viernes, 30 de marzo de 2012

LA PROSA (V y último)




EL ANÁLISIS LITERARIO:
LA CRÍTICA Y EL ENSAYO


Luis MADRIGAL


Analizar, en general, es distinguir y separar las diversas partes de un todo, a fin de poder conocer la consistencia  de sus principios esenciales. Cuando se trata del lenguaje, sobre todo del lenguaje escrito, la Gramática dispone las reglas a tal fin. En este sentido, cabe hablar del análisis morfológico, el de cada palabra, una a una, para determinar su función o papel dentro de una oración, su categoría gramatical. Y también, cabe hablar después del análisis sintáctico, de las funciones o relaciones de concordancia y jerarquía entre los sintagmas. En síntesis, podemos hablar de análisis morfo-sintáctico. Todo ello en el plano de la pura Gramática, como ya he dicho.

Pero si hemos de hablar o tratar, no ya de lenguaje sino de Literatura  -que no consiste en el estudio del lenguaje, cosa que corresponde a la Lingüística, sino del arte de la palabra escrita-  ya se trate de una u otra de sus estructuras, el Verso o la Prosa, hemos de hablar de análisis literario. La Literatura, de un modo similar a la Ciencia, la Técnica o el Arte, e incluso a la propia Lingüística, dispone de conceptos y términos privativos, exclusivos de aquélla y, en consecuencia, además de leer una obra literaria, ya sea en Verso o en Prosa, resulta conveniente analizarla desde este específico punto de vista, en el caso de poder y saber hacerlo por uno mismo o bien leer, en todo caso, los análisis efectuados por otros. No sólo desde el punto de vista morfo-sintáctico, que también, porque no es posible hacer Literatura sin observar rigurosamente, en primer lugar, las reglas gramaticales. Cierto que, muy en particular, y en materia de Poesía, cuando se escribe ésta en Verso  -nunca en Prosa- existen determinadas licencias, que el poeta o el versificador puede utilizar. Pero, en general, es muy lamentable encontrarse frente a obras en Verso, donde, por ejemplo  -totalmente al margen de su belleza-  se pueden observar faltas evidentes de concordancia o construcción adecuada del sintagma correspondiente, sin atenerse a esas reglas o funciones de jerarquía de que antes hablaba. He dicho, sin perjuicio de su belleza, pero evidentemente he dicho muy mal, porque la infracción de esas reglas gramaticales, sintácticas, disminuye notablemente, a  veces hasta el punto de privarles de ella, la belleza de la obra. La estructura gramatical de toda oración, exige, también en el Verso mediante el que se construye un poema, la presencia de los elementos esenciales: sujeto, verbo, predicado, objeto o complemento, etc., etc. Como exige de la puntuación, que puede incorporar o restringir su sentido, o bien imprimir uno u otro. El hecho de escribir en Verso, no autoriza a no escribir bien, gramaticalmente hablando. Después, vendrá “lo otro”, la armonía, la cadencia, la sinalefa, la diéresis, la sinéresis, etc., al objeto de determinar la medida de cada verso y, más aún la obtención de la imagen poética y de la metáfora, que son conceptos muy ligados entre sí pero distintos, para hablar un lenguaje propiamente poético, y no simplemente vulgar, por más gramaticalmente pueda ser correcto. Así pues-  naturalmente siempre sin perjuicio de la inspiración-  primero, la Gramática y después la Preceptiva y la Estética literarias. Y todos estos factores de análisis, han dado lugar, a través del tiempo, fundamentalmente a dos tipos o géneros literarios en sí mismos, a su vez.

En primer lugar, a la Crítica, fundamentalmente. A la critica literaria, que, si lo es de verdad (y no mera propaganda del autor, más o menos cultivada o hasta “pagada”, aunque resulte grueso y tosco tener que decir esto), no ha de limitarse a afirmar o manifestar que una obra tiene o no valor, sino a señalar sus cualidades y defectos, pero de un modo razonado, basándose, entre otras cosas, en aquellas reglas a las que me he referido. Y de ello surge este tipo de género literario, naturalmente también en Prosa, dado que resultaría, no sólo muy complicado, sino absurdo y falto de todo sentido que la crítica literaria se elaborase en Verso, aún cuando tenga por objeto el análisis de una obra de tal carácter. Es más, la Crítica, como genero literario, no sólo puede tomar por objeto la Literatura, sino también el Arte, la Pintura, la Danza, no digamos la Música, o cualquier otro tipo de manifestación humana que trate de crear belleza, incluso los mismos espectáculos. Por supuesto el Teatro, incluso el Cine, en lo que éste requiere de un guión en el que se concreta el diálogo, y puede en consecuencia considerarse Literatura propiamente dicha. Tan sólo el Futbol, o el Circo –y no así la Tauromaquia, que es un arte plástico-  parecen no necesitar de ningún tipo de análisis, porque no parece muy serio hacer a tales multitudinarios espectáculos, de tan bajo contenido cultural, objeto nada menos que de crítica, de ningún género. No se puede, ni lo merece, utilizar el término “crítica” a tal fin, sino a lo sumo el de “comentario”, y baste ya la existencia de los comentaristas deportivos, capaces hasta de inventar teorías. Por ejemplo  (cosa que yo oigo mucho por la radio o la TV),  la “teoría del doble pivote”, o la del defensa de cierre que hace de “carrilero” y, al propio tiempo, “se cruza  o entra por la diagonal”. No quiero descartar la posibilidad de que el día menos pensado aparezca en las librerías algún tratado sobre “Teoría General del Futbol”. La libertad, desde luego, debe permitirlo todo  -casi todo-  y, en todo caso, respetar el gusto de todo el mundo.  

