miércoles, 27 de febrero de 2008

SOY EL MAYOR ASESINO DE LA HISTORIA


Acabo de recibir diversos envíos de propaganda electoral, evidentemente con la intención de obtener mi voto en las próximas elecciones legislativas. Entre ellos (aparte de los "de la misma sangre", según calificó en su día un histórico personaje, aquél que, a su vez, dijo también que "había matado", y que no se arrepentía de ello) hasta el Partido comunista (ahora "Izquierda Unida") se ha permitido solicitar mi voto. ¿Será posible?. Dicen que ellos, los comunistas y similares, son "más izquierda". Justo, lo que yo necesito para entregarles mi voto. La izquierda, es una maravilla, esto es, un superlativo de atrocidades, miseria, cinismo y cara dura. Pero, ¿cómo se atreverán? Recientísimamente, en Cuba, Don Raul Castro ha ganado brillantemente las últimas elecciones, sin necesidad de propaganda de ningún género. Lo celebrarán por todo lo alto los cubanos que se apiñan en Miami, soñando con el regreso a la patria y, cómo no, todos los que se pudren en las cárceles. Los que ya no pueden alegrarse tanto son los asesinados por el hermano mayor del Sr. Castro, Don Fidel, el Comandante, el camarada Fidel. Pero, de todos ellos, ninguno tan canalla, miserable y sanguinario como el personaje que aparece en la fotografía en actitud orante, o más bien oratoria. Sin duda, nos está diciendo: Soy el más grande asesino de la Historia, no ya por mis famosas "purgas" y por las misteriosas desapariciones que, periódicamente, experimentaban los altos e ilustres moradores de "la Casa del Río", sino porque, tan sólo en Ucrania, dejé morir de hambre, deliberadamente, a treinta millones de seres humanos. No se preocupen, camaradas, eso fue cosa de nada, dado que no lo hicieron Hitler, Franco o Pinochet, pero tengan ustedes la seguridad, pandilla de cochambrosos, de que yo no les votaré jamás. Entre otras mil cosas, porque no quiero que, quizá algún día, en cuanto pudiera presentarse la ocasión, pretendan hacer lo mismo conmigo. Luis Madrigal.-

sábado, 23 de febrero de 2008

ESTE SOY YO



En esta de al lado, he salido algo más favorecido que en la fotografía de arriba, aunque no pueda saber por cuánto tiempo o, en otras palabras, a cuánto se extenderá ese misterioso ingrediente del tiempo, sin el cual no es posible el ser. Porque, es bien sabido: "Tempus fugit". Ya saben los más antiguos visitantes de este humilde Blog cuál era inicialmente la fotografía "de arriba", a la que entonces hacía referencia, que al comienzo era la portada del mismo. Tan sólo en atención a los nuevos visitantes la he reproducido nuevamente aquí, pidiendo mil perdones, eso sí, a mi querida amiga argentina Alicia María Abatilli. Lo que entonces servía de "descripción" al Blog, puedo reproducirlo también sin el menor problema, porque lo que entonces decía era esto: "Eso es lo que será de ti, de mí... de cuantos seres vivos antropomórficos han venido a este mundo. Y... ¿qué o quién decía Usted que era...? Yo, no he salido muy favorecido, pero no me quejo. Todo lo contrario, me alegro muchísimo. En realidad, no es mi foto, sino la del Hombre de Atapuerca, que no era ningún mono, sino un antecesor del hombre -Homo antecessor- y por tanto un verdadero hombre. No sin fundamento a la Gran Dolina se la ha llamado "El Sepulcro de Adán". Y ahora insisto. Yo, no he sido nunca, ni seré jamás, un mono. Yo, no procedo del mono, estoy seguro y, en todo caso, de proceder, tengo la convicción de provenir de un mono distinto a aquel del que proceden los futbolistas, los cantantes de rock y de flamenco; los músicos de jazz, los periodistas, los presentadores de TV, homosexuales o no; las misses, los concursantes de TV y algunos otros personajes más de entre los que andan por ahí sueltos. Luis Madrigal.-

viernes, 22 de febrero de 2008

LOS SIETE SABIOS DE GRECIA, ERAN DOS: TALES DE MILETO




Casi todo el mundo ha oído hablar alguna vez de "Los Siete Sabios de Grecia", pero, muy probablemente, muchas personas, o una gran mayoría, no saben quiénes eran esos siete sabios, cómo se llamaban, ni por qué eran sabios. Y quiero yo contribuir, quizá a disipar la curiosidad de algunas o de muchas personas. Ciertamente ha habido diversas listas de pretendidos sabios, que difieren en el número y nombre de ellos, pero la más clásica y más conocida es la elaborada por Platón, según el cual los siete sabios de Grecia eran los siguientes: 1. Tales de Mileto.- 2. Pítaco de Militene.- 3. Bías de Priene.- 4. Solón de Atenas.- 5. Cleóbulo de Lindos.- 6. Misón de Quenes, y 7. Quilón de Lacedemonia. Pues bien, si curioseamos, e incluso investigamos muy diversos tipos de fuentes, resulta que de los dos únicos de la citada lista que se sabe algo, además de su nombre y del de su ciudad natal, es de Tales, "el del principio", y de Solón. Pero, a su vez, de este último, se sabe más bien poca cosa, de lo que pudiera deducirse que, en realidad, no fue tan sabio aunque lo diga Platón, que ciertamente sí que lo era. Y si no, que se lo pregunten al actual Pontífice Máximo de la Iglesia Católica, el actual Papa, Su Santidad Benedicto XVI, que es un consumado platónico, a diferencia del anterior Papa, que era aristotélico, además de polaco y de santo... Pero, a lo que íbamos. De Solón, se sabe más bien poco, pero lo que sí se sabe con toda exactitud es que, más que un filósofo - y por tanto un sabio, en el sentido rigurosamente etimológico del término- era un político, nada menos que autor de una Constitución, la Constitución Soloniana, la primera Constitución escrita de los atenienses, y de una reforma social, de nombre harto significativo (se llamaba la "Timocracia") y, tratándose de un político es muy posible que, traducido al castellano, el término fuese el más apropiado, aunque, en realidad se trataba del "gobierno de los ricos". Mucho más teniendo en cuenta que Solón era un político "socialista", dentro de su época, que sustituyó a los "aristoi", o los mejores , por los "Pentakosiomedimnoi" -vaya palabrita- que eran los más ricos, aunque, a diferencia de los actuales socialistas, a base de "guardar todo con mesura", cuyo lema era el propio de aquel gran ateniense. Es decir, poquito a poco, y no de un par de buenos pelotazos. Pero, en toco caso, y pese a Platón, de "sabio", nada de nada, aunque en la actualidad cualquier indocumentado pueda presidir un Comité Internacional de "Sabios". Es imposible ser sabio y al mismo tiempo político y, mucho más si se es socialista, muy en general, aunque también haya singularidades brillantes. Aunque, eso sí, al menos Solón eximió a los ciudanos atenienses de los impuestos directos y abolió las leyes de Dracón, llamadas por eso "draconianas", excesivamente sanguinarias con los delitos menores. Así, pues, si hay que prescindir de la "sabiduría" de Solón, a los Siete sabios de Grecia, les pasa algo parecido, o casi lo mismo, que, en la década de los años cincuenta, les pasaba a las llamadas "Cuatro" grandes potencias, que, en realidad sólo eran "Tres": Los Estados Unidos y Rusia. De la misma manera, los "Siete" Sabios de Grecia, sólo eran "Dos": Tales de Mileto. Este sí que era un sabio. Lo de menos fue lo del "principio", ya que era un "físico", y tenía que averiguar la carrera del sol de un trópico a otro; y comparar la magnitud del sol con la de la luna, manifestando ser ésta setecientas veinte veces menor que aquél. Esto, carece de importancia. Lo esencial es que Tales fue el primero en defender la inmortalidad del alma, y en afirmar que el ser más antiguo es Dios, por ser ingénito, y la más hermosa de las cosas, el mundo, por ser obra de Dios. Y el primero en responder a la pregunta "qué cosa es Dios", con la siguiente respuesta: «Lo que no tiene principio ni fin». Eso es ser sabio de verdad, ¿no creen ustedes, amigos? Materialistas ateos, abstenerse de contestar, no por falta de "amistad", sino porque no me convencen nada sus argumentos. Muchas gracias. Luis Madrigal.-














