viernes, 9 de junio de 2017

EL PATRIOTISMO ES UNA HISTORIA DE AMOR





PUNTUALIZACIONES A UN EXCELENTE ARTÍCULO

de Luis Español Bouché




http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20170605/221547845_7.html

Exactamente con la misma imagen que antecede, y que tomo prestada, el escritor Luis Español Bouché (español de apellido y sobre todo de corazón) publicaba no hace muchos días,  un precioso artículo que, aunque breve, debería servir de reflexión colectiva. El título del artículo, el primer apellido del autor y  el de la cabecera del periódico que lo publicó, lejos de resultar conjuntivamente redundante, pueden causar la impresión de encontrarnos ante un francés que amó entrañablemente a España, Emmanuel Chabrier, y que recorrió nuestro país a través de San Sebastián, Burgos, Toledo, Sevilla, Granada, Málaga, Cádiz, Córdoba, Valencia, Zaragoza y Barcelona, para escribir aquella Rapsodia llena de amor. Luis Español, podría ser, al menos en apariencia, medio francés, por razón de su segundo apellido, Bouché. Pero la cuestión esencial es radicalmente la contraria, porque la tesis del citado artículo es que no importan, o no deberían importar nada las nacionalidades. Español Bouché, además de la bandera de España, para ilustrar su artículo, levanta la del verdadero patriotismo, válida para acoger bajo sus pliegues a todas las patrias del mundo, excepto a los nacionalistas. Tal tesis, está contenida y enraizada en la profunda expresión del escritor y diplomático francés, de origen judío-lituano, Romain Gary, que tuvo que adoptar este pseudónimo tal vez para librarse del odio, y que se cita literalmenet en el citado artículo:  "Le patriotisme c’est l’amour des uns, le nationalisme c’est la haine des autres." Es posible que mi traducción no sea muy precisa, pero estoy seguro de que el fondo de la cuestión anima mi vida desde hace ya algún tiempo, porque, si, fundamentalmente, el patriotismo es amor por el otro, y el nacionalismo el odio de los demás, merece la pena hasta morir, si es preciso, por el patriotismo y por los compatriotas, y jamás incurrir en esa lacra del nacionalismo y de los nacionalistas. De todo nacionalismo, incluido el español. Esto es, por el amor, merece la pena exponerse al odio.  Como por la libertad, decía Don Quijote a Sancho, merece la pena morir "alguna vez". Esto es, siempre. Hace ya años, yo mismo escribí en un humilde libro, pero desde el fondo de mi alma, que, "quizá algún día, un movimiento internacionalista, suprima las fronteras, borre la distinción jurídica entre nacional y extranjero y, en suma haga de todas las patrias una."

Por este motivo, fuí leyendo con entusiasmo y casi hasta con fervor, el artículo de referencia. Yo, soy jurista, de vocación muy honda, pero de formación tal vez excesivamente formalista y dogmática. ¡Los viejos dogmas del Derecho...! Solo ellos fueron capaces de conformar la convivencia humana, garantizando el ordo iuris, esa perfecta armonía de todo el deber ser, pero que se presume íntegra y sin fisura alguna, de tal modo que nada pueda quedar al margen de la norma. Y en esta ambición, sin duda  -creo yo ahora-  la técnica jurídica ha contribuido, como veladamente denuncia Español Bouché, a acrecer esos "ríos de tinta por los que los nacionalistas han derramado océanos de sangre", en la profunda y bella expresión del autor de este artículo. En su artículo, Luis Español utiliza inicialmente una figura comparativa muy gráfica. Los patriotas son con como los koalas, los nacionalistas como las hienas. Partiendo de esta figura, el patriotismo es amor -naturalmente a la patria-  y el amor es por esencia desinteresado y generoso, además de constructivo y útil, basado en el esfuerzo diario del trabajo, de la construcción de la familia que acoja a los niños y ampare a los mayores, pese a que también haya amores patrióticos desesperados, propios de quienes una vez se quedaron sin la patria perdida y añoran lo que ya no es posible, porque lo ha devorado el tiempo. Por ello, no consiste en  dar gritos mientras se agitan banderas. Hasta aquí, tengo que estar completamente de acuerdo.

