PAVOROSO HORIZONTE
I
II
El estampido explota y aniquila,
entre estruendos de muerte y de agonía,
cuanto era esencia ayer… Entre los muros
de mi oscura prisión, canto a la sombra
de aquella hoguera, hoy sólo una pavesa,
que ardiente viera yo con alegría…
Los árboles
-su flor- mansos se inclinan,
en una torpe jungla, a la pisada…
¡Que ruge, abyecto, el animal instinto,
sin razón y sin ley, pudor… ni nada!
III
El eco del silencio ya se oculta
en un valle sombrío, en que las flores
huyeron tras el cierzo, y sus colores
la vista no recuerda, ya sepulta.
El alma, al alentar -siempre insepulta-
se niega a vivir muerta, sin amores.
De muerte a percibir los estertores,
se revela la náusea a lo que exulta
la informe masa, que asfixia el camino,
ciega la luz, mancilla el intelecto,
cambia por oro y carne el ser divino.
De todo quiero huir yo… Y así -insurrecto-
ser libre de tan trágico destino
nauseabundo, animal, ciego e infecto.