viernes, 15 de febrero de 2008

HE VUELTO A OÍR LA VOZ DE UN VIEJO AMIGO


Tan sólo he podido volver a oír su voz por teléfono. Era la misma de siempre, la misma de hace más de veinte años. Y él, también era el mismo, pese a sus últimos grandes éxitos en el arte y en la vida. Desde luego, cualquier otro que no fuese él, hubiera podido "mirarme por encima del hombro", si esto fuera físicamente posible cuando se habla por teléfono. Pero, la voz humana, y a través de este medio quizá aún más, es muy similar a la mirada -puede ser tan demoledora como ella- y, cuando alguien "nos mira" de ese modo, a través de un aparato telefónico, solemos acusarlo, mucho más que con los ojos, con lo más profundo del alma. Pero, no. Me alegro infinito y tengo que dar gracias a Dios, porque José Manuel continúe siendo el mismo hombre humilde que yo conocí en aquel lugar y ambiente tan sórdidos y miserables y en los que, gracias a él y a otros como él, pude sobrevivir a tantas calamidades e infamias. A José Manuel, después de haber pintado, naturalmente al óleo, más de mil cuadros de todos los formatos y dimensiones, todos ellos relativos al mar, le han nombrado académico de la Real Academia Española de la Mar, por ser, a juicio de varios Almirantes de nuestra Armada y otros hombres de mar, el pintor de marinas que mejor ha captado, con su restringida paleta de cinco colores (azul cobalto, bermellón, amarillo cadmio medio, tierra y blanco), un medio natural, tan bravío o tan manso, tan azul o tan verde, tan lleno de luz o tan nublado... como el mar. Con sus etéreas y casi invisibles veladuras... Yo, tuve el honor de ver cómo pintaba, de principio a fin, una de aquellas marinas, y siempre haciendo la señal de la cruz con azul cobalto sobre el inmaculado lienzo. José Manuel, además de un excepcional artista, cuando se trata de pintar el mar -la mar- es un ferviente cristiano, con total independencia de una buena persona hasta los últimos extremos. Y dicen esos grandes hombres del mar, que cuando lo pinta, no es ya el mejor de España, sino de toda Europa, y ... es muy posible (si alguna vez, alguien me demuestra lo contrario, rectificaré) que del universo mundo. Espero muestras y opiniones en contra. Por aquellos tiempos, tanto él como yo oímos muchas veces que tan sólo un señor llamado Esteban Arriaga, un marino, que había navegado lo suyo, había pintado el mar mejor que José Manuel, y éste lo aceptaba con la mayor humildad. Lo que no sabía entonces es que no era el número dos, sino el uno... Es decir, que Esteban Arriaga había pintado muy bien el mar, pero no tan bien como Jose Manuel. Cuando llegó a su domicilio la carta que contenía el nombramiento de académico de la Real de la Mar, José Manuel quiso devolversela al Cartero, porque en el sobre decía: "Iltmo. Sr. Don José Manuel Fonfría Arnaiz". Y pensó que aquel envío no podía ser para él, sino consecuencia de algún error. Para mí, desde aquel horrible año 1985, en que, tantas tardes, lloré sobre su pecho, es mucho más que eso. Es un amigo del alma, al que nunca podré olvidar. Pero, como artista, qué pequeños parecen quedarse ahora aquellos magníficos y bellos versos de Ramón Cubián: "¡Mares amigos, bravos y serenos!/ (reales y amorosos en tu mano)/ bajo cielos de grises nubes llenos/ tenéis luz, esperanza de los buenos/ y el éxtasis gozoso de lo arcano", en el Catálogo de la Exposición de José Manuel, en la Sala Van Dyck, de Madrid, el 3 de Septiembre de 1985. Como también se quedan cortas las palabras de Javier Rubio, en ABC, el 15 de Abril de 1984, relativas al itinerario de Fonfría, inverso al de las tendencias de la "transvanguardia", itinerario de regreso al clasicismo, al realismo tradicional. Gracias, José Manuel, también por esto. Antes de llamar por teléfono a José Manuel, yo había intentado localizarlo en otras ocasiones sin éxito. Pero muchas veces, quizá tantas como marinas él ha pintado, había llegado con gratitud y cariño a mi memoria. Y, casi siempre sobre un abanico de Catálogos de sus diversas Exposiciones, (en Van Dyck, en Toisón, en Durán, en el Colegio "Sadel", de Toledo, y en un cierto lugar del que no quiero acordarme... ) con sus cariñosas dedicatorias: "A mi querido amigo..."; "A mi gran y querido amigo..."; "... amigo más distinguido". José Manuel, no es persona insincera, ¿qué podría haber hecho yo para merecer tales dedicatorias? Incluso llega a decirme en una de ellas: "ínclito maestro". Sin duda, esta tenía que ser de puro "pitorreo", porque el que por entonces me enseñaba era él. Sobre todo en las proximidades de la Navidad, cuando acostumbraba a guardar los colores del óleo, y sacar las acuarelas... ¡Gracias también, José Manuel, por haber intentado enseñarme esa técnica tan difícil...!, que a veces después he practicado, con muy escaso éxito, desde luego, porque yo no pasaré nunca de aprendiz. Yo, no le llamé ahora para felicitarle por su nombramiento de académico, cosa que ignoraba por completo. No pertenezco a esta especie humana, aunque esté bien felicitar a los demás en tales ocasiones. Yo le llamé porque quería verlo. Y ahora me llena de alegría saber que en lo sucesivo, cuando le escriba, tendré que decir en el sobre: "Iltmo. Sr. Don José Manuel Fonfría Arnaiz"... Esta vez, ya no tendrá necesidad de devolverselo al Cartero, porque ya sabe que será para él. "Tv regere imperio fluctus Hispania memento". Recuerda, España, que tú has regido el imperio de los mares. Esto, también lo sabe José Manuel, pero lo que él no sabe es que otro íntimo y común amigo de aquella época, aunque desventurado y humilde poeta, Alfonso Carbajal, que precisamente ahora prepara también su Blog en la Red, escribió en su recuerdo también algunos poemas, en los que el mar, naturalmente, se asocia a aquella entrañable memoria. De momento, por mi parte, sólo te digo: Un fuerte abrazo, José Manuel, de quien sabes muy bien no podrá nunca olvidarse de ti. Luis Madrigal.-

