lunes, 28 de mayo de 2012

PROSA DIDÁCTICA




LOS PREFIJOS ESPURIOS


Luis MADRIGAL


Dios me libre de presumir nunca de nada, y menos aún de lo que no soy ni puedo ser. Entre otras muchas cosas, gramático, lingüista, o filólogo. Y desde luego no lo voy a hacer, ni en esta ocasión, ni lo haré nunca. No sería sin embargo sincero  -porque ya estoy casi a punto de explotar-  si no dijese que me desagrada notablemente, y hasta me irrita y asquea, escuchar, cada vez a más personas, y además a personas adultas  -y hasta leer- determinadas expresiones a las que genéricamente voy a referirme, que sin duda utilizan porque se han contagiado, quizá de sus propios hijos; tal vez de su vecina o de su cuñada; en general, de ese ambiente tan cargado e irrespirable que circula por casi todas partes a la hora de hablar, de expresarnos. En lugar de reprobarlos, o corregirlos, se han contagiado. Sobre todo por no corregir a los adolescentes. La adolescencia es una época de la vida especialmente inconsciente y estúpida, que sólo existe porque es inevitable. Del mismo modo que los árboles, arborecen, cuando “se están haciendo árboles”, los hombres adolecen, cuando parece que se están haciendo hombres, o mujeres. Digo “adolecen”, porque “adolescer”, que sería el verbo, analógicamente correspondiente respecto de los árboles, lamentablemente es una palabra que no existe en castellano, como tampoco en latín, nuestra Lengua Madre, mientras que sí existe adolecer, que significa exactamente estar enfermo, o doliente de algo. Por tanto, en rigor, ser adolescente, que es un adjetivo sustantivado, o un adjetivo que puede usarse también como sustantivo, no es estar haciéndose hombre, o mujer, sin serlo todavía, sino simplemente estar enfermo. No enfermo del cuerpo, sino, transitoriamente, de la mente. Por eso, se ha dicho, medio en broma medio en serio, que la adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo. Se cura a veces, pero muchas no. Demasiadas. Y no me refiero por ello a la gramática, ni tan siquiera a la ortografía, pese a lo que, hace unos días, pude leer en un Blog de una señora, de esas que parecen no tener apellidos, puesto que tan sólo utilizan el nombre, cosa muy frecuente también en nuestros días. En este caso “Beatriz”, nombre usual en cantidad o en número, con lo que no puedo hacer mal a nadie revelando su nombre. “Beatriz”, que pese a decir ser una mujer sencilla parecía querer pasar por humanista, escribió exactamente en uno de sus comentarios a otro Blog, que a dicha “sencilla mujer mas interesada en ser una misma... se le escapa tanta ´desumanizacion´...” Sin duda, esto de la “desumanización”, no pasa por contagio de los hijos, sino más bien por escucharlo en la radio. ¡Cómo para hablar, no se utiliza la “h”! Y Beatriz, edita un Blog, aunque yo también lo haga. Que conste, a todos los efectos, mi no superior derecho a hacerlo, puesto que la Constitución Española nos ampara a todos y todos somos iguales, no porque lo diga tal falso e imperfecto Texto, sino porque nadie somos nada, ya que todos nos morimos. Pero, de lo que quiero tratar ahora, es bastante peor  -casi peor incluso que morirse-  y en este sentido, en la medida en que el “contagio” al que me refería anteriormente va avanzando con tintes de pandemia, resulta patente que muchas personas adultas no se han curado, y no sólo no se han curado gramatical y ortográficamente. Hablo de España, pero también podría hacerlo de la Argentina, o de Brasil, y asimismo podría alegar y fundamentar algunas cosas al respecto.

Pues, bien, voy a entrar en materia. A lo que especialmente quiero referirme es al uso, es decir al mal uso, de determinados prefijos o morfemas, especialmente de los prefijos, tan intensamente de moda, super y re, antepuestos, como todos los prefijos, a cuanto apetece a esta generación tan mediocre, insulsa, insubstancial y salvaje, que nos toca soportar. Continúo refiriéndome, por el momento, exclusivamente a España, mi querido país, patria de Miguel de Cervantes y también de Antonio de Nebrija, donde últimamente casi todo es “super”, y lo que no es super es “re”. Para ellos, y sobre todo para ellas  -esto no es cuestión de machismo, sino de observación sociológica-  se antepone tanto a infinitivos como a adjetivos, pero sobre todo a estos últimos: “Superbueno”; “super-caro”; “super-caliente”; “super-frío”… ¡Vaya por Dios…! Cuanto y cuanta “super-ficial”, andan sueltos por estos mundos de Dios… ¡Maldito contagio!, porque cualquier día puede decir esto, sin querer, cualquier persona sensata. Yo mismo, aunque tampoco sea demasiado sensato, al ocuparme de esta estupidez  -hay cosas mucho peores- sin duda movido por lo molesto que resulta escucharla.

