Frente a la concepción aristotélica de la Política, a la que incluso la Ética esta subordinada, por perseguir el bien de todos, sin limitarse al individual, fue Niccolo Maquiavelo quien dijo que sólamente el que tiene el poder puede hacer algo. En esto, tenía toda la razón. Sin el poder, nadie puede hacer absolutamente nada. Me refiero, naturalmente, al orden político, cuya máxima razón de existencia es la ordenación jurídica de la sociedad, de la convivencia social. Y no meramente para evitar que ésta sea un caos, sino para alcanzar los fines esenciales a los que, a su vez, responde la necesidad de tal convivencia, porque Robinson Crusoe es un mero producto de literatura, dado que nadie puede vivir solo en una isla. Y, en esta hora tan especialmente dura, casi inmisericorde para los sufridos y honestos ciudadanos, verdaderamente cautivos de lo que podríamos llamar con toda propiedad "la clase política", he podido yo escuchar alguna vez, a algunos periodistas radiofónicos, que , frente a tantas críticas, es justo y necesario prestar reconocimiento y gratitud a esta función vital y a la abnegada dedicación al bien común por parte de los que la ejercen. Yo tengo la impresión, que cada vez me parece más fundada, de que, sin negar lo que es lógicamente evidente respecto a la función en sí, quienes la realizan "profesionalmente", lejos de organizar la sociedad lo que, con toda certeza sí han organizado es una especie de clase, o de casta, ya casi convertida en una "raza". Sin duda alguna, en una raza malvada y miserable, si se observa con atención, en su justa medida, el proceder, la actitud y sobre todo los resultados últimos de su canallesca actividad. Hablo muy en particular de España, mi pobre país, zarandeado y maltratado por esta lacra de "pandillas", mafias y clanes, de todas las orientaciones y de todas las tendencias, a las que se denomina "partidos políticos", que tengo la impresión han suscrito, más o menos tácitamente -o incluso expresamente- un pacto de sangre entre sí, tan secreto como prácticamente cabe observar, más incluso que si se proclamase a voces por las calles. Estos individuos, últimamente de modo ostensiblemente acusado, constituyen en el orden intelectual, la hez de la sociedad, y se reclutan de los más bajos estratos de este último carácter. Puede resultar paradójico que, siendo los peores, puedan someter a todos, incluso a los mejores. Pero la explicación es muy sencilla. Los peores, como los feos o los pobres, son muchos más que los mejores, los guapos y los ricos, y naturalmente elijen de modo habitual también a los peores. Es una especie de sistema de cooptación. Desde luego, cuanto más pobre e inculta es una sociedad civil, muchas más posibilidades existen de que se cumpla esta lógica mecanicista y fatal, y ello poco o ya nada tiene que ver con "las ideologías". Afecta a todas ellas por igual. Los "políticos", inician esta carrera desde muy jovencitos, pegando carteles electorales, una vez se han "apuntado" a uno de los partidos políticos que luego contenderán por el ejercicio del poder y así, tras méritos muy similares a los de pegar carteles, u otros por el estilo, llegan a ministros, y "ministras", cuando el partido que en su día eligieron gana las elecciones y alcanza el poder. Voy teniendo ya la certeza, casi absoluta, de que esto es así.
En teoría, el poder, debe tener un título de legitimidad, tanto en su origen como en su ejercicio. Sin este título de legitimación, el poder no puede convertirse en autoridad. La diferencia, es obvia. Poder es únicamente aquello capaz de suscitar obediencia de hecho; autoridad, es la legitimación del poder. La potestas, desde luego, no es la auctoritas, pero, a su vez, existen dos clases de autoridad. Una puramente formal que, en el caso de referencia, se concreta únicamente en un recuento de papelitos depositados en una urna. Y ésta puede ser obtenida de muy diversas formas, no todas ellas, ni iguales ni axiológicamente habilitantes. Es la segunda clase de auctoritas, la autoridad material, la que objetivamente posee en sí cada una de las personas elegidas, la que resulta esencialmente indispensable. Y esta última, no se produce casi nunca. Quizá por lo mismo que decía Ortega, porque la sociedad no es "un deber ser", sino siempre un "es". La imperfección es consubstancial al género humano, y lo será siempre hasta que desaparezca todo aquello que es imperfecto, para lo cual también habrá de concluir el tiempo, ese gran misterio en el que todo, y el hombre más que nada, está eternamente inscrito.
El personaje que aparece en la imagen que ilustra esta entrada, no es ningún Concejal del PSOE en algún Ayuntamiento de Andalucía. Fue el Presidente de los Estados Unidos de América del Norte, con la suma potestad, por sí mismo, de la que ningún otro poder del planeta dispone. Pero, por lo visto, en realidad es igual. Trata también de entretenerse jugando, según acredita la fotografía. Y, más o menos, esto permite medir, a casi todos cuantos se dedican a este "arte" tan abnegado y sufrido de la política, por el mismo rasero. En lugar de agradecerles ni reconocerles nada, lo que me parece totalmente justo es despreciarlos, por no decir escupirlos en la cara. Bajo esa capa de "responabilidad" y de abnegación, aparentemente en el ejercicio de nobles funciones en beneficio de la comunidad, se esconden las verdaderas intenciones de esta gentuza, sin formación intelectual, sin capacidad para hacer nada útil y sin principios, vergüenza ni decoro algunos, cuya única aspiración es la de luchar denodadamente para no dar golpe -trabajar mucho para no trabajar nada- y cuyos propósitos son exclusivamente, además, los de enriquecerse ilícitamente a expensas del trabajo de los demás, de quienes no son "políticos". Esto y ellos son los políticos y lo político. Al menos, los de esta amarga y trágica hora. Ellos hacen las leyes -¡y cómo las hacen!- y obligan a que se cumplan, excepto cuando han de ser aplicadas a ellos mismos. Por cuanto puede apreciarse palpablemente, podría pensarse que lo que subyace también en casi todos los espíritus dentro del género humano -el afán de pisotear a los demás, mirándose mientras en un espejo- persiste de un modo especial en esta especie y, mucho más que eso aún, que se han puesto de acuerdo, bajo el señuelo de sus eternas y enconadas rivalidades e insultos recíprocos -"llámame perro y dame de comer"- para repartirse no sólo el pan, sino los pasteles, la tarta y todos los demás bienes del mundo, cediendo a los demás la Caja de Pandora.
¿Agradecer nada a esta gente? ¿Acaso no es suficiente el honor de gobernar y administrar la vida pública? Yo, que no soy nada ni nadie, os maldigo a todos, canallas, inútiles, excremento de Satanás, casta pervertida y en sí misma maldita y putrefacta.
Luis Madrigal