martes, 12 de febrero de 2008

¿SERÁ LO ETERNO, ABSOLUTO?

CARTA ABIERTA A LUCY ROMERO, de Sonpoemas

Madrid, 12 de Febrero de 2008

Querida Lucy: Tu pregunta, es una respuesta. Aunque, ciertamente, no es una respuesta categórica, sino dubitativa. Yo tampoco tengo a mi alcance esa respuesta. Ya te lo dije, ningún humano -y por tanto sujeto inmerso en el tiempo- puede tenerla. No hay respuesta, Lucy. Aunque, en realidad, si se trata de responder a la literalidad de la pregunta, es preciso considerar y subrayar muy especialmente el verbo que en aquélla se utiliza: creer. Tú preguntas, y me preguntas a mí: “Crees que lo eterno, sea absoluto”. Pero, sin solución de continuidad, tú misma respondes: “No lo creo”. En consecuencia, y en cualquier caso, se trata de “creer”, no se saber, ni mucho menos aún de demostrar, o de probar, como se hace necesario en ciencia, o en un proceso judicial. Eso es lo que, en principio, va por delante, aunque la dimensión negativa de la cuestión resulte escalofriante. Al menos, para mí, y pienso sinceramente que para casi todo el mundo. Sin embargo, finalmente, me tranquilizas: “Aunque, el fin probablemente lo sea”. ¡Vaya... menos mal! Me habías asustado. Y, en cierto modo, admirado también, porque hay que tener mucho valor (pienso que mucho más que para lo contrario) para resolver de verdad, y no simplemente “de boquilla”, esa terrible ecuación en sentido negativo. Tendría que saber, no obstante, en qué dimensión utilizas la palabra fin, si en el puramente teleológico (aunque ya esto sería bastante), o si más bien en el escatológico, lo cual ya sería definitivo. Y también tendríamos que precisar si quieres decir “el fin”, o más bien “al fin”. Todas estas precisiones, me parecen esenciales para proseguir el discurso que tú has iniciado, o quizá lo inicié yo, con mi distinción entre lo relativo, que se corresponde al orden temporal, y lo absoluto, que pertenece a lo eterno. ¿De acuerdo en el simple planteamiento de la cuestión, controvertible y controvertida?

Pues bien, en tales precisos términos, yo entiendo que para saber si lo eterno es absoluto o no (que es lo que tú preguntas y respondes al mismo tiempo), habría -no que invertir la pregunta- pero si analizar previamente si puede o no, ontológicamente, tener cabida en nosotros los humanos, lo eterno, o mejor aún, el eterno (antes que el o lo absoluto); esto es, algún ser, o alguna substancia que sea desde siempre, que sea el único ente o substancia, no ya que existe, sino “que es” desde siempre, desde antes del tiempo y, por tanto, un ser no temporal, sino exactamente eso, eterno. Y esta es la cuestión capital, radical. Porque responde a lo que ya los filósofos pre-socráticos, llamaban el ser realísimo, aquel que no necesita de ningún otro ser y, sobre el cual se cimentan todas las demás realidades, porque es el principio sin causa y, al mismo tiempo, la causa de todas las causas, o causa radical. Los pre-socráticos, que aún no habían alumbrado la meta-física (Aristóteles les llama “los físicos”, precisamente porque buscan ese ser, en la “fisis”, o realidad de las cosas corpóreas (el agua, el aire, el fuego, la tierra, después el movimiento, etc.), buscaban e indagaban dentro de las realidades terrestres, pero con el gran filosofo de Estágira, al establecer los cimientos de la meta-física, esto es, de lo que está “más alla” de la física, la búsqueda comienza a independizarse por completo de todo lo relativo al mundo de la materia, de lo corporalmente sensible, que siempre necesita una causa, para que pueda predicarse de ella un determinado efecto. Y el propio Aristóteles, llega a la conclusión de que sí, de que ese ser “es” desde siempre, y por lo tanto es eterno, por carecer de principio y, por tanto, de fin. La misma idea es desarrollada posteriormente, a través de los siglos, por otros muchos filósofos, y en lo que se refiere al pensamiento religioso, o teísta, no sólo por Santo Tomás de Aquino, sino, más o menos al mismo tiempo, por Maimonides y Aberroes, que también son aristotélicos. En suma, como es lógico, por todas las corrientes filosóficas de carácter religioso. Y no sólo por las de las tres grandes religiones monoteístas, sino incluso por otras, más o menos politeístas, como el brahamanismo, llamado después, y en la actualidad, hinduismo. También por las religiones afroasiáticas de carácter animista, puesto que si alguien, algún humano, puede transubstanciarse en otro hombre, en un animal o en una planta o árbol, después de su muerte, ello no es porque sí, sin más, sino porque ese ser intemporal- eterno- así lo dispone. Algunos, lo llamaron “Manitú”, otros “Rama”, Aka-Kanet, Nana-Buluku, Alfader, Belbog... , dentro de concepciones humanas, más o menos mitológicas, pero que pugnan todas ellas por acceder a los arcanos de ese supremo ser. Y para todas estas corrientes de pensamiento, o de “creencias”, la respuesta a la pregunta en cuestión, es sí, naturalmente que cabe lo eterno, la vocación eterna de lo humano y, lo eterno, por su propia consistencia esencial, es absoluto.