Dice Español Bouché, que el amor patriótico es generoso y amplio, y que por ello no puede ser exclusivo. En lo que respecta a los españoles, a los que vivimos en la península Ibérica, en su opinión, que yo comparto por completo, no es incompatible amar a la patria chica (a renglón seguido, el autor se referirá a Cataluña, pero bien podría hacerlo también al País Vasco y, por mi parte, añadiría una buena parte de Galicia y hasta de la misma españolísima Andalucía), sino que es perfectamente compatible con el amor a la patria grande, que es España, a la patria enorme, que es la Hispanidad y a la patria absoluta, la Humanidad. Lo comparto íntegramente.

Tan sólo un punto débil me parece a mí encontrar en el artículo de referencia. Admite expresamente su autor que "menos clara es la definición de patria", concepto del que lógicamente se deriva la expresión de patriotismo. Y sin haber entrado, por otra parte, en el concepto de "nación", del que se deriva la expresión nacionalismo, la cuestión no es nada baladí. Porque, sin un concepto riguroso y preciso de lo que pueda ser "la patria", y si tal concepto se identifica o no exactamente con el de "nación", no es tampoco posible precisar lo que puedan ser el patriotismo y el nacionalismo. Yo creo que, al menos en el horizonte mental común de las gentes, patria es lo mismo que nación y, en consecuencia todo lo predicable del patriotismo  -bueno o malo-  lo es también del nacionalismo, y viceversa. Cuestión muy distinta es la del tercer concepto concurrente en el juego. El del concepto de "estado" y, más aún, los de estado nacional o estado plurinacional. Porque todos ellos concurren, o pueden concurrir en Derecho. La consecuencia inmediata es la de que los términos axiológicos contenidos en el binomio "patriotismo-nacionalismo" (o el de "koala-hiena", en la figura propuesta) serían los mismos en uno u otro caso. Es decir, no se trataría ya de un binomio sino de un monomio, puesto que ambos pretendidos antitéticos términos, el de patriotismo y el de nacionalismo, serían no ya sinónimos sino idénticos. La clave no radica ahí, sino en la exacerbada exaltación de lo que es propio e igual (en tantos sentidos) frente al igualmente exacerbado desprecio y hasta repulsión, de lo que es impropio y distinto a lo nuestro. O, como diría Español Bouché, a "la condición dada anterior".

LLegados a este punto, si bien es verdad que los historiadores, y sobre todo los juristas, podrían haber enturbiado los ríos, contribuyendo notablemente a teñir el agua clara del color de la sangre, la raíz y la clave de tal exacerbación, se llame patriotismo o nacionalismo, radica en el vínculo jurídico que crea y establece frente a las personas   -frente a cada individuo-  esa organización positiva de la convivencia social dentro de un territorio determinado, delimitado por unas marcas de exclusión que denominamos fronteras. Ahí está la clave, creo yo. En el Estado soberano, que no es otra cosa sino un modelo para la organización política y jurídica de una sociedad. La construcción de esta organización de la convivencia, dentro de un ámbito determinado, más extenso o más reducido, es la gran conquista pendiente de alcanzar.

Ya en el año 1922, Ortega, llamaba "particularismos" a la actitud y a los ecos que sonaban en Barcelona y en Bilbao, procedentes de los gritos de muerte que se habían dado en  Filipinas y en Cuba. Por ello advertía -ya entonces-  estarse produciendo un  "proceso de desintegración que avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro, de forma que el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de una dispersión interpeninsular". Porque lo último que se unió es lo primero que se separa. Y es que, según diagnosticaba aquella preclara mente, Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho... Lo que es en principio un sistema de incorporación, resulta finalmente siendo un proceso de desintegración. Para Ortega, Castilla, es muy similar a Roma y, cuando habla de Roma, se inspira y establece la base de su pensamiento nada menos que en Monsen: "La historia de la gran nación latina es un vasto sistema de incorporación." Pero, cuando el proceso alcanza su punto más alto posible, comienza un proceso inverso de desintegración, replica el gran pensador español. El problema es ya muy viejo y sus causas también. Ortega está hoy mismo, más que nunca tal vez, completamente vigente.

