viernes, 1 de julio de 2011

DESDE DOS BELLAS ROSAS A UN TOSTADERO CRUEL



No son las que originaron y mantuvieron la famosa Guerra, entre los años 1455 y 1485, los seguidores de la Casa de Lancaster contra los de la Casa de York, cuyas Casas, o familias, luchaban por el trono de Inglaterra, para determinar la sucesión de Eduardo III. Entre otras cosas, porque yo no planté, hace ya algunos años, este hermoso rosal, tan mal cuidado  -sin podas ni abonos regulares y oportunos, y a veces sin riego-  para luchar contra nadie, sino en signo y como símbolo de paz. Y, además porque la Rosa de York era blanca, y la de Lancaster roja. En cambio cada una de las que brotan de este viejo rosal, en una sola inflorescencia, trata de imitar progresivamente los colores de España. Primero, rojo; después, amarillo. ¿Puede apreciarse así, verdad? Y con eso, yo me siento muy orgulloso y satisfecho, sin aspirar a ningún trono, sino tan sólo a la paz permanente conmigo mismo. Y, ayer, cuando me despedía del benigno y placentero clima de Las Navas, y de su silencioso y solitario entorno, no pude resistir la tentación de tomar la fotografía precedente. Sin duda alguna, no es tan perfecta, ni tiene tanto arte  -o ninguno-  como las que obtiene nuestra querida amiga Alicia María Abatilli, de sus bodegones de flores y frutas. Pero yo no soy un artista, como lo es ella. Tomé esta foto, por la razón ya indicada, como despedida y para dejar constancia del inicio de mi viaje de regreso hasta el tostadero de Madrid, donde pude encontrarme, exactamente una hora después. También lo hice expresamente para poder ofrecérsela a ella, con todo mi cariño, y en reciprocidad a las que ella alguna vez me envía. En fin, este fue el kilómetro 0 de mi viaje de retorno.

Cuando llegué a la Estación de Ferrocarril de Las Navas, el aspecto que presentaba y el absoluto silencio que allí reinaba, me hicieron comprender y sentir que, al final de mi viaje, no iba a encontrar lo mismo. Ya lo sabía, desde luego, pero las situaciones  -toda situación-  siempre se agudizan por los contrastes. Por ello quiero compartir también con otra  de nuestras buenas amigas, Aída Niederheitmann, las que pude obtener a la hora que indica el reloj ferroviario que en alguna de ellas aparece. Estas otras fotos,  acreditan su soledad, y emplazamiento en pleno campo, frente a las inmensas hectáreas  de pinos que la circundan, lo que me hace pensar a mí que todas las estaciones de Ferrocarril del mundo deberían ser así:



Para mí, y puede que para muchas personas, el aspecto que refleja la fotografía inmediatamente precedente, es el ideal, y ciertamente no es el egoísmo lo que me impulsa a hablar así. Una Estación para mí solo, sin colas en las taquillas; sin maletas, empujones ni atropellos al caminar; sin excursionistas cargados de macutos, guitarras, cantimploras y farolillos de luz de gas; y sin niños abandonados, berreando tirados por el suelo... Cuando llegó el tren, que venía desde Vitoria y que casi no para, excepto en El Escorial y en Villalba de Guadarrama, hasta llegar a Madrid, muy pocas personas lo abordaron, juntamente conmigo, aunque a una considerable distancia. El tren, de composición más bien larga, lo permitía muy holgadamente. El aire acondicionado, en perfectas condiciones de funcionamiento y adecuada graduación, me hizo olvidar por completo que abandonaba mi particular paraíso de seis días, para dirigirme al infernal tostadero madrileño. Ya me daría cuenta del cambio, ya.

Por ello, tampoco pude evitar  el dejar correr mi vista hacía el fondo, más bien a la derecha de la fronda, sobre el segundo andén, donde quiere insinuar su silueta mi humilde casona. Adiós, hasta pronto, dije para mí:



Antes, tenía el tren que pasar y detenerse en El Escorial. Y como he efectuado tantas veces, en uno y otro sentidos, este viaje, sé muy bien que para captar una imagen del Monasterio, la Casa por excelencia de Felipe II, la Octava Maravilla del Mundo  -en aquella época junto al Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso, los Jardines colgantes de Babilonia, y otras-  no se puede esperar a que el tren se detenga en la Estación, porque, en tal caso, el Monasterio es invisible, sino disparar la cámara desde un punto rigurosamente exacto, en el que los árboles y otra abundante vegentación, por unos instantes, dada la velocidad del tren, dejan al descubiero el Monumento, aunque a una cierta distancia. Sabía que no era fácil, y más en esta ocasión en la que mi cámara era muy elemental. Máxime, al tener que hacerlo a través del cristal de la ventanilla, herméticamente cerrada. Pero, aun así, me acordé de Aída y de su interés en recordar lo que un día viera, o dejara de ver por visitar el Prado, ya no recuerdo bien, cuando vino a España y  -querida Aída-  esto es todo lo que pude conseguir, aunque tan toscamente, a través del cristal  y al paso del tren. Tendría que haber venido conmigo Alicia, estar a mi lado, pero... ella no estaba allí. En cualquier caso, te ofrezco el gigantesco edificio que en su día se construyó en forma de parrilla invertida, para celebrar la victoria en la Batalla de San Quintín, librada el dia  10 de Agosto de 1557, festividad de San Lorenzo, y en honor del mártir cristiano que fue martirizado, asándolo en una parrilla. Felipe II, era muy devoto de estas cosas. Aquella victoria humilló a Francia y la situó a los pies de Felipe II, el soberano español "en cuyos dominios no se ponía el sol". Tras haber invadido Francia en 1156 el Reino de Nápoles, por las tropas del Duque de Guisa, Felipe II ordenó a sus tropas, que se encontraban en los Países Bajos españoles, invadir Francia. La guerra abierta entre Enrique II de Francia y Felipe II de España entraba en su fase más crucial. Una parte de las tropas españolas eran soldados de los Tercios Viejos de Nápoles, por entonces bajo soberanía española. Mi fotografía, evidentemente es indigna de aquella gloria, pero pese a ello quiero también dedicársela con cariño a nuestro querido amigo el Capitán Escarlata, viejo luchador en Italia y Flandes:




Tendréis que pulsar sobre la foto, para ampliarla, y algo se podrá ver. No obstante, tampoco quiero que, ni Aída, ni nadie que pudiera acercarse a  este humilde texto, y que no conozca El Escorial, se quede sin apreciarlo debidamente. Desde luego para eso, entre tantas grandes cosas, se ha creado esta maravilla de Internet. Vean, en distinta perspectiva, una buena fotografía, de corte cinemascópico, de El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, paso obligado entre las Navas del Marqués y Madrid, a distancia intermedia entre ambas:





En su conjunto, el magno edificio ocupa una superficie de 33.327 metros cuadrados, sobre la ladera meridional del Monte Abantos, a 1.028 m. de altitud (193 m. menos que Las Navas-Estación y 335 menos que Las Navas-Villa). Su diseñador original fue el Arquitecto de Felipe II, Juan Bautista de Toledo, en la segunda mitad del siglo XVI. Su continuador en la dirección de las obras fue Juan de Herrera y, posteriormente, Juan de Mijares, Gian Battista Castello "El Bergamasco", y finalmente Francisco de Mora. Su grandiosidad, no creo pueda tener parangón con ninguna otra edificación del mundo entero. Está dotado de 15 Claustros; 86 Escaleras; 9 Torres; 1.200 Puertas y 2.673 Ventanas. Traten de contarlas, calculando las que aparecen en las dos fachadas visibles de la fotografía precedente.

Me recosté plácidamente en mi asiento, tras haber hecho lo posible por complacer a Aída y ya, en algo más de media hora, estaba entrando el tren en la playa de vías de la Estación de Chamartín, muy cerca del lugar exacto en el que siglos más tarde penetró Napoleón Bonaparte en persona, como recuerda Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, tal vez para tomar venganza de aquella derrota francesa. Claro, que, de ser así, hubiese tenido el corso doble trabajo, no solo por San Quintín, sino también por Pavía. Y, a propósito, pese a que ahora, con Sarkozy, que, más que francés, es húngaro  -no sé cómo se las arreglan los franceses para no ser franceses, gracias a Dios-  somos muy amigos, no hay que olvidar tampoco la sonora "pita" de ayer a Alberto Contador, llena de resentimiento y vergüenza porque hace casi medio siglo que un corredor ciclista francés, no gana el Tour de Francia, mientras que, los españoles en general, lo vienen ganando habitualmente, y en particular, Alberto lo ha gando -¡y limpiamente!-  durante los tres años consecutivos precedentes. Además del reciente y ultimo Giro de Italia. ¡Toma San Quintín y Pavía!. Sin contar Bailén.