Desde luego, frente a quienes así piensan, o “creen” en el ser que es, otros apuestan por la nada, aduciendo también argumentos que han de merecer el consiguiente respeto, aunque, como te decía antes, no dejen de asustar, al menos a mí me producen terror, o “temor y temblor”, como diría el padre del existencialismo, un existencialista cristiano, o un neoortodoxo postmodernista, el danés Soren Kierkegaard. Fundamentalmente, en la era moderna, ha sido el racionalismo materialista quien ha dado alas, cuando no introducido el ateismo en la conciencia popular. Y, evidentemente, dentro de lo que podría llamarse movimiento ateo, puede considerarse que, el principal propulsor, tras la filosofía de Volataire y Nitche, o la de Feurbach, ha sido el socialismo de signo marxista, esto es, el marxismo-leninismo, pese que tal idea, en absoluto se encuentre contenida en el Manifiesto Marx-Engels de 1848, aquella célebre proclama que comenzaba diciendo al mundo: “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes....”. Pese a tanta “santa conjura”, en él, nada se dice, absolutamente nada, en orden a la negación de un ser supremo. Sin embargo, el materialismo sostiene que el hombre no es más que pura materia, acaso también psiquismo, pero de ninguna manera espíritu, no es una unidad fisio-psico-espiritual, sino, todo lo más psico-física y, en consecuencia, la muerte no hace otra cosa sino extinguir los sentidos corporales y confundir con la tierra unos litros de agua y unos kilos de carne que, pronto, se convertirán en ceniza, sin ningún porvenir ni futuro de eternidad. Para quienes así piensan, o “creen”, es evidente que lo eterno es pura ficción y, en consecuencia nada absoluto puede esperar jamás el hombre.

Nadie puede demostrar nada. Tan solo “creer” o “no creer”. Por eso, no tengo, no puedo tener respuesta a tu terrible pregunta, dubitativamente contestada por ti misma en términos negativos. Pero, con la misma duda racional que a ti te acompaña, tan sólo puedo decirte: Yo, sí lo creo. Creo que lo eterno será absoluto. Lo creo y, sobre todo, lo espero, porque me niego a ser “eternamente” nada. Lucy, yo no quiero ser nada, sino ser eternamente. Y para eso vivo y existo, porque existir, según Heidegger, no es otra cosa sino “estar en el tiempo para ser”. Continúo a tu entera disposición para poder seguir hablando de estas cosas. Un beso de tu desconocido amigo. Luis Madrigal

lunes, 11 de febrero de 2008

OTRO VIEJO ARTÍCULO

ASTURIAS PATRIA QUERIDA

España, no es "este país". Ni siquiera, pese a serlo, puede ser entendida como "un enigma histórico", según más rigurosamente concluyó Sánchez Albornoz. Por encima de todo, ha de ser vista y sentida como la "patria común e indi­visible de todos los españoles". Esta, debería de ser la conclusión vital más importante y la que, por ello, es preciso recordar permanentemente, no como "precepto legal" sino como realidad esencial. Sobre todo, como declaración de voluntad inquebrantable. Al menos, hemos de hacerlo así quienes somos españoles de la única manera posible -porque queremos serlo- y no simple­mente porque la norma constitucional "nos obligue" a ello. Esto último, puede ser propio de otros. Pero, además de España, como resultado y síntesis final, la patria originaria de los leoneses, por ser españoles antes que nadie, o más bien que casi todos los demás, es Asturias. ¿Cómo se podría ignorar, y menos aún negar, esta sencilla realidad?. Reali­dad histórica, geográfica, socio-económica, socio-cultural... Hasta lingüística, si se tiene en cuenta que el bable es tan leonés como asturia­no, y no voy a decir que incluso étnica -o más bien “racial”- porque de eso ya se encargan quienes lo reclaman para otras latitudes y señas antropomórfi­cas, sin que les importe lo más mínimo hacer el ridículo. Patria común, naturalmente dentro de sus diferencias y mati­ces, que los hay, porque no estoy hablando de identidad, sino de comu­nidad.

Sería fácil convencerse de ello. Una vez más, como siempre, es bueno y saludable ceder la palabra a la Historia, que -sin "cacharrería" alguna- no sólo sirve de memoria colectiva, sino que imparte además su magisterio de experiencia. Por Asturias y León comenzó a nacer y a hacerse adulta España y, para ser españoles, asturianos y leoneses libramos mil batallas, desde Covadonga hasta el Duero. Mucho más aún. Plus Ultra. ¿Quién puede acor­darse ya de eso? Y sin embargo, aunque pretenda olvidarse, incluso ignorarse y hasta negarse, ahí está. Asturianos y leoneses, surgimos de la misma carne y de la misma sangre, si bien gran parte de lo asturiano vaya a transformarse en leonés. El proceso, es similar al que originó la conversión de los fenicios en cartagineses cuando, lejos de Sidón y Tiro, para poder ejercer el ius commercium en el Mediterráneo, hubieron de cobrar la capacidad militar necesaria frente a la potencia de Roma. Desde luego, el ejemplo no es nada feliz, sino por completo contrapuesto. Habría que transportarlo más a levante, porque los astures no eran precisamente "fenicios", capaces de transformar el arte del intercambio en el de la guerra, por simple necesidad "comercial", sino más bien -junto a cántabros y vascones- testimonio vivo de "vehementia cordis", según refirió Plinio y divulgó Menéndez Pidal. Fue esta pasión, y ninguna otra, la que propició y potenció su capacidad para alzarse sucesivamente, tan sólo por su libertad, frente a romanos, visigodos e islamitas. Y fue este temperamento, el de los primitivos hispanos, el que permitió a un vasco muy español, Unamuno, definir al de hoy como "todo un hombre y sólo un hombre".