El prefijo “super” tan sólo puede emplearse en muy contados casos. Por ejemplo, si se antepone a lugar situado “por encima de”, como superciliar, al referirse al término anatómico, esto es, al reborde en forma de arco que tiene el hueso frontal en la parte correspondiente a la sobreceja. Bien, en otro caso, cuando se trata de reflejar superioridad o excelencia, como superpotencia o superhombre. Y me gustaría mucho que alguien me dijese en qué otros casos más. Porque, tengo la impresión de que, en castellano, el uso tan frecuente, y hasta empalagoso, del prefijo “super” para incrementar el valor, o indicar un valor superlativo, a los adjetivos o a los adverbios, no es más que puro lenguaje coloquial y, por tanto, por el momento lingüísticamente espurio, aunque quizá se encargue pronto de legalizarlo y admitirlo, como ha hecho con infinidad de términos, la Real Academia, empeñada, más que en “limpiar, fijar y dar esplendor”, en “tragarse” un sapo cada día, en aras de la sacrosanta “democracia” popular: Todo para el pueblo y… con el pueblo. Todo. Porque, una cosa, un fenómeno inevitable, es la evolución del lenguaje. Y otra muy distinta su corrupción y perversión. Yo creo, sinceramente, que no se puede decir “super-bonito”, ni “super-grande”, ni menos aún “super-útil”, “super-reservado” o “super-bien”. Entre otras cosas, porque, además, cuando se usa el prefijo super, no puede unirse (o separarse) a la palabra a la que se antepone mediante un guión. Ni puede escribirse, ni debe decirse, aunque se diga constantemente. Por mucho menos, a Voltaire, cuando leía “El Emilio”, aunque desde luego en sentido contrario, le daban ganas de salir a la calle progresando “a cuatro manos”. 

En lo que respecta a re-, en realidad no puede decirse lo mismo que lo ya he dicho de “super”. El morfema re- con valor superlativo se asocia a diversas categorías gramaticales: Al nombre, al adjetivo, al verbo, y al adverbio, cuando se trata de un sintagma cuantificable y cuantificado, aunque sea más o menos usual encontrar Gramáticas en las que se adopta la gradación como propiedad distintiva tan sólo de adjetivos y adverbios. Pero eso tampoco quiere decir que, en el lenguaje adolescente, y por derivación -es decir por epidémico contagio- en el que utilizan algunos adultos, puedan aceptarse todas las expresiones precedidas de “re-”, porque, en tal discurso, si se utiliza tal prefijo, se hace porque esa partícula parece una marca más fuerte de subjetividad en el enunciado. De hecho, algunas personas lingüísticamente escrupulosas y sensatas, han manifestado en alguna ocasión sus dudas, más que razonables, en particular cuando el prefijo re- precede a una palabra que comience por la letra “e”, como, por ejemplo, energizar, inquiriendo si debe escribirse “renergizar” o habría de duplicarse la “e”, escribiendo entonces “reenergizar”. Pues bien, en cuanto al uso de la duplicación en las vocales, la norma es mantener la duplicación, pese a la tendencia a no hacerlo. Ahora bien: Resulta que, aunque el infinitivo “energizar”, sí se encuentra en el Diccionario RAE, con el significado de “suministrar corriente eléctrica”, o bien “dar energía”, o incluso “obrar con energía, vigor o vehemencia”, no se puede decir  -ni en consecuencia escribir-  ni “renergizar”, ni “reenergizar”, infinitivos que no se encuentran en el Diccionario, por la razón de que el prefijo “re-“, tan sólo resulta aplicable cuando implica repetición, o vuelta a hacer o producirse algo (como reconstruir); bien cuando implica movimiento hacia atrás (como refluir); si denota intensificación (como recargar) y, por último, si indica oposición o resistencia (como rechazar, repugnar o reprobar). Sí que es posible, en cambio, incrementar el valor de identificación añadiendo a re- las sílabas te o quete, como rebueno o requetebién. No voy a decir, “he dicho”, no sólo para evitar falsas imputaciones de presuntuosidad, sino porque todo lo dicho es bastante elemental, y debería ser tenido muy en cuenta. Sobre todo por quienes dicen ser escritores o aspiran a serlo. Saludos cordiales.

Luis Madrigal