lunes, 19 de mayo de 2014

UN NUEVO MATIZ LINGÜÍSTICO



LA INTENSIDAD

Al final, los futbolistas, el futbol  -y muy en especial los periodistas deportivos-  terminarán por aportar y extender nuevos matices al lenguaje y, con ello, a la esfera cultural. ¡Quién podría haberlo dicho! Desde luego, aquel Profesor de Filosofía, que fue el mío, durante el Bachillerato en el Instituto de León, Don Vicente Losada, sin duda ya difunto, se habrá estremecido en su tumba. Pero así es, o al menos, causa la impresión de que es así, en estos últimos días, con ocasión del invento lingüístico llevado a cabo por el entrenador argentino don Diego Pablo Simeone, llamado “El Cholo Simeone”. Este señor, al parecer, ha convertido al Atlético de Madrid, desde sus pasadas miserias, en una verdadera máquina de ganar partidos de futbol. Por lo visto y oído, según ha manifestado el propio Simeone, ello se debe únicamente a que su equipo juega “con intensidad”, con mucha intensidad. Desde que “El Cholo” inventó el término, todos los comentaristas deportivos lo repiten constantemente a través de los periódicos y las ondas de la radio y, los futbolistas y demás entrenadores, de cada diez palabras que, casi todos ellos, con verdadero esfuerzo consiguen pronunciar más o menos coherentemente, al menos siete u ocho de aquéllas, son la palabra “intensidad”. Para ganar, hay que jugar así, con intensidad, porque, cuando así se juega, se gana seguro. Jugar bien al futbol, tratando al menos de arrancar a este juego la belleza plástica que puede albergar, esto, parece ser, ya es otra cosa, aunque desde luego yo no entiendo demasiado de todo ello.

Para mí, el concepto de intensidad, hasta el momento, venía asociado a los de tono y timbre, en relación con el sonido, u otros análogos, pero sin duda caben muchos más matices. Y, parece ser que, entre ellos, el de la intensidad futbolística que, a partir de ahora deberá ser incorporado al Diccionario de la Lengua, eso sí, con las debidas matizaciones o precisiones en lo que singularmente atañe a este precioso, sereno, culto, civilizado y pacífico juego del futbol, que, contra lo que pensaba y profetizaba el Profesor Losada, ha devenido y llegado a ser una las diversiones más celebradas, entre las artes plásticas más prominentes. Si aquel sabio educador hubiese podido sospechar, por lo más remoto, que “los de la patada y el puñetazo” (él, también incluía en el lote a los boxeadores), andado el tiempo, dado los respectivos números de espectáculos y de espectadores, habrían de eclipsar al Teatro, la Música sinfónica y la Ópera, habría tenido que rectificar su punto de vista al respecto. Afortunadamente para él, como supongo con sobrados fundamentos, debió morirse hace ya bastantes años.

Pero, volviendo al tema capital, la primera acepción gramatical del término “intensidad”, es el grado de fuerza con que se manifiesta, fundamentalmente, un agente natural, como el viento, cuando se convierte en huracán, o la lluvia en copioso torrente. Más incluso que la magnitud física de las fuerzas creadas o debidas a la imaginación, el cálculo y el ingenio humanos, como la corriente eléctrica, el sonido, ya indicado, o el flujo luminoso. Y muy difícilmente podría aplicarse tal concepto al futbol, ni aún considerado éste como esfuerzo físico. Así, por ejemplo, la unidad de medida de la corriente eléctrica, para determinar la cantidad de electricidad que atraviesa o discurre por un conductor, es el amperio. La del sonido o la luminosidad, expresadas en magnitudes de ondas sonoras o en flujo luminoso, son, respectivamente, el fonio y la candela. También el calor o el frío tienen su unidad de medida, en unos u otros sistemas o escalas termométricas, ya sea Celsius,  Fahremheit, Kelvin u otras. En todas ellas, es el grado centígrado. Pero, ¿cuál sería la unidad de medida de la “intensidad futbolística”? Me parece que no hay forma de saberlo ni aproximadamente y menos aún de determinarlo. Y tampoco cabe aplicar al concepto de referencia, tan felizmente inventado por el Sr. Simeone, el significado gramatical de la segunda acepción del mismo término, relativo a la “vehemencia de los afectos de ánimo”. Cabe albergar sobradas sospechas de que lo que menos entra en juego en la actividad balompédica, son los afectos  -que pertenecen al orden del espíritu, y no al material de la fuerza física bruta-  sino más bien los efectos, en la relación de causalidad más estrictamente lógica entre los jugos gástricos, o los productos hepáticos, de quienes juegan con arreglo a ese valor deportivo –la “intensidad”- y los resultados numéricos, cifrados en goles no encajados, mucho más que marcados, del equipo al que se defiende, en honor al club al que se representa, dicho sea ello en el sentido más universal, sin entrar en particularismos de equipos ni clubes. Aunque, desde luego, quien inventa es el que goza de mejor y mayor derecho para, digamos explotar, el concepto o la técnica inventados y, desde luego, para que prioritaria y preferentemente se le atribuya.