Unos y otros, somos los mismos. La misma familia histórica que, lejos de disgregarse en el tiem­po, se expande en el espacio, se "ensancha", para que pueda existir -y sobre todo ser- España. En esta perspectiva, Ordoño II no es más que un asturiano, con vocación de español que, para serlo, "traslada la Corte" de Oviedo a León, porque es necesario -al mismo tiempo que la propia sangre- seguir "derramándose" hacia el Sur. Sólo por eso, veinticinco años más tarde, Ramiro II podrá alcanzar la Mantua Carpetano­rum, el Majoritum romano, que los invasores -vencidos en Covadonga- han fortificado y con­vertido en Majerit. En "castillo famoso", capaz de ali­viar el miedo al Rey Moro de Toledo, según cantó Moratín. Inútil ali­vio, no obstante, porque, por la Puerta de Santiago del Arrabal, cruzó un buen día las murallas toledanas Alfonso VI -de León, también "antes que" de Casti­lla- cumpliendo gallardamen­te la palabra empeña­da a su viejo y noble amigo Al Mamún. En la primitiva Monarquía astur-leonesa, encuentra sus más sólidos cimientos y descansa sus robustos pilares el edificio español. Pelayo, Favila, Alfonso, Fruela, Aurelio, Silo, Mauregato... y dieciséis más hasta Bermudo III, son eslabones de la misma cadena, forjada para engarzarse con otras que se trenzan más al Este y que, al igual que Pidal dijo del idioma español, avanzan "en cuña" hacia el bastión nazarí de Granada. ¿Y de Castilla, qué?. Poco podría decirse de ella, más bien nada, porque Castilla, aún "no existe".

La Historia, es tozuda. Y, naturalmente, deja siempre su huella. Por eso, cuando alguien me supone tan gratuita y erróneamente, o simplemente me pregunta si soy "castellano", cortesmente declino siempre tan alta condición. Yo, no soy castellano, ni mucho menos "castellano-leonés", porque eso es pura invención. Solo soy leonés. Es decir, astur-leonés, eso sí, para ser rigurosamente fiel a la Historia. Por eso, se revuelven mis vísceras, cuando los "hombres del tiempo", y últimamente “las mujeres”, pronostican lluvia "al Norte de Castilla y León" (si es que no utilizan ese híbrido impreciso, oscuro y anticonstitucional, “Castilla-León”), porque ese "Norte" es un Sur. ¿Quién sería el estúpido, el comerciante o el "traidor", que quiso poner a León de espaldas a Pajares?. En realidad, no necesito preguntármelo, porque lo sé, pero habría que abatir urgentemente, en el Puerto, los indicadores oficiales de límites y de rutas, para impedir la confusión y extravío de los caminantes. Habría que "tirar la seve" e instalar nuevamente en el Ayuntamiento de Oviedo al Sr. Masip, aquel Alcal­de que tan enconada batalla libró, a la sazón, contra el boxeo­, tan solo porque también hizo algún intento de entablar otra, solo alguna vez, tímidamente, en los periódicos. ¡Que lástima!... La cuestión, desde luego, no es tan grave y por ello no hay que exagerar. Pero, en la debida proporción y dentro de los más ecuánimes límites, si una vez hubo en Móstoles un Alcalde, debería surgir pronto otro en Oviedo. Nunca es tarde. Porque Asturias no es sólo "una". Con Astúrica Augusta, "las Asturias" son dos. La del Norte brumoso, que baña el bravío Cantábrico, y la del Sur, donde, en los días luminosos, y en las noches serenas, la luz se rompe en mil colores, al cruzar los vitrales de una Catedral. Sin duda, porque reúne al mismo tiempo "la luna y el sol".

Esto, claro está, no es cuestión de comercio, ni de economía y, menos aún, de "política". Sin duda, también deben existir tales razones, nada incompatibles por cierto. Pero estas otras, sólo son propias de pechos románticos, de "vehementia cordis", como dijera Plinio. En todo caso, instaladas entre "el corazón y las piedras", como escribiera un joven nazi, León Degrelle, en el capítulo más sublime de un bellísimo libro, "Almas ardiendo", prologado con tanto entusiasmo como asepsia política por Gregorio Marañón, un liberal tan poco sospechoso. No son razo­nes políticas, ni por tanto “útiles”, pero sí más poderosas: Si nuestras almas arden, las de los demás sentirán, al menos, un poco de calor.

"Sin León, no hubiera España"... No sólo es un hermoso himno. Además, es rigurosamente cierto. Pero... tengo que subir al árbol... Al árbol común y vigorosamente fecundo, transplantado un día para seguir cargándose de frutos... Tengo que cortar su flor y dársela a mi more­na. ¡Que la ponga en el balcón!... En el balcón de la sede oficial del Principado, ya que nadie ha sido capaz de situarla en lo más alto del Palacio de los Guzmanes, junto a las viejas banderas de Clavijo, Alhandega, Simancas y Talavera. Aunque sería mejor hacerlo en ambos sitios, bajo una sola bandera, de cruces y de leones, pero sin castillos.
Luis Madrigal

viernes, 8 de febrero de 2008

martes, 5 de febrero de 2008

UN VIEJO ARTÍCULO

"HISTORICISMO" NO, HISTORICIDAD


Hay mil maneras de hacer la Historia, pero sólo hay dos de escribirla. Una, la clásica, consiste en narrar el pasa­do "tal y como ha sucedido", según postulaba la escuela historicista alemana de Leopold Ranke. Es lo que los historiadores franceses han llamado la historia évenemen­tielle, o historia de los acontecimien­tos, aunque mejor sería decir de "los protagonistas", de quie­nes hacen posible y real lo que acontece. Sobre estas figuras singulares concentran todos los focos los historiadores que así se produ­cen al historiar. La otra -más moderna- sin apagarlos, los dispersa en muy diversas direcciones, barriendo de luz el "escenario". Es esta última una historia sin protagonis­tas, sin reyes, sin batallas ni vida cortesa­na. Es la histo­ria de los que no han entrado en la Historia, sino acaso tan sólo la han sufrido. De la demo­gra­fía, las estructuras socia­les y económicas, las relaciones de produc­ción y la lucha de clases. Y también de las costum­bres, la cultura, la mentalidad y hasta la actitud frente a la vida y frente a la muerte. De ello sería expresión máxima la escuela positivista francesa de Auguste Comte, el padre de la Sociología, más que de la Historia. El historiador tiene que elegir entre estos dos modos de histo­riar, pero tampoco está obligado a optar necesariamente por ninguno de ellos, porque, en definitiva, el panorama actual, según parece ser, está presi­dido por la aspi­ración de construir lo que se ha llamado la historia total.

