Buscaba una
palabra, y no encontraba
sino, acaso, un
bostezo o un gruñido.
Cuando no, un
grito, un gesto desabrido
tras un
estruendo, un portazo, un gesto airado.
Benditos sean
quienes no son nada ni nadie
y, hasta tan bajo
quieren subir,
que tocan ya casi
el cielo con sus manos.
Los que no son,
pero se hacen libremente pobres,
para alcanzar la
más grande de las riquezas.
Benditos sean:
Los que buscan la
paz a toda hora,
desde que el sol
se pone tras los montes
hasta la aurora,
que su luz derrama…
Y tienden al
hermano una sonrisa
que sosiega su
paso,
refresca su
sudor,
nutre su alma
del don que
vivifica y da la paz y la entereza;
alimenta sus
cuerpos frágiles con el don del pan
y sus espíritus
trémulos con el amor…
Los que mitigan
el dolor de otros
y, en la hora de
la verdad suprema,
cuando el viento
zumba
y los aleros
crujen, entre estertores de llanto,
los acompañan y
conducen
hacia la Paz que
no se acaba.