martes, 5 de febrero de 2008

EL PREMIO


Uno de esos titiriteros, a los que, cada año, para deshonrar la gloriosa memoria de Don Francisco de Goya y Lucientes, suelen otorgarse unos premios que inadecuadamente llevan su glorioso nombre, porque nada tienen que ver con el arte pictórico, sino con otro absolutamente inferior (consistente, casi siempre, en gritar y hacer aspavientos), ha dicho a los periódicos, más o menos literalmente, según yo he podido leer en alguno de ellos, que “hay que acabar con esa cosa de la Conferencia Episcopal...”. Este sujeto, que al parecer se llama, o le llaman, Alberto San Juan -y que ha sido vitoreado, aclamado y condecorado por los de siempre y en los lugares de siempre- debe ser sin duda, además de otras cosas, que no es oportuno ni prudente mencionar, uno de esos babosos corifeos, de los que nadan siempre a favor de corriente y además gustan de guardar su ropa en la orilla, cuando creen que no se les puede mojar. Pues, bien, a este individuo, hay que decirle que la Conferencia Episcopal Española, no es una cosa, (las cosas están en el comercio de los hombres, en el tráfico mercantil, y por eso les gustan tanto a los de su pelaje). No son una cosa, ni siquiera con arreglo al Derecho canónico, esto es una “res sacrae”, sino una colectividad de personas, eso sí, consagradas todas ellas, porque se dedican los lugares y se consagran las personas y algunas cosas. Las cosas, son esos objetos corporales del mundo exterior, determinadas y apropiables de las que por cierto han solído apropiarse, sin ningún título de entre los existentes en Derecho, con mucha mayor asiduidad y frecuencia que ningún otro tipo de gentes, las de su mismo bando, las de quienes aplaudieron a este sujeto “in situ”, y al día siguiente en los periódicos de siempre, llegando a decir alguno de ellos, de los Obispos españoles, que deben callarse y esconderse tras “su sangrienta historia”.. Exactamente eso ha escrito otro sujeto de la misma piel, más o menos lanar: “Felicidades Alberto. Es el momento de pasar al ataque. Que se vayan, que se callen. Que no tienen ninguna altura moral para opinar sobre nada. Que carguen con su sangrienta historia. O quizá sea más sencillo tratarlos con el mismo respeto que a Aramis Fuster”. Publicado por Juan Carlos 03/02/2008 23:48:05, cómo no, dónde iba a ser, en el blog “XXII Edición PREMIOS GOYA 2008”, de EL PAIS.com.

Sin duda, al turiferario del titiritero, acogido por ese deleznable periódico, le han contado la Historia al revés. En la horrible y trágica ocasión (trágica e injusta para todos) a la que él, implícitamente, parece referirse, la Historia es tozuda. Sin duda, todo fusilamiento es un crimen y, por tanto, un injusto, un ilícito penal. También el del “abuelito”. Y sin duda alguna el de otras muchas personas de bien y de cuántos, aún sin llegar a tanto, tuvieron que pasar penalidades y angustias tan sólo por razón de sus ideas. Personalmente siento hacia ellos la mayor conmiseración. ¿Pero es que no vamos a acabar nunca con ese fantasma de “la guerra”, ahora merced a los inútiles y harapientos mentales que nos desgobiernan? Pero los Obispos, “señor Juan Carlos”, no mataron a nadie. A nadie. Fueron otros los que mataron. Verá usted cuántos mataron aquellos miserables muertos de hambre, por la injusticia, sí, pero los mataron: Obispos, exactamente 13; Sacerdotes, 4.184; Frailes, 2.365; Monjas, 283 además de quemar 20.000 Iglesias, asesinar a 80.000 civiles, hacer pasar por las Checas a 600.000 personas, y engalanar la Puerta de Alcalá, de Madrid, con la efigie, en el centro mismo de ella y bajo un rótulo con letras blancas que literalmente decía “Viva la URSS”, del más sanguinario personaje de todos los tiempos, un criminal que se llamaba Jósip Vissariónovich Dzugashvili, llamado familiarmente Stalin, “hombre de hierro”, y para más “inri” seminarista, que atracaba Bancos para el partido. ¿De quién es, pues, más sangrienta la historia? Desde luego, en ningún caso de los Obispos, tanto de los de un lado (como Monseñor Múgica o Monseñor Pildain y Zapiain), como de los del otro, que ciertamente fueron la mayoría. Pero ¿sanguinarios los Obispos españoles?. Puede que la mayor parte de ellos no sepa Teología, dogmática o moral, y sólo Liturgia o Derecho Canónico, y también puede que alguno en particular debería ser sacristán, en lugar de Obispo, pero eso no le impide a usted ser un perfecto imbécil, además de analfabeto, “señor Juan Carlos”, en su injusta y deplorable misión de encomiar al titiritero del premio.