En mi opinón, esa expresión del "derecho a decidir" que últimamente se han inventado los secesionistas catalanes, ni existe ni jamás ha existido, ni en lo que atañe a la expresión  ni menos aún en lo que se refiere al pretendido derecho. Todo derecho ha de constituirse previamente, ha de nacer antes de poder ser ejercitado. Cataluña, con Castilla, es co-fundadora de España y carece por ello de todo derecho a ser un estado soberano e independiente, conforme al propio Derecho internacional. Mucho más aún carece de tal derecho, el llamado País Vasco o "Euskadi", término este último histórica y jurídicamente indescifrable, al contrario de Euskalerría -en opinión de Humbolt- pero tampoco conviene olvidar que este conflicto secesionista no es precisamente de hoy. Si España, como diagnosticó Sánchez Albornoz, es "un enigma histórico", tal enigma no parece fruto de las expresiones que utilicemos, sino de la eterna lucha sostenida por la excelsa virtud suprema del amor, frente al odio, que es el más reprobable y odioso de los vicios. Y el más activo de todos los venenos.

Luis Madrigal


   


martes, 6 de junio de 2017

SE CONSUMA EL CRIMEN...




ESTO ES, Y ADEMÁS SE ATREVE A ACEPTAR
LA ESPERPÉNTICA CONCESIÓN DEL PREMIO NOBEL...
¡DE LITERATURA!

Sé muy bien que no se debe repetir, ni reproducir, ni incurrir en ninguna otra figura o maniobra similar, respecto a lo que uno mismo ha escrito anteriormente, en un momento dado del tiempo. Pero, por una vez, siento la apremiante necesidad de establecer cuanto antes una excepción, ya que toda regla general puede admitirla. Y por ello, voy a copiar, prácticamente, casi en su integridad, con muy ligeras adiciones, lo que ya publiqué en este mismo Blog el pasado día 15 de Octubre, Sábado, de 2016. La urgencia se debe a que acabo de enterarme de que el sujeto, o más bien "objeto" de aquel texto, piensa aceptar  -él mismo ha debido de estar deshojando la margarita desde entonces-  nada menos que el antiguamente prestigioso Premio Nobel de Literatura. Esto era lo que yo escribí hace ya meses, como podría comprobarse, incluida la caricatura que lo precedía y asimismo hoy precede su reproducción y ligeras adiciones:
  
"Me siento mucho menos mal, dentro de lo mal que me encuentro, al comprobar que lo esperpéntico no es privativo de España, en la materia. La materia es la del reconocimiento del talento literario. Ya me causó en su día una especie de arcada  -de la que precede al vómito-  la concesión del Premio Cervantes a aquel señor (con el debido respeto que se debe a los muertos) al que conocí de vivo cuando, ya de muy joven, era un ciruelo y que, tras llamar la atención de muy diversas formas y, según se dijo de “escribir como meaba”, terminó alcanzando el galardón ya indicado. Lo de “ciruelo”, viene muy a cuento con el relato que por aquellos años y en aquellas tierras se prodigaba al respecto. Se contaba que, en un pueblo, se acercaba la fiesta del Santo patrón y se habían quedado el año anterior sin la imagen correspondiente. Así es que, a toda prisa, talaron un ciruelo y encargaron al carpintero del lugar que construyese la imagen del santo. Cuando lo sacaron por el pueblo, el día de la procesión, alguien exclamó: “Ciruelo te conocí / y de tus frutos comí / los milagros que tú hagas / que me los claven aquí”. Al pronunciar esta sentencia en octosílabos, el dicente se tocaba la frente con la mano. Desde luego, más difícil aún que clavar milagros en la frente es hacerlos de verdad, que es de lo que se trata. Esto es, que a un ciruelo no se le puede otorgar, sin público escándalo, el Premio Cervantes. [Este señor, con el debido respeto a los muertos, se llamaba Francisco Umbral].