He de admitir, no obstante, que en los últimos tiempos están de moda las historias de las estructuras, que pugnan por prevalecer sobre las de los acontecimientos. Pero no conocía yo, no había leído hasta hace no mucho, la "Intro­ducción" a la "Crónica Contemporánea de León", editada en 1991, en 25 fascí­cu­los, por el diario "La Crónica 16 de León". Quizá, constituye un trabajo necesario, pese a resultar más bien lo contrario de lo que el prólogo hace presagiar. Por ello, precisamente, y por partida doble, no deja de sorpren­derme dicha "Introducción", que según creo es lo único que sobra. La firman -manco­mu­nada y solidariamente- dos supongo histo­riado­res, y parece ser que además leoneses: Secundino Serrano y Wenceslao Alvarez Oblan­ca. El mensaje es ácido y demoledor para quienes, sin ser historiadores, ni mucho menos erudi­tos, pretendemos ver, precisamente en lo que ellos llaman "la cacharre­ría histo­ricista", la raíz misma de cada pueblo, por razón de su propio origen como tal. No solo su razón vital de existir -que simplemente es una cuestión óntica- sino fundam­en­talmen­te su razón esencial de ser, que es una cues­tión ontológica. Claro que esto, no es Histo­ria, sino metafí­sica. Sin embargo, parece que ya no puede ser así. No es en nuestra historia primigenia donde los leoneses podamos hallar el "alma de León", como con emoción provinciana a veces canta­mos. Porque ocurre, según Serrano y Alvarez Oblanca, que "el erudi­tismo local, in­merso en reyes y en bata­llitas, toda­vía no se ha enterado de que este positivismo de lo ana­crónico está en franca rece­sión...". Y ello es así, a su vez, debido a que "el aparato concep­tual de la historia ha evolucionado por otros derroteros más coherentes y, en lo posible, cientí­fi­cos".

Ya. Los “intro­ductores" a la crónica contemporánea de León, se revisten de la solemnidad de la Ciencia, del rigor del método y de coherente vanguardismo. Quie­ren escribir la historia de nues­tro "pasado recien­te", y sobre todo del hom­bre de la ca­lle -el "hombre común" de Vicens Vives- inmerso en las realidades socio-económicas, los ges­tos, la alimenta­ción, la vida coti­diana. León, también tiene una histo­ria importante a partir de 1230, y no sólo antes. Esta última, por ser la primera y la más gloriosa, resulta ya anacrónica y debe ser archiva­da por real decreto del "aparato concep­tual" y científico. Absolu­tamente borrada de la memoria. A lo sumo, puede servir para que los "pri­sioneros" y los "fun­cionarios" de la histo­ria continúen idea­lizando al héroe protegido por los dioses, utilizando los tópicos de costumbre, e incluso recurriendo a "héroes de pacotilla" que alejan al pueblo de sus verdaderas raíces. Y no es de extrañar que, desde tan moderna posición cientí­fica, nuestros dos historiadores se muestren absoluta­mente indife­rentes, ante el dato -cierto y admitido por ellos mismos- de que, desde 1230, la hegemonía castellana haya producido "una especie de parón en el reloj de la histo­ria leonesa". Y tampoco parece inquietarles mucho, que "el discurso anticaste­llano haya sido reforzado por la reciente problemá­tica autonomista". Por lo visto, eso a ellos les da igual y, ambas circunstancias, no deben tampoco importarle un bledo al "leo­nés común", al de "la calle", según parecen dar a entender, aunque, si hemos de ser justos, no es exactamente esto lo que quieren decir. Lo que sobremanera les preocupa es, ante todo, la Historia, la disciplina científica que profesan y, en tal sentido, denuncian la utilización de falsos argumentos -de "cacharre­ría historicista"- porque, a su jui­cio, "la problemática autonómica reciente nada tiene que ver con presupuestos históri­cos, sino con crite­rios polí­ticos". En esto, estoy absolutamente de acuerdo. En lo que ya no lo estoy, del mismo modo radical, es en que, para ser fieles a la evolución, a los nuevos métodos y descubrimien­tos epistemológicos, al "aparato" y a Vicens Vives, se proponga a los leoneses que se olviden de Alfonso IX y de las Cortes de León (las primerísimas del universo mundo, en 1118, noventa y seis años antes que las Catalanas y noventa y siete que la Carta Magna inglesa)), concen­trando toda su atención en los hábitos gastronómi­cos de los habitantes de Laciana, en el siglo XIX, o primeros del XX. Ahí, según se nos propone, es donde podemos encon­trar los leoneses, no solo nuestras señas de identidad "sin provincianismos bara­tos", sino hasta nuestras propias raíces, sin que ninguna minoría erudita pueda escamotear al leonés común su condi­ción de verdadero sujeto de la histo­ria.

Sólo soy un humilde juris­ta, y no puedo competir -"en corral ajeno"- con historiadores, cualquiera fuese su clase y condición. Pero -hecha la oportuna transmutación- los postulados que así se propugnan para la Historia, me recuerdan a los que el viejo Ihering propuso en su día para el Derecho, cuando abandonó la pandectística, que tan brillantemente cultivó de joven, dejando al margen las más puras fuentes roma­nas para abrazar la concepción sociológica, que él llamó de "la jurispru­dencia de inte­reses", como contrapuesta a la "jurisprudencia de conceptos", pero de la que, pese a haber revolucionado la cultura jurídica europea, dijo Wieacker no saber adonde podía conducir. Prefiero la fide­lidad a la Historia de Savigny, que concibió el Derecho, precisamente "como un producto histó­ri­co", que se va elaboran­do de modo similar al del lengua­je, desde el origen mismo de cada pueblo. Por ello, si bien es cierto que la historia de León -aunque "con el reloj parado"- prosigue después de 1230, también lo es que no comienza en el siglo XIX. Y por ello, como simple leonés común, estoy convencido sin duda alguna de que, por el camino que se propone, las "raí­ces" de los leone­ses -se busquen antes o después- sólo podrán encontrarse "fuera de León". Unicamen­te siguen allí -fuera- las de quienes, por ser "emigrantes", estamos en otro lado. Nosotros sí, paradójicamen­te, seguimos "arraigados". Los que no pueden estarlo, pese a pisar cada día el suelo de León, son los que no se han ido, porque esas "raíces" -con su cepellón- han sido transplantadas al más anodino y reseco lugar de la Paramera. Al menos, podrían haberlas llevado a Ávila, que siempre ha sido verdaderamente castellana, o a Burgos, nada menos que“Caput Castella”.