Una sospecha, no obstante, viene a ensombrecer mis pobres ideas futbolísticas, en lo que se refiere al invento lingüístico de referencia. Porque, tal vez, lo que encubierta y vergonzantemente ha querido manifestar y admitir el Sr. Simeone, en lo que concierne a su “táctica”, o a su visión estratégica de tal juego, es que, además de “jugar muy juntos, cerrando toda clase de espacios para que físicamente no pueda discurrir la pelota, cuando la posee el adversario”  -lo cual no aporta precisamente belleza de ningún género, porque para eso ya se inventó el frontón-  la “intensidad” en cuestión consiste en dar toda clase de patadas, no al balón, sino a las tibias de los jugadores contrarios; en empujar, zancadillear, agarrar, escupir si viene al caso y, en general, utilizar constantemente este tipo de trucos, o de pequeñas infames industrias humanas, para no perder y, si el contrario se descuida, al no jugar con tanta “intensidad”, lanzar de una gran patada  -eso sí, esta vez a la pelota-  impulsándola hacia la portería contraria, para que algún “Aquiles”, y no el de los pies ligeros precisamente,  sino  -sin el menor ánimo de injuriar, y mucho menos de racismo- con preferencia a los plátanos como substancia alimenticia, pueda introducirla entre los tres palos.

Además del principio de impenetrabilidad de los cuerpos, la intensidad futbolística, según me parece, consiste y se basa en no jugar al futbol, o a lo sumo en jugar para no perder, pero además de eso, en decapitar la posible belleza plástica de este deporte, convirtiéndolo en otro distinto. Eso sí, si se gana siempre, se es o puede ser campeón. Pero, ¿campeón de qué? Se podrá ser campeón de “intensidad”, o campeón de no perder. A lo sumo, de “ganar y ganar”. Pero dudo mucho de que se pueda serlo de nada que guarde relación con el verdadero futbol. La escuela futbolística de la “intensidad”, no es más que una superación, un estilo tardío del más tradicional “cerrojo”, tan propio no sólo de los equipos italianos, que ahora il Signore Prandelli, con exquisito gusto altorenacentista del Quattrocento, quiere adoptar, implantando el retorno a la belleza de la línea y la perspectiva y desterrando el horroroso estilo ya descubierto por aquel entrenador español al que familiarmente se llamaba “Tío Benito” y que en realidad se llamaba don Benito Díaz. Jamás empleó el tío Benito tanta “intensidad”, ni aún cuando era entrenador de la Real Sociedad de San Sebastián. Muchos menos todavía lo hizo en aquellos tiempos del “Maracanazo”, cuando dirigió, en aquélla Copa del Mundo, al equipo de futbol nacional de España, hoy llamado “la Selección”. Por tanto, para hallar semejante descubrimiento, no hace falta ser argentino, que sin duda es algo importante para nosotros los españoles, pero no sé por qué sospecho que sus compatriotas, los Profesores Valdano y Cappa  -sobre todo este último, que es escritor-  no deben estar demasiado conformes con el referido descubrimiento lingüístico por parte de su también colega, el Sr. Simeone. El “Cholo”. Eso sí, una vez sabido que el futbol es esa actividad humana que esencialmente consiste en “ganar, ganar, ganar y… volver a ganar”, concepto o definición académica ésta aportada, a su vez, por un glorioso sabio español, ya difunto (q.e.p.d.), pero casi idéntica a aquella a que responden los “delitos por razón del resultado”, no puede caber duda alguna de que el método puede ser muy eficaz. Tan eficaz, en términos de resultados, puede ser tal negocio que, aunque no se parezca al verdadero futbol más que muy superficialmente, puede hacer que el Atlético de Madrid, después de no se cuántos años, vuelva a ganar otra vez la Liga española. Pese a ello, yo recuerdo haber visto jugar, en los años de mi infancia, a aquel gran equipo de dicho Club, que creo recordar de memoria. Marcel Domingo; Riera, Aparicio, Lozano; Mencía, Mújica; Juncosa, Vidal, Silva, Campos y Escudero (la Delantera de Seda), o también: Juncosa, Ben Barek, Pérez-Payá, Carlsson y Escudero (la Delantera de Cristal). En su honor, mucho más que en el de estos mediocres jugadores que este año han ganado la Liga, suene el Himno del Glorioso Atlético de Madrid.

Luis Madrigal