Me he visto obligado a romper mi propósito, que me parecía firme, de no volver a este humilde y diminuto rincón del universo mundo, sino hasta el ya próximo Septiembre. Pero -casi como Amado Nervo respecto a Kempis- llevo días luchando en mi interior contra "la enfermedad" que me produjo días pasados, concretamente el Viernes, 7 de este mismo irregular Agosto, de tan plúmbeos cielos vespertinos, el segundo, mucho más que el primero -radicalmente claro y luminoso- de los Conciertos o Recitales de Órgano de los que aquí en esta Villla de Las Navas del Marqués, en la Provincia de la mística Ávila, he tenido la fortuna de poder escuchar. Asi es que he acudido hoy al fin, al Tele-Centro de la Biblioteca Municipal para "explotar" en mis sensaciones más íntimas, en lo que atañe a lo que en dicho segundo recital sentí, y para rendir el pobre tributo de mi más sentido homenaje al artífice de tales sensaciones.
Este de Las Navas, es un lugar de la Sierra abulense que, a mi juicio, crece biológicamente en inquietudes de dimensión estrictamente intelectual y cultural, año tras año. Yo, al menos, me creo en la sincera obligación de felicitar a su Ayuntamiento, a su Alcalde y a la Concejalía de Cultura, o como quiera se llame. Cobra dentro de mí mucha más fuerza esta intención porque, con frecuencia, tristemente, suelo pensar, y así me parece que los hechos más contumaces lo constatan, que España camina indefectiblemente, no sólo hacia el trágico abismo de la pobreza eonómica estructural y forzosa (la deseada o aceptada, es un bien intrínseco), sino también -lo cual siempre es un mal de la misma hondura- hacia el páramo de la irracionalidad y la antiespiritualidad humana, contemplativa o creadora. Y, más que esto aún, hacia un verdadero desierto cultural, poblado de las más torpes, insensatas y animalizadas especies de la fauna humana. Hasta, tal vez, por desgracia, el espectáculo y las causas que lo producen, son mucho peores, porque los animales al fin y al cabo se rigen movidos por un sabio instinto, a diferencia de toda esta peste que nos ha caído encima, constitutiva, más que de una "animalización" irracional, de una verdadera "cosificación", más o menos generalizada. Y ello, nos llevaría, antropológicamente, nada menos que al "suicidio colectivo", que proponía Caro Baroja.
Por ello, me complace enormemente advertir, como un soplo de frescura y de esperanza, que aún se pueda encontrar entre las masas, o hasta si se quiere en las mentes más elementales, alguna manifestación clara y contundente de que también, de vez en cuando, incluso en un estercolero pueden florecer orquídeas. Poque, esto es lo que yo he podio estimar o percibir en estos días de forzoso aislameinto veraniego, en lo que en menos de un mes, no han sido pocos los "repuntes" del espíritu, en medio de la materia, aquí, en una pequeña población, y en pleno campo rodeado de frondosos pinares. Y puede, tal vez, que esto mismo esté sucediendo, en estos días, en muchos pequeños pueblos de España. Y esta es la medicina y la única terapia eficaz, porque, si florecen las manifestaciones del intelecto y del espíritu, tan sólo esto puede acabar algún día con la animalidad y la cosificación de la esencia humana, que hoy nos hieren.
Aquí, en Las Navas, aparte de otras manifestaciones, relativas a las artes plásticas y a las específicas de la restauración artístico-monumental de las viejas reliquias arquitectónicas y pictóricas, he podio yo oir en estos días dos magníficos recitales de órgano, ese, en sí mismo, también monumental y complejísimo instrumento, que yo no podría decir si es o no el rey de todos ellos, o tan sólo de los de viento, pero, en todo caso, sí creo haber leído que, en el órgano es donde ese casi misterioso, para mí, artificio de la Fuga, cobra y alcanza su máxima expresión. Dos han sido, como ya he dicho, los conciertos o recitales. Y pensaba yo, anticipadamente, que el primero de los mismos resultaría más brillante, por correr a cargo del organista inglés Rupert Damerelle -que desde hace algún tiempo vive en España- y que comenzó sendo niño de coro de la Capilla del Castillo de Windsor, para llegar a ser organista diplomado por el Royal College of Organist, de Londres; organista del King´s College; de la histórica Abadía de Westminster y de la Catedral de San Pablo, entre otros muchos laureles y honores artísticos. Pero, sin poder juzgar yo musicalmente a nadie, me equivoqué de plano en lo que concierne a la emoción que personalemte pude experinetar en uno y otro recitales. La actuación, la interpretación del músico español -nada de patrioterismo- Miguel Ángel Tallante, hombre