Bien. Debo dejarme ya de los resquemores de la Historia y de la rivalidad con la vecina y hoy amiga Francia. El tren, se había detenido en la vía 4 de la Estación de Madrid-Chamartín. Nada más bajar del coche  -no debe decirse "vagón", los vagones son para las mercancías-  sentí cómo el fuego del infierno buscaba mi rostro... Y lo encontraba. Subí por las ecaleras mecánicas que conducen desde los andenes al vestíbulo. Allí volví, por poco tiempo, nuevamente al paraíso del aire acondicionado. Pero también a este otro nuevo ámbito:






Por un momento, pensé que los joyeros de París, habían venido a instalarse en Chamartín, pero, no. Mirando detenidamente se nota que es pura bisutería, aunque dicen que es plata:




Sin duda, pese al aire acondicionado, algunos debían sentir la necesidad de tomar un café, posiblemente con hielo, o buscaban la naturalidad de los productos puros, o a las drásticas medidas coyunturales de especial dureza, que desde hace ya algún tiempo suelen enunciarse en buen castellano bajo la fórmula de "café-café":




No había pasado demasiado tiempo desde la última vez que yo anduve deambulando por el Vestíbulo de Chamartín, pero los establecimientos comerciales y de servicios, de la más diversa índole, incluidos una sauna, una bolera, una pista de patinaje y una sala de fiestas nocturna, me parecían haber aumentado notablemente, en cantidad y variedad. Hasta tal punto, por un momento, mi sorpresa llegó a alcanzar tan alto grado de perplejidad, que, al fijar la vista en uno de ellos, llegué a pensar que nuestro querido amigo MAN había montado allí una peluquería un tanto sofisticada. La peluquería, llevaba su nombre, lo que me extrañó, porque lo propio de MAN son las factorías industriales, y no las peluquerías. Tanto más, comencé a disuadirme de mi repentino presentimiento, cuando advertí que era una peluquería especialmente diseñada para caballeros, si bien atendida por señoritas, para mayor y mejor especialidad, lo cual no me pareció propio de MAN. Eso sí, las señoritas, tal vez para hacer clientela, lucían peinado de hombre. Aun así, todavía no estoy del todo convencido y espero que él me lo aclare. Oye, MAN. ¿Es tuya o no la Peluquería de la Estación de Madrid-Chamartín? No dejes de aclarármelo, por favor. Oye, no creas que te engaño. Mira:



Sin embargo, en aquel momento, me dije que ya tendría tiempo MAN, cuando reaparezca de su misterioso paradero, de explicármelo. Así es que, bastante harto de tanta cosa, quise ver el efecto, ya temido por mi parte, que presentaban las cuatro torres gigantes, edificadas sobre suelo de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, gracias a cuyo "pelotazo" pudo Don Florentino Pérez sacar de la ruina económica al que dicen  -los madridistas-  es el mejor equipo del mundo del siglo XX. Yo creo se exceden un poco, pero en cualquier caso al asomarme desde el rellano final de la escalera mecánica que conduce al Vestíbulo de la Estación, presencié con espanto el siguiente horror:












Este presuntuoso remedo de Manhattan, puede que dentro de un siglo haya podido cuajar en un urbanismo compacto y coherente, pero de momento, no sé en que consistirá el negocio (seguro que en algo substancioso para alguien sí que consiste), pero desde luego al conjunto urbanístico de la zona le sienta como a un santo dos pistolas. Es una opinión. Y ya se sabe que todas las opiniones son respetables. Los únicos sagrados, son los hechos, aunque yo creo que éste también lo es, un hecho lamentable. Bien, en vista del desastre, volví a entrar en el Vestíbulo, me sumergí por uno de los vomitorios, contemplé algunos trenes de cercanías que acaban de llegar y, en uno de ellos, me fui hasta Nuevos Ministerios, la Estación que enlaza Ferrocarril, Metro y Aeropuerto de Barajas, donde enlacé con el Metro y en él me fui a mi casa, tan cómodamente, porque también el Metro, como los autobuses, tienen aire acpondicionado. Iba muy ligero de equipaje y no están los tiempos para gastar el dinero en un taxi, que son muy caros. Luis Madrigal.-