Pero es que, además, los Obispos, tienen el perfecto derecho, y la obligación, de pedir el voto a los católicos y en decir a los españoles, en general, porque ellos también lo son, que no se debe votar a un partido político que “trapichea” con asesinos habituales, porque no hay nada, -¡nada!- ningún bien ni valor que pueda justificar el asesinato. La vida humana, carece de precio y, en un Estado felizmente abolicionista, resulta intolerable y cruelmente injusto en grado sumo, que alguien aplique a su libre albedrío la pena capital, y además a lo inocentes. Y que se negocie o pacte con él. Ítem más: Mucho más derecho y obligación tienen los Obispos españoles de pedir que no se vote al partido que más daño a hecho a España, a lo largo de todo su historia, incluido en ello la barbaridad de haber provocado la guerra civil, además del odio sempiterno hacia la Iglesia de Jesucristo, de la que los Obispos son cabeza en las distintas Iglesias particulares. Que no se otorgue el voto de ningún cristiano al partido fundado por aquel resentido linotipista, o tipógrafo, un tal Pablo Iglesias Pose, que literalmente dijo: “No nos interesa hacer buenos trabajadores, empleados y comerciantes. Queremos destruir la sociedad actual desde sus comienzos”. Estupendo, eso es lo que se pretendía entonces y no tengo excesiva seguridad de que no siga pretendiéndose, naturalmente a costa de quienes no son miembros del partido, y jamás en lo que atañe a sus jerifaltes, socios, clientes y arrimados, que viven espléndidamente bien, mejor que los capitalistas, y sin mover un dedo para luchar decidida y eficazmente contra el estado de explotación de los trabajadores que hoy llevan a cabo las Empresas en España. Todo esto, y mucho más, podría demostrarse en la últimas décadas, a través de su paso, como el caballo de Atila, por las Empresas públicas. Algunos, sabemos bastante de eso, por haberlo sufrido en las propias carnes, y más aún en el alma. Ni tampoco pueden los Obispos olvidar aquellas otras palabras de su violento y radical sucesor, Don Francisco Largo Caballero, el “Lenin español”, que no era precisamente aquel espíritu inmaculado con el que se enfrentó tan radicalmente, Julián Besteiro, como lo hizo también con Don Indalecio Prieto y que dijo: “La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo...”, en cuyo último inciso indudablemente tenía toda la razón. ¿Ve usted “señor Juan Carlos”? Cierto que aquellos violentos energúmenos, ya no están, pero lo que ahora resulta ostensible en el asunto de referencia es que esta panda de ineptos, no exentos tampoco del tradicional veneno anticlerical, puede no ya conducir a la Iglesia, que es invulnerable, a la destrucción, como pretenden, sino a España a cotas de indignidad y miseria aun más altas de las que se encontraba en 1996. Y por eso, los Obispos han dicho lo que han dicho. Sólo por eso. Que usted lo pase bien, pero que yo no lo vea. Luis Madrigal

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