jueves, 9 de julio de 2015

UN CUASI COETÁNEO DE JESÚS DE NAZARET





TERTULIANO

Me encuentro de vacaciones en un lugar privilegiado, a 1.221,1 metros de altitud sobre el nivel medio del Mediterráneo en Alicante. Eso dice la placa correspondiente, aunque ignoro si sigue existiendo el Instituto Geográfico Nacional, entre tantas otras cosas nacionales como desgraciadamente ya no existen en España, en medio de tantas "regiones y nacionalidades". En cualquier caso, ello me permite librarme del espantoso calor procedente del Sahara que se cierne no sólo sobre la península Ibérica, abrasando cuanto se abate bajo los fulminantes rayos del sol, sino que incluso ha llegado a Alemania. Pobres alemanes, tan poco acostumbrados a que caiga sobre ellos fuego derretido, aunque sea mucho peor que se les haya caído encima el utópico e insensato populismo radical de los ciudadanos griegos. Qué griegos, estos de hoy, tan distintos a los filósofos presocráticos, a Socrates y a Platón y, sobre todo, a Aristóteles. Casi coetáneamente, por pura casualidad sin duda, la actual barbarie helénica tan sólo ha podio ser superada por el Ayuntamiento de Pamplona, sospecho únicamente en virtud  -más bien por vicio-  de lo que la técnica jurídica conoce como fraude de ley, al usurpar a Navarra su bandera, la que figura en el escudo de España, que gloriosamente trae causa de Las Navas de Tolosa, para sustituirla por otra cosa extraña, artificialmente elaborada por un par de dementes y que, anticonstitucionalmente, quebranta el Estatuto de la Comunidad Autónoma navarra. Esto es, que las elecciones democráticas, sirven "contra natura" para vulnerar la ley. Y, una vez más, los extremos se tocan, porque parece ser que tal infamia tan sólo ha sido posible merced a los mismos y a lo mismo que ha podido inspirar y propiciar el suicido de los griegos, al más puro estilo de una de las tragedias de Esquilo o Sófocles, aunque sin sangre, pero, como siempre, para que la sensatez de otros, por razones estrictamente humanitarias, evite que se mueran de hambre. 

Con total independencia de las reflexiones que anteceden al paso, y como prefiero ser un bicho raro a ser un bicho vulgar o, en otras palabras, como prefiero ser un tipo esterotipado a ser un tipo masificado, me he traído a estas alturas  -quiero decir a esta refrescante altitud sobre el nivel del mar, en el corazón del interior peninsular-  algunos libros nuevos y unas notas ya añejas, dado el notable tiempo transcurrido desde que, en su día, las tomé.

Quintus Septimius Florens, universalmente conocido por Tertuliano, pese a haber nacido en Cartago, en el África romana del siglo II, antes de que se cumpliera el año 165 de nuestra era  -esto es, tan sólo ciento sesenta y cuatro años menor en edad que el mismo Cristo, es decir de Jesús de Nazaret-  aparte de ser un cerebro privilegiado y un genio incomparable en su tiempo y en otros muchos tiempos, tengo la impresión de que fue también un teólgo cristiano de enorme estatura, precursor del propio San Agustín, pese a precederle en dos siglos.

Tertuliano, comenzó estudiando Retórica y Derecho, antes de trasladarse a Roma, donde profundizó en estos estudios, alcanzando gran prestigio como jurista. Pero su camino no sería éste, porque, a la edad de treinta años, se convirtió al cristianismo, abrazando la Fe de un modo ardientemente apasionado, lo que muy posiblemente se debió, más que a su preclara inteligencia, a lo qué él mimo explicó más tarde: Al hecho de sentirse arrebatado por una tan sublime como extraña -racionalmente inexplicable- efusión del Espíritu. Por ello, de Tertuliano cabe decir, mucho más que suele predicarse en sentido general, y en una dimensión verdaderamente sobrenatural, aquello de que "nihil est in intellectu quod non prior fuerit in sensu". Porque, sin duda, creo yo, también en aquel orden la gracia de Dios se apoya sobre la naturaleza humana, sea ésta la que sea, pero cuando toma posesión de una inteligencia natural del calibre ya indicado, el resultado resulta asimismo arrebatador. Tertuliano, no sólo desplegó una actividad literaria tan densa y honda al servico de la Fe, sino que parece especialmente sorprendente que, cuando tan sólo habían transcurrido más o menos 132 años desde la muerte de Cristo, fuese capaz el escritor latino-cartaginés de comprender y explicar (pese a todo lo que cabe achacarle, sus desviaciones, algunas exageraciones y ciertas contradicciones) más o menos los mismos sagrados misterios que catorce siglos después definió el Concilio de Trento y, si extremamos o apuramos la cuestión, hasta podría decirse que tal y como hoy los explica, en lo substancial, la moderna y más puntera Teología cristiana.

Tertuliano, parte de una idea primaria y radical, que en cierto modo enlaza y ofrece respuesta a la pregunta que durante siglos se habían hecho reiteradamente los filósofos presocráticos. Para él, lo más consubstancialmente transcendente para el ser humano, y por ende la Verdad radical, es Dios. Y la única verdad histórico-divina, es la contenida en la tradición apostólica que se conserva depositada en la Iglesia. Ni siquiera la Escritura es, para Tertuliano, garantía suficiente de la verdad, puesto que todas las sectas apelan a ella, por lo que el auténtico sentido de la Escritura tan sólo puede ser proporcionado por la regla de fe de la Iglesia. Cierto es también que, quizá en el colmo de sus apasionadas exageraciones, buscando siempre un cristianismo más puro o más purificado, en el año 207 se adhirió a la secta de Montano, y es entonces cuando repudia la regla de fe de la Iglesia, para buscar la verdad tan sólo en la inspiración carismática, en la reencarnación en sí mismo del Espíritu de Dios. Nada cabe reprocharle en este sentido, porque ¡cuántas otras sectas acechan o han llegado a introducirse hoy mismo en la Santa Iglesia! Alguna de ellas con "estatutos", al menos tolerados, o consentidos de un modo más bien vergonzante por el propio Vaticano, mucho más dañinas y peligrosas que en aquellos remotos tiempos lo fuera la herejía montanista, la cual única o esencialmente tan sólo pretendía el perfeccionismo cristiano.

