¡NADA, NUNCA…!
¡Nunca, nunca, nunca…!
El adverbio es de tiempo y es eterno.
Inalcanzable, inaccesible, estoico.
Como el ser es lo que es
y lo que no es la nada,
el tiempo que ha de llegar nunca
es una noche absoluta,
cual boca de lobo,
en la que la ceguera del espíritu
alcanza los sentidos…
Noche del alma,
ante la ausencia del ser,
que muestra el esqueleto incorpóreo
del psiquismo y del amor humano.
La prolonga, alejándola en cruel desmesura,
hasta las supremas cimas de las Montañas
cubiertas de nieves perpetuas
y, a lo ancho del inmenso Mar,
hasta las fosas abisales más inaprensibles e inescrutables,
donde una voz absolutamente vacía,
sin brizna de aliento,
deja caer sobre la entraña,
como un gigantesco martillo de acero,
dos pavorosas insufribles palabras:
¡Nada… nunca!
Luis Madrigal