Y lo que no nos dicen, Serrano y Alvarez Oblanca, pese a parecer leoneses, y quizá porque lo suyo sólo es la Historia, es “cómo” -defenestrados nues­tros "héroes de pacotilla" y despojados de todo provincianis­mo- podemos los leoneses ser simplemente lo que somos, para que, cuanto antes, dejen de llamarnos de una vez "castellano-leoneses" y para poder disponer de nuestro propio destino. Si el discurso "anti-castellano" ha de convertirse simplemente en "pro-leo­nés", al margen de reyes y "batallitas", deberían decirnos en dónde pueden encon­trarse las armas, y cuáles pueden ser éstas, para librar -nunca es tarde- esa definitiva gran batalla. Porque, de seguir igual las cosas, importa un pimiento en qué, donde y cuándo podamos encontrar nuestras "señas de identidad". Y, por el contrario, para que aquéllas cambien, tanto valen Alfonso IX como Felipe Sierra Pambley, el Arzobispo Lorenzana, las tru­chas del Orbigo o la egregia figura de don Gumersindo de Azcárate... ¡Naturalmente que ello no es debido a presu­puestos históri­cos, sino políti­cos!... ¡Claro que sí! Pero preci­samente por ello, a la sinrazón y despotismo de la arbitra­riedad política, cabe oponer, entre otras, la razón de la Historia. De toda ella, y cuanto más arcáica mejor, porque lo arcáico no es necesariamente "anacró­nico" -confunden ustedes los conceptos- sino signo y testimonio vivo de identidad, que perdura a través del tiem­po. Como el "augustum augurium", en Roma, que cada año simbolizaba la fundación de la Ciudad y que, sustan­tivando el adjetivo, supuso la adopción de su cogno­mem por Octavio César Augusto, casi ocho siglos más tarde, sin incu­rrir por ello en ningún anacronismo.

Y si no es ningún anacronismo, mucho menos aún es “his­toricismo", ni como concepción del mundo ni como metodología de análisis, sino historicidad, lo cual es muy diferente. Tanto, que esto último escapa a la mirada y ámbito de la propia Historia, porque el concepto de historicidad se concreta ontológicamente en el de "ser histórico", y este carácter forma parte de la esencia de todo ser -especialmente del ser humano- no sólo individual­, sino también colectivamente. No le pregunten acerca de esto a Vicens Vives, pregúntense­lo a Dilthey y, sobre todo, a Heidegger. Y -¡por favor!- lo que en modo alguno puede ser, es "positivis­mo". Los introductores a la Crónica de León, deberían repasar sus "apuntes de clase", o ponerse de acuerdo con los demás "funcionarios" de su misma escuela científica, que tampoco es la única, ni únicos “los derroteros". El positivismo es justamente el suyo, que pretenden (aunque, contradictoriamente, después hagan casi todo lo opuesto) escribir "una historia sin nombres de personas e inclu­so sin nombres de pueblos", como propuso el Sr. Comte, fundador de la teoría. Para ello, hubo de tomar la corriente más deformante del idealismo alemán (Fichte y Schelling), aderezada con unas gotas de materialismo histórico (Marx y Engels) y olvidarse, con grave error, de quien ocupa lugar aparte dentro de la más pura esencia idealista, Hegel. Él dijo que esa "abstracción" con la que se pre­tende borrar del mapa de la Historia a Alfonso IX de León, como mero representante de “las mino­rías", no puede ser tal, sino, a lo sumo, "generaliza­ción" del proceso histórico real, porque, cada época, en lo que tiene de irrepe­tible, constituye un momento necesario en el desarrollo histórico de una comuni­dad. Sólo faltaba que Pidal, Lévy-Provenzal, Pérez de Urbel o Gómez-Moreno, y hasta el mismísimo Teodoro Mommsen, fuesen "funcionarios". ¿Y ustedes, qué son?. Les deseo, en todo caso -pese a parecerme muy poco probable- que puedan ingresar algún día en ese "anacrónico" cuerpo, aunque fuera en las últimas plazas del escalafón. Pero, ¿qué es eso de que no se puede recordar y ensalzar a Alfonso IX, por anacrónico?... ¡Viva Ordoño II! Luis Madrigal.-

EL PREMIO


Uno de esos titiriteros, a los que, cada año, para deshonrar la gloriosa memoria de Don Francisco de Goya y Lucientes, suelen otorgarse unos premios que inadecuadamente llevan su glorioso nombre, porque nada tienen que ver con el arte pictórico, sino con otro absolutamente inferior (consistente, casi siempre, en gritar y hacer aspavientos), ha dicho a los periódicos, más o menos literalmente, según yo he podido leer en alguno de ellos, que “hay que acabar con esa cosa de la Conferencia Episcopal...”. Este sujeto, que al parecer se llama, o le llaman, Alberto San Juan -y que ha sido vitoreado, aclamado y condecorado por los de siempre y en los lugares de siempre- debe ser sin duda, además de otras cosas, que no es oportuno ni prudente mencionar, uno de esos babosos corifeos, de los que nadan siempre a favor de corriente y además gustan de guardar su ropa en la orilla, cuando creen que no se les puede mojar. Pues, bien, a este individuo, hay que decirle que la Conferencia Episcopal Española, no es una cosa, (las cosas están en el comercio de los hombres, en el tráfico mercantil, y por eso les gustan tanto a los de su pelaje). No son una cosa, ni siquiera con arreglo al Derecho canónico, esto es una “res sacrae”, sino una colectividad de personas, eso sí, consagradas todas ellas, porque se dedican los lugares y se consagran las personas y algunas cosas. Las cosas, son esos objetos corporales del mundo exterior, determinadas y apropiables de las que por cierto han solído apropiarse, sin ningún título de entre los existentes en Derecho, con mucha mayor asiduidad y frecuencia que ningún otro tipo de gentes, las de su mismo bando, las de quienes aplaudieron a este sujeto “in situ”, y al día siguiente en los periódicos de siempre, llegando a decir alguno de ellos, de los Obispos españoles, que deben callarse y esconderse tras “su sangrienta historia”.. Exactamente eso ha escrito otro sujeto de la misma piel, más o menos lanar: “Felicidades Alberto. Es el momento de pasar al ataque. Que se vayan, que se callen. Que no tienen ninguna altura moral para opinar sobre nada. Que carguen con su sangrienta historia. O quizá sea más sencillo tratarlos con el mismo respeto que a Aramis Fuster”. Publicado por Juan Carlos 03/02/2008 23:48:05, cómo no, dónde iba a ser, en el blog “XXII Edición PREMIOS GOYA 2008”, de EL PAIS.com.

