sábado, 31 de mayo de 2014

ESPERANZA SIEMPRE



O VIS AETERNITATIS

Publicaba yo, ayer mismo, un humilde soneto en honor del buen amigo que acababa de morir y que ya ahora, un día más tarde, seguramente será ceniza. Tengo la impresión de que, pese a ello, y pese a lo que él mismo podría figurarse, se habrá encontrado también ya, cara a cara, con el Autor de la vida, que es la comprensión y la justicia absoluta, y por ello le habrá tomado amorosamente de la mano. Esta esperanza no se puede perder nunca, aunque nuestros meros instintos, más aún que la razón, quieran distraernos y atemorizarnos ante el episodio de la muerte, que indudablemente es un doloroso  y a veces parece que irresistible trance.
En cierto modo, es muy comprensible que nuestro dolor y nuestra grave inquietud ante lo totalmente desconocido, nos inunden de temor y de angustia. No he hecho más que salir, este mediodía, a la calle y me encuentro con otro par de idénticas noticias. Personas queridas que ya se han ido también muy recientemente. Es un rosario inacabable. Nadie pervive eternamente dentro de su estructura corporal y sensitiva presente. Pero, estoy convencido  -como otros lo están de lo contrario-  de que el ser humano, todo ser humano, es una unidad fisio-psico-espiritual, y que esta última dimensión no está al alcance de ningún conocimiento, ni siquiera del conocimiento científico, para el cual sólo es verdad lo que se demuestra y nada que no pueda demostrarse puede ser verdad. Demasiado simple y cartesiano. ¿Quién podría, a su vez, “demostrar” que tan sólo lo que se demuestra puede ser verdad? ¿Acaso no hay más verdades que las demostrables y demostradas? ¿No puede haber verdades imposibles de demostrar? Deseo por ello fervientemente que la Verdad suprema del hombre sea absolutamente indemostrable, porque, de serlo, ya no podría ser verdad. Y por ello, la gran virtud de todas las virtudes, más si cabe aún que el amor y que la misma fe, es la esperanza. Sin esperanza no es posible vivir. Ni la vida temporal puede ofrecer ningún bien más absoluto, exento radicalmente de todo mal, que el de persistir más allá de la muerte, transcendido el tiempo, con la fuerza  imparable de la eternidad.
Al regresar a mi casa, de nuevo agredido y golpeado, recordé que hace ya tiempo me regalaron un CD de música gregoriana de verdadero contenido fortalecedor. La música fue compuesta en el siglo XII por una de las mujeres más influyentes de la Baja Edad Medida. Científicos del siglo XXI, por favor, no se rían. Pero un hombre tampoco demasiado ignorante, como lo soy yo, el Papa Benedicto XVI, muy recientemente, el día 7 de Octubre del año 2012, otorgó a esta mujer, figura asimismo descollante del monacato femenino, como lo fuera Teresa de Ávila, el título de Doctora de la Iglesia. Santa, ya había sido declarada. Su nombre en castellano, no es nada eufónico, Santa Hildergarda de Bingen (en alemán disimula bastante, Hildergard von Bingen)  llamada la sibila del Rin, la profetisa teutónica, que, dentro de su tiempo, acumuló una inmensa cultura. No solo fue mística, sino también médico, escritora y compositora musical. En el año 2009, el Esemble für frühe musik Augsburg, produjo ese CD al que me refería y que yo recordaba haber escuchado no hace mucho. Lo recordaba, sobre todo por el texto en latín del Responsorium “O vis aeternitatis” que la religiosa alemana compuso hace nueve siglos. No es necesario traducirlo, porque puede entenderse perfectamente:

     O vis aeternitatis, quae omnia ordinasti in corde tuo, per Verbum tuum omnia creata sunt, sicut voluisti, et ipsum Verbum tuum induit carnem in formatione illa, quae educta est de Adam, et sic indumenta ipsius a maximo dolore abstersa sunt.
   O quam magna est benignitas Salvatoris, qui omnia liberavit per incarnationem suam, quam Divinitas exspiravit sine vinculo peccati.
Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto.
Et sic indumenta ipsius a maximo dolore abstersa sunt.

Leí este texto con calma e inmediatamente volví a escuchar el Responsorium. Después, pude obtener una copia del mismo, insertable en este humilde Blog, que deseo de todo corazón ofrecer a cuantos hoy puedan sufrir ante la muerte de algún ser querido.

Luis Madrigal