viernes, 13 de mayo de 2011

HOY ES 13 DE MAYO



No hace demasiados años se ha producido el hundimiento y desmantelamiento imprevisto -cuando llegó a decirse que no podría salirse de él-  del marxismo-leninismo en los países del Este de Europa, esclavizados por este maligno sistema durante 73 años. En el año 1917 se implantó en Rusia la dictadura del marxismo materialista y ateo de carácter estatal. Lenín y Troski pensaban y ambicionaban dominar el mundo formando un supremo estado totalitario y ateo. Caída Rusia en sus garras, su plan se dirigía a conquistar España y Portugal para, desde allí, dominar toda Europa. Pero, muy posiblemente, el año anterior, 1916, Dios comenzó también a trazar su estrategia. Y así como para la Encarnación envió a un ángel, para anunciar este plan envió a Aljustrel, en Fátima, al Ángel de Portugal, para preparar el instrumento de sus planes. Como casi siempre, se valió, de tres humildes pastorcitos, Jacinta,  Francisco y Lucía, de 7, 8, y 10 años. Tampoco, cuando nació Jesús, no encargó el Señor su adoración a ningún rey poderoso Nos lo asegura el mismo Evangelio: «Había en la región unos pastores...” (Lc 2, 8).

Los pastorcillos, tenían nombre: Lucía, la mayor, de diez años, era la última de los seis hijos de Antonio y Maria Rosa dos Santos. Francisco, primo de Lucía, nueve años, era hijo de Pedro Marto y Olimpia de Jesús. Jacinta, siete años, hermana de Francisco, los más pequeños de once hermanos.

En el verano de 1916, en la semicueva del Cabeço, los niños pudieron escuchar una palabras: «Soy el Angel de la Paz». Me parece, diría después Lucía, que el ángel se nos apareció por primera vez, en la primavera de 1916, en nuestra Loca de Cabeço.  Subimos la pendiente en busca de abrigo, y  después de merendar y rezar allí, comenzamos viendo sobre los árboles que se extendían en dirección al oriente, una luz más blanca que la nieve, en forma de un joven transparente más brillante que un cristal herido por los rayos del sol. Estábamos sorprendidos y medio absortos.  No decíamos ni una sola palabra. Al llegar junto a nosotros, dijo: “¡No temáis! Soy el Angel de la paz. Orad conmigo. Y arrodillándose en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar: “¡Orad así! Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Y desapareció. La atmósfera de lo sobrenatural que nos envolvía, era tan intensa que casi no nos dábamos cuenta de la propia existencia, permaneciendo en la posición en que el ángel nos había dejado, repitiendo siempre la misma oración. El plan de Dios sobre los hombres no había variado: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos» (Mt 11,25).

El día 13 de mayo de 1917, seis meses antes de que Lenin asaltase el poder en Rusia, la Primera Guerra Mundial llevaba tres años desangrando Europa. España, no, pero Portugal también estaba en la guerra, y contaba ya con infinidad de muertos y mutilados. Cuando los tres pastorcillos conducían las ovejas a pastar a los prados familiares, en Cova da Iria (“Valle de Santa Irene”), el sol estaba en su cenit, y pese a ello una luz repentina, más pura e intensa, les iluminó, como el estallido de un relámpago. Con temor, supusieron que venía tormenta, reunieron las ovejas y se encaminaron hacia casa. Al pasar delante de una encina, les sorprendió otro relámpago, más brillante que el primero. Enmudecieron y aceleraron el paso. Pero avanzaron sólo tres o cuatro metros cuando una intensa claridad los rodeó y casi cegó. Los tres miraron a la derecha, y ante ellos, sobre el arbusto, en el centro de una gran aureola de luz que les alcanzaba, vieron a una hermosa Señora más resplandeciente que el sol.
Se asustaron e intentaron huir, pero el gesto maternal y dulce de la Señora, les detuvo:“ No temáis, no quiero haceros ningún daño”. En estado de éxtasis, los tres niños vieron que la Señora, les pareció de unos dieciocho años. Vestía una túnica blanca como la nieve, que la envolvía hasta los pies. Un cordón dorado ajustaba la túnica en la cintura, y caía hasta el talle. Un velo blanco, con bordes de fino galón de oro, cubría su cabeza y sus hombros, y llegaba casi hasta el final del vestido. Su cara, infinitamente delicada, brillaba como un sol. Sonreía con cariño, pero con sonrisa ligeramente velada por una sombra de tristeza. Sus manos estaban juntas sobre el pecho. Miraba dulcemente con sus ojos negros; en el brazo derecho tenía un rosario blanco, con cuentas brillantes como perlas. El rosario tenía una crucecita de plata, también brillante. Sus pies sonrosados estaban descalzos, sobre una nube de armiño, que rozaba las ramas de la encina. Era La Virgen María, a la que desde entonces se llama, “la Virgen de Fátima”. Hoy es su Festividad, porque hoy ha sido, aún lo es, 13 de Mayo. Cuando repicaban alegres las campanas de la Iglesia parroquial frente a la que vivo en Madrid, no he podido resistir el impulso de salir a la calle y, aunque no me agradan especialmente “las procesiones”,  me he unido también a la que momentos después ya regresaba hacia el templo. No podía dejar de agradecer a nuestra Señora tan grande milagro. Cierto que, después de Rusia, de la URSS, le quedan al mundo quizá los mismos problemas, o más aún que resolver, pero la Madre, nos ayudará a ir resolviéndolos… porque una madre siempre espera. No se cansa nunca de esperar. Mucho más, la Madre de todos los hombres, buenos y malos. Luis Madrigal.-


Los Tres Pastorcillos, de izquierda a derecha
Jacinta, Francisco y Lucia



La misma fotografía anterior, posteriormente tratada con color



La casa en la que vivían Francisco y Jacinta



Con mi más cariñoso y agradecido homenje a Portugal, la Nación hermana

 

TRES SONETOS A LA MISERIA HUMANA (y III)




III


NO SON DE PIEDRA


Vedlos ahí, tirados bajo el cielo…
El gesto, triste. El cutis, macilento,
curtido por el aire. El cuerpo, hambriento.
Ocultan su mirar, mirando al suelo.

De latas y cartones, el consuelo
hallan en tierra dura, y su harapiento
vestir, de olor pastoso y ceniciento,
en duro invierno encuentra siempre el hielo.

En el ayer, tal vez, vistieron galas
y soñaron quizá un mundo justo.
Un viento arrollador rompió sus alas.

Ahora se arrastran, en paraje adusto,
sin nunca recordar las horas malas
en que su humano ser se hizo un arbusto.



Luis Madrigal