martes, 3 de junio de 2008

"YO", SOY LA LIBERTAD


LA LIBERTAD, SOY YO

Me dijeron que no había libertad. Yo, también lo creí,
pero no era más que un espejismo, pura apariencia.
Ahora lo sé: Yo, no dejé nunca de ser libre. A lo más,
en alguna ocasión, sufrí algún empellón
de un hombre tosco, uniformado de gris,
al borde de algún campo de futbol.
Me dijeron que no había libertad, pero yo fui libre,
entera y esencialmente libre, ontológicamente libre.
Siempre lo fui. Me dijeron que no había libertad
los libros, escritos siempre desde las cartesianas posiciones
conceptuales, siempre tan puras e inalcanzables.
Me lo dijeron, sobre todo, los "políticos" clandestinos,
quiénes anhelaban serlo, en sustitución de otros
-amaestrados éstos en la "inquebrantable lealtad"- porque
no podían pegar carteles en las paredes,
ni elaborar los presupuestos, para tener "la caja", ni promover
gigantescos escándalos financieros, en su deshonesto lucro;
porque no podían insultar inpunemente
a sus contrincantes, de otro bando, o del propio; porque los
Jueces conocían perfectamente el Derecho;
porque los travestidos, las lesvianas, los sodomitas,
no podían formar parte del Ejército o de la Guardia Civil...
Porque los descuideros, las mecheras, los navajeros, "las bandas",
carecían de "derechos humanos", y no podían delinquir
libremente, y los únicos que sí tenían derecho
a ser restituidos, eran las víctimas...
Me dijeron que no había libertad,
porque nadie podía expresar sus ideas y su pensamiento...
¡Mentira...! ¿Qué ideas pueden expresar
los que carecen de ellas? ¿Estaban esperando la libertad,
con dolor de parto, para alumbrar nuevos tratados,
acaso otro "Quijote", otras Nueve Sinfonías,
otro "Entierro en Orgaz"...? ¡No...! Sólo podían esperar
el momento de exhibir impúdicamente los muñones
de su invalidez intelectual, artística, filosófica, creadora
de un arte verdaderamente nuevo... Sólo podían aspirar
a infectar las ondas de la Radio y la Televisión,
lanzando a todos los vientos, mutilados y deformes,
sus tópicos y requilorios, en los que pronto se adiestraron
las mentes más romas y obtusas.
Me dijeron que no había libertad...
¡No, no la había...!
Lo sé. Lo supe. No la había... ¿Y qué hay ahora?
Sin libertad, no hay hombre. También lo sé.
Lo creo, lo siento firme y apasionadamente. Lo defiendo...
Sin libertad, no puede haber hombre, pero sin hombre
no puede haber libertad. No puede haberla para todos,
aunque siempre la haya para un verdadero hombre.
En ese ámbito recóndito, casi sagrado, que llamamos "yo",
siempre soy libre, pese a que sólo "yo" pueda serlo,
pase lo que pase a mi alrededor.
Entre la falsa libertad del instinto, de la soberbia, o de la ambición,
siempre es posible la suprema libertad del amor.
La libertad es el ser del hombre, dueño de sí,
señor de sus propios destinos... ¡Y no es verdad
que termine "allí donde comienza la de los demás..."!
No, no es cierto. Termina mucho antes.
Termina dentro de cada cual. Para que no pueda acabar
allí donde la convivencia se hace imposible, asfisisante, irracional,
porque su propio fin es el de la plenitud humana,
no de unos, sean quiénes fueren, "vengan de donde vengan"
y ya sean pocos o muchos, sino de todo hombre.
La libertad, implica solidaridad y sólo cuando es solidaria
es verdadera libertad, es estimulante y creadora,
en la plenitud del ser común, que hace iguales a todos.
La libertad se nutre de la verdad y del bien, del buen gusto y de la belleza,
no de la impudicia, y la grosería de la obscenidad. Todo eso es mentira.
Y somos libres, tan sólo porque "la verdad nos hace libres",
al hacernos verdaderos.
Me dijeron que no había libertad... No, no la había para todos.
Siempre la hubo para mí. Fui libre en la cárcel
y lo soy igualmente ahora, en la selva. Pero, antes y ahora,
soy mucho menos libre, porque "yo, no soy yo..." No sólo.
Yo, no soy la plenitud del hombre, sino sólo un hombre,
pero, dentro de mí, está la libertad.
La única que nadie pudo, ni podrá arrebatarme... "Yo", soy la libertad.


Alphonso CARBAJAL

(Del Cuarto Libro de Poemas: "Al caer la tarde". Poema 97)