no sólo lleno de aptitudes artístico-musicales, sino también de una sensibilidad humana, tocada del especial encanto que siempre a ella comunica y añade la verdadera humildad, fue el interprete que conmovió profundamente mis ásperos cimientos musicales, o incluso hasta la falta total de ellos. Comprobé por tanto, una vez más -con alegría-, que nada o muy poco importa ser un analfabeto musical, como lo soy yo, para que la música, toda ella, pero más aún si cabe, la que brota a raudales, llenando el aire hasta rebosar, de los tubos de un órgano, pueda invadir lo más profundo e íntimo de nuestra más honda morada. No importa no saber distinguir las blancas de las redondas, o de las negras, ni tampoco una semifusa de una corchea; ni la finalidad primordial de la clave de Fa, o si las variaciones sobre un mismo tema no son las alteraciones; ni que el solfeo se ha de ver superado por la armonía, y por el contrapunto y la fuga... Cuando se ignora todo esto, pero por el cauce del oído llega hasta el alma esa armónica filigrana, en la combinación y medida de los sonidos con el tiempo, de los silencios... entoces se ha establecido en el ser del que escucha -hablo de mí y por mí- una especie de logos metafísico, y ese hermoso arte de la música, sin duda el más perfecto para expresar el sentimiento humano -más que la imagen y el color-, ha cumplido ya el fin que sólo a él está reservado por los dioses, y quién sabe si no por el supremo Hacedor del universo y del hombre. Pero, ha podido hacerlo -naturalmente al margen del creador del pentagrama- también merced al propio sentimiento del interprete, que abandonado a su técnica, se sumerge y al mismo tiempo proyecta sobre los que están fuera de él, en un meridiano que ya no es terrenal sino celestial. Y eso es, exactamente, lo que para mí, y pese a mi ignorancia técnico-musical, logró hacer llegar a mi espíritu, el pasado 7 de Agosto, Miguel Ángel Tallante.
Sin duda por ello, mientras regresaba a mi casa, cerca de tres kilómetors carretera abajo en la dirección de Ávila, llegó también a mi mente el recuerdo de aquel anciano, ciego de nacimiento (como también, en el mundo real, lo fue Salinas, que emocionó a Fray Luis de León) y al que la hermosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer llamó "Maese Pérez, el organista". Sentía yo en lo más hondo de mi recientísimo recuerdo, haberme encontrado con otro ser de las mismas caraterísticas. Porque, como es generalmente sabido, "Maese Pérez" poseía un don muy especial para tocar el órgano, hasta tal punto que, enterado de ello, el Arzobispo de Sevilla le pidió que tocase en la Catedral el día de Nochebuena. Maese Pérez, prometió hacerlo al año siguiente. Llegó el día y aquel templo -el quinto en dimensiones de toda la Cristiandad- estaba profusamente iluminado, de tal forma que el torrente de luz se desprendía de los altares para inundar todo aquel grandioso ámbito. Sin embargo, poco antes de la hora anunciada, alguien acudió muy alterado, diciendo: "Maese Pérez, se ha puesto mal, muy mal, y será imposible que pueda asistir esta noche". La decepción fue enorme, pero casi inmediatamente se disipó, cuando las gentes comenzaron a gritar: "Pero... si está aquí... Maese Pérez está aquí..." En efecto, pálido y desencajado, el Maestro entró en el templo y, poco después, comenzaron a sonar las notas a través de las cien potentes voces de los tubos del órgano, en un majestuoso y prolongado acorde. Nunca nadie había podido escuchar una música tan armoniosa como pujante, tan embelesadora y solemne. El gentío no pudo resitir la tentación de subir al Órgano, en tropel, observando entonces que nadie estaba sentado ante él, y que Maese Pérez yacía muerto sobre el suelo... Era su espíritu el que en quel momento tocaba... Pero nunca más, pudo repetirse el milagro, porque, al parecer cosa de embrujo, las gentes los destruyeron. Todo lo contrario, relativamente, que ha sucedido aquí, en la Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, de Las Navas del Marqués.
Yo no puedo saber si Miguel Ángel Tallante, al que inesperada y torpemente por mi parte tuve el honor de conocer personalmente la víspera de su recital, más que por su música, habrá ganado mi estimación musical por su ostensible bondad. No lo creo. Menos aún puedo saber si, algún día, Miguel Ángel podrá hacer "milagros" análogos a los de "Maese Pérez". Pero sí sé que merecería hacerlos. Enhorabuena, Miguel Ángel, extensiva a Pilar, tu encantadora esposa.
Luis Madrigal
Como 3ª propina, Miguel Ángel Tallante, ofreció en su recital del pasado día 7 de Agosto, la "Tocata y Fuga", BWV 565, de Johann Sebastian Bach