HAY
QUE SUBIR A LA CRUZ
Las
cruces, todas ellas, pueden ser de muy diversos materiales, formas, colores y
tamaños. Pero todas son cruces, en la medida en que participan de la única y
verdadera Cruz, a la que se subió la salvación del mundo. El bien único y todo
él, la perfección total, la justicia verdadera y eterna. La cruz siempre es
dolor, pero precisamente por eso también es salvación. En general, todas las
personas, desde que nacen, han de encontrarse alguna vez con alguna cruz. Y lo
mejor es siempre subirse a ella.
Hace
ya días escucho en la radio y leo en los periódicos españoles algo que
sinceramente me estremece y llena de compasión, en el mejor sentido de esta
palabra. Lo que he podido saber es que la República Argentina se encuentra ante
la posibilidad de la suspensión de pagos, cosa que creo sucedió ya en otras
ocasiones o al menos en una, no hace tantos años, con las consiguientes
desfavorables consecuencias. Siempre angustiosas para los más débiles, para los
totalmente inocentes de la perversión de unos pocos, y también de la manifiesta
incapacidad de quienes ejercen funciones idealmente reservadas por la propia
naturaleza tan sólo a los mejores, los “aristoi”
atenienses, pero materialmente encomendadas, con torpeza y acusada miopía,
cuando no absoluta ceguera, a los más bajos estratos del intelecto y destreza
humanos. Y la torpeza de los más, arrastra siempre al sufrimiento de los menos.
Esto, desde luego, no sucede solamente en la Argentina sino en casi todas las
partes del mundo.
Yo
lo lamento hoy, muy especialmente, por este gran país hispánico, al que quiero de
manera entrañable. Lo siento en el alma por cada uno de nuestros hermanos
argentinos, obligados a sufrir tan lacerante situación en el quinto país
potencialmente más rico del mundo. Malditos sean los de siempre, los que
siempre hacen llorar a muchos por causa de la avaricia de unos pocos y de la
torpeza de otros, aunque me confortan siempre, en estas ocasiones, aquellas
palabras de Plutarco, escritas a raíz de la batalla de Queronea, al contemplar
el río lleno de sangre y de cadáveres. Porque dice Plutarco que “si los vencidos lloran, los vencedores
perecen”. Puede que esto tarde en suceder, pero no podrá resistir el peso
de la absoluta justicia, que no podrá hallarse en la Historia, pero sí cuando
esta concluya. “Tarde me lo fiais”,
diría un pragmático materialista y racionalista, pero tampoco esto es cierto de
la manera en que parece serlo. En cualquier momento, puede concluir la
injusticia de los que lloran por la cruel codicia de los que perecen, entre los
cuales cabe incluir perfectamente a quienes dicen ocuparse del bienestar de los
pueblos, sin capacidad para poder hacerlo y sobre todo sin la menor brizna de
honestidad.
A pesar de ello, o por ello, la única solución para quienes sufren y lloran es subir a la Cruz. He podido observar hoy de nuevo una fotografía que conservo de una localidad argentina en la que nunca he estado “en cuerpo mortal”, aunque miles de veces con el espíritu. Ahora se encuentra en el invierno, pero es de suma belleza y atractivo en el verano. La villa de Carlos Paz, al pie de las Sierras Chicas, próximas a la gran ciudad de Córdoba. Es una fotografía del Cerro de la Cruz, que domina desde gran altura el Lago de San Roque, enorme embalse artificial diseñado precisamente, no por un ingeniero sino por un médico y abogado de origen español, don Juan Bialet Massé, nacido en Mataró (Barcelona) en el año 1846 y muerto en Buenos Aires en 1907. Como puede observarse en la fotografía, la Cruz tiene escaleras. Y sin duda es para subirse a Ella. A lo más alto. Allí siempre se encuentra no sólo la paz, sino también el gozo del espíritu, aunque las horas discurran entre el dolor de quienes lloran.
Luis Madrigal