miércoles, 17 de agosto de 2011

BUSCANDO LA HERMOSURA


El pasado día 8 de este mes de Agosto, casi todo él, lo he pasado en Ávila, a mis ojos más bella, más limpia y esplendorosa que nunca, con la única excepción de esas casetuchas propias de feriantes que proliferan por todas partes y tanto desentonan, pero que en esta histórica y hermosa Ciudad, desentonan mucho más. Hay que añadir a este pequeño estropicio, la comisión de un verdadero delito, imputable a quien proceda. La construcción, absolutamente fuera de contexto y del buen gusto, nada menos que en la Plaza de Santa Teresa, corazón geográfico de la amurallada urbe, y sobre todo corazón espiritual de Ávila y de la espiritualidad de España, de un monstruo arquitectónico, que no ya desentona, sino que personalmente me parece una profanación. Todo lo demás, mejor que nunca, y no hacía mucho tiempo que yo había pasado por allí. Ávila, se supera a sí misma por años, casi por minutos, según brille la luz sobre sus piedras y monumentos históricos.



En esta ocasión, desde las 10,30 horas de la mañana hasta las 17,30 de la tarde, bien puedo decir que me he metido a Ávila, no sólo entre mis zapatos, sino en mi corazón. Muy  deprisa, desde luego, para terminar por completo agotado muscularmente. Pero ha valido la pena. Esta vez, sin compañía de nadie más que de mí mismo, lo he “atacado” casi todo de un solo golpe. Desde el Convento de San José, la “Primera Fundación” de Teresa, hasta La Encarnación, cerca ya de los “Cuatro Postes”. Antes, me había detenido brevemente ante el Convento de Santa Ana, donde la inscripción recuerda tres momentos gloriosos de España. Ciertamente, según me parece, con alguna imprecisión o inexactitud, en lo que respecta en el orden ascendente de la epigrafía, al primero de ellos, referido al Rey Niño, Don Alfonso, el hermano varón de Isabel. Tal vez, sería más preciso u oportuno hacer referencia a lo que todos los historiadores llaman “Farsa de Ávila”, en la que un monigote, que decía representar a Enrique IV de Castilla, fue objeto de toda clase de mofas e insultos. Los otros dos que le siguen, en orden descendente, son precisos, justos y exactos. Porque de aquel Monasterio salió, para construir España, la niña Isabel. Y, en aquel lugar, “se vistió por primera vez de hombre” nada menos que Felipe II.



Después, seguí mi intenso recorrido: La iglesia de San Pedro, cuyo rosetón, visto de lejos, siempre me ha extasiado y conmovido; la Basílica de San Vicente, con la solemnidad aérea de sus arcadas; la iglesia de San Juan, cuya pila bautismal compartieron, con alguna diferencia de tiempo, Teresa y Tomás Luis de Vitoria… La Encarnación, colmó nuevamente mi espíritu de misticismo, y de valor ascético, cuando el sol de Ávila fatigaba ya sobremanera mis piernas, al regresar hacia el centro. Pero, esta vez, me fui de Ávila, aunque casi para que me llevasen en parihuelas, más enamorado que nunca. Pienso volver pronto, en cuanto pueda reponer mi cuerpo, para alimentar también las fuerzas del espíritu. En mi Ciudad natal de León, Bimilenaria y romana, y tal vez tan cristiana como Ávila, pueden admirarse tres gigantescos monstruos monumentales. Pero, hay que buscarlos, preguntar a las gentes, para poder llegar a ellos, en el contexto de una ciudad moderna. En Ávila, no hay que buscar nada ni preguntar a nadie. Se encuentra todo al paso del caminante. Y se encuentra mucho, porque, a cada momento, surgen ante los ojos, como por arte de magia, multitud de ellos. 






Iglesia de San Juan Bautista.
En su Pila Bautismal, fueron bautizos, el día 4 de Abril de 1515,
Teresa de Cepeda Dávila y Ahumada,
y 33 años más tarde, en 1548,
Tomás Luis de Vitoria


No olvidé, por ello, entre otros, visitar una vez más el Palacio de Doña Guiomar de Ulloa, cuyo torreón reviste tanta belleza. Allí, en aquel noble solar, se fraguó la Reforma del Carmelo y, muy cerca de allí, justamente al pie, se alza la estatua de bronce de San Juan de la Cruz  -que no andaba muy lejos en aquella ocasión-  con sus sublimes versos:




“Mil gracias derramando,

pasó por estos sotos con presura

y, yéndolos mirando,

con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura.





Esto es lo que dice la inscripción, pero el místico poema, continúa:


Pastores los que fuerdes

allá por las majadas al otero,

si por ventura vierdes

Aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero."


Buscando esa Hermosura, no sin terminar ante el Convento de la Encarnación, deambulé yo hace sólo unos días, por las calles de Ávila. Ávila de los Caballeros, de los Leales, de los Santos y de los Cantos. Luis Madrigal.-






 Las Navas del Marqués, a escasos kilómetros,
17 de Agosto de 2011