Una leyenda es una descripción o narración puramente imaginativa -esto es, no real o no verdadera, sino falsa- aunque vinculada a un elemento cierto, que se va transmitiendo de época en época y de generación en generación. Con mayor rigor aún, se ha de decir que, para que exista una leyenda, es preciso que la narración se encuentre escrita, pese a que haya leyendas orales, que se transmiten por este mismo medio. Esto, más bien, sería la tradición. Sin embargo, en sentido propio, por razón de su etimología latina (legenda, o "lo que debe ser leído") toda leyenda, necesariamente ha de estar escrita. En otro caso, ya no es una "leyenda". No hay inconveniente en admitir este elemento, como básico, a los efectos a los que hoy pretendo yo referirme. Pero, a esos mismos efectos, lo que me parece verdadera y rigurosamente esencial, es que una leyenda es una narración ficticia, que hace referencia a algo también falsamente maravilloso, transcendente, vital, indescriptible o inenarrable. A algo, sin lo cual, el mundo entero no podría mantenerse en pie. En nuestra literatura española, encontramos ya infinidad de leyendas en el Romancero y también en la novela cortesana del Barroco. Más tarde, en el Romanticismo, el Duque de Rivas, Fernán Caballero y Gustavo Adolfo Bécquer, elaboraron obras magistrales de leyendas, en verso o en prosa, sin despreciar las de José Zorrilla o Washington Irving. Y también en la literatura narrativa de nuestra América hispánica, podemos hallar muestras bien significativas, de las cuales, quizá las más descollantes puedan ser las contenidas en el libro "Tradiciones peruanas", de Ricardo Palma. ¿Qué peruano no ha leído, por ejemplo, esa pequeña maravilla titulada "El alacrán de Fray Gómez"?. Quiénes no lo hayan hecho -peruanos o no- deben hacerlo ahora mismo, sin más tregua.
Sin embargo, en los tiempos modernos, y ya desde hace décadas, el mejor concepto o género de leyenda, en lo que tiene de objetivamente falso, irreal, intranscendente e inútil para el bien de la sociedad, o para "el progreso", como diría un intelectual de izquierdas, es el que hace referencia, muy en especial, a los futbolistas, pero también a los ciclistas, tenistas, etc. etc. A toda esta clase de individuos, tan sumamente parasitarios para el cuerpo social, que alcanzan fortunas millonarias merced a la estupidez ajena colectiva, y que, según se nos dice, constituyen verdaderas "leyendas", si hemos de dar algún crédito a los periódicos deportivos y a los radiofonistas, presentadores televisios y demás sectores de ese sub-mundo, tan sumamente inculto e irracional. Así, por ejemplo, una de esas celebérrimas "leyendas" es don Alfredo Di Stéfano, que llegó a la España de blanco y negro en 1953, y desde entonces no ha hecho otra cosa sino acumular valores "legendarios" a todo color. Así lo proclamó en su día ese órgano de la cultura popular y universal titulado "MARCA", al otorgarle un premio especial (como recoge una de las fotografías que aquí insertamos hoy). Pero, también, muy en general se agrupa en este gradioso concepto -el de "leyenda"- a todo el conjunto de individuos más o menos semi-analfabetos (salvo gloriosas y contadísimas excepciones) que se refugian en las diversas especies de juegos y ejercicios físico-deportivos, incluido últimamente el Golf, esa estupidez inventada -como casi todo en la materia- por los británicos, para pasear por las tierras altas de Escocia, los días de frío.
Bien, pues últimamente el citado diario "MARCA", en una más de sus numerosas explosiones culturales, congregó a una pandilla de adoquines para atribuirles en conjunto el mencionado título: El de "leyendas", lo que confirma el concepto esencial de tal, esto es, "narración puramente imaginativa, no verdadera sino falsa, aunque vinculada a un elemento cierto" . Y, desde luego, escrita, a través de ríos de tinta, de lo cual se encargan en España, entre algunos otros, los acreditados diarios "MARCA" y "AS", como ilustra otra de las fotografías que aquí se recogen y en la que puede observarse la presencia, no sólo de futbolistas, sino también de otras especies de sujetos de entre cuantos se dedican, bien a nada, bien a manejar pelotas de cuero, más o menos llenas de aire. Del mismo noble elemento del que seguramente están repletas sus cabezas. Luis Madrigal.-