cierto era a su vez las dos últimas cosas
(¡qué tiempos aquellos, en los que los futbolistas, además, eran médicos!) son los
mismos, sino "otros Prudencios", como eran "otros
Pérez" aquellos con los que, a decir de Marañón, pretendió enlazar
genealógicamente el famoso Secretario de Estado de Felipe II, para propiciar su
hidalguía y limpieza de sangre, eludiendo así toda sospecha de descender de
judíos conversos. No son los mismos "Prudencios", porque hay
"Prudencios imprudentes", que aun no siendo descendientes de judíos,
ni futbolistas, además de impertinentes y ridículamente necios, causan la
impresión, no sólo de poseer un bajíismo nivel de instrucción, sino de no
enterarse de lo que leen, al confundir, digamos
-en buen castellano, aunque ya algo añejo- "la velocidad con el
tocino", formulando comentarios estúpidos, sin haber entendido nada de
nada. Y estos "Prudencios", también tienen un Blog, como yo mismo,
que desde luego, también como quizá el mío propio, son de los que le harían un
gran bien a la Humanidad si desapareciesen para siempre. Tengo que insistir. Me
permito recordar a todos estos “Prudencios” que su verdadero sitio y lugar no
está en el mundo de los Blog, en lo que estos pueden significar un ámbito
propio de la Literatura, -aunque de opaca procedencia, de extenso alcance- sino en el de las llamadas "redes sociales", donde podrán
soltar sus simplezas a placer. Y, como también -parece ser- se pueden llenar
esos lugares de colorines y fotos de artistas de cine, no deben albergar el
temor a no poder publicar las hechas en la playa y hasta posiblemente en
compañía de su nuera o de su cuñada. A las cuñadas, a alguna Cuñada hay que tenerle siempre presente,
por mucho que contraríe y moleste. Naturalmente, son sitios distintos. Por eso,
creo yo, cada cual debe estar en su sitio. Como debió hacer aquel señor que se
llamaba "Prudencio". Es un decir.
Luis
Madrigal
En las imágenes de arriba, las Cuatro Virtudes Cardinales. De izquierda a derecha, Prudencia, Fortaleza, Justicia y Templanza
Más abajo, el Emperador Augusto, que otorgo el ius publice respondendi
a los iuris-prudentes. Jamás lo habría hecho a los
Jueces de lo Mercantil, al menos en España