Por todo lo demás, y aun así, los textos de Tertuliano influyeron de manera notable en la formación del pensamiento teológico cristiano:

En primer término, Tertuliano rechaza frontal y radicalmentre la socierdad pagana, pese a vivir inmerso en su cultura, pero no "coquetea" con ella, ni muestra hacia la misma la menor tolerancia. No como tantos cristianos, de hoy y de ayer, que son cristianos en el templo pero paganos en los criterios y en el hedonismo más refinado, socialmente injusto; musulmanes en los placeres, tanto o más que los propios musulmanes, y judíos en los negocios, hasta vivir del sudor y la sangre de los más humildes y pobres.

En segundo lugar, frente al marcionismo, Tertuliano defiende la unicidad del Dios creador del universo y al mismo tiempo del Dios redentor. Esto es, del Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento. Tertuliano es también, además, el primer "ecologista", en el siglo II. La creación del mundo, en su armonía material y en su belleza espiritual, es en sí misma obra de la bondad de Dios, que lo hizo para bien del hombre, y que el hombre debe respetar.

En tercer lugar, en el tratado Contra Práxeas, el hereje monarquista, Tertuliano defiende la doctrina trinitaria, anticipando el definitivo pensamiento de San Agustín, al sostener la verdadera unidad de naturaleza y de substancia en un solo Dios, juntamente con la trinidad de personas, sin tendencia alguna subordinacionista, a diferencia de los Padres de Oriente.

En cuarto término, el sublime misterio de la Encarnación es explicado magistralmente por Tertuliano en su tratado De carne Christi, en el que combate las tendencias docetistas.

La antropología de Tertuliano es sumamente original y llena de fuerza en su tratado De Anima, en el que, por primera vez, un escritor cristiano se ocupa de esta cuestión tan esencialmente vital para todo hombre. El alma humana, a imagen de Dios, es libre e inmortal. Esta segunda nota, ha sido ya enmendada por alguna teología, tal vez asimismo de novísimo cuño, aunque altamente esperanzadora, pese a que la doctrina oficial de la Iglesia no haya superado aún lo que ya en el siglo II pensaba Tertuliano, y pese a que éste, a su vez, corrige el espiritualismo dualista de la tradición platónica y defiende la dignidad de la carne y del cuerpo humano, que ha de servir a Dios juntamente con el alma.

Por último, ya para Tertuliano, el pecado original es una corrupción inicial y culpable de la naturaleza, que ningún hombre perpetra por sí, pero que se transmite con la transmisión del alma a cada individuo.

Y acaso, lo que es más importante, Tertuliano podría ser considerado también como el instaurador o el fundador de la Teología sacramental, tal y como hoy mismo unánimemente se entiende  -según creo yo a mi vez entender- por los teólogos actuales tras veinte siglos de cristianismo. Como es bien sabido, los sacramentos son unos signos externos, visibles o sensibles, a través de los cuales, de cada uno de ellos, se transmite la gracia de Dios, la propia Vida divina. Este es el concepto aún vigente, teológicamente hablando. Tertuliano fue quien escribió la primera obra cristiana dedicada a un sacramento, su tratado De Baptismo, en el que establece las bases teológicas de los sacramentos como "signos de la gracia". También escribió el De Paenitentia, admitiendo la posibilidad del perdón divino después del bautismo, aunque, tras su adhesión al montanismo, extremó su rigor en lo que se refiere al perdón de los pecados, fustigando a la Jerarquía de la Iglesia por su laxitud al respecto. Y en él se encuentran también las referencias iniciales al rito del matrimonio cristiano.

Y finalmente, encantará saber a tantas gentes como, cada vez más, se suman a la libertad religiosa, entre las que sin duda alguna me incluyo, que Tertuliano fue el primer escritor cristiano que proclamó este principio por razones estrictamente apologéticas, manifestando que ningún culto particular debe ser impuesto a nadie por la fuerza, al propio tiempo que declara la igualdad absoluta de todos los hombres ante Dios. Por otra parte, su culto insobornable a la verdad, incluso frente a la ley positiva, resulta conmovedor al leer uno de sus textos más conocidos, en los que muestra su profundo espíritu iusnaturalista. Este es el texto: "... Dejad que la verdad se abra paso hasta vuestros oídos, aunque sea por este camino privado de un escrito sin voz. La verdad no pide favor alguno para su causa, porque no se asombra de su condición: sabe que anda como extranjera en la tierra, y que, andando entre extranjeros, fácilmente se encuentra con enemigos: su linaje, su morada, su esperanza, su crédito, el reconocimiento de su valor, están en los cielos. Mientras tanto, una sola cosa pide: que no se la condene sin ser conocida. ¿Qué daño les puede venir a las leyes, que son soberanas en su propia esfera, de que se la oiga? ¿Podrá su soberanía ser más gloriosa por el hecho de que condenen a la verdad sin haberla oído? Si la condenan sin oírla, además del reproche de injusticia, se atraerán la sospecha de un prejuicio por el cual no están dispuestos a oír aquello que saben no podrían condenar una vez oído...

Que ustedes disfruten de este texto, que disfrutéis, como mínimo tanto o más como yo disfruto del poder librarme del axfisiante calor de Madrid.


Luis Madrigal