sábado, 13 de abril de 2013

UNA NOCHE EN EL MONTE PELADO


PAVOROSO HORIZONTE




I

Ya el pavoroso rugido, rompe el silencio, mientras amorfos seres que dicen sentir el hambre del cuerpo, siempre frágil y enfermizo, levantan sus puños, convertidos en garra, para arrasar la vida y sembrar a su paso el rencor, que les dictan, entre la envidia y el odio, una legión de falsedades, que contradicen la razón y falsifican la Historia. Siento piedad de esos seres vacíos, desprovistos de la menor brizna de lucidez, grandeza y coherencia. Como animales malheridos, renunciando  a saber quién les hizo la herida, se arrastran a la caída de la tarde, entre la incógnita siempre intrigante de la luz crepuscular, para abrazar la noche más oscura. Entre tanto, deslizan desafiantes las ruedas de sus bicicletas por las calles estremecidas de espanto. A lo lejos se escucha la música de Mussorgsky, al que jamás oyeron, pero a la que transporta su mirada.






II

El estampido explota y aniquila,
entre estruendos de muerte y de agonía,
cuanto era esencia ayer… Entre los muros
de mi oscura prisión, canto a la sombra
de aquella hoguera, hoy sólo una pavesa,
que ardiente viera yo con alegría…
Los árboles  -su flor-  mansos se inclinan,
en una torpe jungla, a la pisada…
¡Que ruge, abyecto, el animal instinto,
sin razón y sin ley, pudor… ni nada!


III

El eco del silencio ya se oculta
en un valle sombrío, en que las flores
huyeron tras el cierzo, y sus colores
la vista no recuerda, ya sepulta.

El alma, al alentar  -siempre insepulta-
se niega a vivir muerta, sin amores.
De muerte a percibir los estertores,
se revela la náusea a lo que exulta

la informe masa, que asfixia el camino,
ciega la luz, mancilla el intelecto,
cambia por oro y carne el ser divino.

De todo quiero huir yo… Y así  -insurrecto-
ser libre de tan trágico destino
nauseabundo, animal, ciego e infecto.


Luis Madrigal