lunes, 19 de enero de 2009

LOS MITOS


Con relativa frecuencia, se dice que algo o que alguien “es un mito”, con lo que, en el significado general y vulgar de la expresión, lo que quiere decirse es que eso o esa persona se encuentran al margen de lo real, de la estricta y dura -y a veces triste- realidad. Por ejemplo, yo creo, aunque esto es una visión particular, que el socialismo, como doctrina política y como organización en grupos políticos (los partidos socialistas) es un auténtico y verdadero mito, en lo que tiene de ajeno a la realidad, tanto axiológicamente, como en estrictos términos operativos y pragmáticos. Por eso, yo no he sido nunca socialista, y jamás lo seré. Para eso, ya tengo el cristianismo, que, cuando es verdadero, se constituye en el socialismo más puro y radical, aparte de ser el más dulce y misericordioso. Pero, un mito, no es eso, aunque también sea algo de eso. Si tan sólo lo fuera, la inmensa mayoría, la mayor parte de las cosas que con nosotros entran en contacto en la esfera social, serían un mito. Un mito, es algo mucho más que eso. Esto es, mucho más que una sarta, mejor o peor presentada, de puras mentiras, aunque exquisitas algunas de ellas. Y no sólamente, de las mentiras que constituyen el contenido de la Mitología -no sólo de la greco-latina- sino de cualquier mitología, ya que son muchas, hasta tal punto que no hay cultura o civilización que no tenga o haya tenido la suya propia.

En principio, efectivamente, el mito es una fábula, una ficción alegórica, que puede extenderse, no ya, como tanto se dice, al ámbito o materia religiosa, sino que comienza por afectar, antes que a la religión, a la pura filosofía. Sabido es que si la Filosofía, la ciencia filosófica, o mejor dicho el pensamiento (porque la Filosofía no es una ciencia) que trata de descubrir la causa radical de todas las cosas, llegó a nacer, fué porque, antes, la mera Mitología, no pudo, lógicamente, ser capaz de conformar a los hombres con las diversas explicaciones del mundo, y de cuanto en él acontecía. Los propios griegos, entre quienes nace, no la Mitología (porque hay mitologías muy anteriores en Egipto, Fenicia y Caldea), pero sí la Filosofía, no podrían aceptar, llegado el tiempo, que si el mar se embravecía, ello era así porque a Neptuno le había hecho daño el desayuno o la merienda, o bien por no haber podido conciliar el sueño durante la noche anterior. Por eso, el primer filósofo, tuvo que preguntarse, simplemente eso, sólo preguntarse: ¿Qué habrá más allá del mar?. Y muchas cosas más. Y, por ello, la Filosofía, no consiste en responder, sino esencialmente en preguntar. Para responder, nació la Ciencia positiva, que como decía Ortega, crece y se ensancha, a base de ampliar su diámetro, superándose a sí misma, explicación tras explicación, de tal forma que cada una de ellas corrige o enmienda a la anterior. La Filosofía, en cambio, no crece ni se desarrolla (decía don José) ampliando el diámetro, sino cambiando continuamente de centro, y por ello es “exocéntrica”, a diferencia de la Ciencia, que siempre es “concéntrica”. Cuando un principio o postulado se verifica como cierto, a partir de él, se sigue avanzando, desechando al mismo tiempo todos los que eras falsos. Pero, la Filosofía, toda filosofía, jamás desecha nada, ni puede hacerlo. Simplemente, se limita a cambiar el centro de partida. Y así, van surgiendo infinidad de "centros" y, en consecuencia, de perspectivas de desarrollo. De sistemas filosóficos.