Sin duda, al turiferario del titiritero, acogido por ese deleznable periódico, le han contado la Historia al revés. En la horrible y trágica ocasión (trágica e injusta para todos) a la que él, implícitamente, parece referirse, la Historia es tozuda. Sin duda, todo fusilamiento es un crimen y, por tanto, un injusto, un ilícito penal. También el del “abuelito”. Y sin duda alguna el de otras muchas personas de bien y de cuántos, aún sin llegar a tanto, tuvieron que pasar penalidades y angustias tan sólo por razón de sus ideas. Personalmente siento hacia ellos la mayor conmiseración. ¿Pero es que no vamos a acabar nunca con ese fantasma de “la guerra”, ahora merced a los inútiles y harapientos mentales que nos desgobiernan? Pero los Obispos, “señor Juan Carlos”, no mataron a nadie. A nadie. Fueron otros los que mataron. Verá usted cuántos mataron aquellos miserables muertos de hambre, por la injusticia, sí, pero los mataron: Obispos, exactamente 13; Sacerdotes, 4.184; Frailes, 2.365; Monjas, 283 además de quemar 20.000 Iglesias, asesinar a 80.000 civiles, hacer pasar por las Checas a 600.000 personas, y engalanar la Puerta de Alcalá, de Madrid, con la efigie, en el centro mismo de ella y bajo un rótulo con letras blancas que literalmente decía “Viva la URSS”, del más sanguinario personaje de todos los tiempos, un criminal que se llamaba Jósip Vissariónovich Dzugashvili, llamado familiarmente Stalin, “hombre de hierro”, y para más “inri” seminarista, que atracaba Bancos para el partido. ¿De quién es, pues, más sangrienta la historia? Desde luego, en ningún caso de los Obispos, tanto de los de un lado (como Monseñor Múgica o Monseñor Pildain y Zapiain), como de los del otro, que ciertamente fueron la mayoría. Pero ¿sanguinarios los Obispos españoles?. Puede que la mayor parte de ellos no sepa Teología, dogmática o moral, y sólo Liturgia o Derecho Canónico, y también puede que alguno en particular debería ser sacristán, en lugar de Obispo, pero eso no le impide a usted ser un perfecto imbécil, además de analfabeto, “señor Juan Carlos”, en su injusta y deplorable misión de encomiar al titiritero del premio.

Pero es que, además, los Obispos, tienen el perfecto derecho, y la obligación, de pedir el voto a los católicos y en decir a los españoles, en general, porque ellos también lo son, que no se debe votar a un partido político que “trapichea” con asesinos habituales, porque no hay nada, -¡nada!- ningún bien ni valor que pueda justificar el asesinato. La vida humana, carece de precio y, en un Estado felizmente abolicionista, resulta intolerable y cruelmente injusto en grado sumo, que alguien aplique a su libre albedrío la pena capital, y además a lo inocentes. Y que se negocie o pacte con él. Ítem más: Mucho más derecho y obligación tienen los Obispos españoles de pedir que no se vote al partido que más daño a hecho a España, a lo largo de todo su historia, incluido en ello la barbaridad de haber provocado la guerra civil, además del odio sempiterno hacia la Iglesia de Jesucristo, de la que los Obispos son cabeza en las distintas Iglesias particulares. Que no se otorgue el voto de ningún cristiano al partido fundado por aquel resentido linotipista, o tipógrafo, un tal Pablo Iglesias Pose, que literalmente dijo: “No nos interesa hacer buenos trabajadores, empleados y comerciantes. Queremos destruir la sociedad actual desde sus comienzos”. Estupendo, eso es lo que se pretendía entonces y no tengo excesiva seguridad de que no siga pretendiéndose, naturalmente a costa de quienes no son miembros del partido, y jamás en lo que atañe a sus jerifaltes, socios, clientes y arrimados, que viven espléndidamente bien, mejor que los capitalistas, y sin mover un dedo para luchar decidida y eficazmente contra el estado de explotación de los trabajadores que hoy llevan a cabo las Empresas en España. Todo esto, y mucho más, podría demostrarse en la últimas décadas, a través de su paso, como el caballo de Atila, por las Empresas públicas. Algunos, sabemos bastante de eso, por haberlo sufrido en las propias carnes, y más aún en el alma. Ni tampoco pueden los Obispos olvidar aquellas otras palabras de su violento y radical sucesor, Don Francisco Largo Caballero, el “Lenin español”, que no era precisamente aquel espíritu inmaculado con el que se enfrentó tan radicalmente, Julián Besteiro, como lo hizo también con Don Indalecio Prieto y que dijo: “La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo...”, en cuyo último inciso indudablemente tenía toda la razón. ¿Ve usted “señor Juan Carlos”? Cierto que aquellos violentos energúmenos, ya no están, pero lo que ahora resulta ostensible en el asunto de referencia es que esta panda de ineptos, no exentos tampoco del tradicional veneno anticlerical, puede no ya conducir a la Iglesia, que es invulnerable, a la destrucción, como pretenden, sino a España a cotas de indignidad y miseria aun más altas de las que se encontraba en 1996. Y por eso, los Obispos han dicho lo que han dicho. Sólo por eso. Que usted lo pase bien, pero que yo no lo vea. Luis Madrigal

viernes, 1 de febrero de 2008

DIÁLOGO PARA LA META-HISTORIA





- El mejor equipo de futbol del mundo, de todos los tiempos, es el Real Madrid, dice el de la derecha. un Cro-Magnon del siglo XXI.



¡ De ninguna manera... ni hablar... Es el F.C. Barcelona, replica su interlocutor de la izquierda, un Neardental del Papeolítico Superior.