Pero, si hemos de tomar las cosas en serio, en este sentido, hay que decir que la Crítica, ya lo sea de las Letras o de las Artes, puede adoptar tres tipos de criterios distintos: El criterio absoluto, consistente en analizar la obra fríamente, ateniéndose exclusivamente a su valor intrínseco en lo que concierne a la observancia de las normas estéticas o preceptivas, y señalando como defecto o imperfección cuanto no se adapta a tales normas. Puede, no obstante, también, la crítica, en segundo lugar, adoptar el criterio histórico, que consiste en situar la obra criticada dentro de su lugar en el tiempo, según el credo estético de cada época y el espíritu de la obra. Y por último, cabe asimismo utilizar en la crítica el criterio impresionista, que se reduce a la simple exposición, de una manera totalmente libre, pero siempre formalmente literaria, de las reacciones o sensaciones percibidas por el autor de la crítica ante la obra objeto de ella. Y, naturalmente, también cabe utilizar todos ellos, o parte de ellos. Uno de los más brillantes críticos literarios, de todos los tiempos, fue Leopoldo Alas, “Clarín”, el autor de “La Regenta”, que bien pudiera ser la segunda novela más importante en lengua castellana después de “El Quijote”. El epistolario entre “Clarín” y un jovencísimo Unamuno, debería haber sido leído por todos cuantos se dedican o han dedicado a la Literatura. 

Y, en segundo lugar  -el orden no implica rango de valor, sino mera cronología-  cuando la Crítica sobrepasa con creces al mero análisis de una obra, literaria o artística, para convertirse en una divagación intelectual, estamos hablando ya del Ensayo. En realidad, éste género literario  -el ensayo moderno-  surge dentro del propio periodismo, del más serio y digno, y con él obtiene aquél su más alta conquista literaria. En principio, el ensayista, parte de un hecho periodístico, para ofrecer su idea o punto de vista acerca de tal hecho. Pero, con el tiempo, el Ensayo se ha emancipado por completo del periodismo, y en lo que atañe al Ensayo moderno, pocos humanistas, escritores de muy diversas especies, pero todos ellos de cierta categoría intelectual, han podido librarse de cultivarlo. Su característica, la que personalmente me parece esencial es la de su total anarquía metodológica, si bien queda distinguir teóricamente tres partes básicas en la estructura de todo tipo de Ensayo,  la introducción, el desarrollo y la conclusión. Al margen de lo ya dicho, algunos han querido encontrar su origen mucho antes de que se publicase el primer periódico en el mundo, nada menos que en los clásicos griegos, o en España durante los siglos XVI y XVII. Otros atribuyen su creación a Montaigne, que vivió entre 1533 y 1592. Lo cierto es que, tal y como desde el siglo XIX se le conoce, Ortega y Gasset lo definió como “ciencia sin prueba explícita” y Eugenio D´Ors como “poetización del saber”. No me atrevo yo a decir cuál de ambas definiciones es la más adecuada. Tal vez las dos. O quizá ninguna de ellas, sobre todo considerando que, en cuanto género literario, es considerado colindante o próximo a la Miscelánea, a su vez género híbrido, o mixto, perteneciente a la Didáctica, cuando la finalidad del Ensayo no es la de enseñar nada, sino tan sólo la de suponer, estableciendo hipótesis y, más aún, meras divagaciones y hasta elucubraciones. Que ustedes lo hayan disfrutado. Si todo esto ha podido ser útil a alguien, lo celebro sinceramente.


En la imagen de arriba, facsimil de un ejemplar de
Revista de Occidente,
fundada en 1923 por Don José Ortega y Gasset,
que dirigió en la década de los años 80
su hija, Doña Soledad Ortega

Esta Revista, desde su fundación y sucesivamente
tras sus dos reapariciones, fue ámbito propicio
para la difución del Ensayo, en sus diversas manifestaciones