El segundo de la misma especie arbórea (prunus domestica), cuya exaltación a la Real Academia Española de la Lengua, me produjo similar sensación estomacal, y aún mayor, fue otro señor que había sido “mimo”, es decir payaso de circo, o en el mejor de los casos estatua viviente, de esas que se cubren de una especie de polvos de talco. Y tengo entendido que ahora se dedica a distraer a los académicos montando números también más o menos circenses, como corresponde a su antigua condición. Todo menos dedicarse a estudiar y analizar el contenido del lenguaje y de los términos lingüísticos. Es decir, a limpiar, fijar y dar esplendor a las palabras. Imposible tarea esta para el sujeto en cuestión, dado que seguramente tendría antes que aprender a leer él mismo, como es debido. (Este otro señor, que antes era "mimo", ni recuerdo ahora cómo se llama, pero anda por ahí).

Estos dos episodios, y algunos más, que omito para no aburrir, estaban ya casi olvidados por mi parte. Pero, hete aquí que muy recientemente -y este es mi gran consuelo-  aunque tampoco sin reiteración o reincidencia, la Academia sueca acaba de otorgar nada menos que el Premio Nobel de Literatura, al cantautor norteamericano Bob Dylan, muy conocido parece ser, entre las clases de tropa, naturalmente, por sus maravillosas creaciones en ese campo de la música que no es Música del rock and roll, o como se escriba eso, porque me produje jaqueca tan sólo el investigar cómo se escribe. Parece ser que eso de "Bob Dylan" tan sólo es su pseudónimo, porque en realidad dicho sujeto se llama Robert Allen Zimmerman. Él mismo dice de sí que, además de hacer ruido con los sonidos, es "poeta". Bueno, lo dicen él y otros más o menos como él. Y la Academía sueca, ultrajando la memoria de Alfred Nobel, va y se lo cree y dice que lo es y que es mucho más grande poeta que muchísimos de los que lo han sido y lo son de verdad.

El diario madrileño El MUNDO, en su reciente edición del día 14 de este mismo mes de Octubre, y en editorial de Tercera página, decía literalmente: "los Grammy, un Oscar, un Pulitzer o el Príncipe de Asturias, entre otros, son los galardones que ya reconocen de manera sobresaliente su ingente aportación a la historia de la música. Pero distinguirlo con el Nobel de Literatura nos parece excesivo." (Hoy mismo, he podido escuchar que aceptará tal Premio, con lo cual todos los que hasta ahora lo poseen pueden considerar que, en realidad, no poseen absolutamente nada de nada. ¡Qué lástima que no ande aún por aquí, en carne mortal, Don Camilo José Cela! Seguramente, pensaría que la valentía de los legionarios no es nada si se compara con la de estos mediocres e insignificantes piojos del ruido, con el que esta triste época nos hiere y maltrata. ¡Y qué bien hizo, en su día, Jean Paul Sartre!).

Lamento no poder estar de acuerdo con esta opinión, tan benigna y tolerante, ni en calidad ni en cantidad. La Literatura es el arte de la palabra escrita, como nota común, dentro de sus muy diversos géneros y especies. Pero ¿donde podrán leerse las palabras escritas por este hombre? (Últimamente, se ha podido saber que todo, absolutamente todo lo escrito por dicho señor, ocupa exactamente veinte folios). Por ello, tengo la impresión y el sentimiento de que la concesión del llamado "premio sumo" de la Literatura universal, a este caballero del ruido, es una profanación no sólo de Alfred Nobel, sino de la misma Literatura, de la memoria de tantos genios de ella, a los que jamás se concedió tal premio, y de la Humanidad. Urge "desenmierdar" este Premio y que se vayan los suecos por buen camino. Ya van unas cuantas veces, pero esto último es una mofa insoportable."

Ahora, la mofa es doble, por no decir triple. La Academia sueca se ríe de la Literatura universal; el citado señor se ríe de la Academia sueca, al aceptar el Premio, y la una y el otro se ríen de todo el mundo. A mí, simplemente, me da mucho asco.


Luis Madrigal


Arriba, caricatura del mencionado individuo
según "Ulises", en la portada de El Mundo de 14 de Octubre de 2016



Me permito formular una humilde propuesta, en orden a la urgente
e inmediata sustitución de Beethoven, Mozart, Bach, Schubert y Tchaikovsky por 
la siguiente pieza musical u otras similares