Pero, el mito, es una realidad social compleja, que en consecuencia, no podría expresarse en virtud de una única definición, ni se puede tampoco caracterizar homogéneamente, ni ser objeto de una valoración unánime. Porque, ya nadie entiende que “mito” pueda ser sinónimo de “historia falsa”, o de “fábula”, o bien de elaboración caótica desprovista de toda lógica, y menos aún de “invención fantástica”. Y esto es así, porque hay mitos “reales”, que no son propiamente mitos, sino tan sólo engaños y estafas. Y aunque pueda resultar yo cargante, un buen ejemplo es el que antes proponía, el del socialismo y los partidos socialistas. ¡Y no digamos el del marxismo-leninismo! Cincuenta años, van a cumplirse ahora en Cuba, donde el régimen tiránico de Fidel Castro ha encarcelado y quitado la vida -asesinado- a miles de personas y exilado a más de tres millones. Si alguien preguntase a esos cubanos, a los vivos, claro, pero que lloran muy de cerca a sus muertos, o lamentan la ausencia de los que tuvieron que irse de la Isla, si eso es o no un “mito”, lo negaría categóricamente, porque su realidad chorrea sufrimiento y sangre. Y sin embargo, lo es, es un mito en la misma medida en que es una absoluta mentira, en lo que hace referencia a algo tan esencial como el modo de organizar políticamente la convivencia humana para que, en el seno de esa organización, pueda alcanzarse el mayor bienestar material posible y el mayor grado de felicidad del ser humano. Sin duda alguna, también la democracia es otro mito, pero asimismo un mito real y, tal vez, tampoco “el menos malo”, como dicen que afirmaba Winston Churchill, sino, por el contrario, el más objetivamente falso, si hemos de tomar aquellas palabras que hace pronunciar Henrik Ibsen, al protagonista de “Un enemigo del pueblo”: “Queréis tener razón, simplemente porque sois más”. La realidad pura, era la de que, en aquel balneario, sus aguas contenían gérmenes nocivos para la salud y la vida, pero la realidad práctica es que “sabían más”, porque "eran más", los que apedreaban al médico que lo descubrió, para echarle a pedradas del pueblo, a fin de no arruinar los intereses económicos. Y así sucede, tantas veces, cuando en las noches electorales “se recuentan los votos”, para que quienes hayan obtenido más, puedan dictar a millones de seres humanos la “verdad”, la que les conduzca a la ruina. Eso es, más o menos, la democracia, o gobierno del pueblo soberano y… analfabeto.

El siglo XIX, recibió inicialmente a los mitos enfrentándose a ellos en nombre del racionalismo. Entonces, mito era lo ininteligible en la realidad, el modo de pensar definitivamente superado por la Ciencia. Se consideró incluso una enfermedad del lenguaje, en el que los hombres se convertían en dioses, o personificaban los fenómenos naturales. Pero, el romanticismo, exarcebó la estimación del mito y llamó la atención acerca de su entidad, importancia y seriedad en las religiones tribales. Ello coincidió con los ataques de Nietzsche a la intelectualidad, y Bergson defendió que el mito representa la defensa de la cohesión social gracias a que la “función fabuladora”, como resto del instinto, se opone a la acción disolvente de la inteligencia. Desde luego, yo siempre he creído que el ser humano, se pierde por la razón y se salva por el instinto, pero no sé, no estoy muy seguro, de si en esto se puede dar la razón a Bergson. Paradójicamente, a la corriente anti-intelectualista, vino a sumarse el propio neokantismo, al aportar una estimación positiva del mito, llegando al extremo de otorgarle un valor cognoscitivo no inferior a la Ciencia. Y, parece ser, que aun esto no era suficiente. En el campo de la alta Psicología, Jung vio en el mito una expresión de los arquetipos del inconsciente humano. Para Jung, el mito es nada menos que una manifestación psíquica del ser del alma (noumenon) que se proyecta simbólicamente en alegorías neutralistas por obra del “inconsciente colectivo”. No sólo los psicólogos, también los etnólogos observaron aspectos positivos, de tal forma que llegaron a subrayar en el mito su carácter de “realidad vivida”. Y, por último, en el campo de la religión, uno de los más relevantes historiadores de las Religiones, el rumano Mircea Eliade, que vivió en la India, ha llegado a afirmar que el mito define a la divinidad, plástica y dramáticamente, mientras que la Filosofía y la Teología, “pretenden” definirla dialécticamente. Las comillas, las pongo yo, desde luego, aunque no sería necesario, dado el alcance y contendio semántico del verbo pretender. Porque, si Dios, pudiera ser conocido por el hombre, en ese mismo instante dejaría de ser Dios. Pese a ello, el teólogo luterano Paul Tillich, nacido en Alemania y pastor de su Iglesia en aquel país, pero que terminó explicando Teología en Harvard, también ha considerado el mito una “categoría religiosa”, porque, según él, la experiencia de este carácter capta una hierofanía (o manifestación de lo sagrado, ante un fenómeno natural, sea una noche estrellada o una puesta de sol), porque, según Tillich, el mito desvela (o “devela”, para nuestros amigos argentinos) la realidad absoluta.

En fin, todo esto dicen que es el mito, y no lo que generalmente se piensa de él, a primera vista del término, o del concepto tradicionalmente transmitido. Sin embargo, a mí lo que verdaderamente me gusta, como producto estrictamente literario, es la Mitología, propiamente dicha, muy en particular la greco-latina. Hace ya bastantes años, cobré hacia ella una cierta afición, que me hace releer, alternativamente, alguno de los volúmenes de los que dispongo. Por su sencillez, pese a alcanzar las trescientas páginas, recomiendo, especialmente a los lectores de Wikipedia (“la enciclopedia libre”) -excesivamente libre en ocasiones, diría yo- la obra cuya portada ilustra hoy esta entrada. Juan Humbert, es un excelente especialista en la materia, en esta versión de la 24ª edición francesa. ¡Animaos, amigos! Luis Madrigal.-

EJECUCIÓN DE UN PASTEL Paso a paso